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Sergio Rosas Salas (2023). Un cielo nuevo y una tierra nueva. Los jóvenes y la Iglesia católica en América Latina, 1968-1992. Puebla: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla-Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Alfonso Pérez Pliego, 216 pp.

 

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Reseñado por:

Marta Eugenia García Ugarte
Instituto de Investigaciones Sociales
Universidad Nacional Autónoma de México

 

Sergio Rosas Salas titula su libro con la promesa de ese gran acontecimiento: el establecimiento de un cielo nuevo y una tierra nueva, la nueva Jerusalén. Es una promesa en cuya realización interviene el género humano, comprometido con la transformación del mundo. Pero el autor, en su obra, no se refiere a la humanidad en general, sino que presenta el rol principal que ha atribuido la Iglesia católica a los jóvenes en la construcción de la nueva Jerusalén en América Latina.

En 1955, en Río de Janeiro se formó la Conferencia del Episcopado Latinoamericano (Celam), dando una identidad regional a la Iglesia en América Latina. Debo mencionar que el primer intento para ello se dio durante la celebración del Concilio Plenario Latinoamericano, celebrado en Roma en 1899. A pesar de la importancia que tuvo éste, la identidad regional de la Iglesia latinoamericana se dará hasta la celebración de la Celam de 1955. De entonces a 2007 se han celebrado cinco conferencias (1955, 1968, 1979, 1992, 2007), que han sido profusamente estudiadas aunque sin dar atención a la pastoral de la juventud, que es el tema que se aborda. Es importante registrar que, para desarrollar la pastoral juvenil de la Iglesia latinoamericana, el autor consultó el archivo de la Celam y la biblioteca del cardenal Josef Höffner en la sede central de la Celam, ubicada en Bogotá. Hay que destacar que dicha biblioteca tiene una “gran riqueza y tradición teológica y pastoral” (<https://documental.celam.org/>, consultada el 30 de marzo de 2024).

Este es, por tanto, un libro bien documentado, integrado por cinco capítulos. En la obra se analiza el valor que la Iglesia católica ha concedido a los jóvenes en América Latina a partir del estudio de las conferencias de Medellín 1968, Puebla 1979 y Santo Domingo 1992. Es una historia del tiempo presente, sin duda, pero tiene una visión no usual en los textos de los historiadores: la teológica. Esa visión le da una gran novedad. En él se despliega la influencia del pensamiento de los papas Paulo VI y Juan Pablo II, que impulsaron las conferencias de Medellín y Puebla, el primero, y Santo Domingo el segundo.

La celebración del Concilio Vaticano II, del 11 de octubre de 1962 al 8 de diciembre de 1965, sorprendió debido al proyecto modernizador de la Iglesia que impulsaba. No se puede olvidar que habían pasado 95 años desde que concluyó, abruptamente por la invasión de Roma por las fuerzas de Víctor Manuel, el Concilio Vaticano I, el 20 de octubre de 1870. A pesar de la celebración del Vaticano I, la Iglesia se siguió normando por lo regulado en el Concilio de Trento, celebrado de forma intermitente entre 1545 y 1563. De esa manera, habían pasado más de 400 años para que la Iglesia diera una nueva interpretación de su papel en el mundo contemporáneo. El gran Paulo VI, en la homilía que pronunció en la misa celebrada el domingo 8 de marzo de 1964 en la Basílica Vaticana, para conmemorar el IV centenario de la celebración del Concilio de Trento, con sabiduría, esclareció los vínculos que había entre Trento y el Vaticano II. Enfatizó que el Vaticano II llevó a cabo lo que Trento deseaba. pero que no había resuelto: “La unión en la misma fe y en la misma caridad con los cristianos, que la reforma protestante separó de este centro, de este corazón de la unidad”. Estos puntos quedaron establecidos en el Decreto del Concilio Vaticano II sobre el Ecumenismo, Unitatis redintegratio, publicado en Roma, en San Pedro, el 21 de noviembre de 1964. En él se reconocía: “Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los fines principales que se ha propuesto el Sacrosanto Concilio Vaticano II”.

A pesar de la importancia del Concilio, muchos católicos, jerarquía y laicos, de todo el mundo tardaron en asimilar y en impulsar sus enseñanzas. No podían tirar por la borda sus valores, anclados en el Concilio de Trento. El episcopado en México no fue la excepción. El Concilio Vaticano II provocó muchas diferencias entre los obispos. Fueron tantas que el cardenal de Guadalajara, José Salazar (1970-1987), anotó el autor, “llegó incluso a temer por la unidad de la Iglesia”.

En la Celam de Medellín, los obispos de América Latina abordaron la forma de adecuar a la región lo establecido en el Vaticano II y, como se informa en el texto, “plantearon la necesidad de establecer una pastoral específica para atender a los jóvenes”, que constituían un “nuevo” grupo social. En este propósito se apegaban a la definición de la Constitución Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, y al decreto sobre el apostolado de los laicos, del Concilio Vaticano II, que se habían referido de manera expresa a la juventud. Los jóvenes, por su vitalidad y su inserción en las problemáticas sociales de su tiempo, podían entender de mejor manera la transformación del mundo. El autor refiere que el último documento emitido por el Vaticano II fue el Mensaje del Concilio Vaticano II a los jóvenes, fechado en Roma el 7 de diciembre de 1965. En éste, los padres del Concilio señalaban que daban su último mensaje a la juventud porque ellos formarían la sociedad de mañana.

