Universidad Nacional Autónoma de México • Instituto de Investigaciones Sociales

If you see the future, please tell it not to come up

Waldo Ansaldi*

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*Doctor en Historia por la Universidad Nacional de Córdoba. Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Tema de especialización: sociología histórica de procesos políticos de larga duración en América Latina. orcid: 0009-0005-8876-6012.

**Para titular este artículo he apelado a las últimas palabras de Juan José Castelli, quien junto a Mariano Moreno constituyó el dúo más radical de los revolucionarios rioplatenses de 1810.

 

Resumen: Tras algunas consideraciones generales sobre la democracia, este artículo se centra en la coyuntura en curso de la sociedad argentina, caracterizada, inter alia, por una creciente cultura popular de derecha como componente adicional a los característicos de una crisis orgánica y la potencial salida cesarista con un líder mesiánico, en este caso de una extrema derecha que explícitamente levanta un programa devastador de derechos larga y duramente conquistados, lo que preanuncia una potencial situación de violencia.

Palabras clave: coyuntura, Argentina, extrema derecha, salida cesarista, violencia potencial.

Abstract: After some general considerations about democracy, this article focuses on the current situation of the Argentine society. This situation is characterized, by among other things, a growing popular right-wing culture, in addition to characteristics of an organic crisis and the potential for a Caesarist exit with a messianic, extreme-right leader explicitly putting forward a program to devastate long-standing, hard-won of rights. This carries a potential for violence.

Keywords: conjuncture, Argentina, extreme right, Caesarism, potential violence.

 

Todo analista de una coyuntura en curso no es un mero observador de la misma. No tiene con su objeto la distancia que a un biólogo le da el microscopio o a un astrofísico el telescopio. Es parte de la coyuntura, cualquiera que sea su papel en ella. Puede ser sujeto partícipe más o menos activo o mero observador, pero nunca es ajeno a ella. El desafío es procurar que las convicciones personales no ocluyan o distorsionen la explicación. Este artículo comenzó a ser escrito antes de la primera vuelta de las elecciones generales (19 de octubre de 2023) y, después de escrituras alternativas, finalizado antes del balotaje definitorio (19 de noviembre), es decir, sin saber quién ha de presidir el país a partir del 10 de diciembre. No está exento, pues, de las tensiones coyunturales.

La novedad de estas elecciones, cuando se cumplen 40 años del actual proceso democrático —el más largo en la historia del país—, es la aparición de una extrema derecha delirante que, por añadidura, empujó a su vera a la derecha hasta entonces menos virulenta pero que, como el Partido Popular en España, se ha hecho cada vez más extrema cuando apareció una fuerza aún más a su derecha: Vox en España, La Libertad Avanza en Argentina, campo del que son parte el Partido Republicano (José Antonio Kast) en Chile y el Partido Liberal (Jair Bolsonaro) en Brasil.

 

1978 y después

En octubre de 1978, el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) realizó la Conferencia Regional sobre Condiciones Sociales de la Democracia en América Latina. En la convocatoria, escrita por Francisco Delich, a la sazón secretario ejecutivo del Consejo, se invitaba a reflexionar sobre tres cuestiones puntuales: “¿Cuáles son [las] condiciones sociales que explican los procesos sociales autoritarios o democráticos? ¿Cuáles son las condiciones sociales que posibilitan y eventualmente conducen a la conformación de constelaciones sociales que definen formas democráticas de Estado y sociedad? Algo más específicamente: ¿cuáles son las condiciones actuales que permiten o traban, o impulsan los procesos democráticos en América Latina?” (1979: 17).

Después de la Conferencia hubo un boom de artículos y libros sobre la cuestión, del cual buena cuenta, aunque parcial, dio el libro de Edgardo Lander (1996), publicado cuando todavía quedaba mucho por escribir. Ese exceso de bibliografía contrasta con el pauperismo previo. No obstante la petición de Delich —pensar la democracia en tres dimensiones: social, política e histórica, como bien señaló Jorge Graciarena (1985: 192)—, la mayoría de los aportes se centraron en lo que Guillermo O´Donnell (1995: 170) llamó politicismo: “Estábamos tan obsesionados por el problema político, que no tuvimos en cuenta algunas variables sociales y económicas que deberíamos haber considerado”.

Simultáneamente con el debate sobre la cuestión de la democracia en el campo académico latinoamericano, comenzaba un proceso de transición de dictaduras a democracias en varios países de la región, proceso iniciado en República Dominicana y Perú en 1978 y seguido en Ecuador (1979), con una ola expansiva en la década siguiente: Bolivia, Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile. En los noventa emergieron regímenes democráticos, en el peculiar contexto de guerra civil, en El Salvador y Guatemala. Por doquier había un clima de euforia; en algún caso, como en Argentina, estimulado por la esperanzadora consigna levantada por Raúl Alfonsín durante la campaña electoral que le hizo ganar la presidencia: “Con la democracia se come, se cura y se educa” (en 1992 le añadió un atenuante: “... pero no se hacen milagros”).

Norbert Lechner (1988: 24) captó muy bien el contexto: “Tras la experiencia autoritaria, la democracia aparece más como esperanza que como problema. Cabe entonces preguntarse si los actuales vientos de democratización son ‘climas coyunturales’ o si inician una transformación social”.

Tras 45 años de democracia, la esperanza se ha desvanecido en buena parte y, en cambio, se ha incrementado la desconfianza en su capacidad para dar respuesta a las necesidades básicas de la población. Con todos los reparos que se le pueden hacer, los indicadores que revela anualmente el Informe de la Corporación Latinobarómetro sugieren algunas hipótesis para dar cuenta de lo que ésta llama la recesión democrática. Así, en el más reciente Informe se sostiene: “La recesión se expresa en el bajo apoyo que tiene la democracia, el aumento de la indiferencia al tipo de régimen, la preferencia y actitudes a favor del autoritarismo, el desplome del desempeño de los gobiernos y de la imagen de los partidos políticos” (Corporación Latinobarómetro, 2023: 1).

Los resultados obtenidos en los 17 países en los que se realizó el estudio arrojan varios datos relevantes, algunos de los cuales se muestran a continuación.

El Informe considera tres variables y releva los porcentajes de: 1) apoyo a la democracia, 2) indiferencia por el régimen político, 3) opción por el autoritarismo. Los resultados no son para alegrarse. En 2023, sólo 48% de los encuestados apoya la democracia: 15 puntos menos que en 2010, 17 menos que en el bienio 1997-1998, e igual a 2018, antes de la pandemia. “El declive a partir de 2010 ha sido sistemático durante más de una década. Es decir, existen motivos estructurales que no han sido remediados y que profundizan la pérdida de apoyo. En ese sentido llama la atención que la pandemia no acentúe la pérdida de apoyo, sino que más bien detenga la caída como muestran los datos” (Corporación Latinobarómetro, 2023: 18). Para el autor o autores del Informe, tal caída se explica por dos motivos: el ciclo económico, si bien su impacto es leve, y “la escasez de bienes políticos que se manifiesta en la baja calidad de sus élites, específicamente a nivel de la Presidencia de la República, los personalismos, la corrupción, la permanencia en el poder más allá de las reglas, y [...] el desplome del desempeño de los gobiernos” (2023: 20).

A la vez, la indiferencia por el régimen político (democrático/no democrático), en ascenso desde 2010 (16%), alcanza un preocupante 28%, lejos del mínimo de 14% registrado en 1997. En 12 de los 17 países se ha registrado el incremento de la indiferencia, el cual expresaría “un fenómeno más estructural de las democracias latinoamericanas” (2023: 22-23).

A su vez, la tercera opción, la del autoritarismo, se ha incrementado en cuatro puntos entre 2020 y 2023, llegando a 17%. Se trata de una cifra más o menos constante desde 1995 (2023: 23). Es un dato para tomar en serio, más si se le vincula con el 28% de indiferentes y con el hecho del aumento de la opción autoritaria en todos los países, menos Panamá (2023: 24). Así, para el Informe, la recesión democrática articula tres componentes: crisis económica, presidencias corruptas (sobre las cuales no hay referencia alguna a la partidización del Poder Judicial) e incremento de la opción autoritaria (2023: 25).

