Universidad Nacional Autónoma de México • Instituto de Investigaciones Sociales

 

Productivist language, knowledge and academic achievement in social sciences

Rodolfo Masías Núñez**

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**Doctor en Ciencia Social con especialidad en Sociología por El Colegio de México. Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes, Programa de Sociología. Temas de especialidad: sociología del conocimiento y la ciencia. Calle 1 18A-10, Bogotá, Colombia.

* Este artículo es un resultado planificado del programa de investigación “El investigador social en Colombia: producción, productividad, reconocimiento y celebridad”, que data de 2010. Es un programa reconocido por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes. Durante estos años el programa ha publicado, de acuerdo con su plan de trabajo, varias de sus investigaciones: Masías, 2012, 2013, 2014, 2017, y Masías y Aristizabal, 2019a, 2019b.

 

Resumen: Este artículo deconstruye el sentido y explica la existencia del lenguaje utilizado en las ciencias sociales para referirse a las prácticas de la consumación académica, como publicar libros o artículos. A este lenguaje se le denomina “lenguaje productivista”, porque concibe la consumación como “producción académica”, a sus resultados como “productos” y a la dedicación y asiduidad como “productividad”. Sus postulados o hallazgos se exponen al estilo de un ensayo y en la perspectiva típico-ideal weberiana. Se concluye que asistimos, por la supremacía del lenguaje productivista, a un fenómeno profundo de resignificación de la razón de ser de las ciencias sociales.

Palabras clave: campo académico, ciencias sociales, conocimiento, lenguaje, productividad académica.

Abstract: This article deconstructs the meaning and explains the existence of the language used in the social sciences to refer to the practices of academic consummation, such as publishing books or articles. This language is called “productivist language”, because it conceives consummation as “academic production”, its results as “products” and dedication and assiduity as “productivity”. Its postulates or findings are presented in the style of an essay and in the ideal-typical Weberian perspective. It is concluded that, due to the supremacy of the productivist language, we are witnessing a profound phenomenon of resignification of the raison d’être of the social sciences.

Keywords: academic field, social sciences, knowledge, language, academic productivity.

 

Para las ciencias sociales, el lenguaje ha sido una realidad, un asunto o un factor de la mayor importancia, una cuestión clave. Se le ha prestado atención desde el comienzo, es decir, desde esas épocas que se reconocen convencionalmente como del aparecer de estas disciplinas1 Tomado a modo de expresión social, se han servido del lenguaje para otear una sociedad, descifrar una cultura o caracterizar una política. Debido a su reconocido potencial de control y alienación, se le ha considerado de las herramientas más estratégicas en la consecución de la emancipación y la liberación2 Este, el lenguaje, ha sido visto a la manera de un campo de batalla también, un terreno de lucha por la hegemonía ideológica y cultural3 En verdad, entonces, ha estado en el centro de cualquiera de los proyectos de ciencias sociales (si es mejor decirlo así) habidos sin excepción.

Las ciencias sociales, aunque no aisladas porque al menos ahí han estado la filosofía y la propia lingüística más reciente, muy conscientes de los equívocos y las imposturas del “lenguaje en uso”, han desarrollado sugestivas propuestas de un lenguaje superior, más elocuente y preciso para reemplazar o llenar un supuesto vacío de expresión existente.4 Estos proyectos de ciencias sociales han creído en el progreso lingüístico, en la posibilidad de una cada vez más cabal comunicación humana.5 En ocasiones ha sido tan inmensa y severa la línea que han interpuesto entre un lenguaje científico (o de las ciencias sociales) y el llamado lenguaje corriente, y tan lejos han llevado este cometido, que han engendrado el fenómeno de la existencia de un lenguaje para iniciados, discriminador por inalcanzable.

Una línea abismal, en este caso lingüística, se ha tendido entre las ciencias sociales y la sociedad.6

A esta historia de la relación pasional y obsesiva de las ciencias sociales con el lenguaje la llamaremos “la conciencia masiva del lenguaje en las ciencias sociales”. En efecto, las ciencias sociales han sido cada vez más escrupulosas con el lenguaje y a la sociedad la han hecho, por decirlo así, cada vez más responsable del mismo. En esta suerte de movimiento social conceptual que es la conciencia masiva del lenguaje y quizá en lo que fuera su versión más reciente, se siente el influjo del llamado giro lingüístico, con su insistente emplazamiento a entender el lenguaje como un mundo o el mundo mismo, según sea el exponente que tengamos en mente de esta concepción; por supuesto, está ahí el espíritu  econstructivista con su afán por desentrañar el discurso en el texto;7 y no puede dejar de mencionarse la presencia de las posturas posmodernas que fueron capaces de asimilar los discursos académicos como relatos o narrativas y nada más.8 Más recientemente, intelectuales del giro decolonial han invitado a cambiar el lenguaje de las ciencias sociales, debido a sus complicidades con la colonialidad (Castro-Gómez y Grosfoguel, 2007).