De acuerdo con el autor, por el impacto que tuvieron el Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín, varias agrupaciones preconciliares piadosas o tradicionalistas, lejos de modernizar sus principios, se radicalizaron hacia un abierto tradicionalismo. Por ejemplo, la salida tomada por los jóvenes católicos radicales enfrentados con el comunismo que tendían a la violencia, aun cuando eran tradicionalistas, como los jóvenes integrados al Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (muro), en México, y los Tecos que se formaron en la primera universidad privada de México, la Universidad Autónoma de Guadalajara, fundada en 1935. Pero también surgieron nuevos grupos de jóvenes, como fue el grupo de Talca, Chile, o el de Manaus, en el Amazonas, también en Venezuela y en Bogotá, Colombia. De gran importancia fueron el Centro de Pastoral Juvenil, impulsado por el jesuita Jesús Andrés Vela, y la Sociedad Salesiana de América Latina. Dicho centro se convirtió en el Instituto de Pastoral Latinoamericana de Juventud (iplaj) en 1970. Fue integrado a la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Pontificia Javeriana, ubicada en Bogotá, Colombia. En el libro se documenta que el Instituto tenía una concepción de la pastoral juvenil que había sido definida por el padre Vela en el Centro.

El empeño por formar una pastoral juvenil a nivel continental tomó un nuevo derrotero a partir de la década de los años setenta. En especial, con la convocatoria a la III Celam, que se celebraría en Puebla en 1979. Entonces se pasaría del descubrimiento del valor de la juventud en Medellín, a la opción preferencial por los jóvenes en Puebla.

El autor detalla la importancia del padre Vela, quien, como secretario ejecutivo de la sección de Juventud creada por la Celam, había recabado datos sobre la situación de la pastoral juvenil en las diócesis. Así, esta información es analizada y da cuenta del estado de la pastoral juvenil en Río de Janeiro, Brasil; en San Juan, Puerto Rico; en Sucre, Bolivia; en Punta Arenas, Chile, en la época de Pinochet; en la diócesis de Tlanepantla, México, una diócesis joven erigida por Paulo VI el 13 de enero de 1964. Además, el padre Vela, en agosto de 1976, organizó tres encuentros zonales para asesores nacionales diocesanos o locales, con el fin de intercambiar experiencias y buscar líneas comunes de pastoral juvenil. Uno se efectuó en México para la zona del Caribe, Centroamérica y México, del 14 al 18 de febrero de 1977; otro para los países andinos, Ecuador, Colombia y Venezuela, celebrado en Caracas, del 1 al 5 de marzo de 1977, y el tercero para la región Cono Sur, Argentina, Brasil, Paraguay y Perú, que fue celebrado en Santiago de Chile del 12 al 17 de diciembre de 1977. Las reuniones fueron críticas y exigieron un nuevo modelo de atención eclesial. Los encuentros mostraron las diferentes posiciones que tenían los obispos, el predominio de la jerarquía y sus vínculos con intereses poco eclesiales. En general, se llamó a formar una Iglesia profética evangelizadora. Las conclusiones de estos encuentros fueron de gran utilidad en la conferencia de la Celam de Puebla, que definió la opción preferencial por los jóvenes.

El tema propuesto para la conferencia en tiempos de Paulo VI era “La evangelización en el presente y el futuro de América Latina” y se celebraría del 12 al 18 de octubre de 1978. La muerte de Paulo VI y la breve transición de Juan Pablo I a Juan Pablo II pospusieron la reunión. Juan Pablo II sostuvo la convocatoria y el encuentro se celebró del 27 de enero al 13 de febrero de 1979, apegado a lo que había definido Paulo VI. La propuesta de la Celam de Puebla fue “La Civilización del Amor”, acuñada por Paulo VI en el año santo de 1975.

Seis años más tarde, en enero de 1985, se publicó el libro Juventud, Iglesia y cambio: propuesta pastoral para la construcción de la Civilización del Amor. Había sido impulsado por Óscar Rodríguez Madariaga, el obispo hondureño, y el padre Oscar Osorio Jaramillo, de la sección juvenil del Celam. Ese año, 1985, era el Año de la Juventud, dispuesto por la onu. La oportunidad del libro es innegable.

Con Juan Pablo II se pasó de la Civilización del Amor a la nueva evangelización, que se desarrollará en la Celam de Santo Domingo en octubre de 1992. Es la Celam en la que Juan Pablo II fue dominante. La nueva evangelización era un mecanismo para presentar el cristianismo
en América Latina con “nuevo ardor, nuevos métodos y nueva expresión”. La nueva propuesta había nacido en Polonia en 1979, cuando el papa visitó su tierra natal.

Antes de la Celam de Santo Domingo, se celebró el primer Congreso de Jóvenes, en Cochabamba, Bolivia, del 28 de diciembre de 1991 al 5 de enero de 1992. Se reunieron más de 500 jóvenes para reflexionar sobre su participación en la Iglesia católica del continente. Los jóvenes en Cochabamba soñaban con una Iglesia profética y liberadora, comprometida con los pobres y con el desarrollo de una América Latina más libre. Querían una Iglesia “fraterna, dialogante, comprensiva, igualitaria y sin distinciones”. Sus aspiraciones serían revisadas en la Conferencia General de la Celam en Santo Domingo.

Este libro presenta una visión de Juan Pablo II novedosa y, también, las ideas expuestas por eclesiásticos poco recordados en la actualidad, como el cardenal Aloisio Lorscheider, arzobispo de Fortaleza, Brasil, uno de los pontificales en el cónclave en que se eligió a Juan Pablo I, en agosto de 1978, y el cardenal Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa, Honduras.

La obra ofrece una visión sobre la pastoral juvenil definida en las Celam de Medellín, Puebla y Santo Domingo, bien documentada, novedosa y muy importante. Hasta ahora, no se había reflexionado sobre la forma en que la Iglesia miraba a este sector de la población y el destacado papel que les daba en la construcción de la Nueva Jerusalén. Como anota el autor, hacen falta estudios locales sobre la pastoral juvenil, pero la base está bien esclarecida.

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