Universidad Nacional Autónoma de México • Instituto de Investigaciones Sociales

 

The Latin American paradox of happiness. Theoretical and methodological considerations

 Eduardo Bericat* y María Julia Acosta**

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*Doctor en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Facultad de Comunicación, Universidad de Sevilla. Temas de especialización: sociología de las emociones, felicidad, indicadores sociales. Américo Vespucio s/n, La Cartuja, 41092, Sevilla, España.

**Magister en Sociología por la Universidad de la República. Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República. Temas de especialización: transformaciones del mundo del trabajo e ideología y gestión del trabajo no clásico. Constituyente 1502, 11200, Montevideo. Uruguay.

 

Resumen: Este trabajo muestra que los niveles de felicidad declarados en América Latina son mucho más altos de lo que cabría esperar en función de su calidad de vida y calidad societal. Analizando la estructura afectiva de la felicidad, se revelan cuatro pautas que cuestionan sus modelos de medición: emocionalidad asimétrica; respuestas positivas extremas; fortaleza del yo; relaciones sociales. Estas pautas apuntan hacia cuatro posibles hipótesis explicativas de la paradoja: calidad de relaciones sociales; propensión al contento y alegría; orgullo personal; comparación social descendente. Finalmente, se sugiere que un debate público sobre la felicidad en América Latina es necesario.

Palabras clave: felicidad, bienestar emocional, América Latina, emociones, calidad societal.

Abstract: This paper shows that the levels of self-reported happiness in Latin American countries are much higher than one should expect given their quality of life and societal quality. Analysis of the affective structure of happiness reveals four patterns that call into question the models that are used to measure it: asymmetrical emotionality, extreme positive responses, strength of self, and social relationships. These patterns suggest four hypotheses that might explain this paradox: the quality of social relations, propensity for contentment and joy, personal pride, and downward social comparison. Finally, it is held that a public debate on happiness in America Latina is needed.

Keywords: happiness, emotional well-being, Latin America, emotions, societal quality.

 

La paradoja de la felicidad en América Latina alude a un rasgo estructural relacionado con el modo en que los latinoamericanos valoran subjetivamente su bienestar, a tenor de sus condiciones objetivas de vida. Aunque la intensa experiencia emocional provocada por el Covid-19 podría considerarse como un gran experimento social, que nos permitiría investigar la dialéctica entre lo subjetivo y lo objetivo, este artículo no analiza esta situación concreta, sino una pauta general corroborada desde hace más de 50 años. Según esta pauta, los latinoamericanos declaran ser tan felices, si no más felices, que las poblaciones de países con un nivel de renta mucho mayor. Es decir, parecen mostrar una tendencia a ver la vida más positivamente de lo que sugerirían las condiciones objetivas de su situación.

En 1976, George H. Gallup realizó una encuesta global de opinión pública con el objeto de conocer las necesidades y los grados de satisfacción de las personas en 60 países. Fue una investigación innovadora tanto por su alcance mundial como por su temática. Su cuestionario contenía numerosas preguntas sobre diversos sentimientos, incluido el de felicidad. En la tabla de resultados según seis regiones del mundo (tabla 1), mostraba que el porcentaje de latinoamericanos “muy felices” (32%) era superior al de los europeos occidentales (20%), lo que le suscitó el siguiente comentario: “¿Por qué los latinoamericanos, aun siendo menos ricos, son tan felices? En efecto, en algunos aspectos están más satisfechos que los europeos y son casi tan felices como los norteamericanos, más ricos”. Concluía su artículo señalando que esta y otras preguntas requerían una investigación ulterior (Gallup, 1976: 466-467).

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Toda la investigación posterior sobre bienestar subjetivo en el mundo ha corroborado que los niveles latinoamericanos de felicidad y de satisfacción con la vida son relativamente altos (OECD, 2013: 204). La abundante investigación social realizada en América Latina también confirma la pauta (Lora, 2008; Graham y Lora, 2009; Rojas, 2011, 2014, 2016; Rojas y Martínez, 2012; Carballo, 2015; Gómez-Álvarez y Ortiz, 2016; Millán y Castellanos, 2018). Asimismo, las últimas oleadas del Latinobarómetro, la Encuesta Mundial de Valores, o la Encuesta Mundial Gallup, corroboran que la paradoja de la felicidad en América Latina persiste.

John Helliwell et al. (2010), en un modelo de regresión con variables a nivel individual y contextual, que además incluía efectos fijos por regiones, encontraron que los coeficientes tanto de América del Sur como de Centroamérica eran significativos y positivos, indicando unas evaluaciones de la vida más positivas de lo que podría esperarse según las características analizadas. Carrie Exton, Conal Smith y Damien Vandendriessche (2015: 40), aplicando modelos con efectos fijos por país, para analizar la satisfacción con la vida, las emociones positivas, las emociones negativas, y el balance afectivo, muestran que son los países latinoamericanos, junto con los países desarrollados de Europa, los que presentan coeficientes más elevados. Aunque los coeficientes de ambas regiones son igualmente elevados y positivos, ha de tenerse en cuenta que la calidad institucional y societal de Europa es mucho mayor que la de América Latina (2015: 73). Cuando los investigadores (Todaro y Smith, 2012: 20, OECD, 2013: 205) relacionan el ingreso per cápita y el bienestar subjetivo de los países, muestran que ni el Producto Interno Bruto (PIB) explica toda la varianza, ni la correlación es perfectamente lineal.

Los países latinoamericanos se caracterizan por tener un mayor nivel de felicidad que otros con similar nivel de ingresos, o un nivel de felicidad parecido al de otros con ingresos per cápita mucho más altos. La investigación ha demostrado que, además del PIB, han de tenerse en cuenta otros factores contextuales, como la calidad democrática, la desigualdad, la confianza política, la corrupción, la seguridad, etcétera (Helliwell, 2008; Helliwell et al., 2010). Es por esto que, en el siguiente apartado, se ofrece una visión panorámica comparada del posicionamiento de los países latinoamericanos en los rankings mundiales de calidad societal y de bienestar subjetivo.

La paradoja latinoamericana de la felicidad no es la única revelada por los estudios de bienestar subjetivo. La más conocida, la de Easterlin, muestra que a partir de un nivel de ingresos per cápita, los subsecuentes aumentos del PIB no incrementan el nivel de felicidad de la gente. En particular, el estudio realizado por Carol Graham y Eduardo Lora (2009) sobre América Latina tenía entre sus objetivos el análisis de esta y otras paradojas. Entre ellas, la del crecimiento infeliz (en los países latinoamericanos ricos, un mayor crecimiento económico está asociado a menores niveles de felicidad); la de la aspiración (no hay relación entre el ingreso per cápita del país y la satisfacción con sus sistemas educativo o sanitario), o la del campesino feliz (personas en condiciones de pobreza muestran mayor felicidad de la que pudiera esperarse según su nivel de ingresos). Roberto Castellanos (2016: 29) señala algunos factores que pudieran explicar estos enigmas de la felicidad, como el nivel de expectativas y aspiraciones de la gente, su capacidad de adaptación a las circunstancias, la existencia de un punto de ajuste (set-point) genético o de personalidad, o cierta propensión cultural hacia el contento o la alegría.

