Universidad Nacional Autónoma de México • Instituto de Investigaciones Sociales

Democratization and neopatrimonialism: Is there a populist wave in Central America?

Harry Brown Araúz* y María Esperanza Casullo**

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*Doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Centro Internacional de Estudios Políticos y Sociales. Sistema Nacional de Investigación. Temas de especialización: partidos políticos, elecciones, América Central, populismo. orcid: 0000-0002-7751-7679.

**Doctora en Gobierno por la Universidad de Georgetown, Estados Unidos. Universidad de Río Negro, Argentina/Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Temas de especialización: política comparada, teoría política, populismo. orcid: 0000-0003-3716-5370.

 

Resumen: El presente, y seguramente el futuro, de la democracia latinoamericana está determinado por cómo culmine su intersección con el fenómeno político más potente de la era: el populismo. En ninguna región del continente es esto más notable que en América Central. Los presidentes Rodrigo Chaves, de Costa Rica; Xiomara Castro, de Honduras, y Nayib Bukele, de El Salvador, han sido calificados como populistas. Si lo fuesen, que tres de siete presidentes centroamericanos sean clasificados así sugeriría la existencia de una ola populista. Este artículo responde a dos preguntas: ¿Son populistas estos presidentes? ¿Existe una ola de populismo en Centroamérica?

Palabras clave: Centroamérica, populismo, olas de populismo, Nayib Bukele.

Abstract: The present and future of democracy in Latin America will be shaped by how it deals with today’s most salient political phenomenon: the rise of populism. In no other subregion is this more evident than in Central America. Presidents Rodrigo Chaves of Costa Rica, Xiomara Castro of Honduras, and Nayib Bukele of El Salvador have been described as populist. That the rulers of three of seven countries might be classified in such a way would suggest a populist wave. This text answers two questions: Are these presidents indeed populist? Is there a populist wave in Central America?

Keywords: Central America, populism, populist waves, Nayib Bukele.

 

El 8 de mayo de 2022, Rodrigo Chaves tomó posesión del cargo como presidente de Costa Rica. Con su triunfo electoral se alejaron aún más los días en que la democracia costarricense confiaba en su excepcionalidad, enraizada en un bipartidismo estable y moderado. Sin embargo, el fin del bipartidismo de Costa Rica no ocurrió súbitamente con la victoria de Chaves. Ocho años antes, Luis Guillermo Solís, con el Partido Acción Ciudadana, se convirtió en el primer presidente que no provenía del Partido Liberación Nacional o del Partido Unidad Socialcristiana. No obstante, Solís y Chaves son diferentes. El primero fue un político sobrio y sin estridencias; al segundo se le ha calificado repetidamente como populista. El ascenso del populismo en Costa Rica sacudió a los consensos politológicos: si ese país, que durante mucho tiempo se consideró un ejemplo de estabilidad, podía elegir libremente a un presidente populista, entonces también podría suceder en cualquier otro país del istmo. ¿Podría haber una ola de populismo en Centroamérica?

Si la hubiera, esto no sería tan notable; después de todo, el populismo está creciendo en todo el mundo. Algunos académicos han asegurado que capta el espíritu de la política global actual mejor que cualquier otro concepto, al punto de referirse al XXI como el siglo del populismo (Moffitt, 2020; Mudde y Rovira Kaltwasser, 2012; Rosanvallon, 2020). También sabemos que los populismos emergen en oleadas que se extienden a otros países, como la de la región andina de América Latina entre 1998 y 2019 y la larga ola europea de los últimos 20 años (De la Torre, 2017).

De hecho, Costa Rica parece no estar sola. En Centroamérica, al supuesto caso de Chaves lo acompañarían otros liderazgos populistas como Xiomara Castro en Honduras y Nayib Bukele en El Salvador (Vásquez, 2021; Meléndez-Sánchez, 2021; Murillo, 2022). Sin duda, el populismo no es un concepto completamente nuevo para Centroamérica. Líderes históricos como Jacobo Arbenz en Guatemala (Fernández, 2006), Rafael Calderón Guardia en Costa Rica (Díaz Arias, 2014) y Omar Torrijos en Panamá (Freidenberg, 2007; Priestley, 1986; Villanueva, 2017) han sido caracterizados como populistas. No obstante, es poco lo que se ha estudiado sistemáticamente sobre el populismo en el istmo centroamericano. Este vacío de conocimiento llama la atención no sólo debido a los casos señalados, sino también porque, según las recientes hipótesis desarrolladas, a priori el istmo reúne las condiciones para el surgimiento de este tipo de lógicas políticas, como una institucionalización democrática débil y un alto grado de desigualdad (Hawkins, Read y Pauwels, 2017; Mudde y Rovira Kaltwasser, 2017; Norris e Inglehart, 2019; Vallespín y Martínez-Bascuñán, 2017). La subregión alberga cuatro de las siete democracias más frágiles de América Latina (V-Dem Institute, 2021), sus países se encuentran entre los más desiguales del mundo (Chancel et al., 2021) y exhiben percepciones muy altas de corrupción (Transparency International, 2022). Las condiciones favorables para el populismo son tan fuertes que cabe hacerse la pregunta al revés: ¿cómo puede ser posible que Centroamérica no haya tenido más populismo a lo largo de su historia? Y si el istmo ha sido capaz de evitar en gran medida caer en olas populistas pese a su frágil democracia y alta desigualdad, ¿qué logra explicar el reciente aumento?

Este artículo tiene tres objetivos. Primero, buscamos comparar a los presidentes actuales de El Salvador, Honduras y Costa Rica para determinar si pueden ser caracterizados como populistas. En segundo lugar, usaremos esa caracterización para analizar si ha estado surgiendo una ola populista en Centroamérica. En tercer lugar, basados en las experiencias de América Latina, discutiremos la posibilidad de utilizar otros criterios que ayudarían a caracterizar mejor las distintas olas populistas.

En el marco de las precisiones teóricas que presentaremos, la exploración se hará de manera inductiva, para así abordar los casos específicos, inferir posibles relaciones y hacer generalizaciones sustentadas por elementos del contexto y contrastadas con ejemplos históricos similares. Empleamos el análisis de discursos para responder a la pregunta de si esos tres presidentes pueden caracterizarse como populistas.