Si de sexo o género se trata, el estudio señala que las mujeres apoyan la democracia en 45% y son indiferentes al régimen en 29%, mientras que los hombres se pronuncian en 51% y 26%, respectivamente. Unas y otros optan por el autoritarismo en 17% de los casos (2023: 30-31).

El Informe también presta atención a la variable etaria. Sus datos se corroboran en el actual proceso electoral en Argentina: en la franja etaria de 16 a 25 años —es decir, nacidos y que han vivido hasta hoy en democracia— el apoyo a ésta es de 43%, en contraste con el 55% que se observa en mayores de 61 años —esto es, nacidos y que han vivido en dictaduras. Inversamente, los primeros se inclinan por el autoritarismo en 20% de los casos y 13% en el de los segundos, mientras que en la opción por la indiferencia también la proporción es mayor entre los jóvenes: 30% contra 23%, valor este que revela escepticismo sobre la democracia.

De acuerdo con el Informe, la socialización en las democracias realmente existentes, a las que llama imperfectas, “no produce nuevas generaciones más demócratas sino que, por el contrario, genera más partidarios del autoritarismo y con mayor inclinación a la indiferencia ante el tipo de régimen político” (2023: 31).

En materia de clases sociales (2023: 32-33), el Informe apela a la clásica distinción del estructural-funcionalismo, esto es, según el nivel de ingresos. La conclusión es: “más alta es la clase, menos apoyo a la democracia”: apenas 37%, contra 51% en la “clase media baja”, 50% en la “clase media” y 44% en la “baja”. Asimismo, la indiferencia por el régimen político es mayor en la “clase alta”, 37%, de 26% en la “clase media baja”, de 27% en la “media” y de 31% en la “baja”. Rememorando una vieja proposición sociológica, en su momento fuertemente cuestionada por científicos sociales latinoamericanos, el Informe sostiene: “Nuevamente sobresale la clase media baja como la más demócrata”. No sorprende que inmediatamente proclame: “Llama la atención que los más demócratas no son los más acomodados”. Vamos, en buen castellano: quienquiera que mire en la larga duración tardará nada en advertir que las burguesías latinoamericanas fueron y son históricamente predominantemente antidemocráticas.

En cuanto a la opción por el autoritarismo, es de 18% en las tres franjas de la clase de ingresos medios y de 15% en los dos extremos. Según el estudio, son muchos los latinoamericanos que no apoyan a la democracia, optando por la indiferencia o por el autoritarismo. No creen en la democracia “porque no les han satisfecho las respuestas de los gobiernos a sus demandas” (2023: 38). En cuanto a la opción por un gobierno militar, los resultados, en la medida en que sean medianamente confiables, son preocupantes: entre 2004 y 2023, con altibajos, la demanda por uno de tal carácter creció 11 puntos porcentuales: de 24 a 35, siendo éste el valor más alto desde 1995, año del primer informe anual de Latinobarómetro (2023: 44).

Históricamente, las democracias han requerido la existencia de partidos políticos, sean de clase o policlasistas o “atrapatodo”, los cuales, en mayor o menor medida, fungieron como intermediarios de las diferentes demandas de la sociedad civil ante el Estado. Hoy ya no es así. No extraña que el estudio de Latinobarómetro registre (2023: 46-47) un profundo dictamen negativo: el 77% de la muestra opina que los partidos no funcionan bien, porcentaje que en ocho de los 17 países es de 80% y más, llegando a 90% en Perú. Uruguay ostenta el mayor porcentaje de respuestas positivas, 38%, una cifra especialmente baja para un país históricamente dotado de un sólido sistema de partidos. Más serio es el indicador de Chile, otro país que otrora tuvo un sistema de partidos fuerte: 80% entiende que los partidos no funcionan bien.

No extraña, por ende (2023: 47-48), que 48% de la muestra opine que la democracia puede funcionar sin partidos políticos (con un pico de 64% en Panamá), mientras quienes sostienen que sin ellos no puede haber democracia son 44% (previsiblemente, Uruguay al tope, con 62%).

El Informe concluye señalando que la recesión democrática de la región se expresa en el trípode bajo apoyo de la democracia-incremento de la indiferencia por el régimen político-aumento de la opción por el autoritarismo, la cual se explica conforme tres dimensiones: 1) aunque no de manera principal, las crisis económicas, las cuales “aumentan las desigualdades, el número de pobres y tensionan las demandas de la población que se vuelven totalmente inelásticas”; 2) “deficiencia de la democracia en producir los bienes políticos que demanda la población”, a saber: igualdad ante la ley, justicia, dignidad y justa distribución de la riqueza. “La corrupción, los personalismos y el uso del poder para otras cosas que no sean el bien común contribuyen a minar el avance de la producción de bienes políticos”; 3) “desplome del desempeño de los gobiernos por su falta de capacidad para responder a las demandas de políticas públicas” (2023: 48-49).

En fin: la recesión democrática expresaría la desilusión ciudadana con la democracia en tanto incumplió la citada máxima de Alfonsín. Así, la pérdida de apoyo da lugar a la bronca y la demanda de mano dura, se eligen alternancias y se aplauden gestos autoritarios como los de [Nayib] Bukele. Se desechan las características de la democracia en pos de la solución de los problemas, no importan los partidos políticos, ni la libertad de prensa y se puede pasar por encima de ella, y tampoco interesa que se sobrepasen las leyes, ni siquiera preocuparía tanto un gobierno militar. Todas estas actitudes parecerían válidas en la búsqueda de soluciones (Corporación Latinobarómetro 2023: 49).

Reitero: se pueden cuestionar la representatividad de la muestra, las categorías analíticas y teóricas utilizadas (con la cuales discrepo) y tomar los Informes de Latinobarómetro cum grano salis, pero no puede negarse que, al menos, expresan tendencias y posiciones más o menos perceptibles en la vida cotidiana, sean bares, hogares, vías públicas de nuestra América. De allí que, con recaudos, nos resultan útiles.

 

¿De qué hablamos cuando hablamos de democracia?

Para Enrique Krauze (1986), el sustantivo democracia no requiere adjetivos, entendiendo que la misma es la llamada liberal. En los años noventa, David Collier y Steven Levitsky (1997) relevaron más de 550 adjetivos para añadir al sustantivo democracia. No es posible analizar aquí tal cuestión detenidamente, que señalo tan sólo para advertir sobre su complejidad y sentar unas pocas proposiciones que considero básicas, puede que obvias, pero no triviales. Ellas son: 1) etimológicamente, democracia es el poder o dominio (kratos) del pueblo (demos), que los griegos ejercían bajo la forma directa, a diferencia de la democracia burguesa, que es representativa, una forma de confiscación del poder del pueblo;1 2) en sociedades de clases, la democracia es una forma de ejercicio de dominación de una de ellas sobre otra u otras; 3) la democracia de sociedades capitalistas es la democracia burguesa, la cual se expresa o practica de diferentes maneras.

Me detendré brevemente en el último punto y por economía de espacio sólo consideraré cuatro de las varias formas existentes: la democracia liberal2 y las que Peter H. Smith (2009) llama democracia electoral, semidemocracia electoral y, siguiendo a Fereed Zakaria (1997), democracia iliberal.

Para caracterizar a la primera, Smith recupera la clásica proposición de ocho garantías institucionales formulada por Robert Dahl en Polyarchy. Participation and Opposition (1971):3: libertades de asociación, de expresión y de voto; elegibilidad para cargos públicos; derecho de los líderes políticos a competir por apoyos y votos; diversidad de fuentes de información; elecciones libres e imparciales, e instituciones que garanticen que las políticas del gobierno dependan de los votos y otras formas de expresiones de preferencias. Smith (2009: 25-27) va más allá y destaca que si bien las elecciones son el componente “procedimental” de la democracia, los derechos constituyen un componente “sustancial”. Tales derechos deben proteger constitucionalmente la libertad individual y la libertad de expresión política. Un Estado democrático tiene la obligación de tolerar la discrepancia y de asegurar la libre expresión sin restricciones.

La democracia electoral, a su vez, es “aquella en la que existen elecciones libres y justas”, con ciudadanos y ciudadanas con derecho a voto y existencia de “una competencia genuina entre los candidatos rivales” (Smith, 2009: 25).