Sin embargo, frente a lo que se denominará aquí “lenguaje productivista de la realización académica”, toda esta conciencia, que es prácticamente de la historia íntegra de las ciencias sociales, parece no haber podido operar.9 Si bien en la tercera sección se caracterizará más a plenitud el lenguaje productivista, diremos por el momento, con el fin de hacer comprensible la argumentación, que este lenguaje totalizante es aquel que se ha instaurado (implantado, normalizado) para categorizar y denominar necesariamente el conjunto de prácticas que corresponden a la consumación, a la concreción


de la praxis o a la coronación del quehacer académico, según se le quiera conceptualizar. Hablamos en la actualidad, y cuesta mucho no hacerlo, de “producción académica”, de la “producción de los investigadores”, de los “productos” que hacen y que deben hacer, de las “estrategias eficaces” en la consecución de tales productos, de “portafolios” docentes. Hablamos también muy frecuentemente de “rankings” y de “índices”; hablamos del “impacto” de un libro o un artículo. Este lenguaje no se superpone, viéndolo bien, sólo sobre lo que podríamos llamar los resultados de la actividad académica, sino que se asienta sobre el conjunto de la existencia del académico y del mundo correspondiente tomado como un microcosmos. Es por eso por lo que es un lenguaje y no tan sólo un vocabulario o léxico; no tiene los visos de una moda, tampoco; podría constituir todo un régimen en una consideración foucaultiana.10 Sin embargo, muchos elementos parecen indicar que es también un relato, una gran narrativa de esas que denunciara François Lyotard.11 Esta aclaración es crucial en la captación del objetivo de este artículo, puesto que su aproximación inmediata al lenguaje se torna una puerta de entrada al conocimiento de una realidad mucho más compleja, necesaria de tratar en la evolución propia de la reflexión.

Sobre por qué en las ciencias sociales se habla muy naturalmente de la obra de alguien como de su “producción” y de la intensidad y frecuencia de la realización de un académico como de su “productividad”, y de las formas como concreta su trabajo de “productos”, falta dilucidación. Toda conjetura es válida y útil. De eso se trata en este momento actual, de procurar explicaciones, quizás hipótesis, que abran una senda de estudios y reflexión. A este cometido se suma esta investigación; pese a que, además, primigeniamente todavía, se aúne a la labor de desarrollar una alternativa al lenguaje imperante, un lenguaje-otro, como se acostumbra a pronunciar entre los adeptos del giro decolonial.12 No obstante, desde un punto de vista más académico, este trabajo está en diálogo y debate con las perspectivas cienciométricas y bibliométricas que asumen con naturalidad y realismo tal lenguaje, donde es tomado simplemente como si fuera una jerga técnica inocua. Como conviene situar los ámbitos de investigación en que tiene asidero el artículo, cabe localizarlo, sin duda, en los estudios sociales de la ciencia, la sociología del conocimiento y esa línea principal que es la reflexión sobre las ciencias sociales. Todos estos ámbitos o líneas son los referentes infaltables del programa de investigación del que resulta este logro o realización.

Este artículo representa un trabajo de síntesis sobre una labor continuada de investigación teórica y empírica plasmada en varios artículos académicos publicados. En esta experiencia fueron surgiendo ideas e intuiciones que merecían ser sistematizadas y comunicadas narrativamente. Como trabajo de reflexión y conceptualización sintética, no quiere presentarse como un ejercicio de clausura. Por el contrario, el plan es que dé lugar a otras nuevas investigaciones que contrasten, refuercen o cuestionen sus postulaciones. Metodológicamente, entonces, las tesis que aquí se exponen surgen de la combinación de diversas fuentes de información: las que provienen del programa y son de su propiedad, como de las que son mostradas a lo largo de la exposición del artículo, preferentemente en notas al pie. Se trata de una investigación que se propone contribuir a la cuestión con un tono más conjetural y reflexivo, tanto que, coherente con este deseo, estos hallazgos se expongan al estilo de un ensayo.

Esta última expresión, el ensayo, es probable que provoque cierta confusión; más cuando se conjuga con la expresión “investigación”. El escrito que el lector tiene en sus manos deriva de querer expresar la investigación efectuada en la forma literaria del ensayo. Es una licencia sobre este concepto, quizás, en tanto el género ensayo como tal es la encarnación por excelencia del desarrollo simultáneo del pensamiento y la escritura. Se piensa y se escribe, se escribe y se piensa. Y así, en ese tejido, da a luz un objeto que es creación en la creación. En el artículo las cosas no fueron necesariamente de esa manera: sobre una diversidad e inmensidad de información, había que volver o subir el pensamiento a una altura que permitiera ver todo más integralmente.

 

Hipótesis sobre la encarnación o naturalización del lenguaje productivista en las ciencias sociales

Algunas voces cuestionadoras de la situación actual del lenguaje en el entorno académico de las ciencias sociales (aunque sabemos que la situación es similar para todos los académicos) critican tal vez sólo los excesos de este que bien podría llamarse “nuevo orden académico”. Es decir, se denuncia que una producción de un profesor esté erróneamente precisada, que hay errores de contabilidad y medición de una metodología insuficiente (Archamabult et al., 2006); que asistamos a unas excesivas e injustificadas exigencias de productividad, o que ciertos productos no tengan reconocimiento y legitimidad académica cuando deberían tenerlos (Cortés, 2013).13 No obstante, parecen ser más críticas internas que no se asemejan a dudar del sistema completo, lo que equivale, en la discusión que se abre aquí, a no cuestionar el lenguaje. Para exponerlo con más precisión, la crítica interna habida no toca al lenguaje.14