Fue realizada una revisión extensa de discursos, declaraciones, entrevistas y mensajes en redes sociales. Para lograr una selección de discursos incluyente, tuvimos en cuenta los criterios de Kirk Hawkins (2009), analizando cuatro tipos de discursos para cada presidente: campaña, inauguración, internacional y famoso.

El enfoque discursivo es el más apto para América Latina, donde los sistemas de partidos suelen estar menos institucionalizados, las organizaciones políticas son débiles y los manifiestos de partidos están ausentes o son irrelevantes. Los líderes y las posiciones que asumen desempeñan un rol más importante que los partidos en la creación y el mantenimiento de las identidades políticas. En este sentido, es necesario aclarar que el término “discurso” no se limita a las palabras, sino que incluye todas las prácticas que crean identidades antagónicas (Panizza y Stavrakakis, 2020).

Es importante poner en contexto el aumento actual de los líderes populistas centroamericanos. Como mostraremos en la última sección de este artículo, la democratización y la desintegración de los pactos políticos informales son dos factores claves que explican el auge actual del populismo en Centroamérica, sumados al auge de nuevas tecnologías de la comunicación como Twitter y otras redes sociales. Los sistemas de partidos políticos del istmo son en general débiles, y el populismo no crece en oposición a
la gobernanza tecnócrata institucionalizada e impersonal, sino mediante la denuncia de la élite oligárquica neopatrimonialista.

 

Chaves, Castro, Bukele: ¿qué tan populistas son?

Existe un acuerdo básico entre los especialistas del populismo en que su característica principal es la dicotomización de la sociedad entre “el pueblo” y “la élite” (Casullo, 2019; De la Torre, 2017; Moffitt, 2016; Mudde y Rovira Kaltwasser, 2017; Norris e Inglehart, 2019; Panizza, 2005; Rosanvallon, 2020). Desde un enfoque discursivo, cuando se habla de “el pueblo” no se hace referencia a una clase o grupo social predeterminado, sino que es construido mediante el relato público de una narrativa mítica que explica quién forma parte del pueblo y quién del antipueblo. El líder organiza y relata el mito populista.

En este relato, el pueblo es el colectivo que reúne a la totalidad de las personas que fueron traicionadas o dañadas por una élite corrupta moralmente separada del resto de la sociedad. Frente al pueblo, “la élite”, el villano que ocupa el lugar central en la narración. Este villano es dual: está compuesto por un traidor interno y un enemigo externo. El enemigo externo es una entidad poderosa pero remota, situada fuera de las fronteras de la comunidad nacional: puede ser el imperialismo, el Fondo Monetario Internacional (FMI), el comunismo internacional, u otras construcciones. El traidor interno está compuesto por aquellos sectores de la comunidad nacional que, pudiendo formar parte del pueblo, eligen sin embargo traicionarlo y aliarse con el enemigo externo. La verdadera denuncia moral, entonces, está dirigida hacia él. Frente a ellos, se recorta el héroe, que debe comprometerse en una lucha con ribetes épicos por redimir su destino. El héroe de este mito también es dual: “el pueblo”, constituido básicamente por todos aquellos que se sienten dañados por un villano en común, y un líder redentor que encarna la voz de las exigencias políticas surgidas de aquella traición. La misión del líder es reparar el daño causado al pueblo por parte de la élite (Canovan, 2005; Casullo, 2019).

Al principio de este texto, nos preguntamos si los presidentes Rodrigo Chaves en Costa Rica, Xiomara Castro en Honduras y Nayib Bukele en El Salvador son populistas y si ha ido generándose una ola populista en el istmo centroamericano. Obviamente, la segunda respuesta depende completamente de la primera. La tabla 1 resume los rasgos teóricos planteados y agrega otros que valen la pena considerar a fin de obtener una respuesta.

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La sólida democracia costarricense ha tenido como uno de sus pilares una administración pública profesional, mucho más avanzada que las burocracias clientelares de sus vecinos (Stein et al., 2006, 71). Sin embargo, desde la década de los años noventa el debate sobre su pequeño estado de bienestar y la administración pública ha dividido a la sociedad, siendo ambos asuntos susceptibles de ser considerados “daños” de la élite al pueblo costarricense. Ciertamente, la situación fiscal en Costa Rica es precaria, pues fue el país centroamericano con mayor deuda antes de la pandemia y el que más recursos destinó hacia el servicio de su deuda pública (Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales, 2021).

Al estudiar las intervenciones públicas de Rodrigo Chaves, se puede deducir que el traidor interno de su mito populista es “las argollas” o “los mismos de siempre” (Durán, 2022; La República, 2022). Librándose de ellos se conseguiría que Costa Rica “vuelva a jugar en las grandes ligas”. Sin embargo, “volver a hacer de Costa Rica el país más feliz del mundo” (Chaves, 2022c) es una figura retórica aún más poderosa. Desde que comenzó a publicarse el Informe Mundial de la Felicidad en 2012, Costa Rica ha sido el país latinoamericano con las mejores calificaciones, ubicándose constantemente entre las posiciones 12 y 15 del mundo. Sin embargo, aunque mantuvo la posición más alta en la región, el país cayó a la posición 23 en 2021 (Sustainable Development Solutions Network, 2022).

La acusación hecha por Chaves sobre “los privilegios”, como el daño que han sufrido los costarricenses, se completó durante la campaña electoral resaltando a los responsables. La forma inmediata y obvia de nombrarlos era “los privilegiados”, pero el descontento se interpretaba mejor al señalarlos como “los mismos de siempre”. La referencia a “las argollas” captó coloquialmente la percepción de que los responsables de la situación del país son un grupo pequeño, cerrado y permanente. Con estos epítetos, Chaves se refirió a ciertos grupos económicos dominantes que se beneficiaron de exenciones fiscales, pero sobre todo a los líderes políticos del Partido Acción Ciudadana, del ex presidente Carlos Alvarado, el Partido Liberación Nacional y el Partido Unidad Social Cristiana, todos ellos con vocación de gobierno. Por extensión, “los privilegiados” podrían incluir a funcionarios.1

En el caso de Honduras, según lo plantea Xiomara Castro, claramente el “daño” sufrido por el pueblo hondureño es el golpe de Estado de junio de 2009, que significó “la destrucción del Estado republicano y la democracia”. En sus discursos, “los grupos de poder de facto”, “el bipartidismo”, “las élites y las castas económicas” o directamente “las élites golpistas” (Castro, 2021a), son los traidores internos responsables de ese daño. La alianza con el famoso comunicador y actual vicepresidente de la República, Salvador Nasralla, quien se enfoca en la lucha contra la corrupción, ayudó a confirmar el planteamiento que identifica al traidor también como corrupto, además de antidemocrático. Las acusaciones de narcotráfico contra el ex presidente Juan Orlando Hernández permitieron a Castro describir al gobierno de aquél como una “banda de narcotraficantes y ladrones” o “la narcodictadura violenta y corrupta” (Castro, 2022c). Siguiendo la lógica de esta narrativa, estos grupos internos están en componendas con el “imperialismo estadounidense”, que vendría a ser el enemigo externo.