Para América Latina, Smith (Smith, 2009: 26) introduce otra distinción: la de semidemocracia electoral, en la que se presentan una o dos condiciones: 1) elecciones libres, pero no justas (esto es, “el sistema electoral está amañado a favor del titular del cargo” o de quien él elija; 2) “las elecciones son libres y justas, pero el poder efectivo no corresponde al ganador”, pues “tiende a residir fuera del ámbito de los cargos electivos”, por ejemplo, terratenientes y militares y, añado, empresarios, un eufemismo utilizado para no llamarlos capitalistas o burgueses.

Las democracias electorales con garantías extensas de libertades civiles son, para Smith, liberales o completas, mientras que aquellas que proporcionan sólo garantías “parciales” o “mínimas” son iliberales.

De modo más descriptivo que explicativo en sentido estricto, retengo la llamada semidemocracia electoral para caracterizar no pocos casos latinoamericanos. Pienso sobre todo en Argentina, donde históricamente la mediación corporativa entre la sociedad civil y el Estado ha primado y prima sobre la mediación partidaria, cuando no son el poder real.

Añado una posibilidad más: considerar las democracias latinoamericanas en los términos que Crawford Brough Macpherson (1982) llamó el modelo número 3 de la democracia liberal, el de la democracia como equilibrio, expuesto originariamente por Joseph Schumpeter en otro texto clásico, Capitalism, Socialism and Democracy. Él llama método democrático al “sistema institucional de gestación de las decisiones políticas que realiza el bien común, dejando al pueblo decidir por sí mismo las cuestiones en litigio mediante la elección de los individuos que han de congregarse para llevar a cabo su voluntad”, bien entendido que “el papel del pueblo es crear un gobierno o algún otro organismo intermediario, el cual crearía, a su vez, un ejecutivo nacional o gobierno” (Schumpeter, 1995: tomo II, 321, 343).

Macpherson (1982: 96-97) es contundente en su apreciación crítica: se trata de un modelo de democracia en el cual ésta no es otra cosa que “un mecanismo para elegir y autorizar gobiernos, no un tipo de sociedad ni un conjunto de objetivo morales”, mecanismo que “consiste en una competencia entre dos o más grupos auto-elegidos de políticos (élites), organizados en partidos políticos, a ver quién consigue los votos que les darán derecho a gobernar hasta las siguientes elecciones”. Es un modelo de democracia que “elimina deliberadamente el contenido moral” y “es sencillamente un mecanismo de mercado: los votantes son los consumidores; los políticos son los empresarios”. Macpherson es enfáticamente crítico respecto del efectivo carácter democrático atribuido a este modelo (véase el capítulo IV) y apunta una cuestión que en nuestra América y en nuestros días es relevante, por lo cual me permito citarlo in extenso: “En la medida en que la capacidad adquisitiva política es el dinero, difícilmente podemos decir que el proceso equilibrador sea democrático en cualquier sociedad, como la nuestra, en la que exista una considerable desigualdad de riqueza y de oportunidades de adquirir riqueza”. Se la puede calificar de soberanía del consumidor, bien entendido que “la soberanía de una suma de consumidores tan desiguales no es, evidentemente, democrática”.

Una consecuencia es central: “la desigualdad económica crea la apatía política. La apatía no es un dato independiente”, pues lleva a la abstención electoral, con frecuencia “la sensación de que no hay entre quien escoger” (Macpherson, 1982: 106 y 107; itálicas mías).

Las reflexiones precedentes, con todo lo sumarias que se quiera, sólo tienen por objeto servir de introducción a las que siguen.

 

¿Armagedón en el horizonte?

Como señalé, este artículo se centra en la coyuntura argentina en curso, marcada por elecciones generales —legislativas y presidenciales— en octubre para la primera vuelta y en noviembre para la segunda (sólo presidenciales), comicios en un país en el que, según el Informe Latinobarómetro (2023: 27), la democracia cuenta con 62% de apoyo (siete puntos porcentuales más que en 2020), sólo 15% de indiferentes al tipo de régimen y 18% de apoyo al autoritarismo (frente a 13% en 2020).

Entre 2015 y 2023, el país atravesó cuatro años de un gobierno pésimo y cuatro de uno mediocre. Uno, de derecha, y otro, supuestamente nacional-popular, comparten, pese a signos políticos diferentes, haber defraudado las expectativas puestas en ellos al elegirlos. Es cierto que el segundo tuvo que afrontar la pandemia de Covid-19, la fenomenal deuda externa incrementada por un préstamo del Fondo Monetario Internacional (fmi) al gobierno de Mauricio Macri4 y la sequía que afectó la producción agrícola y, por ende, las exportaciones y el ingreso genuino de dólares, pero ni unas ni otra justifican su inoperancia frente al poder económico. No sólo no corrigieron las desigualdades, también las incrementaron. Con ello, sumado a un largo y creciente proceso inflacionario, aumento de la pobreza y la extrema pobreza (a despecho de un incremento del empleo formal) y un fenomenal traspaso de riqueza al gran capital nacional y extranjero, el resultado no podía ser otro que la apatía o la bronca. Como en Argentina el voto es obligatorio para la franja etaria de 18 a 70 y optativo para las de 16 a 18 y más de 70, la apatía (que puede expresarse como abstención, voto en blanco, voto impugnable) es reemplazada por la bronca. Ésta es hoy dominante en buena parte de la sociedad argentina y se expresa de diferentes maneras en las clases sociales, en las franjas etarias (jóvenes, adultos, ancianos) y en el género.

Así las cosas, hasta 2021 (elecciones legislativas de medio término), el panorama electoral aparecía dominado por Juntos por el Cambio (en adelante JxC, coalición de derecha sucedánea de Cambiemos, ganadora en segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2015, consagrando la fórmula Mauricio Macri-Gabriela Michetti) y el Frente de Todos (en adelante FdT, coalición de varios partidos o corrientes del fragmentado peronismo con otras menores, que puede considerarse de centro-izquierda, nacional-popular o reformista), vencedor en las elecciones de 2019, consagratorias de la dupla Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner). Las elecciones de 2021 fueron ganadas por JxC (46% contra 35 de FdT, en cifras redondeadas). En cuarto lugar apareció una fuerza nueva: La Libertad Avanza (extrema derecha, en adelante LLA), con 5.55%, obteniendo un significativo 17% (tercera fuerza) en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (en adelante CABA).

LLA comenzó siendo un espacio político construido a partir del protagonismo dado por medios de comunicación a un personaje hasta entonces ignoto, que a muchos movió a risa por sus excentricidades y muy pocos advirtieron cuan temible es (Ansaldi, 2022: 140-141). Javier Milei, de él se trata, es un economista cincuentón de extrema derecha autodefinido como “minarquista estático y anarcocapitalista dinámico”, adherente entusiasta de la escuela económica austriaca. De aspecto estrafalario, casi cómico, gritón, histriónico, en las elecciones de 2021 resultó electo diputado nacional por la CABA, en buena medida por el voto joven y el de sectores muy humildes. Comenzó gritando contra lo que llamó y llama “la casta” o “la casta política”5 (los políticos y los empresarios que, al margen de sus diferencias ideológicas, comparten la práctica tendente a mantener sus propios privilegios, a expensas de la sociedad) y pronunciándose contra el aborto legal y el movimiento LGBTI, al tiempo que se declaraba partidario de pagar por sexo, de la libre portación de armas, de la venta de niños y de órganos (no el instrumento musical, sino los del cuerpo humano). Proponía eliminar el peso y reemplazarlo por el dólar, “dinamitar” el Banco Central (al que consideraba “la peor basura que existe en esta Tierra”), disolver el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, y consideraba a las universidades públicas “centros de adoctrinamiento” del “marxismo cultural”,6 que sería, según él, una conspiración cuyo objetivo es instalar el miedo con mentiras como el calentamiento global, el feminismo, etcétera. También proponía privatizar los clubes deportivos. De llegar al gobierno, prometía contar con sólo ocho ministerios: Economía, Justicia, Interior, Seguridad, Defensa, Infraestructura, Relaciones Exteriores y Capital Humano.

