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Fernando Vizcaíno (2023). Resurgimiento y configuración del nacionalismo, México: Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Sociales/Bonilla Artigas, 176 pp.

 

Reseñado por:

Roger Bartra

Instituto de Investigaciones Sociales
Universidad Nacional Autónoma de México

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Una de las principales virtudes de este excelente libro de Fernando Vizcaíno radica en comprender que el nacionalismo ya no se limita al territorio de una nación. Con esta idea, entiende que el resurgimiento y las nuevas formas del nacionalismo en México no se pueden explicar plenamente sin observar lo que ocurre entre los mexicanos que viven en Estados Unidos y sin observar el nacionalismo en este país. Vizcaíno apunta que la extensión del nacionalismo hoy en día está conectada con políticas que buscan frenar la globalización. Pero esta propagación nacionalista se liga también a la creciente inclinación de grandes sectores de la población a despreciar la democracia política y al alarmante crecimiento de la inmigración. Otra veta novedosa explorada en este libro es la de la función de las redes digitales en la reconfiguración del nacionalismo. El uso masivo de estas redes se asocia a una pérdida de la fuerza del Estado y de las élites intelectuales en la generación de ideas nacionalistas, pues hay una cierta erosión de la soberanía y un aumento de la participación social.

Estas premisas llevan a Vizcaíno a estudiar el problema de la definición del nacionalismo y de la manera en que opera con eficacia. El nacionalismo es funcional debido a que se liga a la cultura de una sociedad y se conecta con el Estado que ejerce su fuerza en un país. Así, el nacionalismo puede ser visto como la expresión de una nación primordial cristalizada en ideas, pero también como el resultado del surgimiento de los Estados-nación a partir de finales del siglo XVIII, aunque muchas veces estos Estados contienen una gran diversidad cultural. Yo no creo que exista una nación primordial de la que emana una ideología. Lo que tenemos es una ideología que usa elementos históricos y culturales para definir sus propósitos políticos, muchas veces ligados históricamente a la construcción de formas modernas de Estado.

El libro aborda el declive del nacionalismo a escala mundial durante las dos últimas décadas del siglo pasado. Fue un proceso asociado a las transiciones democráticas en muchas partes, a la globalización de nuevas formas de capitalismo, a la caída del muro de Berlín y a la desaparición del mundo bipolar de la época de la guerra fría. En México, las tendencias democratizadoras que se habían iniciado en 1968 se expandieron en los años ochenta y noventa. Agradezco que Vizcaíno me ponga como testigo de ese declive cuando comenta mi libro La jaula de la melancolía. El declive aparentemente se detuvo y las amenazas del presidente Donald Trump a México estimularon una reacción nacionalista. Pero también provocaron la ignominiosa colaboración del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, que apoyó a Trump contradiciendo su pregonado nacionalismo. Vizcaíno afirma que el nacionalismo mexicano resurgió a partir de 2015, después de tres o cuatro décadas de declive. Ello ocurre, entre otras causas, nos explica, por la erosión del multilateralismo, el freno a la globalización y el crecimiento de la fuerza de López Obrador, que se declara más ligado al pueblo que al mundo exterior, como defensor del Estado y del mercado nacional. Cita varias encuestas que parecen revelar un resurgimiento del llamado orgullo nacional. Sigue siendo un misterio el hecho de que López Obrador apoyase a Trump y lo ayudase con un gran despliegue militar a frenar la migración hacia Estados Unidos. Trató de compensar estos actos con una relativa frialdad hacia el gobierno de Joe Biden, sazonada con algunos toques de antiimperialismo y con su acercamiento a los regímenes que se ostentan como de izquierda en América Latina, sean dictaduras como en Cuba y Venezuela, o democracias como Chile y Colombia. No estoy seguro de que “el resurgimiento del nacionalismo mexicano como ideología de Estado y como orgullo popular” —en la época en que gobernó Trump en Estados Unidos— sea un fenómeno de largo alcance. Sin duda presenciamos un intento de resucitar y restaurar el viejo nacionalismo revolucionario, pero es discutible que ello tenga éxito y arraigue en la sociedad mexicana.