La promesa de futuro de Xiomara Castro es la democracia, de la que enfatiza ciertos aspectos. Se trata de una democracia participativa, hecha viable a través de “un Estado que garantice sus derechos y en el que se pueda vivir en paz” (Castro, 2022a). Un aspecto importante para el cumplimiento de este objetivo es la creación de una “Comisión Nacional e Internacional para luchar contra la corrupción y la impunidad en Honduras” con el apoyo de organizaciones internacionales (Castro, 2022c), como la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), que fue disuelta en dicho país en 2019. Asimismo, abrir las puertas a la cooperación internacional y proponer un plan al presidente estadounidense Joe Biden y a la vicepresidenta Kamala Harris “para abordar y luchar contra las causas fundamentales de la migración” parecen indicar la voluntad de estrechar relaciones con aquel que alguna vez fue señalado como enemigo externo.

En El Salvador, los 12 años de guerra civil finalizaron en 1992, cuando se estableció un régimen democrático a través de los Acuerdos de Paz de Chapultepec. La democracia salvadoreña se basaba en la subordinación de los militares a las autoridades civiles y en un sistema bipartidista con organizaciones ideológicas bien definidas. El primer gobierno elegido democráticamente del Partido Demócrata Cristiano fue seguido por cuatro gobiernos de la Alianza Republicana Nacionalista (Arena), de derecha, y dos del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), de izquierda. Este consenso sobre las reglas del juego se convirtió gradualmente en una barrera rígida que impidió la inclusión de nuevos competidores y, por lo tanto, de nuevos grupos de interés y actores sociales que surgieron precisamente gracias a las dinámicas generadas por la estabilidad democrática (Meléndez-Sánchez, 2021). Bajo esta rigidez, aumentaron la inseguridad en las calles, el clientelismo y la corrupción; esta última llevó al encarcelamiento de dos ex presidentes de Arena y al autoexilio de uno de los ex presidentes del FMLN. En ese sentido, la épica sobre los acuerdos de paz se convirtió en un “daño” calificado como un “pacto de corruptos”.

Es en este contexto de bloqueo de demandas sociales generado por los pactos bipartidistas que aparece la figura de Nayib Bukele.2 Inicialmente, el mito populista de Bukele se centró en denunciar la narrativa que exaltaba los Acuerdos de Paz a través de los cuales se estableció el régimen democrático, y en acusar a “los mismos de siempre” (Bukele, 2019) de haber traicionado al pueblo salvadoreño. “Los mismos de siempre”, a veces llamados “las fuerzas oscuras” o “las fuerzas del statu quo” (Bukele, 2021a), no eran sólo políticos: incluían a los grupos económicos que “se hicieron millonarios vendiendo el producto que con gran esfuerzo hace el salvadoreño a un precio de ocho y diez veces mayor”. Con un tipo de discurso que denunciaba el daño perpetrado al pueblo por aquellos que están en la cima de la pirámide social, originalmente el populismo de Bukele era más parecido a los de la región andina, como el de Hugo Chávez en Venezuela o el de Evo Morales en Bolivia.

La demolición simbólica de los Acuerdos de Paz dejó la puerta abierta para el establecimiento de un mito futurista con el que los salvadoreños construirían un nuevo comienzo una vez que se deshicieran de “los mismos de siempre”. El megaproyecto conocido como Bitcoin City, que se anunció en Playa Mizata el 20 de noviembre de 2021, es políticamente importante porque buscaba hacer realidad el mito movilizador. En la ceremonia de presentación del proyecto, el presidente Nayib Bukele apareció en el escenario como si descendiera de una nave espacial, al ritmo de la canción “You shook me all night long” de la banda de rock AC/DC. Hablando un inglés fluido y vestido completamente de blanco, excepto por sus zapatos, anunció la construcción de una ciudad con una enorme plaza central que, vista desde el aire, parecería el símbolo del bitcoin. Se anunció que Bitcoin City tendría su propio aeropuerto, áreas residenciales, bares, restaurantes y un tren, entre otras “amenidades”. Según explicó, la ciudad utilizaría la energía de un volcán cercano para realizar minería de divisas y estaría totalmente libre de impuestos, excepto un 10% de iva para la “recolección de basura”. Se proyectaba que Bitcoin City tendría cero emisiones de CO2, nuevas políticas económicas, zonas digitales, acceso libre e igualitario a todo, educación digital y tecnológica, una configuración urbana policéntrica, arte y cultura digital accesible, una zona industrial, recreación y tratamiento de aguas.

En resumen, Bitcoin City tendría todo lo que actualmente no está disponible para la mayor parte de la población de El Salvador, y más. En su discurso, Bukele comparó a la Bitcoin City con el Faro de Alejandría, “que le dio esperanza al mundo con su presencia” (Bukele, 2021c). De la misma manera, la nueva ciudad ubicada en el Golfo de Fonseca ayudaría a expandir el bitcoin mundialmente. El orador invitado de Bukele esa noche, Samson Mow, un conocido desarrollador de videojuegos chino-canadiense, predijo que con este enorme proyecto de $17.5 mil millones El Salvador lideraría el negocio financiero latinoamericano y posiblemente del mundo, convirtiendo al país en un nuevo Singapur.

Cuatro meses antes, la Asamblea Legislativa de El Salvador había aprobado sin deliberación el uso del bitcoin como moneda de curso legal, con lo que se convirtió en el primer país del mundo en hacerlo. Aunque el presidente Bukele declaró que la decisión crearía empleos, inclusión financiera, e impulsaría a la humanidad en la dirección correcta, la implementación de la nueva legislación generó las primeras grandes protestas contra el gobierno. Bukele acusó a “la oposición” y a “la comunidad internacional” de promover las protestas.