En cualquier caso, la resolución de la paradoja latinoamericana de la felicidad tiene un gran interés tanto teórico como práctico. La investigación social desarrollada en torno al bienestar subjetivo ha demostrado que el grado de felicidad experimentado por los individuos depende tanto de las condiciones y calidad de vida de las personas, como de la calidad de las sociedades. Si bien es cierto que los seres humanos nos adaptamos a las circunstancias en las que nos toca vivir, es falso que la felicidad sea relativa, pues varía según patrones conocidos (Veenhoven, 1991, 2012, 2014; Diener, Inglehart y Tay, 2013; Helliwell, Layard y Sachs, 2018; Bericat, 2018). En este sentido, el hecho de que el nivel de felicidad de los países latinoamericanos sea muy superior a lo que cabría esperar según su nivel de riqueza o, como veremos en el siguiente apartado, su nivel de calidad societal vulnera las expectativas teóricas convencionales.

En el presente artículo se reflexiona sobre tres tipos de problemas que suscita esta paradoja: de medición (metodológico), de explicación (teórico) y de apreciación (normativo). El problema de medición implica preguntarse si los latinoamericanos son tan felices como declaran en las encuestas, y si las tres escalas utilizadas habitualmente para medir su grado de felicidad, esto es, las escalas de Cantril, de satisfacción con la vida, y de felicidad (escalas CSF), son los instrumentos más adecuados para ello. Sorprende que para medir algo tan fundamental, como es la felicidad de los seres humanos, sigamos utilizando una única pregunta de cuestionario. En este sentido, el artículo ofrece datos de la estructura afectiva del Índice de Bienestar Emocional (Bericat, 2014, 2018) en dos países, Uruguay y México, con el fin de evaluar la calidad metodológica de la medida. A partir de las pautas desveladas en este análisis, el artículo aborda el problema de la explicación considerando algunos planteamientos teóricos susceptibles de ser transformados en hipótesis para su posterior corroboración empírica. Estas hipótesis son las siguientes: cantidad y calidad de relaciones sociales; propensión al contento y la alegría; orgullo o fortaleza del yo; y comparación social descendente.

El problema de apreciación implica considerar las consecuencias, positivas o negativas, que puedan tener estos supuestamente altos niveles de felicidad para el desarrollo social de América Latina. En el contexto de una cultura global que ha convertido la felicidad en el bien supremo tanto de los individuos como de las naciones (Béjar, 2018; Cabanas e Illouz, 2019), podría llegar a creerse que un elevado nivel de felicidad es siempre intrínsecamente positivo, ya que expresaría una virtud característica del ethos latinoamericano, bien sea su fortaleza personal, su resiliencia, su sociabilidad, o su excepcional capacidad para disfrutar de la vida y ser feliz en condiciones objetivamente precarias y adversas. También sería razonable pensar que este superávit de felicidad se debe a causas sociales espurias, o que tiene consecuencias sociales disfuncionales e indeseables. Por ejemplo, dada la desigualdad social existente en la región, quizás las clases dominantes promuevan una cultura de felicidad, contento y alegría entre las clases dominadas con el fin de conjurar el desorden y la movilización social. Asimismo, dada la baja calidad societal de los países, podría pensarse que la satisfacción colectiva con el statu quo, la resignación, o el bajo nivel de expectativas o aspiraciones, puedan estar debilitando las motivaciones de logro y la voluntad de trasformación social en la región. En definitiva, según René Millán (2011: 25), “el vínculo entre progreso y bienestar subjetivo requiere de constatar una felicidad reflexivamente fincada, no cualquier felicidad”. Dado que la felicidad es la emoción autorreflexiva por antonomasia (Bericat, 2018), lo que normativamente importa no es tanto su nivel, cuanto la reflexión que promueva en un sujeto, sea individual o colectivo, en torno a su experiencia subjetiva y a las condiciones objetivas de vida que la hacen posible.

En cualquier caso, ante la paradoja de la felicidad en América Latina pueden adoptarse dos actitudes básicas, ambas legítimas. Por una parte, podemos seguir dando por supuesto que el alto nivel de felicidad observado mediante las escalas CSF se corresponde con la realidad. De hecho, la investigación realizada hasta hoy con estas escalas nos ha ofrecido una cantidad abrumadora de conocimientos sobre bienestar subjetivo. Por otra parte, dada la importancia teórica y práctica de la resolución de esta paradoja, cabe también asumir una posición de cuestionamiento crítico, metodológico, conceptual y normativo, con la esperanza de estimular el debate y, en su caso, proyectar alguna luz sobre sus implicaciones. En este trabajo adoptamos esta segunda actitud, la misma que asumen Carol Graham y Milena Nikolova (2018: 89-90) cuando, tras reconocer que América Latina presenta niveles de felicidad comparativamente mucho más altos, se preguntan por qué tantos latinoamericanos emigran al extranjero, por qué uno de cada cuatro declara que, de ofrecerle la oportunidad, emigraría a otro país.

Al cuestionar la medida de la felicidad en América Latina es fundamental considerar la distinción establecida por Fons van de Vijver e Ype H. Poortinga (1997), y aplicada por Exton en sus estudios sobre cultura y bienestar subjetivo (OECD, 2013; Exton, Smith y Vandendriessche, 2015: 46), entre sesgo e impacto cultural. El sesgo cultural alude al hecho de que las culturas condicionan el modo en que la gente responde a las diferentes preguntas y escalas de respuesta usadas en la medición del bienestar subjetivo. El impacto cultural sería el efecto real que una cultura ejerce en el modo en que los individuos experimentan subjetivamente su bienestar. Mientras que las diferencias generadas por sesgo conducen a errores que dependen del instrumento de medida, las derivadas del impacto constituyen variaciones culturales genuinas y válidas. Por ejemplo, al margen de los auténticos sentimientos de las personas, algunas culturas reprimen la expresión de emociones negativas o promueven la expresión de las positivas, generando sesgo (OECD, 2013: 115). Una cultura que fomente la resignación, o un bajo nivel de expectativas, induce a que los individuos se sientan subjetivamente satisfechos incluso en situaciones objetivamente precarias, lo que constituiría un impacto (Exton, Smith y Vandendriessche, 2015: 59).

