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Susan Eva Eckstein (2022). Cuban Privilege: The Making of Immigrant Inequality in America. Nueva York: Cambridge University Press, 300 pp.

 

Reseñado por:

José Luis Velasco Cruz
Instituto de Investigaciones Sociales
Universidad Nacional Autónoma de México

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En 1977, Susan Eva Eckstein publicó The Poverty of Revolution, una investigación pionera que partía de una constatación obvia: la existencia de grandes masas de pobres en las ciudades de México. Ese libro documentó cómo un Estado que se proclamaba heredero de una gran revolución social contribuía a mantener e incrementar la pobreza urbana, impidiendo que los pobres se organizaran autónomamente y lucharan para superar sus carencias.

Ahora, después de una carrera en la que también ha estudiado los movimientos sociales latinoamericanos y la migración cubana a Estados Unidos, Eckstein presenta un nuevo libro que también parte de un hecho obvio y notorio: por más de seis décadas, los cubanos han gozado de “los beneficios más generosos que Estados Unidos ha ofrecido jamás a migrantes o refugiados”. La larga lista de privilegios incluye el otorgamiento automático del estatus de asilado o inmigrante legal, el derecho a trabajar legalmente, el acceso fácil y veloz a la ciudadanía, prestaciones sociales generosas, opciones educativas creadas específicamente para ellos, envidiables oportunidades económicas y, algo más abstracto, pero no menos valioso: apoyo y simpatía política desde las más altas esferas del gobierno. Nada comparable ha estado al alcance de personas procedentes de otros países, no sólo del Caribe o América Latina, sino de otras regiones y continentes. Doce presidentes estadounidenses —republicanos y demócratas— crearon y sostuvieron este régimen excepcional.

Aunque moral y políticamente discutibles, estos privilegios no representan mayor misterio intelectual durante la Guerra Fría. La enemistad entre la Revolución Cubana y Estados Unidos; el alineamiento de Cuba con la Unión Soviética; la alianza entre líderes de la diáspora cubana, el aparato de seguridad de Estados Unidos y la derecha latinoamericana, en fin, toda la polarización característica de esa época ubicó a los migrantes cubanos en una posición privilegiada en Estados Unidos.

El verdadero misterio es: ¿por qué esos privilegios continuaron, e incluso se incrementaron, por casi tres décadas después del fin de la Guerra Fría y el patente agotamiento de la Revolución Cubana? Esta es la pregunta que el libro busca responder. Contestarla es importante no sólo para especialistas en migración, exilio y refugio, sino para cualquiera que desee entender mejor la historia de la Revolución Cubana, las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, la política interior de Estados Unidos e incluso algunos de los dilemas más acuciantes de la sociedad global actual.

La respuesta que ofrece el libro es rica en datos —obtenidos de entrevistas, archivos y una gran variedad de fuentes secundarias— ordenados en una narrativa coherente, sociológicamente informada pero libre de la jerga que muchas veces oscurece, en vez de aclarar, las explicaciones académicas. La intención es, como lo explica la propia autora, “apoyarse en las fuentes primarias para entender, mediante una interpretación fundada en el análisis, las políticas y sus consecuencias”.

Dos ejemplos rápidos pueden ayudar a ver cómo el libro combina conceptos y métodos sociológicos con datos concretos y significativos.

Uno de esos conceptos es la “dependencia de la trayectoria”: una vez embarcados en cierta ruta, los procesos sociales generan una inercia difícil de romper; las decisiones relevantes se definen dentro de la ruta elegida; para enfrentar problemas surgidos a lo largo del camino, se buscan soluciones compatibles con la ruta tomada al principio, etcétera. Guiada por ese concepto, la autora distingue las motivaciones que dieron origen a los privilegios cubanos —quitarle personal especializado a la naciente Revolución Cubana, desprestigiarla al mostrarla incapaz de satisfacer las necesidades de su propia población, organizar fuerzas políticas y militares opositoras en el exilio— y las causas que contribuyeron a mantenerlos y reforzarlos. Así explica cómo al intentar “resolver los problemas que las concesiones iniciales generaron o dejaron sin atender”, los líderes políticos estadounidenses se vieron compelidos a otorgar nuevas concesiones. Los privilegios engendraron nuevos privilegios.

Una de las vías por las que ocurrió esta retroalimentación fue el éxito social. Aprovechando las ventajas que les dio la sociedad receptora, los cubanos que llegaron primero (muchos de ellos de por sí bien dotados de dinero, capacidades técnicas y capital social) ascendieron rápidamente en la escala social y usaron su influencia para obtener nuevas ventajas para ellos y sus connacionales. Este impacto fue especialmente fuerte en el estado de Florida y sobre todo en Miami, la ciudad que ellos ayudaron a transformar en algo así como la capital latinoamericana en Estados Unidos.

Una vía relacionada fue la político-electoral. Convertidos en ciudadanos, los cubano-americanos pronto usaron su voto para apoyar a candidatos que mostraran simpatía hacia sus causas, o incluso ellos mismos se presentaron como candidatos. Concentrado en estados y distritos clave, el voto cubano se transformó en un fiel de la balanza, cortejado por republicanos y demócratas. Las organizaciones de migrantes cubanos se transformaron pronto en una potente fuerza en la política estadounidense, capaz de defender y promover los derechos especiales de su base.

