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Hubert C. de Grammont (comp.) (2021). Sara María Lara Flores. Los olvidados del campo: jornaleros y jornaleras agrícolas en América Latina. Antología esencial. México: Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Sociales/Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 976 pp.

 

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Reseñado por:

Patricia Arias
Universidad de Guadalajara

 

A menos de tres años de su fallecimiento (2019) se publica esta antología de textos, artículos y capítulos de libros de Sara Lara organizados en función de tres de los grandes temas que estuvieron presentes a lo largo de su quehacer académico: el género, los mercados de trabajo y la migración, muchas veces traslapados, pero siempre desde la perspectiva del jornalerismo y la condición de las jornaleras en México y otros países, en especial de América Latina. Las investigaciones de Sara fueron claves en la identificación, clarificación y seguimiento de esos temas que cambiaron la agenda de investigación rural de la década de los años noventa.

La antología incluye seis artículos sobre género, 12 sobre mercado de trabajo y 11 sobre migración que abarcan 20 años de investigación y reflexión. La obra incluye una “Introducción” a cargo de Hubert C. de Grammont y cuatro colegas conocedores del trabajo de Sara, lo que se advierte en la atinada selección de textos. El formato digital ha hecho posible incluir 29 publicaciones, una cantidad imposible de reunir en una edición impresa. No sólo eso. La selección ha reunido textos importantes de Sara que sólo estaban disponibles en versiones impresas.

En los trabajos de Sara, se señala en la “Introducción”, se advierte también su compromiso con los desposeídos y por la certeza de que el conocimiento científico debía derivar en datos útiles que permitieran diseñar políticas públicas en favor de los desposeídos, como son, sin duda, los jornaleros agrícolas. Una preocupación permanente de Sara era que la agricultura moderna y globalizada no significara sólo explotación laboral y pésimas condiciones de laborales y de vida para los trabajadores y, cada vez más, las trabajadoras en los lugares de destino.

El estudio de los jornaleros agrícolas en los lugares de destino fue una gran aportación de Sara a la investigación sobre el mundo rural mexicano. En realidad, representó un giro de 180 grados respecto a la manera tradicional de hacer investigación en y sobre las sociedades rurales a la que estábamos acostumbrados en la antropología mexicana: estudios etnográficos de comunidad en los lugares de origen. El título de la tesis de maestría de Sara sugiere que aunque ella se inició con un estudio de comunidad, los asalariados agrícolas ya habían capturado su atención, interés que persistió en sus investigaciones siguientes en Oaxaca.

Ese interés en un sector particular de campesinos supuso un cambio fundamental, sin duda necesario, en la investigación antropológica. Porque desde ese ángulo Sara detectó la reaparición o intensificación del jornalerismo agrícola, esa oprobiosa modalidad laboral que la Revolución Mexicana había procurado erradicar. Con el reparto agrario, los campesinos habían dejado de ser asalariados sin tierra para convertirse en usufructuarios de parcelas que garantizaban tanto el autoabasto alimenticio de la familia campesina como la producción y venta de excedentes agrícolas. Con los años, el autoabasto se combinó con la migración temporal. La expansión de la economía agrícola comercial y la instalación de empresas estatales en diversas regiones, en especial en el sur del país, hicieron posibles migraciones microrregionales recurrentes. Aunque varios estudios de comunidad dieron cuenta de la reaparición del jornalerismo, se insistía en que se trataba de una condición laboral eventual, temporal, masculina, de espacialidad regional y retorno a las comunidades. En ese escenario, la migración no tenía un carácter disruptor y más bien contribuía al fortalecimiento de la economía familiar y las tradiciones campesinas en los lugares de origen.

Lo que empezaron a documentar las investigaciones de Sara en los lugares de destino era que el jornalerismo agrícola había experimentado grandes transformaciones, de manera que ya no era posible —ni adecuado— seguir interpretando ese fenómeno como eventual, masculino, regional, de retorno y funcional. Más bien se había formado una tormenta perfecta para la economía campesina. El abandono o reducción del Estado en las actividades económicas y los cambios globales en la dinámica de la producción agrícola modificaron los territorios que habían hecho posibles las migraciones estacionales de las comunidades campesinas e indígenas del centro y sur de México. Como bien detectó Sara, la horticultura moderna se había desplazado a los estados del noroeste —Baja California, Sinaloa, Sonora— cercanos al gran mercado de Estados Unidos pero donde, se decía, escaseaban los trabajadores que habían empezado a llegar de comunidades indígenas alejadas de los estados de Guerrero, Oaxaca, Veracruz.

Esa relocalización impactó lo que quedaba de la viabilidad de la economía familiar campesina. En busca de ingresos en efectivo, cada vez más indispensables, los campesinos y sus grupos domésticos tuvieron que desplazarse a largas distancias y por tiempos prolongados. Y eso cambió todo. De documentar y analizar ese fenómeno se encargó, a lo largo de toda su trayectoria académica, Sara Lara.