Sin duda, la cultura constituye un aspecto clave a la hora de estudiar el bienestar subjetivo (Tov y Diener, 2007) y establecer comparaciones internacionales (Diener y Lucas, 2000; OECD, 2013; Exton, Smith y Vandendriessche, 2015). Aun reconociendo su relevancia, la mayoría de los investigadores entienden que su influencia no es tan determinante como para invalidar esas comparaciones. Exton, Smith y Vandendriessche (2015: 60), por ejemplo, sostienen que los estilos de valoración (appraisal styles) no parecen explicar la muy alta satisfacción con la vida de algunos países latinoamericanos, como Costa Rica, Brasil, Venezuela, México y Chile. Pero ello sólo significa que los latinoamericanos declaran ser muy felices, no porque se confundan a la hora de juzgar sus condiciones objetivas de vida, sino por alguna otra razón. La cultura constituye “un multiverso simbólico, compuesto de ideas, valores y emociones, con el que los miembros de un grupo social experimentan y construyen los significados y sentidos de su vida” (Bericat, 2016b: 148), lo que explica que su influencia no puede ser fácilmente detectable o medible. De hecho, estos mismos autores reconocen que su investigación sobre cultura y bienestar subjetivo arroja poca luz en el caso de la “paradoja latinoamericana” (Exton, Smith y Vandendriessche, 2015: 73), y esto justifica e incita a seguir reflexionando sobre ella.

 

Calidad de las sociedades y felicidad personal en América Latina

El objetivo de este apartado es mostrar una panorámica de la paradoja latinoamericana, según países, comparando la posición que ocupan en diversos rankings globales de calidad societal (Bericat y Jiménez-Rodrigo, 2019) con la que ocupan en diversos rankings de indicadores de felicidad (OECD, 2013). Dado que el número total de países clasificados por cada ranking varía, las posiciones de los diferentes rankings no son directamente comparables. Por este motivo, las tablas ofrecen la posición percentil (PP base=200), equivalente al lugar que ocuparía un país en el ranking si clasificara a todos los países existentes en el mundo (en la actualidad 193, según la ONU). Todas las puntuaciones percentiles se han recalculado de forma que un valor más bajo indica una mejor posición del país.

 
La calidad de las sociedades

La tabla 2 incluye las posiciones percentiles de los países en 11 índices elaborados con un alto rigor metodológico por instituciones internacionales. Los datos definen un perfil de la calidad societal de cada país, según su posición en el mundo y en el conjunto de América Latina.

Con la información de la tabla 2 también podemos hacernos una idea general del nivel de calidad societal de la región. Por ejemplo, sólo encontramos dos países entre las 50 primeras posiciones percentiles del Índice de Desarrollo Humano (Chile, 46; Argentina, 50), y solamente dos en el Índice de Progreso Social (Costa Rica, 44; Chile, 46). En cuanto a los indicadores de buen gobierno, comprobamos que, salvo en Uruguay, Chile o Costa Rica, las posiciones descienden, pues buena parte de los países se ubican en la segunda mitad de los rankings globales (por encima del 100). El índice de Gini muestra, con grandes variaciones, la elevada desigualdad económica de América Latina. Dieciocho de los 19 países analizados ocupan una posición percentil superior a 100. Uruguay (98) es la excepción, y Venezuela (200), el país con mayor desigualdad del mundo. La dimensión “seguridad” del Índice Mundial de Paz revela sin matices el nivel de inseguridad y violencia de la región, exceptuando Chile (52), Costa Rica (68), Uruguay (76), Paraguay (80) y Panamá (90). La posición general en el Índice de Brecha de Género es relativamente mejor, pues la posición percentil media de los países latinoamericanos sería la 77. Sin embargo, la igualdad de género en participación económica y oportunidades experimenta un brusco descenso, ya que el posicionamiento medio de la región estaría en el puesto 120. Finalmente, en el Índice de Capital Humano, como en muchos otros aspectos, América Latina ocupa posiciones en la segunda mitad del ranking.

En suma, no cabe la menor duda de que la región tiene un amplio margen de mejora en el desarrollo de su calidad societal.

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La felicidad de las personas

La tabla 3 muestra la posición de los países latinoamericanos en los rankings globales de la escala de Cantril, del índice de emociones positivas, de emociones negativas, y de satisfacción con la vida. Comparando estas posiciones con las de la tabla 2, se observa que los niveles de bienestar subjetivo en América Latina son más altos que los de calidad societal. Por ejemplo, 7 de los 19 países latinoamericanos están entre las 50 primeras posiciones del mundo en la escala de Cantril, y 17 entre las 100 primeras.

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Estos datos también muestran que los niveles de bienestar subjetivo varían mucho dependiendo de la medida que utilicemos, lo que establece un principio de prudencia metodológica a la hora de determinar cuál es el instrumento idóneo para medir la felicidad. En concreto, la posición percentil de los países latinoamericanos mejora muchísimo cuando se tienen en cuenta las emociones incluidas en el Índice de Emociones Positivas de Gallup (2019b) (reír/sonreír; disfrutar; ser tratado con respeto; estar descansado; hacer o aprender cosas interesantes). Sin embargo, cuando medimos la felicidad con base en emociones negativas (dolor físico; preocupación; tristeza; estrés; ira), las posiciones percentiles de los países latinoamericanos dejan de ser tan favorables. Esta pauta emocional asimétrica, también presente en la tabla 1, sugiere un cierto impacto y/o sesgo cultural. Ed Diener y Richard Lucas (2000: 61-62) afirman que los sentimientos positivos se experimentan con mayor frecuencia cuando son más valorados por la cultura, y que las normas tienen un mayor efecto sobre las emociones agradables que sobre las desagradables. Dado que algunos científicos (Bradburn, 1969) sostienen que la felicidad es un balance de emociones positivas y negativas, es evidente que aquellos instrumentos de medida que solamente incluyan emociones positivas sobreestimarán los niveles de felicidad.

La columna derecha de la tabla 3 nos da pie a considerar otro rasgo característico del modo en el que los latinoamericanos responden a preguntas sobre su felicidad: la pauta de la respuesta positiva extrema. Esta tendencia se manifiesta tanto en escalas Likert como numéricas. El porcentaje medio de la categoría positiva extrema “muy satisfechos” en la encuesta Latinobarómetro de 2017 es muy alto (33.5%). En la de 2013, el porcentaje de algunos países, como República Dominicana, Panamá, Costa Rica, Colombia, Honduras o Venezuela, es excepcionalmente alto, según vemos en la tabla 3. Asimismo, los datos de la Encuesta Mundial de Valores, 2010-2014, muestran que un 24.7% de latinoamericanos eligieron la categoría extrema “10” en una escala de satisfacción del 1 al 10, más del doble del porcentaje medio global en esta encuesta (11.7%). Este patrón también se aprecia en la escala de Cantril incluida en la Encuesta Mundial Gallup (Helliwell et al., 2018:15), así como en otros modelos de medición (Gallup y Healthway, 2014: 36).

