Charles S. Keck y María Amalia Gracia (coords.) (2023). Voces del Sur. Vivir, luchar y narrar entre cambio y tradición. San Cristóbal de Las Casas/Buenos Aires: El Colegio de la Frontera Sur/Miño y Dávila Editores, 352 pp.
Reseñado por:
Alain Basail Rodríguez
Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica
Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas
Este es un libro que apuesta por la vía biográfica para realizar análisis socioculturales enfocados en las estructuras y los procesos sociohistóricos en relación con las trayectorias de vida. Esta cualidad teórico-metodológica hace singular y relevante la obra, al mismo tiempo que gustosa, interesante e instructiva su lectura, sin dejar de interpelar al lector.
La belleza del impreso, fruto del trabajo editorial de Miño y Dávila Editores y El Colegio de la Frontera Sur (Ecosur), se configura con historias de vida temáticas realizadas a 11 personas, seis mujeres y cinco hombres, y analizadas con respeto en sus contextos concretos. De hecho, cuatro capítulos constituyen coautorías con colaboradores que comparten sus experiencias de vida y propuestas de teorización. Así, la autoridad académica es descentrada a partir de la escucha sensible de las narraciones orales hasta modular un lugar menos autoritario y más dialógico. Esta polifonía de voces iguales y diferentes distingue al libro, así como una estructura homogénea entre apartados con intereses y ángulos de análisis plurales.
Los coordinadores, Charles S. Keck y María Amalia Gracia, señalan en su presentación cómo la obra nació de la incomodidad con las dinámicas dominantes en el trabajo académico y la necesidad de concertar una conversación entre trayectorias académicas individuales. Así, iniciaron el proceso de puesta en común entre colegas del Departamento de Sociedad y Cultura (de Ecosur) en torno a dos cuestiones: el método biográfico y el cambio sociohistórico. Juntos colaboraron en la producción de conocimientos sobre los procesos sociales desde las experiencias concretas de personas atravesadas por múltiples dimensiones estructurales, varios factores y vectores de cambio, conflictos y contradicciones, heredades y legados. También subrayaron en las conclusiones el alcance de esta apuesta político-académica para desplazar las ontologías académicas con el geopoder que cada una representa, a la vez que procuraron dimensionar analíticamente los aportes de las distintas contribuciones.
Todas las experiencias de vida relatadas alcanzan sublimes significados y, más allá de lo personal e íntimo, simbolizan la diversidad social en distintos ámbitos geográficos y culturales del sur-sureste mexicano, donde los protagonistas construyen territorialidades alrededor de activos y ambiguos umbrales sociales de coexistencia, de (des)ordenadas configuraciones sociohistóricas, es decir, de fronteras socioespaciales y límites existenciales con tramas vitales de sentidos y significados. Para evidenciar continuidades y rupturas en las trayectorias se asumen interseccionalidades de género, generacionales, étnicas, etnicidad, clase, lugares de origen y residencia, niveles educativos, trabajo y sexo; sin duda, variables centrales para el análisis del cambio sociocultural, de las colonialidades del poder en los ámbitos de existencia, los mecanismos de orden, silenciamiento, invisibilización y disciplinamiento de cuerpos, territorios y prácticas culturales, así como de las estrategias de reproducción social y cultural en el nudo mesoamericano trabado entre el meridión mexicano y el norte centroamericano.
Los relatos comparten datos fundantes —nombre, lugar y fecha de nacimiento— que estructuraron las narrativas de las personas al activar sus memorias, sus olvidos y recuerdos. Las historias vividas, recordadas y contadas hacen constante referencia al tiempo, a las temporalidades y a la historicidad como conciencia de su paso implacable con mediaciones históricas que vuelven incontrolables los espacios de vida. En general, las biografías evidencian críticamente síntomas y signos de los tiempos pasados y actuales, al señalar permanencias y emergencias distintivas del estar-siendo. Esto recuerda la potente idea de Jesús Martín-Barbero sobre la importancia de cómo la gente cuenta su vida, da su palabra para sacar cuentas y ser tenida en cuenta desde su propia constitución narrativa de la identidad/diferencia, afirmando su pensar, sentir, disfrute, goce y compartición.