Señalar recurrentemente a “la comunidad internacional” como la contraparte interna de “los mismos de siempre” es el rasgo fundamental que, hasta ahora, diferencia claramente a Bukele de Chaves y Castro. Aprovechando su nueva mayoría legislativa, las primeras alusiones evidentes llegaron cuando los jueces de la Sala Constitucional fueron destituidos y reemplazados de facto. En su discurso para conmemorar el segundo bicentenario de El Salvador, el presidente Bukele acusó a “la comunidad internacional” de “financiar una oposición perversa a la que no le importa si perjudica a los niños y a los ancianos” (Bukele, 2021b).

Este primer mito populista de Bukele fue cambiado por otro, a medida que el principal conflicto de su gobierno pasó de las élites a la amenaza del crimen organizado. A finales de marzo de 2022, cuando el presidente Bukele fue cuestionado internacionalmente por su reacción al gran aumento de la violencia pandillera, “la comunidad internacional” fue representada una vez más como un aliado de “jueces corruptos”, “ONGs opositoras” y “ONGs que están en contra de los derechos humanos de las personas honestas”. La reacción de Bukele fue otra vez una estrategia de radicalización: declarar un estado de emergencia, extender el tiempo permitido para las detenciones preventivas y reducir las raciones alimentarias de los pandilleros encarcelados.

Bukele es el único presidente que claramente utiliza la figura del “villano dual” con el cual operan las narrativas populistas radicales. El villano populista está constituido por el dúo “traidor interno/enemigo externo”. Esta figura externa, malvada y poderosa, acompaña la figura interna, que es menos poderosa pero moralmente más corrupta. Por ejemplo, durante los años setenta en Panamá, Omar Torrijos resumió muy bien este ejercicio retórico y práctico cuando dijo: “El imperialismo y la oligarquía son redundantes, porque significan lo mismo, son idénticos” (Torrijos Herrera, 1971). Más recientemente, Hugo Chávez se refirió a Estados Unidos o al presidente George W. Bush como el “imperio yanqui” o directamente como “el diablo”, como lo hizo durante su famoso discurso del 20 de septiembre de 2006. De hecho, el imperio yanqui es el enemigo externo favorito de los líderes en América Latina, pero también puede ser la Organización de las Naciones Unidas (ONU), las Instituciones Financieras Internacionales (IFI), los “globalistas” o la Unión Europea.

Otro asunto importante es que cuando el presidente Bukele transitó de tratar a los políticos y grupos económicos como traidores internos a antagonizar con las ong y los pandilleros, pasó de “golpear hacia arriba” a “golpear hacia abajo”. Esta distinción es relevante porque es la mejor manera de abordar la discusión permanente sobre la orientación ideológica de los liderazgos populistas. “Golpear hacia arriba” es cuando la expresión interna del villano o de la élite se construye y comunica a través de los sectores financieros, empresarios, grandes terratenientes, grandes medios de comunicación, etcétera. “Golpear hacia abajo” es cuando la élite se define en términos socio-étnico-culturales, como serían las minorías étnicas, intelectuales, migrantes, la población lgbtqi+, mujeres o extranjeros en general. Un líder populista puede cambiar el enemigo dependiendo de las circunstancias o el contexto; en el caso de Bukele, dado que la inseguridad era el problema principal identificado por los salvadoreños, era necesario un cambio para mantener la credibilidad de su administración (Casullo, 2019).

Volviendo a la tabla 1, Chaves en Costa Rica, Castro en Honduras y Bukele en El Salvador no coinciden completamente con la manera en que definen al pueblo. Bukele y Castro construyen su noción del pueblo a través de mitos populistas de futuro. En el caso de Bukele, Bitcoin City articula la identidad, el bienestar y la inclusión de los salvadoreños como resultado de la innovación tecnológica y financiera. Por su parte, en los discursos de Castro el pueblo hondureño se perfeccionaría a través de una democracia y un Estado que garantice la paz. De manera distinta, la construcción que hace el presidente Chaves (2022b) del pueblo costarricense difiere claramente de los otros casos porque su proyecto político mira hacia el pasado, al prometer volver a ser “el país más feliz del mundo”, apelando a movilizarse para recuperar un pasado que míticamente se considera mejor.

En el caso de Chaves, la alusión a este mítico pasado mejor que debe ser recuperado hace recordar el “Make America Great Again” empleado por Donald Trump en la campaña electoral estadounidense de 2016. Sin embargo, el presidente costarricense cae en una contradicción que merece ser resaltada. El nostálgico “país más feliz del mundo” tuvo un Estado interventor del que Chaves reniega. Asimismo, en el caso de Costa Rica, el mito del que alguna vez fue el país más feliz del mundo implica una alta estima por los antecedentes democráticos del país, aunque en términos económicos el modelo asumido por Chaves es el del autoritario Singapur. Margaret Canovan (2005) explica que la adopción de un mito populista del pasado no está exenta de ambigüedad. En todo caso, los mitos populistas del pasado tienden a ser utilizados por políticos conservadores.

En conclusión,3 se observa que sólo el presidente de El Salvador cumpliría con todos los rasgos de un líder con un discurso populista, mientras que Chaves en Costa Rica y Castro en Honduras se ubicarían en algún punto del continuum, con Castro estando quizás un poco más cerca del populismo que Chaves. De hecho, Bukele es uno de los pocos casos de populistas que no tiene reparos en reconocerse como tal: el presidente salvadoreño se hizo cargo públicamente del ser “populista” en un famoso discurso en la Universidad de El Salvador4 (Bukele, 2013).

 

¿Hay una ola populista en el istmo?

Ya que hemos respondido a la primera pregunta, podemos evaluar la segunda: ¿Existe una ola populista en Centroamérica?5 Samuel P. Huntington (1993) aplicó criterios básicos y amplios de cantidad y tiempo para delimitar sus famosas olas de democratización en el mundo. Específicamente para el populismo, Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser (2017) introdujeron el criterio de coincidencia geográfica y la construcción que los populistas hacen del pueblo y la élite en momentos clave.

Sin embargo, esos aspectos no son suficientes para definir la importancia o la “magnitud” de las olas populistas, por lo que proponemos dos criterios cualitativos adicionales: la existencia de un liderazgo con vocación regional y la disponibilidad de recursos económicos para promover un proyecto regional. La tabla 2 resume los elementos que examinaremos para determinar la existencia de una ola populista en Centroamérica y la magnitud de ésta.