Podría pensarse que esta pauta es resultado del sesgo conocido como respuesta extrema, o propensión de algunos entrevistados a elegir cualquiera de los dos polos de la escala propuesta (OECD, 2013: 206). Sin embargo, se distingue de este en que los latinoamericanos escogen solamente el extremo positivo, y solamente en el caso de emociones positivas. Cuando esto sucede, lo más probable es que la propensión tenga un fundamento cultural, es decir, que sea la expresión de una actitud (Exton, Smith y Vandendriessche, 2015: 21). Gaël Brulé y Ruut Veenhoven (2017) analizan el fenómeno de exceso de respuestas en la categoría “10” de una escala numérica con respecto a la categoría “9”, pauta que prevalece mucho más tanto en América Latina como en Oriente Próximo (Culpepper y Zimmerman, 2006). Concluyen que si este exceso de respuesta “10” es en parte debido a un efecto cultural, las puntuaciones medias de felicidad estarán infladas, lo que provocaría un sesgo en la medida de la felicidad (Brulé y Veenhoven, 2017: 867-868).

 
La paradoja latinoamericana de la felicidad

Con el objeto de ofrecer un compendio de la relación entre los indicadores de felicidad (tabla 3) y los de calidad societal (tabla 2), se ha estimado para cada país el Índice Sintético de Felicidad (ISF), que es la media aritmética de sus posiciones percentiles en los rankings de Cantril, de emociones positivas, y de negativas, y el Índice Sintético de Calidad Societal (ISCS), que es la media aritmética de los 11 rankings globales de calidad societal. También se ha calculado el Superávit Posicional de Felicidad (SPF). El SPF absoluto es la diferencia aritmética entre los índices de felicidad y de calidad societal. El SPF relativo calcula cuánto representa porcentualmente esa diferencia absoluta sobre la base del nivel de calidad societal de cada país. En otras palabras, teniendo en cuenta los dos rankings sintéticos de 200 países del mundo, el SPF nos dice cuántas posiciones está un país en el ranking de felicidad por encima del de calidad societal. Así, por ejemplo, vemos que Guatemala, en términos absolutos, tiene un superávit posicional de felicidad de 101, es decir, está 101 puestos por encima en el ranking de felicidad que en el de calidad societal. En términos relativos, su posición en felicidad es 69.7% mejor que la de calidad societal.

Los resultados de la tabla 4 muestran de modo incuestionable que en América Latina los niveles de felicidad se encuentran muy por encima de sus niveles de calidad societal, corroborando así la paradoja latinoamericana de la felicidad. Exceptuando el caso de Haití (SPFab=-22), todos los países de América Latina tienen una mejor posición en felicidad que en calidad societal. Por término medio, los países latinoamericanos están en el ranking de felicidad 39 posiciones por encima del de calidad societal. En términos relativos, su posición mejora por término medio 33%. Los datos también muestran que América Latina no es homogénea a este respecto, y que la correlación entre ambos índices es prácticamente nula (rho de Spearman = 0.21). Sin embargo, pese a la diversidad de los países, la gráfica 1 muestra una pauta clara. Su diagonal representa los puntos en los que felicidad y calidad societal coinciden, es decir, en los que no se observa ni superávit ni déficit de felicidad. Como vemos, todos los países, excepto Haití, se encuentran en situación de superávit, por encima de la diagonal.

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La estructura afectiva de la felicidad en América Latina y Europa

El análisis de los instrumentos habitualmente utilizados para medir el bienestar subjetivo, es decir, las escalas CSF y las preguntas sobre emociones positivas y negativas, nos han sugerido ya algunas pautas que podrían impactar o sesgar culturalmente los niveles de felicidad en América Latina que, como acabamos de ver, están muy por encima de sus niveles de calidad societal.

Este apartado analiza nuevos datos sobre la felicidad utilizando la estructura afectiva con la que se estima el Índice de Bienestar Emocional (IBE), un indicador compuesto que ya ha sido incorporado en algunas encuestas sociales latinoamericanas y europeas. La tabla 5 presenta datos sobre la frecuencia con la que los entrevistados en México, Uruguay, España y Europa sintieron algunos estados emocionales durante la última semana. La estrategia es comparar América Latina con Europa para, en primer término, confirmar o no las pautas ya detectadas de “emocionalidad asimétrica” y de “respuesta positiva extrema”, así como, en segundo término, comprobar si emergen algunas otras que pudieran sugerirnos posibles hipótesis explicativas de la paradoja. Se comparan dos países latinoamericanos, uno con un superávit relativo de felicidad muy elevado, México (75.4%), y otro con bajo, Uruguay (15.6%). También se incluyen los datos de España en virtud de su posible similitud cultural.

El IBE fue creado por Eduardo Bericat para ofrecer un modelo de medición del bienestar subjetivo más válido, robusto y fiable. Frente a las escalas univariables de Cantril, satisfacción o felicidad, el IBE es un modelo multivariable y multidimensional basado en una estructura afectiva de estados emocionales, tanto positivos como negativos, experimentados por las personas durante los últimos días. El índice retoma la tradición iniciada por Norman Bradburn (1969), incorporando a su marco conceptual tres teorías sociológicas de las emociones: la teoría socio-interaccional de Theodore Kemper (1978), la teoría de las cadenas de rituales interacción de Randall Collins (2004), y la teoría de la vergüenza y el orgullo de Thomas J. Scheff (1990). El lector puede encontrar una explicación detallada del marco teórico y de la operacionalización empírica del IBE en Bericat (2014), así como un amplio estudio sociológico sobre las desigualdades de bienestar emocional en Bericat (2018).

El modelo de medición del IBE es multidimensional, en el sentido de que asume que la felicidad de un individuo depende de la valoración subjetiva que haga de cuatro factores. En primer lugar, de las condiciones objetivas esenciales que configuran su situación de vida (factor situación), pero también, en segundo lugar, de las condiciones personales con las que las afronte el individuo, es decir, de su autoestima, su orgullo o fortaleza (factor persona). Depende, en tercer lugar, de los resultados del conjunto de interacciones sociales que mantenga con los otros relevantes (factor interacción) y, en cuarto lugar, del modo y grado de control o de poder que mantenga en relación con los principales elementos de su entorno (factor control).

En este modelo de medición, son los estados emocionales del sujeto los que señalan la valoración subjetiva que hace el individuo de cada factor: felicidad y disfrute, para el de situación; orgullo y optimismo, para el de persona; tristeza, depresión y soledad, para el de interacción; y calma, descanso y energía vital, para el de control. El modelo capta el nivel y el tipo de felicidad mediante la configuración socioemocional o conjunto de estados emocionales, sentimientos y afectos que caracterizan la experiencia de un sujeto, sea individual o colectivo, en el marco de una situación social determinada. Por estados emocionales se entienden no las miles de emociones momentáneas y transitorias que experimentamos a lo largo
de un solo día, sino aquellas emociones, estables y recurrentes, vinculadas con la posición social y al modo de vida de las personas, es decir, lo que Kemper (1978) denomina emociones estructurales.