Ciertamente, para determinados proyectos de las ciencias sociales no tendría por qué ser una obligación cuestionar radicalmente el lenguaje imperante (su propio “lenguaje en uso”). La conciencia masiva del lenguaje operaría sólo bajo determinadas condiciones, pero no tendría sentido cuando hubiera consenso. También podría decirse que en estos proyectos la conciencia masiva del lenguaje es una obligación para los fines estrictamente de investigación y no para desarrollar una autorreflexividad.15

Al lado de estos proyectos en ciencias sociales están los otros, los más críticos, por decirlo así. Cuando estos proyectos más radicales dejan el lenguaje productivista intacto porque lo reproducen tal cual, la contradicción se hace no sólo evidente, sino que se agudiza. Se torna, en apariencia, un absurdo de una enorme inconsecuencia doctrinal.16

¿Qué puede estar pasando? ¿Es mera inconsecuencia? Y si la contradicción develada es tal, ¿por qué los académicos son contradictorios? ¿Por qué el lenguaje productivista se ha naturalizado? ¿Por qué tiene este lenguaje el poder de contener (copar), representar y determinar la praxis de la academia? ¿Por qué existe o por qué se da la práctica de este lenguaje? ¿Se encuentra la razón en el lenguaje mismo, en su composición significativa y simbólica? Los estudios sociales del conocimiento, que no son sólo sociología del conocimiento, prestan valiosos recursos conceptuales y teorías para abordar, en el sentido de reflexionar y discernir, sobre la cuestión que es un problema contemporáneo decisivo de las ciencias sociales.17 La contribución que prestan los estudios sociales del conocimiento empieza a hacerse patente desde el momento mismo en que los académicos son presupuestos, postulados teóricamente, como sujetos corrientes y hasta legos, no como una categoría especial de actores sociales.18 Con esta premisa, en adelante podrían plantearse varias conjeturas sobre lo que se puede denominar, de modo laxo, existencia, reproducción, implantación, naturalización, rutinización, normalización del lenguaje productivista, y correlativamente, sobre la supuesta inoperancia de la conciencia masiva del lenguaje en las ciencias sociales.

En lo que sigue de esta sección, en efecto, se sugerirán y plantearán algunas hipótesis, no con el fin de contrastarlas —eso será motivo de un estudio posterior—, sino como un antecedente y un contexto de la que se abordará más a fondo en la sección siguiente; asimismo, como un recurso narrativo que facilite la empatía con el texto y sus postulados. Todas estas hipótesis son plausibles, ciertas y hasta complementarias, saliéndose de una racionalidad científica que exige la verdad como una conclusión y no como un antecedente. La hipótesis que se desarrollará más a fondo tiene, no obstante, la cualidad de ser la menos explorada y manifestarse a la vez como la más desafiante.

Hipótesis 1: esta hipótesis se posa puntualmente en la situación de por qué las ciencias sociales no han sido inmunes al lenguaje productivista para, desde ahí, entender las conductas y actitudes existentes en la academia.19 Hemos asistido durante los últimos 20 años, quizás, pero más en la última década, a un fenómeno expansivo de reproducción de este lenguaje, sea para conceptualizar, codificar o denominar el universo de acciones que conforman la praxis académica. La impresión es que ha habido, indiferenciadamente, anuencia, y hasta acatamiento, en unas medidas no correspondientes a un ideal de ciencias sociales que las presenta como una manifestación de pensamiento crítico por antonomasia. Hay que analizar lo que ha ocurrido frente al lenguaje imperante: ¿conformidad, aprobación, aquiescencia, autorización, beneplácito, complacencia, condescendencia, licencia, venia? Nuestro idioma tiene una variedad inmensa de palabras que significan no sólo grados diversos sobre una misma conducta, sino sobre un mismo tipo de actitud.

Sea el grado de actitud o conducta que fuere, ¿por qué no ha habido más reacción a este lenguaje? ¿Por qué la crítica ha sido escasa, más bien? ¿Por qué ha habido división en las ciencias sociales? Pensar sobre este fenómeno como lo hicieran Theodor Adorno y Herbert Marcuse, más que como los posteriores representantes de la Escuela de Frankfurt, se hace tremendamente sugerente e iluminador.20 Como actores corrientes, no escapamos de las redes de dominación del modelo de civilización imperante: tecnológico, industrial y totalitario, como lo denominan. Una civilización que cosifica y aliena y que reduce a una sola dimensión la condición humana. Solemos olvidarnos de que el grueso de las ciencias sociales se desenvuelve en universidades privadas o estatales, y de que la condición del académico, por ende, es la de un empleado que tiene que cumplir determinadas obligaciones que se cobijan en contratos cada vez más demandantes y productivistas. No debería sorprender ni escandalizar sabernos presas de determinados dispositivos de dominación y de alienación. El régimen, el nuevo orden y el discurso de la academia, en verdad adoctrinaría, se dirigiría a la conciencia del académico para convencerlo. Habría que usar el lenguaje productivista en tanto hay que entender los patrones de acción que exige, para, de este modo, sostenerse en el mundo profesoral.21 Están en juego nada menos que la existencia y la identidad. Podría ponerse en consideración la situación del nuevo académico joven que ingresa a una universidad. Por lo general, se le cataloga en el estrato más bajo del escalafón y posteriormente se le somete a un específico ritmo de trabajo para conseguir unos específicos productos que, de no obtenerse, se convierten en una causa de despido.22 Esta persona tiene que hablar el lenguaje reglamentario, tiene que organizar sus acciones de realización académica en función del régimen. Dejar de hacerlo, no entender el lenguaje imperante, equivaldría a un no-ser.23