Cada vivencia aporta un mundo vital y raizal que dice mucho más sobre las mediaciones entre los hechos concretos y sus representaciones que lo que alcanzan a advertir los propios autores. Las voces de los sujetos (auto)biografiados cambian de tono o escala mientras emergen sus recuerdos, personalidades y protagonismos sociales junto con sus estilos poéticos, sus capacidades para negociar entre lo deseado y lo posible, de resistir y reexistir. El lector echará de menos más evidencia sobre cómo se incrusta el poder en distintos niveles de vida y en los cuerpos de los protagonistas, marcando desigualdades e inequidades sociales, pero se identificará con las historias relatadas, se conmoverá con las vulnerabilidades y simpatizará con las luchas y resiliencias colectivas de heroínas y héroes cotidianos. En este sentido, me identifiqué con el testimonio del maestro Francisco Javier Santiago, quien comparte su quehacer en una Institución de Educación Superior como investigador, profesor, coordinador y director de proyectos académicos orientados al cambio de las culturas institucionales, laborales y profesionales, que termina “acomodándose a la distopía” o en el “aislamiento” fomentado por las políticas educativas neoliberales. Asimismo, las expresiones sobre sus hijos, su relación con ellos y, en particular, con su hija con discapacidad son enternecedoras y evidencian un puntal de todas las contribuciones, a saber: las relaciones intergeneracionales en distintos espacios e instituciones sociales. En el capítulo 5, Francisco registra una ruptura biográfica a partir del reconocimiento, previa negación y duelo, de la situación de discapacidad de su hija y del contexto o las condicionalidades reproductoras de las desigualdades, las inequidades y la pobreza. Esta vulnerabilidad de las estructuras sociales modula con indolencia la vulnerabilidad social y hasta endurece las barreras del entorno, como ejemplarmente indican Elizabeth Patricia Pérez y Juan Iván Martínez en el segundo apartado, donde Elizabeth sustenta que la discapacidad es política. Ambos capítulos urden una crítica fuerte a la institucionalidad dominante y sus mediocres intervenciones ante la diversidad y la heterogeneidad estructural tan radical de nuestras sociedades, que debería haber sido subrayada en las conclusiones del libro, así como el papel de la familia y la comunidad como mediadoras institucionales de lo social.
Los protagonistas representan a tres grupos de edad y narran sus relaciones de convivencia con distintas generaciones: las antecesoras (abuelos, padres, tíos, vecinos), la propia (hermanos, primos, colegas de juego, estudio o trabajo) y las sucesoras (hijos, sobrinos, nietos, estudiantes o aprendices). Este diálogo intergeneracional marca el antes, el después, el ahora y el mañana, el reverdecer de esperanzas y la apertura de horizontes más allá de las toxicidades del presente. Los coordinadores analizan en el cierre del libro la cuestión generacional como una categoría social fundamental, mas no advierten sobre su dimensión conflictiva, las rupturas y desgarramientos familiares y las dinámicas de desigualdad, diferenciación, exclusión y expulsión social. Sí intentan corregir ciertas “sobresimplificaciones” del orden de los tiempos o las temporalidades en las que incurren, entre lo “pre-ex-post” moderno como secuencia lineal, al criticarla, porque los relatos autobiográficos tratan realmente sobre abigarramientos espacio-temporales o transculturizaciones, transfronterizaciones y transcorporalizaciones que muestran la heterogeneidad estructural acumulada en el tiempo en las territorialidades construidas por las sociedades locales en contacto con los procesos nacionales y globales.