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Según los criterios básicos de número, tiempo y coincidencia geográfica, podría decirse que actualmente hay una ola populista en Centroamérica. Que tres de los seis países del istmo centroamericano —siete si se incluye a Belice— tengan presidentes populistas es significativo. Siendo así, la actual ola centroamericana sería comparable a las tres que la anteceden.

En cuanto al criterio de forma de articulación discursiva de “el pueblo” y las élites, encontramos similitudes: en los tres países el pueblo es un colectivo oprimido, sometido a las manipulaciones de avariciosas élites económicas y, sobre todo, políticas. Pero cuando se trata de las élites hay diferencias: Castro señala a las élites política y económica, Chaves a los políticos, extendiéndolo hasta el funcionariado, y Bukele, habiendo empezado señalando a las elites económica y política, recientemente se ha vuelto en contra de los maras, las “ONGs” u otras organizaciones que protestan contra las violaciones de los derechos humanos.

María Esperanza Casullo (2019) y Mudde y Rovira Kaltwasser (2017) coinciden en que los países de la primera ola del populismo sudamericano —Argentina, Ecuador y Brasil, entre 1929 y 1960— buscaron construir el pueblo de la misma manera. En todos los casos, los mitos futuristas se concibieron en torno a un pueblo mestizo subyugado por un villano, comúnmente señalado como “la oligarquía”. En la segunda ola, durante los años noventa, los populismos en Perú, Argentina y brevemente en Brasil coincidieron en señalar como enemigo a “la clase política”. La misma coincidencia hubo durante la ola populista andina de las dos primeras décadas del siglo xxi, cuando “el pueblo” se constituyó sobre mitos de futuro, internamente contra las élites políticas y económicas y externamente contra las IFI y Estados Unidos. Esta coincidencia en la tercera ola fue tan fuerte que casi hizo pasar inadvertido al colombiano Álvaro Uribe, que era diferente.

Siempre hay variaciones en los discursos populistas, que son por definición locales. María Esperanza Casullo (2019) rastreó cómo el discurso populista se expande geográficamente a través de la imitación y la hibridación, con líderes que emplean elementos retóricos de diversas ideologías de manera sincrética. Aunque no existen dos discursos populistas completamente iguales, sí se dan alianzas de líderes populistas de orientación similar, que permiten superar el obstáculo que representa el carácter profundamente local de los mitos populistas bajo la figura de “los pueblos hermanos”. Carlos de la Torre (2017) va más allá, al afirmar que la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba) habría sido el equivalente a una Internacional populista, de la misma manera que sería el grupo político Europa de la Libertad y la Democracia en el Parlamento Europeo. Aunque por el momento no existe una organización explícita o implícita de esta naturaleza en Centroamérica, y aunque los tres gobiernos analizados en los párrafos anteriores no parecen buscar una mayor coordinación, sí se puede ver la difusión de tropos e ideologías similares.

Sin embargo, aun agregando el criterio de coincidencia en la construcción del pueblo, esta ola centroamericana está pasando inadvertida. No porque al menos dos casos no sean ampliamente reconocidos, sino porque quizá no se ven en conjunto o porque se cede a la tentación inmediata de atribuir poca importancia al tamaño de las poblaciones y economías de los países del istmo. En todo caso, la ola centroamericana no parece ser, por ejemplo, tan fuerte como la del populismo andino a principios del siglo xxi. Es a través de dos nuevos criterios cualitativos propuestos que se puede definir la magnitud de las olas y, por lo tanto, su reconocimiento. Las experiencias populistas latinoamericanas nos permiten apoyar estos dos nuevos criterios.

En cuanto al criterio de “liderazgo con vocación regional”, De la Torre (2017) recuerda la frustrada vocación de Juan Domingo Perón de expandir el Justicialismo en América Latina. Según él, no prosperó el intento ya que la izquierda lo consideraba un fascista, y la derecha no compartía el punto de vista de su política laboral. No hubo tales intentos durante la segunda ola, pequeña y corta, del populismo neoliberal de la década de los años noventa en América del Sur. Recientemente, la vocación regional de Hugo Chávez, expresada a través de la Alba para consolidar la ola populista latinoamericana a principios del siglo XXI, es el mejor ejemplo del papel que juega el liderazgo regional en la intensificación de las olas populistas.

La vocación de liderazgo regional sí parece estar presente en Centroamérica. Bukele lo ha demostrado en el pasado y en el presente. En su famoso discurso en el VII Foro Regional de Esquipulas (Fundación Esquipulas, 2018), el ex alcalde Bukele compartió su ambiciosa visión de una América Central unida que tendría la mejor posición geográfica del mundo y atraería inversiones de Estados Unidos con el objetivo común de detener la emigración. Como mandatario, respondió en solidaridad al llamado de los alcaldes hondureños y les donó vacunas en un momento de alta incertidumbre. Asimismo, al anunciar el proyecto Bitcoin City, destacó que el Golfo de Fonseca, donde se espera ubicar la nueva ciudad, es compartido por Honduras, Nicaragua y El Salvador; por lo tanto, es un área internacional. Por último, la política de seguridad aplicada desde marzo de 2022 en el marco de un estado de excepción, de la que el ejército ha asumido su implementación, ha convertido definitivamente al presidente Bukele en referente. Nueve meses después, la presidenta Xiomara Castro de Honduras aplicó la misma fórmula en la que se restringen libertades ciudadanas y el ejército asume responsabilidades en la implementación de la política de seguridad (BBC News Mundo, 2023). En marzo de 2023, el presidente del Partido Popular de Panamá declaró a un diario nacional que Bukele es un referente de políticas de seguridad para su país (La Estrella, 2023).