Hipótesis 2: se puede también plantear la hipótesis sobre la incontenibilidad del lenguaje productivista, similar a la incontenibilidad de la globalización (Albatch, 2004, 2010). El lenguaje productivista y la globalización serían inevitables tanto por su realismo como por su necesidad, como parece entenderlo Marcelo Cathalifaud (2012). No son resultado de la construcción social. Tienen razón de ser, cual sea la causa que los haya creado. Su poder argumentativo no recae en la conciencia, porque no es ideología, es objetividad pura. Es un poder no persuasivo, porque no está de por medio el convencer, sino el creer o el asumir lo que es, sin más. El campo académico actual, contra lo que pensaría Pierre Bourdieu, ya no sería capaz de retraducir los influjos externos de acuerdo con sus cánones establecidos; entre otros, retraducir a su lenguaje propio.24 Si fuera docilidad, sería la docilidad del campo académico todo y de todos los campos que existen. Estaríamos asistiendo a lo que Néstor García Canclini denominó “campo posautónomo”.25 La condición de posibilidad del campo posautónomo es la de la transacción, pues está justamente en juego su existencia como campo. En el campo posautónomo ya no está en juego la autonomía, ni como ontología ni como ideal. Se trataría de otra forma de existir, abierta, porosa, transparente, difusa y, por todo ello, expuesta a cualquier influjo de otro “campo” que existe en la misma situación. Tanto se relativiza la idea de autonomía en estos que ya no son ámbitos, que los discursos que transitan ya no tienen un origen en particular, un campo de origen, por decirlo así. No puede concebirse en toda esta situación, algo como elección lingüística de los actores: no eligen porque no hay que elegir.26

Hipótesis 3: la del lenguaje forzado. Lo que estaría ocurriendo sería un uso no identitario del lenguaje productivista, es decir, un uso superficial que no compromete las honduras del alma de los académicos. Sería algo así como un uso, un lenguaje que se toma y se practica sólo en aquellos contextos de conminación. Este lenguaje estaría contenido, habría sido controlado por el académico, quien tiene la capacidad de decidir sobre la conveniencia de este uso instrumental del lenguaje productivista. De todos modos, y pensando a la inversa, esta hipótesis podría convertirse en la de la escisión lingüística, pues otra forma de ver las cosas es que estaríamos ante espíritus partidos, como resultado de la impronta del nuevo régimen.

Hipótesis 4: podría pensarse en el fenómeno sociológico de la moda. Se habría puesto de moda hablar con el lenguaje productivista. Como tal, asistiríamos a un fenómeno pasajero, de tipo coyuntural, epifenoménico, que por esta misma naturaleza no traspasa ni altera el lenguaje propio de las ciencias sociales. No obstante, hay significativos motivos para pensar, al contrario, que esto que se ha llamado lenguaje productivista tiene los visos, guardando las distancias, de una episteme. Podría ponerse el caso del derrotero tomado por los cursos de metodología en las áreas de ciencias sociales. Con el tiempo se fueron convirtiendo en cátedras para la “producción”, que versan sobre la eficiencia del investigador en tanto que su mayor ambición es la “producción de un producto” y no la realización de una investigación.27

 

El erotismo del lenguaje productivista

Erotismo, en efecto, es una figura literaria. Es una palabra para significar la sensualidad y el poder persuasivo del lenguaje productivista. Es una expresión para indicar el tipo de relación que establecemos los académicos con este fenómeno: una relación afectiva insondable. Pero el lenguaje productivista es un relato, una especie de narrativa sobre el mundo todo del académico y sobre su existencia individual, lo que equivale a decir sobre su identidad. Por su parte, las anteriores hipótesis poco se referían a los atributos de este lenguaje, con lo cual se hace patente la impresión de ser un campo de mínima exploración en los estudios de la ciencia y la academia. Eran hipótesis, en una expresión, clásicas de cierta sociología y del propio marxismo, que urden por lo general sus explicaciones en el plano de situaciones objetivas y de grandes procesos y estructuras sociales. ¿Por qué no ensayar y revisar una hipótesis que combine esta índole discursiva del lenguaje productivista con aquellos rasgos que lo convertirían en un relato erótico, por sensual, persuasivo y afectivo amatorio? En consonancia con ciertas cuestiones sostenidas en las hipótesis precedentes, sería como preguntarnos: ¿Qué tiene este lenguaje? ¿De qué está hecho? ¿Por qué aliena? ¿Cómo domina? ¿Cómo adoctrina? ¿Cómo controla? ¿Cómo convence?28

El lenguaje productivista se expresa con un léxico que es simple y práctico, además de directo y denotativo, fácil de entender. Tiene la virtud de estar ya ensamblado, formado, algo así como un producto acabado, una suerte de repertorio tan sólo para tomar. Estriba, en verdad, en tres términos: “producción”, “productividad” y “producto”; este último es el término nuclear. A esta tríada crucial se le van añadiendo otros conceptos que están sujetos a los principales y que sirven de sus instrumentos: impacto, valoración de productos, índices de citación, número de artículos publicados, número de productos al año, indexación, factor de impacto, etcétera, son otros tantos términos que van completando el léxico productivista.

