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Mariana Heredia (2022), ¿El 99% contra el 1%? Por qué la obsesión por los ricos no sirve para combatir la desigualdad, Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 238 pp.

 

Reseñado por:

Leandro Losada
Universidad Nacional de San Martín

 

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La fisonomía de las élites argentinas, la composición y las relaciones entre grupos políticos, sectores propietarios y círculos de distinción social, su papel en la vida pública y en la historia del país, son temas con importante tradición en el ensayo, la historia y las ciencias sociales. Un país que se ha visto a sí mismo como igualitario ha encontrado con frecuencia en los sectores encumbrados las causas de sus infortunios y decepciones. Por ello, los “discursos críticos” (para tomar una expresión reiterada a lo largo de ¿El 99% contra el 1%?) han prevalecido sobre la investigación profesional al concebir rasgos y conductas de las minorías con poder, riqueza y prestigio en el imaginario colectivo.

Por esta razón, el libro de Mariana Heredia es de por sí una excelente noticia. Se trata de un trabajo de notable consistencia empírica, rigurosidad analítica y —un punto que merece destacarse— audacia. Esto es así porque uno de sus principales propósitos, condensado en el subtítulo, es demostrar que buena parte de las discusiones públicas, las medidas políticas y las representaciones sociales acerca de las élites son equivocadas e ineficaces.

Heredia asume una posición de compromiso intelectual poco complaciente con los lugares comunes que, procurando combatir la desigualdad o denunciar las corrupciones o las injusticias sobre las que se sostienen las élites, colaboran a que esas situaciones, en lugar de resolverse y superarse, persistan y se profundicen. Advierte sobre una conjugación de “impotencia práctica y vehemencia retórica” (p. 14), cuyo desenlace son moralismos inconducentes: la “obsesión por los ricos corre el riesgo de circunscribir el problema a la (in) decencia de las clases más altas” (p. 15). En consecuencia, tanto por la intención y la posición desde las que el libro está escrito, como por sus evidencias y planteamientos, sería deseable que sus páginas superaran las fronteras de especialistas y académicos (donde será de aquí en más referencia obligada) y enriquezcan la discusión pública.

A la vez, sería insuficiente describir el libro como un trabajo de sociología de las élites o sobre las características y causas de la desigualdad en Argentina. Es, por supuesto, ambas cosas. Pero es mucho más. Quien se acerque a sus páginas encontrará una caracterización de la estructura social argentina y de sus principales transformaciones entre la década de los años setenta y la actualidad, siempre atenta, además, a una contextualización histórica y espacial (en especial, con América Latina).

El libro consta de cuatro capítulos, más una introducción y conclusiones. El capítulo 1 oficia como presentación de los personajes, quiénes son los integrantes de las élites socioeconómicas argentinas. Los restantes tres capítulos abordan, respectivamente, los “tres principios fundamentales de la desigualdad social”, o las “tres desigualdades”, cada una de ellas con “lógicas distintas” (p. 17). Es decir, la riqueza, el prestigio y el poder político. A continuación, resalto algunos de los argumentos que me parecen más interesantes y destacados, dejando en claro que no agotan el contenido del trabajo.

En primer lugar, en relación con la composición de las élites, la investigación de Heredia destaca su diversidad y renovación social y material. Categorías reiteradas y conocidas, como “oligarquía” (en referencia a las familias patricias vinculadas a la riqueza agropecuaria) o “burguesía nacional” (en alusión a los sectores empresariales que se enriquecieron con la economía industrialista y mercadointernista de la segunda mitad del siglo xx y, sobre todo, con la protección y los negocios con el Estado), son inapropiadas, sesgadas, incompletas (pp. 31-56). Esto es así porque tales categorías soslayan (o directamente desconocen) la centralidad que en las élites económicas juegan fortunas más recientes, construidas por personajes nuevos al compás de las transformaciones del capitalismo global. El ejemplo elegido en el libro es Marcos Galperin, creador de Mercado Libre, la empresa online de venta minorista, octava en el mundo en su rubro (pp. 56-58).

El capítulo 1 condensa un efecto de lectura que se reitera a lo largo del libro. Hay evidencia empírica contundente, incluso ampliamente conocida (Galperin no es un personaje anónimo), que demuestra la inadecuación de las representaciones que circulan en el saber convencional, y (quizá más preocupante) en el debate público, cuyo corolario son diagnósticos y políticas erróneas o, peor aún, funcionales a las élites.

El capítulo 2 profundiza este punto, al mostrar que la riqueza argentina no puede pensarse en clave nacional o territorial, o que sus poseedores puedan identificarse fácilmente con nombre y apellido. Nuevamente, procesos económicos conocidos son la razón de ello. La globalización, la centralidad del capital financiero, la desterritorialización del capital, la despersonalización de las estructuras empresariales (sociedades accionarias, el rol gravitante de ceos y figuras gerenciales, etcétera), explican que buena parte de la riqueza generada en Argentina sólo parcialmente esté construida en el país o tenga como exclusivos beneficiarios a hombres de negocios o empresarios argentinos.

En tercer lugar, el libro enseña que el estudio de la desigualdad no puede limitarse al estudio de los “ricos”. Esto es así porque las fronteras de los “aventajados” (otra expresión recurrente) son diferentes según qué dimensiones de la vida social se aborden. Así se muestra en el capítulo 3, dedicado a la distribución del bienestar, es decir, a desigualdades en términos residenciales, de salud, educativos, culturales. El hecho de que los beneficiarios de la distribución y el acceso a estos capitales sociales excedan sociológicamente la frontera de los “ricos” indica otro fenómeno, correlativo a la ampliación de la desigualdad, la fragmentación social y espacial. Una conclusión que alienta el libro de Heredia en este sentido es que las clases medias, que en el siglo XX fueron producto de una sociedad con capacidad integradora y de un Estado con políticas universalistas (que incentivaban e incluso posibilitaban esa integración), en la actualidad son el resultado de la inversión o desaparición de esos dos fenómenos.