Aunque la información de la tabla 5 puede dar lugar a muchas e interesantes interpretaciones, aquí nos limitaremos a comentar cuatro pautas que pudieran estar relacionadas con la paradoja latinoamericana de la felicidad. Dado que se ha observado cierta homogeneidad en el seno de las regiones culturales del mundo (Tov y Diener, 2007: 38), creemos que las pautas generales observadas en México y Uruguay pueden, con la prudencia necesaria, ser extrapoladas al resto de América Latina.

En primer lugar, comprobamos que los datos de la estructura afectiva corroboran la pauta de emocionalidad asimétrica en América Latina. La frecuencia con la que los latinoamericanos sienten o declaran sentir emociones positivas es superior a la de los europeos y españoles, como también demuestran Shinobu Kitayama, Hazel Markus e Hisaya Matsumoto (1995: 312). El informe de Gallup y Healthway (2014: 4) interpreta el hecho como una tendencia de la región a centrarse en las cosas positivas de la vida. Aunque resulta muy difícil determinar si nos encontramos ante un sesgo o ante un impacto cultural, lo cierto es que, según demuestran Brock Bastian et al. (2014: 641), una alta valoración de las emociones positivas, como sucede en los países latinoamericanos, está asociada con incrementos en los niveles de satisfacción con la vida. Además, esta valoración cultural de la positividad eleva la frecuencia de las emociones positivas, pero no parece afectar a quienes experimentan sentimientos negativos, lo que aumenta la desigualdad en felicidad. De hecho, en la tabla 5 vemos que la frecuencia de las emociones negativas (tristeza, depresión, soledad) es similar y, en el caso de México, muy superior, a la de los europeos.

En segundo lugar, estos datos también corroboran la pauta de respuestas positivas extremas. Esto es muy evidente en todos los estados emocionales positivos de la tabla 5. Por ejemplo, casi la mitad de los mexicanos (47%) dicen haberse sentido felices “siempre o casi siempre” durante la última semana. El porcentaje en Uruguay (36%) es también muy superior al de Europa y España (26%). En cuanto a disfrutar de la vida, las diferencias porcentuales también son muy notorias (50% y 40%, frente a 22% y 28%, respectivamente). Y una pauta similar se observa en los estados emocionales de tranquilidad, descanso o energía vital. Si agregamos los porcentajes de las dos categorías de mayor frecuencia (“siempre/casi siempre” y “bastantes veces”), veremos cómo las diferencias casi desaparecen.

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La pauta de la respuesta extrema puede contribuir a elevar las medias de felicidad en dos tipos de cómputo. Cuando se utilizan escalas numéricas, por el mero hecho aritmético de que la elección de la categoría “10” necesariamente eleva la media del conjunto de la población. También cuando los investigadores usan como único indicador del nivel de felicidad el porcentaje extremo de una escala Likert, por ejemplo, el de las categorías “muy feliz” o “muy satisfecho”. Puede que estas respuestas se correspondan con sentimientos de felicidad auténticamente altos, pero al parecer forman parte de una distribución alejada claramente de la normalidad estadística (Exton, Smith y Vandendriessche, 2015: 29).

En tercer lugar, es necesario subrayar una pauta muy relevante de la configuración socio-afectiva tanto de mexicanos como de uruguayos, quizás extrapolable al conjunto de América Latina. Los dos estados emocionales asociados al factor “persona”, esto es, al hecho de “sentirse, en general, bien conmigo mismo/a” (orgullo o autoestima personal), y al de “ser siempre optimista con respecto a mi futuro” (optimismo personal), ofrecen porcentajes extraordinariamente elevados, en nada comparables a los de España o Europa. Ambos porcentajes de “muy de acuerdo”, en México y Uruguay, más que duplican los de España y Europa. Estos datos revelan la pauta de la fortaleza del yo en América Latina, como también muestran otros estudios (Kitayama, Markus y Matsumoto, 1995; Suh, 2000). Estos estudios señalan que los altos niveles de orgullo son propios de culturas individualistas, como la estadounidense, mientras que en las culturales colectivistas, como las asiáticas, los individuos muestran mayor humildad (Exton, Smith y Vandendriessche, 2015: 14). De ahí que estos autores se sorprendan de los elevados niveles de orgullo de los latinoamericanos, al entender que la cultura de América Latina es colectivista y comunitaria. En cualquier caso, está sobradamente probado que altos niveles de orgullo y optimismo se correlacionan con altos niveles de bienestar subjetivo (Graham y Lora, 2009: 8; Exton, Smith y Vandendriessche, 2015: 15), por lo que la pauta de la fortaleza del yo podría explicar en parte la paradoja latinoamericana de la felicidad, bien sea debido a un sesgo, bien a un impacto cultural.

En último lugar, debemos prestar especial atención al hecho de que, en el caso de los tres estados emocionales del factor interacción, la tabla 5 muestra que, en los países latinoamericanos, y especialmente en México, el porcentaje de personas que durante la última semana se han sentido tristes, deprimidas o solas, “bastantes veces” o “siempre/casi siempre”, supera a los porcentajes europeos. Recordemos que México es uno de los países latinoamericanos, junto a Panamá y Paraguay, con un índice de emociones positivas más alto, según datos de la tabla 3 (83.8, 84.8, y 84.8, respectivamente). Uno de cada cinco mexicanos está triste, deprimido y solo, lo que en cierto modo contradice la idea de una felicidad nacional tan elevada, según parecen mostrar todos los estudios. El factor de “interacción” se corresponde con el “estatus” que, junto con el “poder”, configuran las dos dimensiones básicas de la sociabilidad en la teoría socio-interaccional de Kemper (1978). Para este autor, el estatus de una persona se nutre de las recompensas que los demás le otorgan voluntariamente en forma de aquiescencia, reconocimiento, afecto, admiración, respeto, cariño, amor o apoyo desinteresado (Bericat, 2014: 602). Por este motivo, la pauta de relación social que nos sugieren estos datos no se ajusta a la idea, ampliamente aceptada en la literatura sobre el bienestar subjetivo en la región, de que las relaciones sociales en América Latina se caracterizan tanto por su abundancia como por su calidad. Si fuera así, los estados emocionales del factor interacción, tanto en México como en Uruguay, deberían ser mucho más positivos de lo que son. En suma, las informaciones que procura este modelo de medición de la felicidad nos ofrecen un nuevo motivo para la reflexión, el análisis y, en su caso, la verificación de hipótesis.

 

Hipótesis explicativas de la paradoja latinoamericana de la felicidad

El análisis de la configuración socio-afectiva de la felicidad en México y Uruguay ha revelado la existencia de cuatro pautas: emocionalidad asimétrica, respuesta positiva extrema, fortaleza del yo, y relación social. Estas pautas nos han sugerido potenciales hipótesis explicativas de la paradoja que estamos considerando: cantidad y calidad de las relaciones sociales; contento/alegría; orgullo; comparación social descendente. Si la investigación empírica posterior lograra corroborar o rechazar estas hipótesis, ampliaríamos nuestro conocimiento y nuestra comprensión del bienestar subjetivo en América Latina, así como de la felicidad humana en general.