Sin embargo, interesa examinar este fenómeno más allá del léxico que exhibe. Ir más a fondo para captar sus mensajes, la manera como engarza conceptos, los modos como conforma y transmite sus enunciados esenciales. Como relato, asistimos a uno con un enorme poder erótico que proviene de su promesa. La promesa estriba en que se presenta como una autoridad con un mandato normalizador, legitimador, redentor, clarificador, liberador, simplificador, todo esto al tiempo que fundador. Además, tiene un encanto emancipador, para decirlo así, pues salva de las culpas inveteradas de las ciencias sociales.29 En conjunto, pues, ofrece una especie de promesa paradisiaca para el académico y la sociedad.

 
El mundo, la identidad y el sentido en el lenguaje productivista

* Es un relato que dota de sentido a la existencia del sujeto académico. Lo hace cuando establece el fin de esta forma de existir, pero, al mismo tiempo, cuando dispone ahí una razón de ser, lo que equivale a sentar una identidad definida. El lenguaje productivista decreta que el académico es un productor. En esta actuación encontraría su esencia de modo categórico.30

* La declaración del carácter eminentemente productivo de la existencia académica es al mismo tiempo la declaración de que es una práctica económica. En esta segunda instauración este lenguaje parece imponer un cambio cualitativo enorme, pues tampoco es que se trate sólo de generar muchos productos, sino de que estos deban tener una valoración económica neta, sin dubitación e intencional.31

* Desarrolla una narrativa de reducción de la complejidad. El sentido, si se quiere el mundo del académico y lo académico, se reduce a la tríada: “Soy un productor que debe ser productivo produciendo determinados productos”. Como la producción se normaliza como un fin en sí mismo, este relato resuelve el dilema sobre la necesidad de un fin más trascendental de la academia y el académico. Le indica al académico, en su faceta de investigador, que se oriente por un área de investigación “productiva” y no porque sea útil o necesaria para la sociedad. En su faceta de docente, dispone que la pedagogía gire en torno a unas competencias para el mercado. En su faceta administrativa, le señala que sea sólo un buen burócrata.

* Introduce otra sensación y administración del tiempo. En el régimen y el discurso productivista, el tiempo es otro. El tiempo se mide, es más el presente o el ahora; más, todavía, es el tiempo de la intensidad. Promueve esta narrativa un desentendimiento con el futuro como utopía, centrando una vez más la razón de ser en el presente. Es como decir que las ciencias sociales son unas disciplinas del y para el presente.

* Respecto del mundo que crea y de quiénes lo habitan, actualiza y pronuncia un tipo de figura ejemplar: el investigador social de nueva generación. Una figura que va en desmedro del académico como pedagogo. Es la figura epocal. Es la figura que encarna las virtudes necesarias. Define un ideal de identidad académica, sentenciando una máxima oculta que se supone impersonal y objetiva: “Así es como deberíamos ser en las ciencias sociales”.

* Todo parece indicar que crea (funda) el mundo académico. Este lenguaje-relato es en verdad el punto de referencia, no sólo axiológico, sino normativo e institucional, para todo aquel que sea o que quiera pertenecer al mundo de la investigación y de la academia de las ciencias sociales. Particularmente, redefine el concepto de “comunidad académica”, ya que debería estar habitada por la figura epocal.

* Al contar con una figura ejemplar y sus cometidos (una identidad representativa auténtica al nuevo mundo), sienta por supuesto las bases del reconocimiento y la autoridad. Lo uno y lo otro tienen como medida a la figura epocal, es decir, al productivo productor de productos.

* Viéndolo bien, en todo este relato se está redefiniendo el concepto de ciencia. Esta es una actividad productiva y económica y, en consecuencia, su actuación se rige por los criterios del rendimiento.

* En la simplicidad de este discurso sobre la identidad de académico, se crea la sensación plausible de un mundo intensamente democrático, cuando no lo es. Todos pueden ser académicos, sólo se trata de producir. Y es también porque de este modo queda desacralizado ese elitismo humanístico existente desde hace muchos años en la academia.

 
Los valores sagrados

* Se puede ser más fino, al decir que este lenguaje habla de un ethos y que no sólo habla a favor de un ethos, sino que lo provee conformado. Este ethos se encuentra también en una máxima tácita: “No hay manera de ser productivo sin ser muy trabajador, tener una personalidad maquinal, no tener un sentido de las necesidades de la vida cotidiana”.

* Cuando el relato encumbra la producción y la productividad como valores, simplifica enormemente la vida, la hace más fácil. Producción y productividad son unos valores excluyentes de los demás porque son sagrados. No hay nada por encima de ellos. En estos valores parece que se sugiere depositar la fe.32

* Esta jerarquización de valores cuestiona los dilemas recurrentes de las ciencias sociales respecto a si se trata de producir o de aportar, o de producir en vez de realizar un servicio social, o de ser un académico productor en vez de supeditar esta identidad de académico a un compromiso político.

* Son unos valores efectivos. Lo son no sólo por su simplicidad, sino porque se engarzan perfectamente con la mística dominante de la sociedad contemporánea, que vuelve místico lo que para el espíritu humanístico
es prosaico.

 
Lo permitido y lo prohibido

* Este relato parece ejecutar un efecto de liberación como el que produjo el relato feminista. Es decir, al enunciarse, inmediatamente, en el aquí y ahora, rompió unos obstáculos de conciencia que cambiaron, en el aquí y el ahora, una condición de vida: se hizo consciente de que el matrimonio podía ser una decisión, que se podía trabajar, que tener hijos también era una decisión.