La fragmentación o desagregación es un diagnóstico presente, asimismo, en la caracterización de las propias élites. Es un fenómeno que tiene varias expresiones. Por un lado, en la relación entre élites políticas, económicas y sociales. Por otro, en el interior de cada una de ellas. Así, se señala el declive relativo de los lazos personales en la estructuración de las élites económicas (consecuencia de la escala global y la despersonalización de las organizaciones empresariales, pp. 104-107), al mismo tiempo que se destaca el peso decisivo de los vínculos personales en el acceso a capitales sociales (el papel decisivo de recomendaciones y referencias, etcétera, pp. 148-153). A la vez, es revelador que la categoría al uso para denominar a las élites socioeconómicas sea “ricos”. Heredia manifiesta su insatisfacción con esta categoría, por su sesgo economicista (pp. 58-63, 166-168). Podría añadirse otra observación, complementaria. La definición “ricos” indica una semblanza con base en indicadores materiales, pero también supone que entre esos “ricos” no hay vinculaciones, sociales o de cualquier tipo. Es decir, es una categoría que refleja atomización o desagregación.

La fragmentación de las élites es un tema clásico de la reflexión sociológica e histórica y ha recibido, como repasa el libro de Heredia, interpretaciones y valoraciones disímiles. En algunos casos, se ha entendido como derivación de la modernización, que multiplica y autonomiza espacios sociales; en otros, como causa de la inestabilidad política e institucional y del errático desempeño económico; finalmente, como consecuencia indirecta de la ausencia de canales institucionales para direccionar la relación entre Estado y élites (pp. 110-119).

Heredia toma posición en este debate. Muestra la fragmentación corporativa y representativa, pero también la desigual distribución entre importancia económica (o poder estructural) y capacidad de presión política (o poder instrumental) (pp. 111-116). Paralelamente, se argumenta que el debilitamiento del Estado (en el cual, según Heredia, inciden aspectos de distinta naturaleza, desde la configuración federal a la globalización económica, pp. 169-186), y la consecuente dificultad para establecer normas y hacer efectivo su cumplimiento, suelen favorecer a las élites (pp. 188-189). Estos argumentos se relacionan con dos ideas importantes.

En primer lugar, la desigual relación entre poder instrumental y poder estructural es una de las causas de la discrepancia entre la atención a la desigualdad y el éxito en combatirla. El libro de Heredia es enfático en señalar, por ejemplo, que la puja distributiva entre capital y trabajo no resolverá el problema, porque esa puja explica muy poco de las causas y características de la desigualdad, sea porque concentra el tema en la cuestión de los ingresos, sea porque supone que las élites socioeconómicas son los empleadores de fuerza de trabajo y no, como demuestra con nitidez el libro, sectores que obtienen su riqueza de la explotación de la naturaleza o de la circulación internacional del capital financiero (pp. 209-214).

Por otro lado, Heredia toma una posición importante sobre el papel del Estado, a contramano de buena parte de los “discursos críticos”. La concepción del Estado que el libro postula y sostiene es que, más que agente cómplice de los poderosos y reproductor de desigualdades, es un actor decisivo para remediarlas, a través de políticas integradoras y universalistas. Hay aquí una tesis profunda, que merece resaltarse: existe una correlación entre desigualdad y degradación institucional (estatal). La carencia de instituciones y normas (la anomia) favorece a quienes poseen capital social. Por lo tanto, el reposicionamiento del poder público (bien direccionado, con diagnósticos certeros) es clave para revertir las inequidades. Es desde esta perspectiva que debe situarse otro planteamiento importante: el llamamiento a que la democracia argentina abandone su lógica agonista y confrontativa (cuyos alcances son también matizados al abordar las conductas de su clase dirigente) y afirme en su lugar compromisos institucionales que reposicionen el lugar del Estado (pp. 193-198, 214-216).

Por último, cabe una reflexión sobre la perspectiva histórica que el libro hace suya. Historizar el estudio de la desigualdad en la Argentina es un propósito, un enfoque, que se reitera a lo largo de las páginas. Esta historización tiene dos sentidos; identificar particularidades y situar el presente en un plazo de tiempo más amplio. Este plazo tiene como punto de partida los años setenta. Fue entonces cuando, según Heredia, Argentina comenzó a adquirir la fisonomía que tiene en la actualidad.

Dos observaciones, entonces, al respecto. En primer lugar, a pesar de que no es desconocido vincular lo iniciado a mediados de la década de los años setenta, con la última dictadura militar, con los cambios acelerados en el fin de siglo (durante las reformas económicas impulsadas durante las presidencias de Carlos Menem), en el debate público argentino el problema de la desigualdad suele enfocarse en relación con la crisis de 2001. Heredia nos propone, entonces, un marco temporal más amplio para pensar la aparición de la desigualdad como dato distintivo de la sociedad argentina, teniendo en consideración la interacción de procesos locales y globales.

La segunda observación es que situar las transformaciones estructurales de la Argentina contemporánea en el marco de un bloque histórico de casi medio siglo implica otorgar a estas mutaciones una temporalidad mayor a la de otras transformaciones igualmente profundas del país; por ejemplo, la ocurrida entre 1880 y 1910, o la desplegada durante la década peronista de 1946-1955. Este dato proveniente de la elección cronológica de Heredia es uno de sus argumentos más sutiles y también uno de los más inquietantes. La profundidad temporal de la desigualdad contemporánea revela la magnitud de las dificultades y de los desafíos que implicará, si no revertirla, al menos atenuarla. 

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