Tiene una particular inquina con dos ministerios: el de Educación y el de Mujeres, Género y Diversidad. También se opone a la educación, la salud y los medios de comunicación públicos, a los que pretende reemplazar por sistemas privados. Propone derogar la ley de Educación Sexual Integral (a su parecer, parte de un plan para destruir la familia) y el sistema de jubilaciones, al cual pretende reemplazar, como durante el gobierno de Carlos Menem (al que alaba), por empresas encargadas de gestionar en forma privada los haberes previsionales, “sin vulnerar derechos” aclaró en una entrevista radial en abril de 2023.7

Por si fuera poco, no tuvo mejor idea que pronunciarse contra el papa Francisco, venerado por buena parte de la sociedad (a mi juicio, más por argentino que por profundas convicciones religiosas), a quien ha llamado “imbécil”, “representante del Maligno en la Tierra”, siempre “parado del lado del mal” y tener “afinidad por los comunistas asesinos”, amén de violar los Diez Mandamientos al defender la justicia social.8 Posteriormente se retractó. En fin, para sintetizar, Milei es simpatizante de Jair Bolsonaro, Donald Trump, José Antonio Kast y Vox, y proclama que cuenta con el apoyo de “las fuerzas del Cielo”.

Uno de sus laderos, Alberto Benegas Lynch, electo diputado nacional, propuso privatizar el mar para alambrarlo (¡sic!) y así proteger a las ballenas. Otro, Ramiro Marra, quien perdió la elección de jefe de gobierno de la CABA, defendió el colonialismo español y considera a España su patria. Hay mucho más... Joan Manuel Serrat diría: “Si no fueran tan terribles, nos darían risa”.

Para sorpresa de muchos, Milei ganó las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO)9 en agosto de 2023. Digo sorpresa porque en varias elecciones previas, a nivel provincial, para elegir gobernadores y legisladores, los candidatos de LLA tuvieron pobres resultados. Esa circunstancia llevó a muchos a descartar sus posibilidades reales en las PASO, a las cuales se presentó como una alternativa nueva frente a los ya conocidos y fracasados Juntos por la Patria (JxP, ex FdT, la coalición de gobierno, ahora Unión por la Patria, UxP) y JxC. Logró 30%, contra 28% de JxC y 27% de JxP (números redondeados). Bien mirada, esa masiva opción por la derecha in toto (58%) no debió haber sorprendido: ya en 2015, Macri había obtenido 34% en la primera vuelta y 51% en la segunda. Si en 2019, con 40% de los votos, perdió la reelección en primera vuelta, fue por una gestión desastrosa e incumplir las promesas de campaña. No obstante, obtuvo seis puntos porcentuales más que en la primera vuelta de 2015. No se le prestó atención suficiente al hecho de la gestación de una ideología popular de derecha, la cual ha ido captando conciencias y voluntades en clases sociales subalternas, un ejercicio exitoso de transformismo orgánico, como diría Antonio Gramsci (1975).

Conforme a la Constitución nacional, presidente y vicepresidente son elegidos por voto directo; si ninguna fórmula alcanza 45% o más de los votos o, superando 40%, no obtiene más de 10 puntos de diferencia sobre otra(s), corresponde concurrir a balotaje. Es lo que ocurrió en 2015 y ahora, en 2023. En la primera vuelta (22 de octubre), los resultados sorprendieron tanto como los de las PASO. Invirtiendo las posiciones, la fórmula Sergio Massa-Agustín Rossi (UxP, centro) obtuvo 36.7% contra Javier Milei-Victoria Villarruel (LLA, extrema derecha), 30%, y Patricia Bullrich Luro Pueyrredón-Luis Petri (JxC, derecha, ahora virando a la extrema), 23.8%.

Desde entonces, y así será hasta el 19 de noviembre, se asiste a una campaña electoral sin igual en la historia argentina, obra de la dirigencia y los simpatizantes de LLA: feroz, sucia, violenta, plena de falsas noticias, reivindicación de la dictadura, insultos y amenazas en lugar de argumentos, alianza con “la casta” vilipendiada hasta un mes antes, denuncias anticipadas e infundadas de “fraude colosal” (en la saga de Trump y Bolsonaro). Ejemplo de la falta de coherencia, de ética, es, entre otros, la acusación de Milei a Bullrich: haber sido montonera (la guerrilla peronista de los años setenta), lo cual es cierto, y, como tal, de haber puesto bombas en jardines de infantes, lo cual es falso, lo que llevó a ésta a una denuncia penal contra aquél, que retiró después de la primera vuelta cuando sorpresivamente se aliaron de cara al balotaje y a un eventual gobierno libertario.

En breve, es necesario explicar por qué los jóvenes (sobre todo, varones), los pobres, los castigados, los menos favorecidos, han votado por candidatos —Milei y Bullrich— que explícitamente proclamaron que arrasarán con derechos larga y duramente conquistados; explicar por qué ese vasto colectivo social acepta y vota a un candidato que ha dicho, con todas sus letras, que es una falacia la consigna “donde hay una necesidad hay un derecho”, y que “la justicia social es una aberración”.

Habrá que prestar mucha atención a las estructuras mentales, dentro de las cuales es necesario considerar las subjetividades, cuya importancia en los procesos sociales fue advertida por Sigmund Freud. No extraña, pues, encontrar adhesiones ciegas a líderes carismáticos, al “grande hombre” concebido cual un Mesías laico. El carisma es un componente importante, pero en los tiempos que corren es crucial el papel jugado por las redes sociales, que contribuye a crearlo. Ese papel es mucho más importante que los medios de comunicación de masas en las franjas etarias juveniles, dentro de las cuales la adhesión a Milei es fenomenal.

Es necesaria una reflexión a partir del, para muchos, inesperado comportamiento de la ciudadanía, que hubiera sido menos sorpresivo si se hubiese mirado el bosque, no sólo el árbol. Pero esa reflexión debe soldarse en una perspectiva de media a larga duración: al menos, un tiempo que va de 40 a 80 años, del final de la última dictadura institucional de las Fuerzas Armadas, en 1983, en la media, hasta el surgimiento del peronismo, en 1945, en la larga. En la media, buena parte de la posibilidad resulta de las propias falencias y debilidades de una democracia que ha sido y es más electoral que liberal. Habrá que ver si las condiciones de posibilidad —que existen— encuentran contingencias de realización.

Históricamente, el fenómeno no es nuevo. Hay muchos momentos, en el planeta, en que grandes colectivos sociales —sobre todo pobres, desheredados, mujeres— que no tienen nada —ni trabajo, ni educación, ni propiedad, ni, mucho menos, poder— han aceptado, cuando no elegido voluntariamente, vivir en situaciones humillantes, injustas y contrarias a sus propios intereses. Es esa una cuestión en la que hay que indagar mucho y en profundidad.

La rebeldía, clásicamente postura de izquierda y de la juventud, se hizo de derecha, lo que lleva a una cuestión conexa: ¿cómo fue que la izquierda perdió la bandera de la rebeldía? Y si no la perdió, ¿por qué las mayorías no la siguen? ¿Por qué el peronismo dejó de “enamorar”? El peronismo ha sido y es una fuerza política compleja, incluso con componentes contradictorios y hasta excluyentes. Fue un formidable ejemplo de partido atrapatodo (catch all). Pero en las últimas décadas nuestras sociedades —no sólo la argentina— han cambiado mucho, se han fragmentado como nunca, las desigualdades —en el interior de cada sociedad y en el planeta todo— se han incrementado y la pandemia de Covid-19 las han potenciado. En buena medida, ese incremento de la desigualdad es una consecuencia de la crisis del ciclo sistémico de acumulación del capital hegemonizado por Estados Unidos, crisis que se desenvuelve bajo la hegemonía de la valorización financiera.

Es un fenómeno a escala planetaria, de donde también lo es el giro a la extrema derecha. Nada raro en momentos de grandes crisis. Basta con recordar lo ocurrido cien años atrás, y sobre todo en qué desembocó aquella crisis. Ciertamente, hoy no se vislumbra una alternativa real al capitalismo. Hasta 1990, el llamado socialismo real, más allá de todas las críticas que puedan hacérsele (en primer lugar, desde la izquierda), operó como una contrafuerza que obligaba al mundo capitalista a morigerar su voracidad. El Estado de Bienestar Social fue un ejemplo de ello. Desaparecido el oponente político e ideológico, también ese Estado desapareció o se debilitó. Las derechas y las extremas derechas de hoy van por los restos que quedan de él.