* Esto acontece cuando el relato fomenta en la academia unas actitudes de realización o de logro de tipo empresarial. Permite que el académico signifique su praxis dentro de una racionalidad de metas por conseguir, donde el resultado cuenta más que el proceso para conseguirlo.

* Permite hablar de eficacia y eficiencia, al facultar a desplegar la vida académica con estrategias, y de acuerdo con estrategias. Poner en juego estrategias para todo está permitido. Se puede ser estratégico, es legal y legítimo. De esta autorización se deriva que es lícito concebir la investigación como gestión, como una actividad productiva, lo mismo que la pedagogía.

* En este régimen-relato queda definida la conexión de la academia con los otros campos. Por ejemplo, hay licencia para interactuar con el campo empresarial, fácilmente.

* Permite que la validez prime sobre el valor de las realizaciones académicas. En otras palabras, que el valor equivalga a la validez de esos resultados llamados productos: estos resultan valiosos si se ciñen a los protocolos, si reflejan metodologías, si aplican tecnologías determinadas, mas no si representan una contribución social y política.

* En el relato productivista se puede hablar de forma óptima como académico. Hay una licencia (y todo esto en tanto se trata de que el académico incremente incesantemente su producción y su productividad), para practicar un lenguaje directo, expeditivo y muy poco literario. El académico debe escribir corto, conciso, casi de manera mediática.

* Está totalmente permitido trabajar con agendas, sean de investigación o de cualquier otra faceta que le es suya. La noción de agenda formula un criterio rector para establecer una agenda individual de investigación, no es la idea de una agenda colectiva. Es una manera de facultar la elección de aquellos temas de investigación y compromisos de docencia que redunden en productividad. Como consecuencia, proliferan las agendas de investigación que se inclinan por un tipo de temas de investigación que permitan “seguir produciendo” fluidamente y con resultados incrementales.33

* “Impacto”: permite hablar de impacto. Un concepto que adquiere su sentido completo en el contexto de una productividad incesante.

 
La liberación de las culpas

* Sentimientos de culpa, conciencia de pecador, almas partidas por una cruel lucha de valores contradictorios, supuso al principio el avance del lenguaje productivista en las ciencias sociales. Lo que estaba sucediendo era una batalla cultural, un relato era reemplazado por otro; tal vez no reemplazado, arrojado por el otro.

* En este sentido, la mayor liberación de culpas tiene que ver con que ahora es posible, en ciencias sociales, ser un académico puro, considerando que “pureza” ahora equivale a una dedicación plena y absoluta en virtud de ser productor y productivo.

* Es normal, así, que ahora en ciencias sociales se practique una “administración científica” del trabajo.

* También es normal que en la vicisitud de tener que optar por una diversificación o una uniformización de “productos”, cualquiera que sea la opción tomada, esta responda a la misma lógica productiva. Ya no se tiene
que dedicar a muchos temas o uno solo, o cambiar de temas, sino sólo como parte del criterio rector, que es el consumo de los productos, que es otra manera de hablar del mercado. Es como si liberara de la culpa del mercado. No está mal producir para vender, ya que una lógica de mercado se justifica como una razón de supervivencia de estas disciplinas.

* Escribir un libro, publicar un artículo, ya no sería por esto algo sublime. Pueden ser prácticas prosaicas, laicas también, pero eso no tiene nada de pérfido ni ignominioso.

* En el relato que analizamos, el académico deja de ser un empleado y como investigador social no puede desarrollarse como un “empleado”, lo que parece provenir de la permisividad sobre poder cultivar una mentalidad empresarial que favorezca un enfoque de trabajo independiente.

* El lenguaje productivista desenmaraña el tema de las recompensas en ciencias sociales. Como realidad que es, decreta recompensas terrenales y en el presente: bonos, estímulos económicos, premios. Neutraliza, contiene o resignifica el valor del trabajo desinteresado.

* Al depurar el papel de la investigación como centro de gravedad de la existencia del académico, al declarar que esta figura sería ante todo un “investigador”, allana el camino para hacer todo con tal fin. Un académico puede afirmarse y presentarse socialmente como un investigador, sin mayores dudas morales e ideológicas.

* No obstante todo lo señalado, hay algo todavía más profundo. En la narrativa que se analiza un académico es un productor; que lo sea equivale a desterrar la noción de que es un creador. Se puede dejar así de ser creador.

 
Las prácticas benditas

* Del mismo modo como resuelve asuntos de conciencia, el lenguaje productivista parece consagrar determinadas acciones y prácticas concretas, tal como lo desvela Rodolfo Masías (2012, 2013).

* Consagra, en la actualidad, en la polémica sobre si escribir libros o artículos, la práctica de escribir estos últimos; en la del libro de investigación o el libro de ensayo, consagra al primero; sacraliza por su parte al libro corto frente al libro extenso; alaba más al libro de autoría individual que al de autoría compartida; elogia poco o nada al tratado en relación con el libro de investigación; y en cuanto a la confrontación entre el artículo de investigación y el articulo de ensayo, ensalza al académico que prefiere el primero.34

* También cambia la relación con el texto escrito en el ámbito de la academia. Enaltece una relación que no parecería ser otra que una relación más instrumental y voluntaria y pasajera. Como si dijera que no habría por qué engrandecer al amante de los libros, tampoco al amante de sus propios escritos.