Sin embargo, nuestro objetivo es mucho más limitado, pues sólo expondremos algunas consideraciones teórico-metodológicas suscitadas por el análisis de la paradoja. En cualquier caso, creemos que la formulación de hipótesis es extraordinariamente fructífera para la investigación social porque: 1) genera nuevas preguntas; 2) nos incita a imaginar explicaciones o compresiones de los hechos; 3) fija focos de análisis, discusión y debate; 4) nos anima a diseñar e implementar demostraciones empíricas.

La finalidad de este apartado es sintetizar los fenómenos, procesos y relaciones básicas implicadas en cada una de las cuatro hipótesis consideradas, promover la generación de nuevas ideas, planteamientos teóricos e hipótesis, e impulsar la reflexión científica y pública en torno a la felicidad.

 
Hipótesis de cantidad y calidad de las relaciones sociales

La hipótesis de las relaciones sociales ha sido presentada en varios trabajos por el economista Mariano Rojas (2016, 2018), impulsor de los estudios del bienestar subjetivo en América Latina, y por el sociólogo Pablo Beytía (2016). Respecto al problema metodológico de medición que plantea la paradoja, estos autores no cuestionan el hecho de que la felicidad en América Latina sea más alta. De aquí que el problema estribe en buscar un factor explicativo del grado de felicidad que experimentan los latinoamericanos. En primer término, constatan que algunos factores tradicionalmente asociados con el bienestar subjetivo, como los ingresos, la salud, la confianza institucional o la educación, tienen un menor poder explicativo en la región que en países más desarrollados. Concluyen que es la cantidad, la densidad y la calidad de los vínculos sociales primarios en América Latina lo que explica esta aparente paradoja.

Para Rojas, la paradoja constituye una prueba de que los recursos materiales y económicos no tienen un papel tan determinante en la vida de los latinoamericanos, así como de la importancia que los bienes relacionales tienen para el bienestar subjetivo (Rojas y Martínez, 2012). Los modelos explicativos convencionales, inspirados en una cultura de bienestar material, omiten o relegan otros factores causales, quizá tan o más importantes que los materiales (Beytía, 2018). Para estos autores, la cultura latinoamericana gravita en torno al fomento de relaciones sociales primarias, cálidas y cercanas; a la centralidad de la familia, tanto de la nuclear como de la extensa; y a la vivencia y expresión de las emociones promovidas por un régimen afectivo particular (Rojas, 2018: 117). Tras constatar mediante encuestas que el grado de familismo en las sociedades latinoamericanas es superior al de otras, concluye que “la abundancia y calidad de relaciones interpersonales cercanas, cálidas y genuinas”, y la satisfacción que manifiestan en el ámbito social y familiar, “explica el extraordinariamente alto nivel de emociones positivas en la región, así como una valoración de la vida por encima de lo esperado” (Rojas, 2018: 140).

Rojas muestra una gran prudencia metodológica al sugerir, primero, que es preciso investigar más a fondo la situación afectiva de la región (2018: 127), y segundo, al señalar que son muy escasas las investigaciones sobre la relación entre la cantidad y la calidad de las relaciones sociales en el contexto latinoamericano. El familismo presupone mayor cantidad, densidad y solidez de los vínculos, pero no necesariamente su mayor calidad. La fortaleza de los vínculos sociales en Japón es muy elevada, y no por ello su nivel de felicidad es muy alto. Graham (2011: 115), por ejemplo, señala que, en ausencia de una red pública de seguridad, las relaciones sociales y familiares constituyen un recurso básico de las clases pobres para el manejo de la precariedad y la vulnerabilidad. Aunque tanto Rojas como Beytía presentan datos del alto nivel de felicidad, junto a datos de la centralidad de las relaciones primarias y familiares en América Latina, con ello la conexión causal no queda demostrada. Por último, analizando la estructura afectiva de México y Uruguay (tabla 5), hemos observado una pauta emocional que no avalaría esta hipótesis. El porcentaje de latinoamericanos que experimentan sentimientos negativos, correspondientes a la dimensión de estatus de Kemper (tristeza, depresión y soledad), es más alto que en España y Europa.

Teniendo en cuenta que esta dimensión señala el balance de los resultados de nuestras interacciones sociales, quizá no sea la calidad de las relaciones sociales el factor explicativo más importante de la paradoja de la felicidad. Por tanto, es imprescindible seguir investigando los modelos de sociabilidad en América Latina, así como su influencia en la felicidad.

 
Hipótesis del contento/alegría

El hecho de que el nivel declarado de emociones positivas sea tan alto, y muy diferente al de emociones negativas, lo que hemos denominado pauta de emocionalidad asimétrica, induce a pensar que la cultura latinoamericana configura en las personas, bien un patrón peculiar de experiencia emocional, bien una guía característica de expresión emocional. Arlie Hoschschild (1990) distingue entre normas emocionales (feeling rules) y normas de expresión emocional (expression rules). Si la cultura fomenta un modo de sentir, diríamos que ejerce un impacto cultural, pero si sólo condiciona la manifestación pública de las emociones, estaríamos frente a un sesgo cultural. Dado que las normas culturales definen qué sentimientos debemos expresar en cada situación, las emociones declaradas en una encuesta también estarán sometidas a procesos de regulación.

Por tanto, bien se trate de una cultura emocional auténtica, bien de una cultura expresivo-emocional, cabría recurrir a la hipótesis del contento/alegría para explicar la paradoja de la felicidad. La cultura latinoamericana tiende a poner mayor énfasis en los sentimientos positivos, valorando las emociones agradables como más deseables y apropiadas (Scollon et al., 2004; Gallup y Healthway, 2014; Tov y Diener, 2007). Es sabido que las emociones más deseables se experimentan con mayor frecuencia que las inapropiadas, y que correlacionan más intensamente con la felicidad (Tov y Diener, 2007: 21). No puede ser casual que, en los rankings de la Encuesta Mundial Gallup, 10 países de América Latina se encuentren entre los 20 primeros países del mundo tanto en “disfrute” como en “risa/alegría”, o que 16 de ellos se encuentren entre los 60 primeros (Gallup, Inc., 2019b). Tampoco puede ser producto del azar el que ocupen altos puestos en los rankings de emociones positivas, pero no sea así en los de negativas. El hecho de que, según hemos visto, opten también en una proporción extraordinaria por señalar respuestas positivas extremas apoyaría esta misma hipótesis.