Voces del Sur constituye un muestrario sociocultural representativo de las diversidades, las desigualdades y las diferencias constitutivas y constituyentes de lo social en el sur global. Trata sobre entretejidos de luchas por la sobrevivencia, de historias de superbrevivencia a condiciones que marcaron, clasificaron, atosigaron y colonizaron mundos de vida. Precisamente, María Mateo y Francisco Guzmán, mujer kanjobal y hombre chol, ejemplifican los desplazamientos forzosos como bregas por salvaguardar la vida y reinventarla. En general, los relatos tienen como característica común la movilidad espacial ―regional e internacional para refugio, trabajo o estudio―, sin caer en la sobrerrepresentación de la frontera sur con el peso de la migración. Desde mi lectura, son precisamente las luchas por la vida digna y plena, por existir socialmente y ser reconocidos, las que los llevan a la resistencia, la resiliencia y la reexistencia. Luchas por el sentido de la vida que pasan por la consagración cotidiana al mundo del trabajo y de los cuidados de la familia, los padres y los hijos que significan el futuro como, por ejemplo, en el caso de Bianca, una incansable y esforzada pescadora tabasqueña, y de los abuelos tseltales, que se responsabilizan de jXap, como una bella muestra del significado de la trascendencia de un linaje y una huella terrenal. En este sentido, los autores podrían pensar más las cuestiones de la reproducción biológica, social y cultural, junto con las circulaciones humanas y socioculturales, como un reto en clave de la producción de nuevas territorialidades y del cuidado de todas las formas de vida y sus hábitats; asimismo, pensar juntas la cultura y la supervivencia, porque las experiencias culturales y las sobrevivencias no pueden separarse al estar en juego al mismo tiempo en la articulación de las configuraciones sociohistóricas (Mary Louise Pratt, Apocalipsis en los Andes, Banco Internacional de Desarrollo, 1996, p. 4).
Los autores tampoco leen a profundidad algunas pistas geontológicas que penetran las vidas relatadas a pesar de su relevancia, verbigracia: las violencias, de género, estatales, de grupos delictivos hasta en alta mar, institucionales, intrafamiliares, comunitarias; la muerte, como amenaza y realidad biológica ineludible en el caso de Hermelindo, campesino man de Unión Juárez; la presencia-ausencia de los padres referida por Elizabeth y jXab; la lucha de Juan Bautista contra la Bayer, cuyos proyectos de muerte niegan la existencia social y cultural de su comunidad, y la de María frente al ejército de Guatemala; la orfandad, por la partida o el abandono de padres, familiares, del Estado y sus instituciones; los sentimientos, fundantes de las identidades con angustias, dolores y miedos a la pérdida del territorio, del lugar de la cultura y de los sabores de la vida que para Ernestina, la cocinera zapoteca, están en su cocina, donde moviliza la memoria como repositorio cultural con un legado ancestral; lastradiciones, cuyo lugar contradictorio es negociado y podado para una necesaria renovación con nuevos retoños, como el cafetal, según la metáfora de jXap; los activismos, de Hermelindo, Juan, Eli, jXap, Sojob, Bianca, Herlinda, Francisco Guzmán y Francisco Santiago, cuyos liderazgos denotan politicidades y politizaciones, agenciamientos y participaciones en las esferas públicas (extra)locales, así como búsquedas de sanación, conservación, restitución y reparación de daños; y, por último, las esperanzas y las utopías, cuyo moderno lugar antagónico en cuanto promesas de mejora y progreso, de inclusión efectiva y no selectiva, pone trampas coloniales como geontopoderes, al mismo tiempo que coloca las alternativas y los sueños en el horizonte.
Los relatos muestran vínculos contradictorios con el pasado y el futuro. Por un lado, un fuerte latido conectado con la ancestralidad, la búsqueda genealógica para el reencuentro con lo raigal o los orígenes, como refugio seguro del florecimiento identitario, frente a modernidades/colonialidades con racismos proteicos. Al mismo tiempo, se realzan el movimiento y la movilización social, puesto que nadie se queda quieto o cómodo y todos se mueven o se movilizan como parte de llamados para salvar la vida y los comunes. Los coordinadores leen este vaivén entre arraigos y desprendimientos como combinaciones de modernidad/premodernidad, cambio/tradición e hibridaciones, siguiendo a Néstor García-Canclini. La entrada y salida de la modernidad puede ayudar a caracterizar las estrategias de los agentes ―como los jóvenes jXap y María Xojob―, aunque reduce la complejidad de sus realidades sin agotar la discusión sobre los procesos de mestizaje, interculturalidad y transculturación, que abigarran los distintos contextos al tenor de debates críticos como los de Silvia Rivera Cusicanqui, Omar Rincón y Pablo Alabarces, entre otros. Aquí el análisis no profundiza en cómo la constitución de los sujetos narrativos con historias cruzadas y marcos epistémicos negociados se articula con el surgimiento de agentes con participaciones, incluso liderazgos, en procesos de organización y movilización social que descifran códigos y jerarquizaciones contextuales. Ello, en medio de luchas de poder y peleas interpretativas como sujetos transculturados y transculturizadores, transfronterizos y transfronterizadores, que proyectan historias individuales para sus audiencias potenciales que son relativamente extrapolables para reconstruir la historia de los procesos de cambio de sus generaciones, pueblos, comunidades y familias.