* La idea y el valor de la culminación efectiva, material, tiene toda la consagración.

* Por eso es por lo que parece trastocar la relación fondo-forma. Han aparecido discursos que sostienen que escribir artículos es una técnica.

* Con los años se han consagrado las bases de datos cuantitativas al punto de convertirse en un fin en sí mismo; y se ha anatematizado a los “teóricos” que especulan y deducen, aunque también porque son menos productivos.

* Recibe más consagración y reconocimiento la investigación que la docencia. Es más anatematizado el académico que se ve como un profesor, que se realiza más como un pedagogo.

* Como se puede colegir, este lenguaje determina cierta forma de valoración de la realización académica y los jueces especiales que cumplirán esta función. En el relato, tiene el beneplácito aquel juez que resulta ser una suerte de intelectual orgánico del lenguaje productivista. Esta figura de la academia actual se convirtió en un actor determinante, con un cariz de especialista insuperable, de perito capaz de establecer el capital académico que será evaluado.

* De todo lo que se ha descrito, es todavía más interesante descubrir la particular conceptualización de lo metodológico en la narrativa. La manera como es concebida la metodología de investigación. Hay ahí una gran transformación de lo metodológico. Se elogia que la metodología de investigación repose en un concepto de investigación como modo de producción. Es una metodología supeditada al resultado que, como sabemos, debe ser un producto. En cuanto a docencia metodológica, se consagra una pedagogía que enseña a producir productos. Parece no importar una experiencia de investigación como vivencia y como experiencia de descubrimiento. Además, parece importar, como es consecuente, la culminación y no el proceso de conocimiento mismo. No es la idea de la investigación sin fin.

* Se vuelve sacro un tipo de historia de la ciencia. Es la que se manifiesta en la forma de la llamada “literatura”, aquel conjunto bibliográfico considerado como punto de partida de una investigación. Es una historia acumulativa del conocimiento que se condensa en textos escritos a la manera de un acervo (son casi siempre artículos), acervo al que el académico que investiga debe aportar. Esta historia de la ciencia y esta concepción del conocimiento devienen funcionales al lenguaje productivista. Para ejemplificar, desplazado quedaría el investigador que no parte de una literatura para formular un problema de investigación, como también el que se aparta de cualquier literatura porque la considera en sí misma un obstáculo epistemológico.

 

En procura de una quimera: conclusiones

Tal como fueron expuestas, estas observaciones seguramente beneficiarán, simultáneamente, el conocimiento y la reflexión sobre el lenguaje en las ciencias sociales, ya que podría decirse, como conclusión, que sabemos poco de nuestra praxis lingüística y comunicativa contemporánea, del mismo modo que hemos reflexionado exiguamente al respecto. Pero, sin duda, también contribuirán al esclarecimiento del mundo entero de la academia de las ciencias sociales, debido a que, a lo largo de la exposición, queda claro que hablar del lenguaje es internarse en una complejidad referente a un escenario donde los académicos nos realizamos. Más fructíferas serían indagaciones como estas si coadyuvaran a introducir modificaciones en el ámbito de nuestras disciplinas. Somos testigos de los conflictos, la crispación, la angustia y la zozobra que habitan la academia, últimamente mucho más.35 Vivimos las exigencias actuales con temor, porque en verdad se presentan como un juez implacable. Ha habido deshumanización en materia de reconocimiento académico.

La hipótesis del erotismo del lenguaje, expresión esta última para condensar el poder intrínseco del fenómeno, es una conjetura que merece toda la atención del caso, pero no para acatarla sino para contrastarla. Es un desafío de conocimiento y de política, política de ubicación de la razón de ser de las ciencias sociales. La hipótesis, más específicamente, tiende a hacer más evidente por qué las ciencias sociales no se han volcado a su estudio y a su crítica como se esperaría. Hablar como hablamos, pensar como pensamos, actuar como actuamos últimamente en la academia, frecuente y espontáneamente en el espíritu productivista (para recordar a Max Weber), parece ir más allá de la escasez de voluntad y de haber una falsa conciencia. Obedece a algo más recóndito y enmarañado. En vez de decir que hablamos, pensamos y actuamos así porque fuimos alienados o porque somos subalternos, afirmación cierta, la sospecha del erotismo del lenguaje avanza en la iluminación de todo el lado oscuro que la aplicación de una teoría de la alienación o de la subalternidad deduce.

A su turno, cotejada con la hipótesis de la incontenibilidad del lenguaje productivista como consecuencia de una globalización (conjetura esta que dificulta investigar, porque no ve nada crítico en lo que pasa), la del erotismo trasluce los mecanismos subjetivos que tornan normal y real esta situación. También se puede volver el raciocinio a la hipótesis del lenguaje forzado: la que siembra dudas sobre un uso y encarnación auténticos del lenguaje productivista, como si los académicos resistiéramos guardándonos o reservándonos nuestro verdadero ser y sentir para otros mundos. En la academia no seríamos auténticos por resistencia. La hipótesis del erotismo aconsejaría abordar mejor esta situación: no es desatinado pensar que hay una práctica genuina, por franca y real, de esta concepción sobre el vivir en las ciencias sociales. Y, por último, ¿son este lenguaje y toda la forma de actuar y sentir que conlleva, una moda? No lo son. No lo pueden ser. Simplemente porque nada indica que sea algo pasajero o fugaz. Es un fenómeno estructural, fundacional, constituyente, ordenador, sistemático.