En buena medida, la proyección regional de Bukele es producto de su uso hábil e intensivo de las redes sociales. Este rasgo lo diferencia de Chaves y Castro. Los videos producidos oficialmente y por sus simpatizantes, en los que se vanagloria de sus triunfos sobre los políticos o los maras, los traidores internos de sus discursos, o fustigando a la comunidad internacional, circulan fácilmente y sin límites geográficos. El uso aventajado de los medios de comunicación suele ser, por regla general, una de las características de los líderes populistas (De la Torre, 2017; Vallespín y Martínez-Bascuñán, 2017; Waisbord, 2013; Freidenberg, 2007), al punto de que algunos especialistas aseguran que hay una correlación entre la aparición de nuevos medios de comunicación y el ascenso de nuevas camadas de populistas que aprendieron más rápidamente a usarlos (Conniff, 2012; Panizza, 2005). Bukele es consciente de las características del nuevo ecosistema mediático. En una entrevista brindada a Tucker Carlson, comentarista de Fox News, el 21 de septiembre de 2022, explicó cómo había aprendido a no preocuparse por las críticas que le hacen reconocidos medios como Bloomberg, CNBC, Financial Times, Forbes y CNN —estos medios son parte del enemigo externo al que llama “la comunidad internacional”—, porque son casi irrelevantes y terminarán convirtiéndose en cuentas de Twitter (Diario El Salvador, 2022). Siete meses después, el 10 de abril de 2023, ironizaba en su cuenta de Twitter sobre la primera plana que le dedicó The New York Times, supuestamente alardeando ante su madre del gran logro que esto significaba, pero añadiendo que lamentablemente hoy en día la gente apenas leía ese diario.

Con todo y la clara voluntad de liderazgo y reconocimiento regional del presidente Bukele, no está claro que pueda convertirse en lo que fue Hugo Chávez para América del Sur y, en alguna medida, para Centroamérica. La razón de esta incapacidad tiene que ver con el segundo nuevo criterio para definir la magnitud de la ola populista en la región: “La disponibilidad de recursos económicos para promover un proyecto regional”. La vocación de liderazgo debe ir acompañada de recursos suficientes para armar y sostener un proyecto regional. Este fue el caso del Alba, cuando Chávez contaba con enormes recursos económicos petroleros que le permitieron sostener el proyecto político en su país y atrajo importantes socios regionales, como casi lo fue Honduras. Aun habiendo señales bastante claras de su vocación de liderazgo regional, Bukele no parece tener esa posibilidad, a menos que Bitcoin City fuera un éxito. La caída de las criptomonedas en mayo de 2022 en todo el mundo parece haber lastimado gravemente sus sueños. Sin embargo, no hay que apresurarse a decretar el fin de sus intenciones. Como lo han demostrado otros casos, la identificación con un sueño épico de renovación moral puede resistir los contratiempos.

En síntesis, utilizando únicamente los criterios clásicos de cantidad, coincidencia geográfica y forma de construir el pueblo, sin duda hay una ola populista en Centroamérica como las primera y segunda olas sudamericanas y la tercera de la región andina. Sin embargo, al introducir los dos nuevos criterios cualitativos propuestos de vocación de liderazgo y recursos disponibles, se puede entender mejor por qué la ola centroamericana podría estar pasando inadvertida. Comparada, por ejemplo, con la ola andina de principios de siglo, la del istmo tiene una magnitud pequeña porque la vocación de liderazgo existente no cuenta con los recursos para apuntalar un proyecto político subregional.

 

Una ola populista en Centroamérica: ¿por qué ahora?

¿Cuáles son las razones que podrían explicar la existencia de una ola populista en Centroamérica, cuando la región ha logrado evitar en alguna medida las anteriores? Los tres primeros parágrafos de esta sección son mayormente especulativos, ya que no estamos en la posición de validar completamente estas variables, aunque sí podemos plantearlas como hipótesis. En el último parágrafo de la sección se explica el rol central que están jugando los liderazgos en la transformación de los contextos de sus países en daños, siendo el “daño” uno de los elementos clave de la narrativa populista.

 
Democratización

El crecimiento del populismo en América Latina es simplemente producto de un periodo relativamente largo de estabilidad democrática. La democracia, incluso en su forma electoral más limitada, se basa en la soberanía del pueblo y en la legitimidad de sus reclamos. Herbert Kitschelt et al. (2010) formularon un argumento similar con respecto a la primera ola de populismo en torno a los años de la posguerra: la repentina expansión de la franquicia democrática provee un canal de expresión para todo tipo de exigencias políticas que antes podrían haber estado ausentes o reprimidas. Las recesiones económicas alimentan las reivindicaciones y las movilizaciones populares, no como una expresión de sentimientos antidemocráticos, sino como un intento de cuadrar las promesas de bienestar con las realidades de la desigualdad y la pobreza. Este componente se puede ver en Costa Rica.

Es bien conocido que Costa Rica ha sido uno de los países más democráticos de América Latina por décadas, lo que lo ha convertido en la gran excepción centroamericana. Las estadísticas indican que la mayoría de los costarricenses son demócratas, que los derechos humanos se respetan en el país y que el régimen político funciona. No obstante, a partir de la década de los años noventa, los consensos sobre el modelo económico empezaron a resquebrajarse, hasta reflejarse en el fin del bipartidismo y generar cuatro episodios emblemáticos: la movilización social de una magnitud sin precedentes para prevenir la privatización del Instituto Costarricense de Electricidad en el año 2000; luego, el referéndum extremadamente polarizado para la aprobación del CAFTA en 2007; la huelga de 90 días del sector público para evitar una reforma tributaria regresiva en 2018; y más recientemente, las movilizaciones conflictivas contra un préstamo que el gobierno estaba por firmar con el FMI, que implicaba aumentos de impuestos en octubre de 2020. Se trata de un nuevo contexto político y económico, con mayor fragmentación y desgaste del sistema de partidos, que acumula antiguas y nuevas demandas que necesitan ser explicadas a la población.

Aunque los regímenes democráticos de Honduras y El Salvador están muy lejos del estándar costarricense, la realización continua de elecciones también abrió la posibilidad de articular reclamos e introducirlos en la esfera pública. En Honduras, las elecciones de 1981 abrieron un periodo de 28 años con elecciones libres y competitivas y la novedad de seis presidentes consecutivos que terminaron sus periodos. En El Salvador, las seis elecciones presidenciales realizadas entre 1994 y 2019 fueron un gran avance democrático después de 60 años de gobiernos autoritarios personalistas, golpistas y, sobre todo, con fuerte vocación antiinsurgente. Precisamente, uno de los grandes logros de los acuerdos fue la incorporación de la izquierda insurgente a la competencia electoral, como parte de un sistema bipartidista que estructuraba la política del país.