Volviendo al peronismo, históricamente fue, sobre todo, una fuerza política que se ganó ideológicamente a la clase obrera, sobre todo a la industrial, desplazando a la izquierda, y en algunos momentos incluso a sectores de las clases de ingresos medios. Pero hoy la sociedad argentina se ha trasformado sustancialmente. La clase obrera se ha fragmentado y la expansión de la revolución científica y técnica ha modificado cualitativa y cuantitativamente el mundo del trabajo y, por ende, las posibilidades de acción.

Por si fuera poco, el gobierno de Alberto Fernández ha sido de una mediocridad fenomenal, excepto en algunos pocos casos. Tuvo un adecuado manejo de la pandemia (pese a lo cual fue castigado electoralmente en 2021) y está produciendo transformaciones decisivas en el campo de la energía y la distribución del gas, cuyos efectos no se advierten en el corto plazo, que es el que le preocupa a la mayoría de la sociedad argentina. Está caracterizado por elevada inflación, aumento de la pobreza, inseguridad, inter alia. Agobia el corto plazo. El largo no importa, porque, como decía Lord Keynes, en él todos estaremos muertos.10

Al gobierno le faltó coraje político para enfrentar a los auténticos dueños del poder, que, por paradójico que parezca, han obtenido y están obteniendo ganancias fenomenales o, como se dice en Argentina, “las están levantando a pala”. Esos componentes (pero no sólo ellos) explican, en buena medida, el tremendo giro a la derecha de la ciudadanía argentina, que no es sólo un giro electoral. Más serio aún, es un giro cultural, que no es de hoy, que ha venido conformándose paulatinamente y que no pocos analistas se han negado a ver.

Como muy bien ha señalado Ricardo Aronskind (2023), en 40 años de democracia “el Estado nacional argentino ha ido perdiendo su capacidad para hacer cumplir la ley”. Más aún: “hizo retroceder al gobierno de toda política pública que intentara poner algún coto a la voracidad privada”, renunciando “a toda defensa seria, argumentada y sostenida del lugar de lo público como gran ordenador social y del derecho de la sociedad a ser defendida por parte del Estado. Y fue en gran medida el factor que llevó a la situación de ingobernabilidad en la que asumió el actual ministro de Economía”, Sergio Massa.

Argentina —no sólo hoy— muestra un claro caso del ejercicio descarnado y descarado del poder de la clase dominante, reforzado por el hecho de que uno de los poderes del Estado —el Judicial— opera en conjunción con el poder corporativo de las grandes asociaciones de interés y poderosas empresas, frente al cual el poder del gobierno de Alberto Fernández fue escaso o no quiso/no pudo aplicarlo. No es casual que Paolo Rocca, del holding Techint, dedicado a ingeniería, construcción y energía, haya de-
cidido apoyar económicamente a Javier Milei en el balotaje (con un aporte económico superior al que antes brindó a Patricia Bullrich). Rocca, al igual que Franco Macri, padre de Mauricio, pertenece a ese grupo que en el país se llama “la patria contratista”, quienes han hecho fortuna como contratistas del Estado. Llama la atención, aunque no sorprende, pues ese empresario forma parte, para Milei, de lo que llamaba “la casta”, los “mismos de siempre”, “los que vienen fracasando desde siempre” y con los cuales “una Argentina distinta es imposible.”

Milei despotricó contra “la casta” hasta el 19 de octubre, cuando perdió la elección que creía ganada. En menos de lo que canta un gallo se alió con Patricia Bullrich y Mauricio Macri, que lo hicieron a espaldas de su partido Propuesta Republicana (Pro) y de la coalición JxC. A propósito de esta alianza, Macri la “justificó” con un “argumento” insólito, cínico, revelador de su personalidad: “Para mi sorpresa, Antonia me dijo: ʽPapá, no hay alternativa, tenés que apoyar a Mileiʼ. Si Antonia me dice eso, para mí es palabra sagrada”. Antonia es su hija menor. Tiene 11 años.11

En un clima de violencia verbal se pasó a la agresión física, como en el intento de asesinato de la vicepresidenta del país. Desde ese momento, la campaña electoral de Milei —la de él, la de su compañera de fórmula, Victoria Villarruel, la de las electas diputadas Lilia Lemoine y Diana Mondino y otros dirigentes, más los simpatizantes— se tornó crecientemente violenta, preocupante y peligrosa. Éstas no le van a la saga a aquél. Lemoine se despachó con una mensaje contundente: “Me cago en la asignación universal por hijo, me cago en la educación pública gratuita a la que vos podés asistir, me cago en todos los servicios públicos”.12 Días después maltrató a una periodista de la televisión pública y amenazó con despedirla si llegaran al gobierno y privatizaran los servicios de radio y televisión.

Villarruel tuvo expresiones que la definen cabalmente. Así, años atrás explicitó en su cuenta personal en el antiguo Twitter su pensamiento, atacando a niños pobres, personas trans, diabéticos y hasta a pelados.13 Así, por ejemplo:

1. En 2014, durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner:

El Gob + corrupto d la historia argentina modificando el Código Civil y el Procesal Penal, no quieren poner a pedófilos cuidando orfanatos?

— Victoria Villarruel (@VickyVillarruel) October 31, 2014.

2. En 2018, bajo el gobierno de Macri, en ocasión de una entrega de fondos (US $200 millones) por el Banco Mundial para el Programa de Apoyo a Políticas de Igualdad de Género, sostuvo:

Pobres, medio analfabetos pero sabiendo como hacer sexo anal desde la niñez…

— Victoria Villarruel (@VickyVillarruel) October 31, 2018.

3. En un ataque al colectivo LGBTI, personalizado en la actriz, comediante y conductora Lizy Tagliani, opinó así:

La épica de cotillón de estas minas nos cansa hasta a las mujeres. Y todo bien con Lizy pero no es mujer. Cortemos con contradecir a la ciencia y la biología para ser progres o políticamente correctos.

— Victoria Villarruel (@VickyVillarruel) June 13, 2019.

Milei, a su vez, interviniendo en un programa televisivo afín, definió al Estado como el verdadero enemigo, considerándolo “un pedófilo entrando a un jardín de infantes con los niños encadenados y bañados en vaselina” (sic).14

 

Armagedón en las cercanías

“¡Viva la libertad, carajo!” es lema de LLA, que Milei acostumbra a reiterar en sus intervenciones, sosegadas o violentas. Pero la invocación a la libertad de estos liberales fundamentalistas —a los que Benedetto Croce llamaría liberistas— se aplica sólo en lo económico, no en lo filosófico-político, campo éste en el que son todo lo contrario: autoritarios, intolerantes, conservadores, xenófobos, machistas, homofóbicos, negacionistas (del cambio climático y de los crímenes de la dictadura).

Villarruel, hija, sobrina y nieta de militares, partidaria de incorporar militares (sobre todo retirados) a cargos de gestión gubernamental, al estilo de Jair Bolsonaro en Brasil, participante de marchas en favor de la libertad de genocidas condenados por crímenes de lesa humanidad, fue muy explícita en una de sus declaraciones. En un programa periodístico del canal televisivo La Nación+, afín a Mauricio Macri, el 14 de noviembre, al final el conductor del mismo le preguntó sobre el día posterior a las elecciones. Respuesta: “Me preocupa lo que va a ser recuperar la destrucción de este gobierno. Sí te voy a decir que como ciudadana y como argentina veo que lo que nos toque a nosotros como gobierno en caso de ser electos, va a ser realmente una proeza por tratar de rescatar a la Argentina del barro”.

El remate fue de terror: “Me sorprende que Massa está incendiando todo y pretende asumir el poder el 10 de diciembre. Entonces, ¿qué país querés asumir? Un país devastado. ¿Cómo pensás resolverlo si no es con una tiranía?”.15 Es significativo que haya dicho tiranía, palabra en desuso en Argentina, en lugar de dictadura, de innegable connotación negativa. También, que el periodista no repreguntara y diera por finalizado el segmento, agradeciendo su presencia.