Tras las miradas profundas y las voces íntimas hay verdades y misterios, saberes y sabores del sur, brechas entre personas y políticas con gramáticas relacionales en conflicto. Para los autores, estos sabores son amargos, quemantes, dulces o jugosos, como los del chile y el mango (p. 13). Como en todo saber, poder y hacer, hay múltiples relaciones de fuerza y de sentido en tensión que tienden a homogenizar, dar coherencia y abstraer las relaciones sociales, al tiempo que pluralizan y democratizan la vida con interdiscursividades e interculturalidades críticas donde los vínculos son dotados de diferentes historicidades que habitan los territorios fronterizos en términos geopolíticos y geoculturales. El lector puede llegar a extrañar en los relatos biográficos conversaciones sobre lo sensible, la organización de las sensibilidades evocadas y movilizadas al recordar, por ejemplo, las músicas que marcaron distintas etapas de la vida, los afectos, las emociones y los sentimientos que modularon tanto (des)amores, alegrías, goces y afirmaciones como dolores, tristezas, duelos y arrepentimientos. Definitivamente, los autores quedan debiendo una memoria emocional que permita reconstruir las identidades como destilados y sustratos de la constitución de los sujetos sociales. Su llamado final a una política de la conciencia reflexiva desde un trabajo colaborativo en el que se produzcan tejidos de mutualidad es loable, a pesar de no considerar para fundamentarlo tres puntadas finas que constituyen aportes teórico-prácticos de tres interlocutores que abonan una política estratégica del saber-hacer bien, cooperativa y comprometidamente. Primero, la apuesta de la cineasta tsotsil María Sojob por hacer un “cine con ch’ulel”, es decir, un cine comunitario con conciencia, reflexividad, compromiso, eticidad y amorosidad. Igualmente, los compromisos de Don Juan para “hacer milpa” y de jXap para “hacer comunidad.”
En esta obra, la verdad y el misterio de las miradas y las voces caen en terrenos de indecidibilidad estructural como actos creativos que son; incluso, en algún capítulo pareciera aplastarse el relato del interlocutor con argumentos teóricos, dejando de lado la viveza del diálogo y la escucha del punto de vista del otro. No obstante, el libro habla de sujetos erguidos, de sus fuerzas de vida y la historia de sus agencias humanas. Los dota de conciencia crítica reflexiva y práctica para operar afirmaciones identitarias en sus propios términos, sus (contra)códigos éticos de honor y respeto, reconocimientos de precariedades y vulnerabilidades y los procesos de cambio ante el sistema de opresiones capitalista y patriarcal, el racismo, el sexismo, el capacitismo y el clasismo que invisibilizan sus vidas. Así se practican cuatro virtudes ético-políticas que, desde mi perspectiva, son deseables en los análisis socioculturales, a saber: dignificar las biografías de las personas para que se sientan orgullosas; mostrar sus esperanzas como principios de vida; advertir sus potencias políticas, y figurar las posibilidades de cambio y liberación. Por ello, al leer las sentidas palabras de don Juan Bautista Yeh Teh sobre sus vínculos con la tierra y el monte, con las semillas que cuida y el territorio maya peninsular que defiende, no pude evitar recordar al campesino de Puerca tierra (John Berger, [1979] 2011), y el proverbio ruso por él citado: “La vida no es un paseo por el campo”.