Sara supo combinar sus intereses sociológicos, es decir, el análisis de las tendencias globales de la horticultura empresarial desde la perspectiva de la sociología del trabajo, con su preocupación antropológica por captar y explicar los impactos a nivel micro, es decir, en la vida de las familias y mujeres que se habían incorporado al flujo laboral jornalero. Sara producía y recurría a información cuantitativa (encuestas) que sabía articular con la información etnográfica que generaba en sus trabajos de campo.

Su atención especial a las mujeres tuvo que ver con una evidencia etnográfica: la creciente incorporación femenina a la migración y al empleo asalariado, en su caso, al jornalerismo, práctica que incluía cada vez más mujeres indígenas. Pero para Sara la explicación del fenómeno había que buscarla no sólo en el deterioro de la economía familiar campesina, sino en su articulación con una nueva modalidad de división sexual del trabajo basada en la flexibilidad de las tareas que, a cargo de mujeres, incrementaba la productividad y abarataba el trabajo jornalero.

De hecho, insistía Sara, la migración y la feminización del trabajo tenían que ver con la reestructuración de los mercados de trabajo hortícolas globalizados, como se advierte en sus numerosas publicaciones sobre el tema. Las transformaciones en los procesos de trabajo y los cambios tecnológicos habían dado lugar a una paradoja: el incremento, efectivamente, de la demanda de trabajadores, pero al mismo tiempo, la fragmentación de sus habilidades y la desvalorización de sus saberes a partir de los cuales había sido posible reinventar condiciones de trabajo precarizadas que permitían mantener salarios bajos. Dos artículos de la sección sobre Mercados de Trabajo son particularmente importantes en ese sentido. En “El trabajo en la agricultura: un recuento sobre América Latina” (271-304), Sara hace una excelente revisión de las corrientes y los autores que contribuyeron a perfilar la sociología del trabajo del mundo rural que se conformó finalmente, dice, a fines del siglo XX. En “Notas metodológicas para el estudio del mercado de trabajo rural” (357-374), Sara incursiona en un problema metodológico central y hasta ahora no resuelto de los estudios sobre los mercados de trabajo rurales que afectan por igual a las investigaciones sociológicas y antropológicas: la conceptualización, la magnitud, las características, la evolución, la espacialidad del trabajo rural, en especial el jornalerismo y, más aún, el jornalerismo femenino.

De lo que no cabía duda para Sara era que la migración y el trabajo de las mujeres habían redefinido las relaciones de género en los lugares de destino, lo que había dado lugar a nuevos escenarios y niveles de desigualdad, pero también de colaboración tanto en el ámbito laboral como en los espacios residenciales.

Sara alcanzó a documentar un fenómeno productivo-espacial (635-665) que se ha intensificado: la relocalización de la horticultura y la fruticultura, que se ha convertido en la principal actividad económica en múltiples comunidades de varios estados del centro del país: Guanajuato, Jalisco, México, Michoacán, Morelos, Puebla. Allí llegan a trabajar, a veces por primera vez, en ocasiones de manera recurrente, grupos domésticos indígenas de Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Veracruz. Esa nueva espacialidad hortícola había dado lugar a lo que Sara llamó encadenamientos migratorios, es decir, la incorporación de los jornaleros a circuitos migratorios que los desplazan de manera continua a diferentes lugares, estados, empresas, fenómeno que Sara definió como la “dispersión del jornalerismo”. Encadenamientos migratorios que conforman diferentes rutas en el interior de México, lo que demuestra la pérdida de acceso a la economía hortícola de Estados Unidos, como había sucedido en la primera etapa de expansión de la horticultura en el noroeste del país. En la actualidad, los encadenamientos migratorios forman parte de la migración interna. Al mismo tiempo, Sara constató la ruptura del patrón masculino, incluso doméstico, del jornalerismo migrante. Habían surgido nuevos agrupamientos para integrarse a los flujos migratorios y las mujeres habían comenzado a migrar solas o con sus hijos.

Los trabajos de Sara Lara representaron un enorme avance en las maneras de observar, documentar y analizar las sociedades y el trabajo rurales a partir de tomar como ejes los lugares de destino, la migración, el trabajo femenino y el jornalerismo. Sus investigaciones fueron claves para conocer las características y entender las dinámicas productivas, tecnológicas, pero sobre todo laborales, de la fase de deslocalización de la horticultura y la fruticultura hacia los estados del noroeste de México. Pero sus investigaciones resultan también indispensables para comparar sus hallazgos y propuestas con lo que sucede en la fase actual de localización de la agricultura moderna en México. Sus trabajos reunidos en esta antología están y estarán presentes en los estudios que colegas y discípulas han continuado en diferentes estados y actividades.

Sus investigaciones mostraron, de manera pionera y certera, lo que hoy por hoy son tres tendencias generalizadas en el campo: la ampliación geográfica de la horticultura moderna; la generalización del jornalerismo como inserción laboral indefinida de hombres y mujeres, y la permanencia de condiciones de vida y trabajo precarias en la agricultura.

Su descubrimiento y conceptualización de los encadenamientos migratorios y la intensificación de la migración femenina auguraron lo que se constata cada vez más en las comunidades de origen: la tendencia al no retorno de los migrantes, que abona al imparable despoblamiento rural.

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