Elocuente y explícita es su postura frente a la antigua Escuela de Mecánica de Armada (ESMA), que durante la última dictadura fue el mayor centro clandestino de detención, donde se practicaron violaciones, desaparición de personas, secuestros de bebés.16 Ella propone convertir el predio en un sitio en el cual “los argentinos puedan disfrutar”. Algo así como imaginar la conversión de los campos de exterminio nazis —Auschwitz, Sobibor, Treblinka y otros— en lugares de paseo y recreación.

A su vez, Ricardo Bussi, electo diputado, hijo del general Antonio Domingo Bussi, condenado por delitos de lesa humanidad,17 fue explícito en cuanto a lo que se propone hacer el eventual gobierno de Milei. En diálogo con un periodista de Radio Delta expresó:

Estoy seguro de que el año que viene va a haber problemas porque la cuestión hoy pasa por el ajuste. Si no tenemos ajuste, no podemos ni empezar. El país gasta más de lo que necesita y estamos rascando la olla, no hay otro camino. No tenemos crédito externo ni interno. La fiesta ha sido muy cara y en su momento va a haber que pagarla.

Añadió: “El Estado tiene el monopolio de la fuerza y tiene que actuar por el beneficio de la comunidad”. Se atajó agregando: “Espero que con esto no empiecen a titular que estoy por la represión... Sino que el Estado tiene la Policía, es el que maneja las Fuerzas de Seguridad, las Fuerzas Armadas. Tendrá que usar esas herramientas para ir por el orden porque necesitamos justamente eso, orden”.18

Acoto que la legislación argentina distingue entre Defensa Nacional (competencia de las Fuerzas Armadas) y Seguridad Interior (competencia de la Policía Federal, la Policía de Seguridad Aeroportuaria, la Gendarmería Nacional, la Prefectura Naval Argentina y las policías provinciales), conforme la cual los militares tienen prohibido intervenir en cuestiones de seguridad interior. De modo que, para poder apelar a las Fuerzas Armadas para reprimir en el país, el eventual gobierno de LLA deberá modificar la ley... o violarla, contando con la aquiescencia militar. De paso, esa misma semana Bussi tuvo un lapsus al decir “Hitler” en lugar de “Milei”.

En la campaña por las PASO, Patricia Bullrich utilizó un spot televisivo llamando a terminar para siempre con el kirchnerismo, a exterminarlo. A sepultarlo, completó Carolina Losada, precandidata derrotada del mismo espacio en la provincia de Santa Fe. Nada diferente de lo que una dirigente de un partido afín, el Popular de España, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en una jornada de debate parlamentario envió a los diputados de su partido en la Asamblea de la ciudad, vía móvil, un rotundo mensaje: “Hoy la izquierda está acabada [...], ¡matadlos!”19 Es la lógica de la guerra imponiéndose a la lógica de la política.

En la campaña por la segunda vuelta, partidarios de LLA han utilizado diferentes medios de expresión, desde las redes hasta pintadas en las paredes o carteles callejeros, para trasmitir su discurso de odio, de intolerancia, en el límite, de muerte, pues la amenaza de la misma les fue hecha a varias personas de distintas actividades, sin distinción de sexo. Así, por ejemplo, el capitán (retirado en 2021) Iván Volonté, después de haber sido saludado y apoyado por Victoria Villarruel vía Twitter, publicó en TikTok un breve video de 21 segundos (<https://cdn.jwplayer.com/previews/ZNNcySbZ-buQgiLVC>) con la imagen de un Ford Falcon, una leyenda tenebrosa, mafiosa, y música militar de fondo.20

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Cabe señalar que el Ejército comunicó, a través de su secretaria general, que esas manifestaciones “menoscaban gravemente la imagen institucional”, por lo cual la fuerza “ha iniciado las actuaciones administrativas correspondientes en el marco de lo establecido en el Código de Disciplina de las Fuerzas Armadas”.21

Uno de tantos casos de violencia cobarde y anónima mediante las redes es el de Agustín Romboló, presidente de la Juventud Radical de la CABA. Tales: “Sos hijo de puta, bien parido”; “Una bala te hace falta bastardo”; “Con un fierro en la cabeza te agarraría pendejo bastardo” y “Vos quedate tranki... El Falcon arranca por Almagro [barrio de la ciudad donde vive el joven] la semana que viene...”. Entrevistada por el canal de televisión TN, afín al macrismo, el 16 de noviembre, Villarruel respondió respecto de dichas amenazas: “No voy a manifestarme sobre hechos que no me conciernen [¡sic!] y además desconozco. Esta persona particularmente ha sido sumamente disvaliosa conmigo. No tengo contacto alguno”. Pretende ser vicepresidenta de la República y como liberal las amenazas a un adversario político ¡no le conciernen! En cambio, sí actuó en los casos de simpatizantes suyos presuntamente agredidos.22

También fueron amenazadas Cecilia Moreau, presidenta de la Cámara de Diputados de la Nación, la familia de Sergio Massa, figuras del arte, etcétera. En todos los casos, insultos, agravios, ningún argumento.

 

Derechas vs. derechos

Con un obvio juego de palabras bien se ha señalado por parte de las fuerzas políticas democráticas que esta derecha va contra los derechos. En efecto, el “programa” de LLA, expresado por su candidato y por otras figuras relevantes dentro de la agrupación, es coherente con proposiciones hechas públicas reiteradas veces, como: “El concepto de justicia social es aberrante, es robarle a alguien para darle a otro”, “Venimos a terminar con el verso de que ‘donde hay una necesidad nace un derecho’, porque así es como aumentan el gasto público, los impuestos, toman deuda y cuando ya no pueden más le dan la maquinita”23 [emiten papel dinero].

Coherente con sus presupuestos, LLA propone al menos 10 medidas antiderechos: 1) quita de los subsidios a las tarifas de gas, luz y agua, afectando a la población de bajos ingresos; 2) quita de los subsidios al transporte público; 3) moratoria previsional y jubilación anticipada; 4) disminución de los montos de las indemnizaciones por despido laboral y dar de baja los convenios colectivos de trabajo; 5) eliminación de los créditos para consumo de trabajadores y jubilados (se otorgan con tasas más bajas que las dominantes en el mercado); 6) eliminación de los programas de fomento a la educación Becas Progresar y Conectar Igualdad; 7) privatización de la red ferroviaria de carga y cierre de ramales con criterios fiscalistas;
8) en materia de red de agua y cloaca, el lugar del Estado, que se junten los vecinos del barrio y digan “hagamos tal obra, por ejemplo una cloaca, y se hace... Así se hizo siempre” (¡sic!) , según Mondino (eventualmente canciller del gobierno de Milei); 9) eliminación de los planes estatales de construcción de viviendas, la cual debe ser financiada por privados; 10) cese de la obra pública, reemplazando al Estado por empresas privadas, propuesta que intentó llevar adelante Macri —programa de Participación Pública Privada— con un monumental fracaso.24

LLA propone terminar también con la coparticipación federal de impuestos, un sistema de recaudación impositiva que se distribuye entre el Estado nacional, las provincias y la CABA. Con distintas modalidades, el sistema rige desde 1935 y desde 1994 tiene rango constitucional, razón por la cual para eliminarlo hay que modificar la Constitución.

Milei hizo gráfica su propuesta demoledora del Estado blandiendo una motosierra en funcionamiento en sus apariciones públicas.

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Otro dislate fenomenal es una propuesta sobre la cual Milei ha hecho y hace mucho hincapié: romper relaciones diplomáticas con la República Popular China y la República Federativa de Brasil, los dos principales socios comerciales de Argentina (14% y 21%, respectivamente). El “argumento” es que se trata de gobiernos comunistas y “nosotros no hacemos pacto con comunistas”. Milei arguye que “los privados” podrán seguir comerciando con esos países, ¿ignorando? que el comercio internacional está regulado por normas interestatales.

El cese de ese comercio afectaría a economías regionales, a la pequeña burguesía industrial (las pequeñas y medianas empresas), pero también a empresas de gran envergadura. De hacerse realidad, la pérdida de ingresos para el país se estima en US$ 22 000 millones.

Milei también se opone al Mercosur, al que quiere “eliminar [...] porque es una unión aduanera defectuosa que perjudica a los argentinos de bien, es
un comercio administrado por Estados para favorecer Estados prebendarios”.25 En fin, hay consenso generalizado en que Milei y LLA han roto con muchos consensos básicos que la sociedad argentina ha construido desde 1983, 40 años de democracia ahora puesta en peligro.