En la medida que la tríada producción-productividad-productos considera solamente determinadas expresiones de la culminación académica, no permite saber más sobre el conjunto de todas las expresiones efectivas que realmente despliegan los académicos de las ciencias sociales. Tampoco, como lo decíamos en otra parte (Masías, 2014), el concepto de “producción”, en su definición actual, permite vislumbrar todo el potencial creador del académico y la academia. El lenguaje en observación acota bastante el conjunto de las realizaciones a nada más que el presente, mientras que también recorta la innovación o la nueva creación, al establecer un mundo de la realización como ya conformado, completo. El futuro discurre dentro de lo ya estipulado. Pululan las reuniones en las universidades y con las instituciones que representan el lenguaje productivista, en las que se discuten los “productos” que caben o pueden caber como “producción” legítima. Pero está tan establecido lo que cabe, que rara vez prospera una iniciativa de nueva incorporación. Esta lucha actual por los confines de la praxis académica, que es una lucha muy asimilable a lo que Bourdieu expresa como la lucha por las fronteras del campo, debería ser un objeto de indagación honda y más permanente; por supuesto, también de reflexión, incluso mucho más detenida.

Debe haber un concepto, un término, que permita ver más, que procure un mayor horizonte de visibilidad, de tal manera que el estudioso de los avatares de la academia trascienda la taxativa percepción a que condiciona el relato examinado. En varios otros escritos he sugerido que ese concepto sería uno parecido, o con el espíritu del de “realización académica” (Masías, 2014, 2017; Masías y Aristizabal, 2019a y 2019b). Este nuevo concepto debería unir lo que se separó. Investigación, docencia, intervención social, funciones administrativas del académico, serían, en conjunto, formas de la realización académica, no especies diferentes, tampoco unas más legítimas que otras necesariamente. Ninguna, en principio, para la sociología del conocimiento, la ciencia y la academia, más significativa que otra: así podrían estudiarse todas en su unidad y sus íntimas correspondencias. No serían compartimentos estancos y apartados, en consecuencia. Con un concepto más comprensivo podríamos explicar mucho mejor las relaciones actuales entre docencia e investigación, así como, por otra parte, el estado de la intervención social, tan poco reconocida en muchas instituciones universitarias y entre muchos académicos productivistas.

Algo como “realización académica” ensancharía el campo de observación; no obstante, también dilataría el campo de reflexión. Una virtud que tendría, de posar la mirada en la investigación, verbigracia, sería la de ampliar la perspectiva de lo que hace el investigador que está inmerso en un proceso de conocimiento, como de lo que busca conseguir al final de este. Porque “realización” también conjugaría el proceso con el resultado, por así decirlo. Este nuevo concepto facultaría asimismo el entendimiento respecto de que la culminaciónacadémica, sea en el plano que fuere, es relativa y muchas veces convencional. El momento cuando culmina efectivamente una experiencia de investigación es una imposición más de tipo institucional, que no tiene lugar en la cabeza de quien investiga, porque sabe, muy seguramente, de la precariedad y la eventualidad de todo conocimiento, al igual que de su carácter contingente. El momento en que termina una investigación es verdaderamente una incógnita.

Entonces, expresándolo con otras palabras, el nuevo concepto, llámese realización o no, no sería un término homólogo a “resultados” o “productos”; la praxis académica no parece terminar (acabar) en estas concreciones de la realización académica. Una vez más, los así llamados “resultados” o “productos” legitimados no deberían ser los exclusivos indicadores en el estudio de la vida social y política de la academia, puesto que muy estrechamente permiten hollar sobre las interacciones sociales, el poder académico y los procesos de segregación académica que se dan.

Con una conceptualización distinta podría resignificarse y resituarse la importancia de la satisfacción del académico con sus realizaciones y con el valor de evaluar sus concreciones de acuerdo con sus resonancias en la sociedad. Esto no es tan evidente en la actualidad, un síntoma de reificación, pues al trastocarse en mercancías las realizaciones del académico, y tal como ocurre con cualquier mercancía, se pierde todo sentido de la autoría y la propiedad sentimental. Deberíamos poder captar cómo, en
la realización de cada académico, se plasma lo que piensa es su quehacer, a lo que le otorga estimación y lo que cree que lo ubica mejor en el mundo donde existe.

Considerando todos los postulados esgrimidos en este texto y para dar apenas inicio a un cambio, ¿cómo deberíamos hablar, entonces? “Mi producción” quizás ahora sería “mi obra”; mis “productos” quizás “mis realizaciones”; “mi productividad” quizás “mi dedicación”; “mi impacto” quizás “mi aporte”. Y “mis estrategias” podría reemplazarse por “mis planes de realización”. Lo cierto es que enfrentaríamos un desafío enorme, de tipo refundacional, no cabe duda. Pero valdría la pena asumirlo, en la medida en que las ciencias sociales no tendrían por qué terminar, en los términos de Marcuse y Adorno (otra vez), como meras fuerzas productivas cuyo devenir se da en medio de unas específicas relaciones sociales de producción.

 

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Recibido: 28 de febrero de 2020

Aceptado: 9 de abril de 2021

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