En este ámbito, la dificultad aparece cuando pretendemos explicar las causas de este contento, pues pueden ser tanto genuinas como espurias. Estudios psicosociales (Zubieta et al., 1998), basados en los trabajos pioneros de Geert Hofstede sobre culturas nacionales (1989, 1991, 2011), relacionan las diversas características socioculturales de un país con el tipo de estructura afectiva que promueve entre sus miembros. Así, en claro contraste con la sociedad estadounidense, América Latina se distingue por, entre otros rasgos, una alta distancia jerárquica (relación vertical, distante y respetuosa con la autoridad), un alto control y evasión de la incertidumbre (control de la agresividad en el trato con los otros, cortesía extrema), y por un alto grado de colectivismo (primacía de la comunidad y del familismo). Estos rasgos podrían estar relacionados con una cultura emocional que promueve la expresión de los afectos positivos.

Las culturas con gran distancia jerárquica tienden hacia el fatalismo, el estoicismo, la resignación y la aceptación del sufrimiento, lo que contribuiría, debido al bajo nivel de aspiraciones y expectativas, a la cultura del contento. La lógica del respeto al otro, vinculada a la distancia jerárquica y al orgullo personal, implicaría reprimir las emociones negativas en la interacción con los demás. Y la cortesía extrema que promueve estaría vinculada con la expresión de emociones positivas. De igual modo, en algunas culturas colectivistas, como la latinoamericana, en la que se otorga una importancia clave a las relaciones primarias en el seno de los grupos sociales, se impone la simpatía como guión afectivo prototípico basado en la expresión de emociones pro-sociales, en la evitación del conflicto, en la comprensión y en la empatía afectiva.

Es obvio que este tipo de consideraciones constituyen sólo conjeturas plausibles que reclaman una corroboración empírica sólida, y por ello es imprescindible seguir estudiando las conexiones entre las estructuras afectivas de los latinoamericanos y su felicidad. Creemos que, pese a la íntima conexión que mantienen la alegría y la felicidad, sería un error confundir ambos sentimientos.

 
Hipótesis del orgullo

Las estructuras afectivas de México y Uruguay han revelado que el orgullo y el optimismo personal de los latinoamericanos es extraordinariamente alto, tal y como señalan también otros estudios. Christie Scollon et al. (2004: 311) compararon las experiencias emocionales de grupos japoneses, indios, asiático-americanos, hispanos y europeo-americanos. En general, observaron que los hispanos experimentan una mayor cantidad de emociones positivas, pero la diferencia en el caso del orgullo era abrumadora, como se muestra en la tabla 5. Esta diferencia es tan elevada que, en el caso de que pudiera ser extrapolada a toda la región, solamente puede ser atribuida a un rasgo del carácter o ethos latinoamericano. En el supuesto de que sea así, deberíamos preguntarnos: ¿Es posible que un elevado concepto de sí mismo, un alto grado de autoestima u orgullo, o un inquebrantable optimismo personal, esto es, la pauta que denominamos como “fortaleza del yo”, esté determinando el alto nivel de felicidad que ofrecen las encuestas en América Latina? Probablemente sí, sería nuestra respuesta. Por un lado, muchas investigaciones psicológicas prueban la gran influencia que tienen la personalidad y los rasgos del carácter en el logro de la felicidad (Diener et al., 1999; Graham y Lora, 2009: 8). Por otro, hemos comprobado que existe correlación entre estar “muy orgulloso”, o ser “ser muy optimista”, y el nivel de felicidad. Por ejemplo, los entrevistados de la Encuesta Social Europea (2006-2012) que se declaran “muy” orgullosos de sí mismos, o los personalmente optimistas, duplican el porcentaje de “totalmente felices” (personas que seleccionan la categoría “10” de la escala). En resumen, creemos que el alto nivel de autoestima, orgullo y optimismo personal de los latinoamericanos eleva los niveles de felicidad que declaran en las encuestas.

Desde una perspectiva sociocultural, sorprende observar un nivel de autoestima tan extraordinario en el seno de una cultura colectivista, como es la latinoamericana. Markus y Kitayama (1991) sostienen que las culturas modelan nuestras emociones, así como también nuestras concepciones del yo. Las culturas individualistas ven la persona como independiente de los otros, mientras que las colectivistas la ven como interdependiente con los otros (Kitayama, Markus y Matsumoto, 1995). Las culturas colectivistas suelen reprimir las manifestaciones de orgullo personal porque establecen distancias sociales y morales con los demás, separando al individuo de la comunidad. Sin embargo, ha de tenerse en cuenta que existen dos tipos de orgullo (Scheff, 1990): el ilegítimo y otro que en castellano solemos denominar como “legítimo orgullo”. El ilegítimo se sustenta sobre la soberbia y el desprecio del superior hacia el inferior, así como sobre la deferencia y el respeto con los que las personas deben dirigirse al superior. Obviamente, este orgullo establece fronteras emocionales entre los sujetos, siendo típico de sociedades con alta distancia jerárquica. Por el contrario, el “legítimo orgullo” se nutre de los valores aceptados por el grupo, celebrando los logros individuales de los miembros del grupo cuando se ajustan a las normas sociales. El legítimo orgullo y la vergüenza constituyen recursos clave de orden e integración social en las sociedades colectivistas. De ahí que la presentación pública de la persona esté regida en ellas por una “cultura de honor” y de la “dignidad personal” (Peristiany, 1968; Fisher, Manstead y Rodríguez, 1999), típica de los países mediterráneos, y operante también en la cultura latinoamericana.

A tenor de lo dicho, sería de crucial importancia investigar la naturaleza del orgullo, del optimismo y de la fortaleza del yo de los latinoamericanos, así como su relación con la felicidad. También sería necesario comprender mejor los vínculos entre el orgullo y el optimismo personal, por un lado, y el orgullo y el optimismo colectivo, por otro. Una cuestión clave sería conocer si el alto concepto de sí mismo está armónicamente integrado en el contexto social o si, por el contrario, constituye una forma de alienación, afirmación y distanciamiento respecto del grupo o de la comunidad. De confirmarse el supuesto de la desafección política, es decir, el de la desvinculación afectiva entre la fortaleza del yo y el bien común, América Latina se estaría enfrentando a un problema crucial.

 
Hipótesis de la comparación social descendente

América Latina es una de las regiones del mundo con mayores niveles de desigualdad económica y social. Los datos del Índice Gini presentados en la tabla 2 así lo indican, y todos los informes sociales nacionales e internaciones consideran la desigualdad como un rasgo estructural clave de las sociedades latinoamericanas. Al mismo tiempo, los estudios prueban que es una de las regiones con mayores niveles de desigualdad de felicidad del mundo (Gandelman y Porzecanski, 2013; Gandelman, 2016; Helliwell et al., 2020: 31). Como se ha mencionado anteriormente, esta diversidad sería compatible con la pauta de emocionalidad asimétrica, pero también con la de la respuesta positiva extrema. Una tercera característica hace referencia a los ingresos y al estatus relativo. Diversos estudios han demostrado que América Latina es una de las regiones en las que más efecto tiene el ingreso relativo sobre la felicidad (Graham y Felton, 2006; Rojas, 2019). Los latinoamericanos parecen estar más preocupados por las diferencias relativas de ingresos, es decir, las que mantienen respecto a otros miembros de sus grupos de referencia, que por las diferencias absolutas.