 
Deslegitimación de la violencia política

Esto puede parecer un argumento escueto, pero simplemente sucede que las experiencias populistas anteriores fueron interrumpidas por un golpe de Estado, incluyendo una serie de asesinatos políticos. En Guatemala, Jacobo Arbenz fue derrocado por un golpe de Estado en 1952; en Panamá, Arnulfo Arias sufrió tres golpes de Estado, y en Costa Rica, Rafael Calderón Guardia fue derrotado en una guerra civil. Los gobiernos de izquierda en el istmo fueron sometidos a represión violenta o incluso intervenciones. Estas opciones no han desaparecido por completo; sin embargo, son más costosas. No hay mejor ejemplo de este proceso que Honduras. El presidente Manuel Zelaya fue depuesto por un golpe de Estado en 2009. Con Zelaya forzado a exiliarse, la élite pensó que podían volver a la política acostumbrada, gobernando a través de pactos y el uso ocasional del fraude electoral. Sin embargo, el uso de la violencia política contra el presidente fue contraproducente y presentó una oportunidad para su esposa Xiomara Castro.

 
Descomposición de pactos élites neopatrimonialistas y pérdida
de confianza en partidos establecidos

Benjamin Moffitt (2016) asegura que el populismo es una cualidad gradual. Sin embargo, no hay acuerdo sobre si en el extremo opuesto de esa gradación se encuentra la tecnocracia (2016), el elitismo o el pluralismo (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2017; Vallespín y Martínez-Bascuñán, 2017). Tal vez no haya un solo “opuesto” del populismo, sino varios posibles. El “otro” depende del contexto. En los casos centroamericanos, difícilmente puede haber un imaginario tecnocrático consolidado en medio de burocracias clientelares, o un otro pluralista en el marco de sociedades extremadamente desiguales. En ese sentido, en Centroamérica el histórico “otro” del populismo han sido los pactos entre élites que se basan en el consenso informal, el neopatrimonialismo y los estilos tradicionales de “jefe político”. En cualquier caso, está claro que hay dirigentes, también organizaciones partidistas y civiles, totalmente populistas, y también hay populistas parciales. Este factor está claramente presente en el caso de Honduras.

Honduras ha sido uno de los países más pobres, desiguales y violentos del mundo durante mucho tiempo. Sin embargo, hasta hace poco, también tuvo uno de los sistemas de partidos más antiguos, hegemonizado por dos partidos centenarios y muy conservadores, resultado de pactos intra-élites. Esta cultura de negociación política informal, de la que también formaban parte la jerarquía religiosa, las asociaciones empresariales y Estados Unidos, posiblemente impidió el surgimiento de propuestas políticas disruptivas (Vásquez, 2021). El pacto fue roto en 2009 por Zelaya cuando inesperadamente buscó alianzas internacionales con los países del Alba, liderada por Hugo Chávez. Aparentemente, entre algunos objetivos económicos y sociales también estaba tratando de garantizar su reelección. El asunto terminó con un golpe de Estado, seguido por 12 años de gobiernos liderados por el conservador Partido Nacional de Honduras y la consolidación de un frente antigolpista inédito y muy amplio del que surgió el partido Libertad y Restauración, encabezado por Xiomara Castro, esposa de Zelaya.

Los contextos que han sido resumidos aquí son diferentes y, sin duda, muy locales. Sin embargo, comparten al menos un rasgo en común: la simpatía por los partidos ha disminuido a niveles insospechados. Así lo demuestra la información histórica publicada por el Proyecto de Opinión Pública Latinoamericana de la Universidad de Vanderbilt, toda vez que en los tres países la confianza en los partidos se encuentra en su punto más bajo.6 David Doyle (2011) explica que la baja legitimidad de las instituciones políticas lleva a votar por outsiders. Asimismo, Pippa Norris y Ronald Inglehart (2019) aseguran que la pérdida de confianza en los partidos es un indicador de satisfacción pública relacionada con la preferencia por partidos populistas. En cualquier caso, la pérdida extrema de simpatía o confianza por los partidos políticos en Centroamérica parece ser un rasgo esencial para explicar el posible surgimiento de lógicas populistas.

 

La construcción del liderazgo: del contexto al “daño”

Todos estos factores (democratización, rechazo social a la violencia política, descomposición de pactos de élites y deslegitimación de partidos) no son suficientes para explicar el auge de las narrativas populistas en Centroamérica. Los agravios contextuales descritos han sido expuestos a la población por un líder hasta transformarlos en daños morales. En otras palabras, se han presentado como acciones mediante las cuales las élites pactistas han infligido dolor al pueblo, privándolo de prosperidad y de su destino de grandeza. En Costa Rica, los problemas se convirtieron en daños al llamarlos “los privilegios”; en Honduras, “la destrucción del Estado republicano y de la democracia”, y en El Salvador, “el pacto de los corruptos”.

Como se ha dicho, convertir los problemas de contexto específico en “daños” requiere de un líder político que le explique a la gente quién es el que la ha perjudicado y qué se debe hacer para superar esa situación y alcanzar la redención (Casullo, 2019). Este líder no sólo explica, sino que también “hace presente” al pueblo en una esfera pública de la que se ha apoderado la élite ilegítimamente (Moffitt, 2016). Castro, Chaves y Bukele han sido capaces de formular un discurso que transforma todos estos contextos en una clara narración sobre un daño infligido al pueblo por un enemigo distinguible, concreto y personalizado. A pesar de ser tan diferentes en sus estilos (el costarricense es un hombre de 60 años que viste formalmente y tiene una sólida educación universitaria; Castro es una mujer de 62 años, madre de cuatro hijos y esposa de un ex presidente, y Bukele es un joven político de 41 años), comparten ciertas formas de “hacer presente” al pueblo cuyas exigencias dicen representar.

Los tres son vistos como incorrectos y desafiantes. Esto se logra usando diferentes estilos. Puede hacerse con virilidad y machismo,7 o apelando a las emociones basadas en una historia personal como esposa y madre, o a través de una imagen “millenial” en la que destacan la informalidad y la “credibilidad callejera”.

La pulcritud casual de Nayib Bukele —la gorra blanca de beisbol usada de forma invertida es quizás su rasgo más característico— funciona perfectamente al performar simultáneamente lo extraordinario y lo ordinario, una característica central del liderazgo populista. Para un líder populista, este equilibrio es lo más difícil de lograr (Moffitt, 2016). Se trata de proyectar un liderazgo virtuoso al mismo tiempo que se utilizan los “malos modales”, según lo que se considera respetable en cada país. Así se hace cercano a la población. Por ejemplo, el presidente Bukele desafió la idea de lo que se consideraba respetable en la política salvadoreña cuando se describió a sí mismo en la biografía de su cuenta de Twitter como “el dictador más ʽcoolʼ del mundo” en septiembre de 2021, tras ganar su partido la mayoría de los escaños en el órgano legislativo y ser acusado de concentrar el poder.