Según Vizcaíno, las élites en tiempos de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto no supieron utilizar la función legitimadora y mítica del nacionalismo. Mientras tanto, crecieron en la población un orgullo nacional y un sentimiento patriótico de pertenencia. Considera que es equivocado creer que los símbolos nacionales son mitos irracionales que entorpecen a la modernidad, pues cumplen una función maravillosa, épica o mágica. Considera que en la sociedad mexicana funciones económicas como extraer petróleo, refinarlo para producir gasolina y generar electricidad, más que un negocio, son la “recreación simbólica de la independencia: una manera de hacer patria”. Hoy, creo yo, además, son negocios que producen pérdidas financieras y no es seguro que todavía generen ganancias nacionalistas. Seguramente fue así durante el largo periodo en que el poder estuvo en manos del nacionalismo revolucionario priísta, hasta que la transición democrática que comenzó a fines del siglo pasado aniquiló el sistema político autoritario. Después de 20 años de transición, aparentemente hubo un “regreso del Tata”, un redentor y héroe que generó un efecto carismático y encabezó el orgullo nacional que se había recuperado o que había permanecido en forma larvaria en la sociedad. Comoquiera que sea, el hecho es que López Obrador encabezó un gobierno nacionalista, con una retórica que apeló a la moral del pueblo, a la democracia directa y a la purificación social para enfrentar a la llamada mafia del poder, al neoliberalismo, a la corrupción y a la extendida y creciente violencia homicida. Se anunció un cambio de régimen político.

El libro de Fernando Vizcaíno expone con claridad las formas que adopta el nacionalismo de López Obrador. No busca estudiar si sus propuestas han sido llevadas a la práctica o aplicadas con éxito. Propone una especie de anatomía del nacionalismo mexicano, afirma que la llamada Cuarta Transformación es un mito y sostiene que ello ayuda a explicarla. Además, le da fuerza. No cabe duda de que el nacionalismo se alimenta de mitos, los fortalece y los usa para lograr legitimidad. Un gobierno nacionalista trata de extender los mitos que lo iluminan por diversos medios. Lo mismo observa que ocurre en el gobierno de Donald Trump: no sólo confirmó los mitos del Destino Manifiesto y del supremacismo, sino que agregó elementos nuevos, como la crítica a la globalización, el rechazo tajante a la migración, la condena de la prensa y el odio a las élites políticas. Con ello logró atraer a amplios sectores de la clase obrera que abandonaron su apoyo al Partido Demócrata. Sin embargo, el nacionalismo trumpista no fue suficiente para lograr la reelección. Algo similar le sucedió al obradorismo: en las elecciones intermedias de 2021 perdió en el Congreso la mayoría suficiente para cambiar la Constitución, lo que debilitó considerablemente su gobierno.

Hay algo que tienen en común los nacionalismos de López Obrador y Trump: la idea de que se enfrentan a fuerzas sociales que son enemigas del pueblo. Trump continuó el añejo populismo que permea la historia de Estados Unidos, desde la época del presidente Andrew Jackson, llamado el “People’s President” (“el Presidente del Pueblo”), que gobernó entre 1829 y 1837, hasta el llamado “billonario populista”, Ross Perot, que como candidato a la presidencia en 1992 consiguió 19 millones de votos. Hay que recordar que a fines del siglo xix se fundó el Populist Party, que expresaba los intereses de una parte de la población rural y que obtuvo el 8.5% de la votación en 1892. El populismo fue expresado también por personajes políticos como Huey Long, gobernador de Louisiana (1928-1932), y George Wallace, gobernador de Alabama, varias veces candidato a la presidencia en los años sesenta y setenta del siglo pasado. Donald Trump se acercó al partido de Ross Perot en el año 2000, pero después prefirió la opción que se abrió para él en el Partido Republicano.

El nacionalismo de López Obrador también continúa una vieja tradición política, el populismo cardenista, tanto el del general Lázaro Cárdenas como el de su hijo Cuauhtémoc, y que ha sido una veta política importante en el priísmo. El populismo mexicano ha estado presente en la política mexicana durante largo tiempo, pero junto con el nacionalismo declinó a partir de los años ochenta ante el fortalecimiento de los gobiernos neoliberales. López Obrador formó parte de las tendencias populistas del pri, pero le cerraron las puertas y se aunó al cardenismo que rompió con el partido oficial y acabó fundando el prd. Este partido rescató y recicló el populismo nacionalista revolucionario e incubó la candidatura de López Obrador, quien fracasó dos veces en su intento por llegar a la presidencia. La culpa de esos fracasos, que nunca aceptó, siempre se la achacó a las trampas que le tendieron los enemigos del pueblo.