Una de las obsesiones de Javier Milei es el socialismo, pero lo que él entiende por tal es bien distinto de su significado histórico y doctrinario. En rigor, socialistas son todos quienes no piensan como él. Así lo hizo ver durante una entrevista con el periodista Julián Parra en el programa radial de Colombia, Nocturna RCN, en el que culpó al socialismo de ser “la verdadera enfermedad de la Argentina”, destructor de “todos los aspectos de la vida”

A su parecer, el Foro de San Pablo fue establecido para crear la Unión Soviética latinoamericana, “un plan muy concreto” en tres etapas: en la primera “el 90% de la batalla es cultural y el 10% es cómo conseguir recursos”; en la segunda, “50% cultural y 50% avanzar en la regulación y el ataque hacia las empresas. Quizás la última parte es la parte de las expropiaciones”.

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Agregó: “¿Qué es en el fondo un socialista? Es una basura, es excremento humano, que básicamente, por no querer soportar el brillo de otro ser humano, está dispuesto a que todos estén en la miseria. Ser socialista, en el fondo, es una enfermedad del espíritu, una enfermedad del alma. Son malas personas, esa es la realidad” (itálicas mías).

Empero, hay algo que rescata del socialismo, e invita a hacer lo mismo: “¿Qué es lo que hizo el socialismo? Se metió en la cultura, en los artistas y los artistas son grandes difusores de las ideas de la izquierda. Se han metido en la educación, entonces los programas educativos cada vez enseñan más socialismo y persiguen al liberalismo”.

Para revertir tal situación, “hay que hacer lo mismo que hicieron ellos. Seguir los lineamientos de Antonio Gramsci, que es meterse en la cultura, en la educación, en la comunicación”.

Según su parecer: “Si siendo un sistema tan nefasto lograron ganar la batalla cultural, ¿por qué no la vamos a poder ganar los liberales si somos el sistema de la prosperidad, la máquina de destruir la pobreza, la máquina de generar prosperidad, la máquina del bienestar?”

En conclusión: “Y el segundo punto que nunca deberíamos haber dejado de lado es la cuestión de la difusión ética y moral. Es decir, los valores del socialismo son la envidia, el odio, el resentimiento, el trato desigual frente a la ley, el robo y el asesinato. Nada que salga de esos valores morales puede conducir a nada bueno. Por eso fracasa en todo el mundo”.

Semejantes dislates llevaron al presidente de Colombia a postear la entrevista en su cuenta de Twitter, acompañada de un mensaje tan breve como contundente: “Esto decía Hitler”.26

De hecho, como personaje extravagante —pero sólo como tal—, Javier Milei se parece más a Adolf Hitler que a Benito Mussolini. Nombrando a este he de aclarar que calificar a aquel y a LLA de fascista es un error conceptual, pues el fascismo fue fuertemente estatista, en las antípodas del libertario. Que no lo sea no implica que no sea un peligro para la democracia. Y tras cuatro décadas de democracia hoy se asiste a la terrible paradoja de su destrucción por vías democráticas. Las razones son complejas y es necesario indagar más al respecto, insisto.

 

¿Una solución cesarista?

Como advertí en su momento (Ansaldi, 2007b), la democracia en América Latina es “un barco a la deriva tocado en la línea de flotación y con piratas a estribor”, es decir, a la derecha. Década y media después, las fuerzas políticas de derecha y extrema derecha son, al menos electoralmente, fuertes, con independencia de la orientación del gobierno de turno, en casi todos los países de la región, incluso muy fuertes en algunos, como Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú, Ecuador, El Salvador. En todos los casos, en rigor, a despecho de la moda académica, no son “nuevas”, salvo en el lenguaje y en algunas formas de acción. Son las derechas de siempre, con ropaje nuevo. En tanto expresión político-ideológica de las burguesías, siguen siendo partidarias del capitalismo, de la desigualdad y del recorte de derechos, en mayor o menor medida, según el grado de extremismo de cada una. Esa situación acentúa la debilidad de la democracia y la confianza ciudadana en ella.

La ausencia de democratización en el interior de los partidos, la casi unánime renuncia a la participación de los afiliados, la prédica neoliberal contra la política y los políticos causan estragos en todo el mundo, que buena parte de los propios políticos se han encargado y se encargan de alimentar con prácticas corruptas, liderazgos personalistas, larga permanencia en los cargos...

Argentina ha vivido y vive crisis periódicas sin haber tenido ni tener un proyecto hegemónico capaz de romper lo que Juan Carlos Portantiero (1977) definió como característico de la sociedad post 1955 (derrocamiento de Juan Domingo Perón): el empate hegemónico, la situación (que ya lleva casi 70 años) según la cual los sujetos sociales —las clases— carecen de fuerza suficiente para imponer su proyecto, pero tienen una fortaleza capaz de impedir el del antagonista, de donde el progresivo aislamiento del Estado vis-à-vis la sociedad. Una posibilidad que genera el empate hegemónico, hoy tal vez más factible que en otros momentos, es la previsión de Gramsci del cesarismo.

La Argentina de hoy tiene varios componentes típicos de una crisis orgánica, esa situación en la cual “los grupos sociales se separan de sus partidos tradicionales”, los cuales, con su forma de organización y “con los determinados hombres que los constituyen, representan y dirigen, ya no son reconocidos como expresión propia de su clase o de una fracción de ella”. En una crisis tal, “la situación inmediata deviene delicada y peligrosa”, generando condiciones propicias para soluciones de fuerza, para la actividad de oscuras potencias representadas por hombres providenciales o carismáticos”. Cuando la crisis no encuentra una solución orgánica, agregaba, y se impone “la solución del jefe carismático, ello significa que existe un equilibrio estático [...] que ningún grupo, ni el conservador ni el progresista, tiene la fuerza necesaria para la victoria y que también el grupo conservador tiene necesidad de un jefe” (Gramsci, 1975: III, 1602-1603, 1604; itálicas mías).

Palabras exactas para caracterizar la Argentina de hoy, donde el jefe carismático portador de la eventual solución se parece mucho a Armagedón.

 
Post scriptum

Armagedón entró en Argentina. Con una participación de 76% del padrón, la extrema derecha ganó contundente: 56% contra 44%. Lo hizo en la CABA y en 20 de las 23 provincias. La legitimidad de origen está fuera de duda. Empero, es necesario tener en cuenta la distinción entre elegir y optar. En el sistema electoral de doble vuelta, en la primera, la ciudadanía elige entre diferentes candidaturas; si ninguna de ellas alcanza el porcentaje establecido y hay balotaje, en éste la ciudadanía opta. La elección se funda en diferentes criterios, siendo el más obvio, el de la adhesión a las propuestas. La opción tiene un fuerte componente, aunque no único, de fuerte rechazo a una de las candidaturas, más que adhesión plena a la otra. Esta cuestión, apenas señalada aquí, permite destacar que la fórmula Milei-Villarruel fue opción de 56%, pero elección de sólo 30%. Esa es —o fue— su base efectivamente afín. Gobernar con y para el 26% adicional, amén del 44% dos veces opositor, requiere habilidad y fortaleza políticas, entre otras condiciones.

Cierro este post scriptum el 10 de enero de 2024, 31 días después de la asunción del nuevo gobierno. Lo acontecido en tan breve lapso es de una intensidad tal que refuerza la metáfora de Armagedón. Analizarlo excede los límites espaciales aquí disponibles, pues da para más de un artículo.

Ya el mismo día de asunción del mando, Milei dio pruebas de sus propósitos. No asumió en el interior del Congreso Nacional, sino en el exterior del edificio, dándole la espalda, un gesto con una carga simbólica fenomenal. A la toma de posesión asistió un número reducido de dirigentes o representantes internacionales, destacándose nombres de la extrema derecha: el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenskyy, el ex presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, el titular del partido español Vox, Santiago Abascal. En contraste, estuvieron ausentes los presidentes de Brasil, Colombia y México, como también los de Cuba, Nicaragua y Venezuela, que ni siquiera fueron invitados. Señalo este dato, que es meramente formal, sí, pero cargado de intensidad simbólica.