En Costa Rica, Chaves hizo gala de “malos modales” siendo candidato. A diferencia del habitual civismo de los líderes costarricenses, fue agresivo, confrontativo y descalificó hábilmente a sus oponentes. Actuar de esta manera fue una decisión consciente, anunciada y constantemente justificada. Por ejemplo, lo hizo en el cierre de su campaña cuando dijo que “los costarricenses son personas tolerantes [...] excepto por mí que digo las cosas tal como son y por eso me llaman arrogante y grosero” o “nos tienen miedo porque comenzamos a hablar de las cosas como realmente son [...] la señora Pilar es una mujer muy educada [...] ella dice corrupción, yo digo robo, sinvergüenza, hipocresía” (Chaves, 2022b). Decir las cosas “tal y como son” y ser “grosero” son el fundamento de lo que Francisco Panizza (2005) llama “la solidaridad del secreto sucio”, que no es más que escuchar cosas que solían limitarse a conversaciones privadas y que ahora son dichas públicamente. Esto puede causar una poderosa oleada de identificación. Este estilo belicoso de Chaves coexistió con la apariencia de un individuo con conocimiento y los modales de un tecnócrata internacional con una carrera de casi tres décadas en el Banco Mundial. En este sentido, con Chaves estaríamos ante un caso de “tecnopopulismo” como lo fue el de Rafael Correa en Ecuador (De la Torre, 2017).

En el caso de Xiomara Castro, si bien no encontramos en ella un gran uso de “malos modales”, su distancia con la élite está marcada por el simple hecho de que es la primera mujer presidenta en Honduras en 100 años (Welp y Brown Araúz, 2021). La presencia de una mujer en la cima del poder político hondureño es una disrupción que ha roto las prácticas políticas habituales y aceptadas en este país. Al ser mujer, Castro personifica la inclusión, así como lo hizo Alberto Fujimori en Perú con la etnicidad (Barrera Rivera y Pérez, 2013). Los discursos de Castro son poderosos por su emotividad, que puede atribuirse fácilmente a que es mujer, madre y esposa. Como candidata, su voz y sus gestos expresaban un lamento que denunciaba la situación de la población hondureña.

Castro entró en la primera línea de la política nacional sólo después del golpe de Estado, durante las protestas, con el fin de llenar el vacío de liderazgo dejado por su marido. Este sacrificio y la pérdida de comodidades refuerza su imagen de outsider, un rasgo que difícilmente puede asociarse con su esposo.

Ni Rodrigo Chaves ni Nayib Bukele son outsiders. Chaves fue ministro de Economía entre noviembre de 2019 y mayo de 2020, y aunque su tiempo en la administración pública fue corto, estuvo lleno de polémica y fricción con el presidente, hasta que renunció a su cargo. Bukele fue alcalde del municipio de Nuevo Cuscatlán entre 2012 y 2015, y luego del municipio de San Salvador entre 2015 y 2018. En ambas ocasiones fue elegido siendo miembro del FMLN. No obstante, se postuló a la presidencia proyectándose como outsider, mostrando desprecio hacia las normas establecidas por la élite política.

Estos líderes, con sus diferentes características en sus mandatos presidenciales, han hecho cambios importantes en la política de sus países. En ese sentido, para entender la relación entre ellos y la población, es necesario tener una comprensión exacta de lo que prometen. Se han ofrecido a enfrentar una gran lucha en nombre de los costarricenses, hondureños y salvadoreños oprimidos. Este trabajo de redención exige un ejercicio retórico que es necesario entender porque, como dice Daniel Innerarity (2015), en la política las cosas se hacen con palabras, o, como explican Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (2018), el proceso de subvertir la democracia a menudo comienza con las palabras.

 

Conclusiones. El populismo centroamericano:
una agenda de investigación prometedora

En este artículo hemos definido como populistas a tres presidentes del istmo centroamericano. Habiendo expuesto la existencia de gobiernos populistas en tres casos sobre siete países en total, afirmamos que la región atraviesa por una nueva ola populista; que tal fenómeno sea poco estudiado debería llamar la atención. Por ello, hemos aprovechado esos casos para discutir y enriquecer los criterios con los que teóricamente son definidas las olas populistas. Más allá de la poca atención que ha recibido el istmo, una vez superados los conflictos armados de la década de los años ochenta, comparando estos casos con las características de las olas anteriores, hemos evidenciado que los criterios usualmente utilizados para definir olas populistas son insuficientes. Ha sido necesario introducir dos nuevos criterios —la vocación de liderazgo regional y la disponibilidad de recursos— para ser más exactos al momento de definir y caracterizar las olas populistas pasadas, actuales y futuras. En ese sentido, la ola centroamericana, aunque existente, ha resultado ser débil.

Aunque los estudios sobre el populismo han atendido países igualmente pequeños, desiguales y políticamente inestables como los centroamericanos, por alguna razón estos casos han sido ignorados. Con este artículo creemos haber demostrado también que el estudio de América Central no sólo es importante en sí mismo para comprender las dinámicas de sus países, sino que sus particularidades podrían ser una fuente importante de hallazgos que permitirían comprender mejor el populismo global.

De cualquier manera, a la luz del relativamente bajo número de casos históricos de populismo y las características socioeconómicas y políticas de la subregión centroamericana, ha sido pertinente preguntarse por qué esta ola tiene lugar ahora. Al respecto, a manera de hipótesis, han sido planteados tres asuntos clave que abren nuevas vías de estudio del populismo en América Central: el impacto de los procesos de democratización en la articulación de demandas; la deslegitimación de la violencia política, como corolario de la democratización, que antes era usada para desmovilizar a los populistas; y la descomposición de los pactos entre las élites. Este último es quizás el más relevante de los supuestos planteados, porque aporta elementos para identificar al neopatrimonialismo como un nuevo “otro” del populismo que, hasta el momento, no había sido explorado por los estudios realizados. En ese sentido, el ejercicio contenido en estas páginas ha resultado altamente fructífero y la agenda de investigación futura se perfila como prometedora.

 

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