Esta inercia fue particularmente evidente en las grandes crisis político-migratorias que estallaron periódicamente en la conflictiva relación entre Cuba y Estados Unidos. El caso más temprano fue el de los llamados Vuelos de la Libertad, iniciados en 1965, cuando muchos cubanos, inspirados por las primeras olas de fuga masiva, se embarcaron precariamente hacia Estados Unidos y finalmente lograron que el gobierno de este país los transportara por vía aérea, con el consentimiento del gobierno cubano. Casi 300 000 personas fueron trasladadas en lo que se conoce como la mayor aerotransportación de refugiados en la historia de Estados Unidos. La fuga a este país se había convertido en la forma de atender las expectativas y los problemas generados por la fuga previa. Algo parecido habría de ocurrir a principios de la década de los años ochenta, durante el llamado éxodo de Mariel, en el que participaron más de 100 000 cubanos, y en la menos numerosa pero igualmente dramática Crisis de los Balseros de 1994.

Desde el punto de vista de la política estadounidense hacia la Revolución Cubana, estos grandes desplazamientos no sólo parecían poco útiles, sino que incluso eran obviamente contraproducentes, pues servían como una válvula de escape por medio de la cual el gobierno de la isla podía deshacerse masivamente de opositores reales y potenciales. Son, por lo tanto, una demostración muy elocuente de lo fuerte que puede llegar a ser la dependencia de la trayectoria.

Otro concepto sociológico que el libro utiliza fructíferamente es el constructivismo social. Aun sin tener muchos de los atributos con que las normas internacionales definen a los refugiados y exiliados, los migrantes cubanos fueron socialmente imaginados como tales. Imaginarlos como refugiados los transformó, en los hechos, en refugiados. Así, aunque muchos de ellos huían de su país impulsados por las mismas razones económicas y expectativas sociales que motivaban a millones de otros latinoamericanos, los cubanos fueron recibidos en Estados Unidos como perseguidos políticos que huían hacia la libertad y merecían, por lo tanto, todas las facilidades para instalarse en el país protector. Pronunciarse en contra de estas concesiones equivalía a casi un suicidio político.

Si, con estos y otros conceptos sociológicos, el libro logra explicar el origen y la resistencia de los privilegios cubanos, su explicación del fin del “excepcionalismo cubano” también está muy bien lograda. La historia es compleja, pero algunos de sus ingredientes más decisivos pueden ser mencionados rápidamente: la poderosa comunidad cubano-americana, una vez integrada al establishment estadounidense, se preocupó más por defender sus propios privilegios que por extenderlos a nuevos inmigrantes; con los años, la similitud entre la migración cubana y la del resto de América Latina y el Caribe se volvió más difícil de ocultar; alimentado por el desempleo y otros agravios creados por la globalización económica, el nativismo estadounidense hacía cada vez menos distinciones entre migrantes peligrosos y refugiados meritorios. Este fue el contexto en el que el presidente Barack Obama, ocho días antes de dejar el puesto, declaró el fin de la era de los privilegios cubanos, afirmando que de ahí en adelante Estados Unidos trataría “a los migrantes cubanos igual que a los migrantes de otros países”. Las dos administraciones siguientes retomaron y reforzaron esta decisión.

Una crítica que se podría hacer al libro es la ambigüedad del término “privilegio”: ¿Significa que las concesiones hechas a los cubanos en Estados Unidas deberían ser abolidas y crear así un régimen igualmente hostil para todos los migrantes? ¿O que, al contrario, debería extenderse un trato semejante a los migrantes, refugiados y exiliados de todos los países? La manera en que el mundo responda esta pregunta tendrá consecuencias enormes. En las últimas décadas, los esfuerzos por construir sociedades y comunidades políticas según los modelos occidentales dominantes fracasaron en gran parte del mundo poscolonial. El resultado ha sido un éxodo masivo. Según las cifras compiladas por las Naciones Unidas, en la década de 2010 se duplicó el número de personas desplazadas; en 2022, superó los 100 millones, más del 1.2% de la población global, una proporción sin precedentes. A eso habría que agregar los millones de migrantes por razones puramente económicas, que en realidad huyen de la inviabilidad económica y social de sus países.

La respuesta casi automática de los gobiernos de los países ricos ha sido una “carrera hacia el fondo”: la progresiva hostilidad hacia los migrantes y refugiados. Visto desde una perspectiva, el análisis de Eckstein parece reforzar ese pesimismo: la suma de factores que hicieron posible el privilegio cubano y lo mantuvieron por más de medio siglo es una combinación difícil de replicar. Pero, por otro lado, el libro muestra que, tratados favorablemente, los migrantes pueden integrarse exitosamente a la sociedad receptora.

Como la guerra y la economía, la migración es hoy un tema tan importante que no puede ser dejado sólo en manos de especialistas. Libros como éste nos ayudan a entenderla mejor.

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