Como otros líderes de extrema derecha, Milei tiene una visión maniquea del mundo, que comparte con otros cofrades, a lo que suma mesianismo e invocaciones religiosas, incluyendo su autopercepción de haber sido elegido por Dios para refundar Argentina. Su reiterada invocación a la “gente de bien” es sólo uno de los indicadores. Pero allí donde otros líderes ven, por ejemplo, musulmanes (caso de Viktor Orbán o Marine Le Pen), Milei encuentra “el mal” en “la casta”, con la que, empero, transó desde el momento mismo de su victoria electoral.

Contrariando el “teorema de Baglini”27 y para sorpresa de muchos que no lo creyeron capaz de llevar adelante sus propuestas, Milei arremetió contra la institucionalidad no sólo democrática, sino incluso formal de la República. Como potro desbocado que no sabe a dónde va, para decirlo a lo Lola Flores, firmó un Decreto de Necesidad y Urgencia28 (DNU 60/2023, “Bases para la reconstrucción de la economía argentina”) que, más allá de las desprolijidades formales, en lo sustantivo arrasa con pilares fundamentales de la economía y la sociedad argentinas, desde la privatización de más de un centenar de empresas públicas existentes —algunas estratégicas, como Yacimientos Petrolíferos Fiscales, Aerolíneas Argentinas, Empresa Argentina de Soluciones Satelitales Sociedad Anónima, los medios de comunicación (radio y televisión)— como también la posibilidad de hacerlo con los clubes deportivos (Milei desea que el grupo que controla el Chelsea inglés compre Boca Juniors), hasta la derogación de derechos sociales básicos. Este avasallamiento se amplía y profundiza con un proyecto de ley conocido, por su magnitud, como Ley Ómnibus, enviado por el Ejecutivo al Congreso para su tratamiento.

En pocas palabras, el DNU 70/2023 y la Ley Ómnibus suponen la total entrega del país al capital extranjero, incluyendo insumos estratégicos (litio, petróleo, etcétera) y el cercenamiento de libertades y derechos fundamentales establecidos por la Constitución, de magnitud similar a las prácticas de la última dictadura institucional de las Fuerzas Armadas (1976-1983). Para muestra basta un botón: el proyecto de Ley Ómnibus —oficialmente denominado “Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos”— incluye la prohibición de reunión pública de tres o más personas sin previa autorización del Ministerio de Seguridad.29

En un giro que la mayoría estuvo lejos de imaginar, comenzando por propios militantes y/o simpatizantes de LLA, Javier Milei pactó con Mauricio Macri y Patricia Bullrich —partes de “la casta” hasta poco antes— el ejercicio del gobierno. Así, la propia Bullrich fue designada ministra de Seguridad de la Nación, cargo que ya ejerció bajo la gestión de Macri, marcada por atropellos y asesinatos de militantes sociales; su compañero de fórmula, Luis Petri, ministro de Defensa, y Luis Caputo, de Economía. Caputo fue ministro de Finanzas del gobierno de Macri, responsable del megaendeudamiento con el fmi, ex ejecutivo de JP Morgan y del Deustche Bank, y ahora de la brutal devaluación del peso respecto del dólar.30 Para designarlo, Milei argumentó que no hay en el país mayor experto financiero que él, en contradicción con lo sostenido meses atrás, cuando lo acusó de haber dilapidado, siendo ministro de Macri, la reserva de dólares del país.

En una economía dolarizada como la argentina, la pérdida del valor del peso respecto de la moneda estadounidense se traduce inmediatamente en un fenomenal aumento de precios en todos los rubros, con la consiguien-
te caída de salarios, jubilaciones y pensiones, amén de pérdida de empleo, caída de la producción, etcétera.

En esta apretadísima síntesis, imposible no dejar de señalar que sorprendió al gobierno la inmediata reacción, hasta ahora pacífica, de buena parte de la sociedad argentina frente a las primeras medidas. En ese sentido, fue significativo que el mismo día en que la ministra Bullrich estableció fortísimas limitaciones y amenaza de sanciones económicas y empleo de la fuerza policial contra los manifestantes, en varias ciudades del país, especialmente en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la capital del país, miles de hombres, mujeres y niños espontáneamente ganaron las calles para protestar contra las primeras medidas del gobierno. Días después, en una nueva manifestación, los manifestantes circularon por las aceras (está prohibido hacerlo por las calles, en abierta violación del precepto constitucional de libertad de expresión y circulación) e hicieron que el tránsito fuera interrumpido por la masiva ocupación policial. ¿La ministra multará a los efectivos policiales por obstaculizar la circulación?, fue pregunta obligada de no pocos. Parece una comedia de enredos.

Tampoco pueden dejar de señalarse —signo del clima del momento— las amenazas de muerte proferidas por personas afines al gobierno contra congresistas del Frente de Izquierda y los Trabajadores.

A ello se suman otras amenazas, de mayor envergadura institucional: la de gobernar prescindiendo de los Poderes Legislativos y Judicial, al cual ya han descalificado —pese a su mayoritaria composición de derecha— por haber hecho lugar a los múltiples recursos de amparo presentados contra el DNU 70/2023. En ese combo entra también la intransigencia: el presidente dice que el proyecto de ley es innegociable.

En contrapartida, los miércoles por la noche se producen congregaciones de manifestaciones y cacerolazos en varias ciudades del país. La Confederación General del Trabajo, que ya realizó una masiva concentración frente a la sede del Poder Judicial, ha convocado a un paro general y movilización a partir de las 11 horas del 24 de enero, el cual viene sumando adhesiones.

Dos apreciaciones consignadas en sendos diarios londinenses ofrecen miradas a tener en cuenta. En la edición del domingo 7 de enero, el influyente Financial Times publicó una nota de su corresponsal en Argentina, Ciara Nugent, en la que, además de hacer una notable semblanza de la vicepresidenta de línea dura, reproduce la opinión de un diplomático en Buenos Aires: espera que Villarruel monte su propio proyecto político y potencialmente una candidatura presidencial en el futuro. Es una política a la que se debe seguir de cerca, considerando que “[…] está lista... para todo”.31

La nota fue reproducida en una cuenta no oficial del antiguo Twitter que se ocupa de las actividades de Villarruel, aunque luego fue borrada. Apareció simultáneamente con la versión de un pacto Macri-Villarruel para reparto de cargos en áreas claves y la potencial posibilidad de que ella termine accediendo a la presidencia de la República, previo desplazamiento de Milei.32

Un día antes, el sábado 6 de enero, en The Guardian, el columnista George Monbot argumentó acerca de la conexión entre Javier Milei, Donald Trump y Rishi Sunak “a algo llamado Atlas Network, un organismo de coordinación global que promueve en términos generales el mismo paquete político y económico en todos los lugares donde opera”, red creada en Londres en 1981 por Anthony Fisher y responsable, en buena medida, del programa de gobierno de la ex primera ministra británica, Liz Truss, de efímera gestión. A su juicio, el “programa intensivo” de Milei presenta “sorprendentes similitudes” con el de Truss, el cual, en su efímera aplicación, “destruyó las perspectivas de muchas personas pobres y de clase media y exacerbó la agitación que ahora domina la vida pública” del Reino Unido.

No sólo eso: en el inicio del artículo, Monbot define sintéticamente el programa de gobierno de Milei: “Hay [en él] elementos del fascismo, elementos tomados prestados del Estado chino y elementos que reflejan la historia de dictadura de Argentina”.33

Pero si de síntesis se trata, tal vez vale reproducir la opinión de una anónima señora mayor, seguramente jubilada, expresada ante una cámara de televisión, en la marcha del 20 de diciembre: “Al final, la casta éramos nosotros”.

De algún modo, ella sintetizaba algo de mayor envergadura: la indudable legitimidad de origen del gobierno había devenido en apenas 10 días en ilegitimidad de ejercicio, todo un récord.

Pero hay algo más, cuestión merecedora de otro artículo: la actual coyuntura argentina muestra, inter alia, el tremendo divorcio entre la política y la ética. Como suele ocurrir en los divorcios, una parte sale más golpeada que la otra. En este caso, la ética.

Sí: Armagedón se instaló en Argentina y de aquí en más casi todo parece posible de ocurrir.

 

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