La investigación nos dice que la satisfacción con la vida y la felicidad depende en muy buena medida de con qué otras situaciones comparemos la nuestra y, en particular, de cuáles sean los grupos sociales que tomemos como referencia (Kemper, 2016). En un contexto de desigualdad social, las personas tienen dos opciones: compararse con quienes se encuentran en mejor situación que ellos (comparación social ascendente), o con quienes sean menos afortunados (comparación social descendente). La teoría asume que, en general, la comparación social descendente aumenta la satisfacción con la vida de las personas, aunque ello depende de muchos otros factores, como su nivel de autoestima. El incremento de la desigualdad, así como el hecho de que otros mejoren, puede tener un efecto negativo sobre la satisfacción si las personas lo experimentan como envidia. Pero el avance del prójimo también puede ser leído como un mensaje de que las cosas están mejorando y que, finalmente, esa mejora acabará afectándole. Cuando el incremento de la desigualdad tiene un efecto señal, y es vivido como esperanza, eleva el bienestar subjetivo (Lora, 2008; Graham y Felton, 2006; Ateca-Amestoy, Cortés y Moro-Egido, 2014).

Los informes sobre condiciones de vida en América Latina ponen de manifiesto la precariedad y la gran desigualdad social existente (CEPAL, 2016, 2017). Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), “en 2016 el número de personas pobres en América Latina llegó a 186 millones, es decir, el 30.7% de la población, mientras que la pobreza extrema afectó al 10% de la población, cifra equivalente a 61 millones de personas” (CEPAL, 2017: 88). De acuerdo con su sentimiento de pertenencia, los latinoamericanos se identifican con las siguientes clases sociales: baja, 26%; media-baja, 31%; media, 38%; media-alta, 4%, y alta (1%) (CEPAL, 2014: 111). Y según la CEPAL, el porcentaje de personas que viven en “tugurios” o viviendas muy precarias es, por término medio, del 24%.

Carol Graham y Andrew Felton (2006: 120) mantienen que en América Latina la desigualdad no se interpreta como señal de progreso, sino más bien como prueba del persistente avance de los ricos y de la persistente desventaja de los pobres. Así, en el escenario de esta gran desigualdad, en el que los fondos sociales de pobreza se perpetúan, sería importante conocer qué grupos de referencia utilizan los latinoamericanos al establecer el balance global de sus vidas. Pues bien, en una estructura social caracterizada por altos grados de desigualdad, precariedad y vulnerabilidad, puede que una buena parte de la población utilice como referencia la situación de grupos sociales con condiciones de vida mucho más precarias que las suyas. De ser así, el mecanismo de la comparación social descendente explicaría en parte los altos niveles de bienestar subjetivo y, por tanto, la paradoja latinoamericana de la felicidad.

Sin embargo, dado que las diferentes clases sociales experimentan distintas estructuras afectivas y aplican distintas jerarquías axiológicas en sus evaluaciones de bienestar (Graham y Lora, 2009; Graham y Nikolova, 2018), también puede suceder que las clases sociales utilicen, según los casos, la comparación social descendente o ascendente. A este respecto, lo importante sería abordar nuevos estudios sobre la estratificación social del bienestar emocional, para tratar de reducir la gran desigualdad de felicidad existente en la región.

 

Conclusión: la naturaleza de la felicidad y el progreso social

Sigmund Freud nos legó en sus estudios sobre la ansiedad una idea clave para comprender la naturaleza de las emociones, idea retomada posteriormente por científicos sociales como Arlie Hochchild o Thomas Scheff. Todas las emociones cumplen una función de señal, esto es, informan al sujeto de algo vitalmente importante en su relación con el entorno. Es decir, “las emociones constituyen manifestaciones corporales de la relevancia que un hecho del mundo natural, social o personal tiene para un determinado sujeto, sea individual o colectivo” (Bericat, 2016: 493).

Por tanto, cabría preguntarse de qué nos informa la felicidad, qué función de señal cumple. El filósofo Emilio Lledó (2011: 63) ofrece una idea clave acerca de su naturaleza: “La felicidad emerge de un permanente estado de vigilia en el que, a distintos niveles de conciencia, se plantea la necesidad de una correspondencia entre la posibilidad y la realidad,2

 entre la armonía del cuerpo y el espacio histórico concreto, donde este se desarrolla y alienta”. Esto es, la felicidad comunica al sujeto el balance, el estado de equilibrio o desequilibrio entre, por un lado, sus posibilidades en el momento presente, y por otro, la realidad efectiva de su existencia. La felicidad no es una cantidad de algo, sino una relación entre dos elementos, una ratio. De ahí que Schopenhauer argumente que carece de sentido hablar del numerador sin tomar en cuenta el denominador. La idea aristotélica de la felicidad, o eudemonia, está vinculada con la areté o virtud, orientada al logro de la excelencia acorde con la naturaleza racional y ética del ser humano. Esta idea de la felicidad, producto necesario de la tensión que emerge entre posibilidad y realidad, también inspira la perspectiva sobre el desarrollo humano de Amartya Sen, basada en el contraste entre los funcionamientos, lo que el ser es y hace, y las capacidades u oportunidades para elegir libremente los funcionamientos.

La dialéctica de la felicidad, provocada por la inagotable tensión entre realidad y posibilidad, entre felicidad e infelicidad, entre esperanza y desesperación (Neves, 2003), se despliega necesariamente a lo largo del tiempo, desempeñando un papel clave tanto en la realización de las personas como en el desarrollo de las sociedades. Los sentimientos de felicidad o infelicidad centran la atención del sujeto en el balance de su existencia como ser en el mundo, estimulando constantemente procesos de auto-
evaluación. Por ello sostenemos que la felicidad es la emoción autorreflexiva por excelencia.

En este punto, cada uno puede hacer su propio experimento mental, consistente en posar sobre uno de los platillos de la balanza tanto el nivel y la calidad de vida de las personas, como la calidad de las sociedades en América Latina, posando en el otro platillo tanto su potencial humano como sus posibilidades de desarrollo económico, político y social. Basta esperar un poco hasta que se detenga el fiel de la balanza para conocer cuál es nuestro grado de felicidad al considerar América Latina, en su conjunto, como un sujeto social.

Desde la perspectiva de una sociología pública, creemos que el estudio de la felicidad no puede corresponder en exclusiva a los científicos sociales, volcados en la tarea de determinar con exactitud numérica cuál es el nivel de bienestar subjetivo de cada país. La felicidad es un espejo en el que se refleja la imagen de lo que podemos y queremos llegar a ser. Por ello reclama una profunda reflexión colectiva y un intenso debate público.

 

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Recibido: 31 de marzo de 2020

Aceptado: 26 de abril de 2021

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