Vizcaíno considera que la Cuarta Transformación inicia en 2018 la restauración del nacionalismo revolucionario. Cita a un político que acompañó a López Obrador en su campaña por la presidencia, Porfirio Muñoz Ledo, quien dijo en 2017: “El único valor que considero absolutamente permanente desde mi adolescencia hasta ahora es el nacionalismo: es la constante mayor de mi pensamiento”. Es reveladora la afirmación de uno de los políticos que más virajes ha dado, desde su original priísmo, su militancia en el prd, su colaboración con el presidente Vicente Fox, su apoyo a López Obrador y, al final de su vida, su crítica llena de amargura contra el gobierno de Morena. Revela que el nacionalismo es considerado por muchos políticos como una especie de esencia en torno de la cual pueden girar las ideas más contradictorias, que se adoptan cuando se considera oportuno y se desechan para adaptarse a nuevas circunstancias.

En su libro, Vizcaíno observa la gran similitud de lo que proclamaba el presidente López Portillo con lo que hoy afirma López Obrador. El gobierno de López Portillo desembocó en la crisis económica que impulsó la decadencia del nacionalismo. No sabemos si el gobierno de López Obrador está llevando a otra crisis y con ello de nuevo a la erosión del nacionalismo. Hay signos que apuntan hacia ello, pero también hay otros que señalan que el nacionalismo se prolongará. Las elecciones de 2024 nos darán una idea de lo que le espera al nacionalismo.

Vizcaíno cita a Ricardo Pozas, quien dijo que López Obrador “es un intento de regresar a la centralidad del Estado y, con ello, del nacionalismo”. Habría que estudiar si el intento ha tenido éxito o ha sido frustrado. A mi juicio, para ello hay otro aspecto que es necesario considerar: el populismo, que más que una ideología es una forma de cultura política. El nacionalismo podría sobrevivir, pero su sombra, el populismo, podría decaer como consecuencia de los resultados de las elecciones presidenciales de 2024, sea porque gane la oposición o bien debido a que la gobernante del partido oficial dé un viraje sorpresivo. El orgullo nacional que Vizcaíno ha detectado en el último lustro podría convivir con un gobierno moderno, volcado a fomentar las inversiones privadas extrajeras y mexicanas, en muchos sectores, incluyendo el petróleo, la electricidad y el Tren Maya, que parecen ser el corazón del nacionalismo de López Obrador. Es posible también que perdure el nacional-populismo, lo que puede acarrear que la transición mexicana desemboque en un terreno político confuso, como ha ocurrido en varios países de América Latina y de otras partes, donde el desorden político y la erosión de los partidos han engendrado alternativas extrañas y hostiles a la democracia. El carácter un tanto estrafalario del nacionalismo de López Obrador podría ser una señal que augure nuevas rarezas políticas.

Creo que es importante reflexionar sobre estas rarezas que López Obrador ha sumado al nacionalismo calcado del que predominó en los tiempos del viejo pri. Podemos reconocer ciertas extravagancias inquietantes, como la cancelación del aeropuerto de Texcoco en proceso de construcción muy avanzado, el costosísimo tren turístico maya, la consulta ciudadana de 2021 para enjuiciar a ex presidentes (que no llegó al 8% de participación), la extendida militarización de funciones públicas, la dispersión de las secretarías de Estado (frustrada), la Constitución Moral con tonos religiosos, la imaginaria república amorosa, las interminables horas de charlatanería en las Mañaneras, la revocación del mandato presidencial en 2022 con un alto costo y una baja participación de menos del 18%, las amenazas al ine y al Poder Judicial, los recortes selectivos de presupuesto que sumen a varios sectores en el desorden, y muchas otras acciones o propuestas que sin duda le dan una cierta originalidad esperpéntica al nacionalismo de López Obrador. Hay un batiburrillo de actos e ideas que puede verse como una política estrambótica que se mezcla con el tradicional populismo mexicano. Como dije, estos rasgos estrambóticos pueden contribuir a que México desemboque en situaciones políticas equívocas y confusas que puedan dañar al sistema democrático. Mi ejemplo preferido es Perú, donde ya sabemos por
la novela de Vargas Llosa que en algún momento se jodió el país. Basta pensar en mandatarios estrafalarios como Alan García o Alberto Fujimori para temer que las rarezas de un nacionalismo desquiciado lleven a México a situaciones peligrosas.

El año entrante podremos observar si la reconfiguración del nacionalismo en México ha logrado que el país permanezca en esa zona extraña de la historia en la que la democracia se enrarece o desvanece y la modernidad se estanca. Sabremos si el intento de regresión para restaurar el viejo nacionalismo ha abierto el paso a un largo periodo de populismo blando y estéril plagado de tropiezos y desventuras políticas, pero hinchado de orgullos nacionalistas que crecen como una enfermedad política contagiosa en un contexto desordenado. La opción es que crezca un orgullo por la democracia alcanzada pacíficamente y orientada a abrir el camino de una civilidad moderna que impulse la gestación de un México avanzado.

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