Universidad Nacional Autónoma de México • Instituto de Investigaciones Sociales

In memoriam. Rafael Loyola Díaz (1952-2021)

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Judith Zubieta García
Instituto de Investigaciones Sociales
Universidad Nacional Autónoma de México

 

Para rendir un justo homenaje al doctor Rafael Loyola Díaz, hay que empezar diciendo que sus 68 años fueron vividos de una manera intensa, con y en plenitud. Prácticamente hasta hace poco más de un año, este gran universitario se encontraba analizando ideas y construyendo propuestas que, de haberlas desarrollado, hubieran sido innovadoras para la reflexión, el análisis y hasta su posible puesta en marcha en el Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación de nuestro país.

Nacido el 10 de mayo de 1952, y siendo el sexto de siete hermanos, Rafael vivió su niñez y su adolescencia en la ciudad de Querétaro donde, por un muy desafortunado encuentro familiar, murió el pasado 5 de enero de 2021, víctima de la pandemia por Covid-19, meses antes de que hubieran empezado a circular las vacunas que hoy en día protegen a todos quienes hemos aprovechado tener acceso a ellas.

Ya de joven, y con una inquietud intelectual que desde entonces se podía advertir, se trasladó a la Ciudad de México para continuar su formación escolar. Ingresó a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde cursó la licenciatura en Sociología y obtuvo el título en 1978, con una tesis que dirigió el doctor Carlos Martínez Assad, con quien posteriormente lo uniera una larga y profunda amistad. Su trabajo de licenciatura fue publicado por Siglo XXI Editores y la UNAM, bajo el título La crisis Obregón-Calles y el Estado mexicano.

Desde 1976, el doctor Loyola se había incorporado a la planta académica del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) con un nombramiento de ayudante de investigador. Pocos años más tarde ocupó una plaza de investigador, nombramiento que conservó hasta el final de sus días, orgulloso de laborar en una entidad universitaria que había ayudado a “entender el país que emergió después de la Revolución Mexicana”.

Su formación académica y el intercambio con varios colegas del Instituto fueron delineando sus intereses intelectuales, que inicialmente se centraron en el Estado mexicano y los conflictos laborales de los años veinte, alternándolos con la política mexicana, especialmente en los sectores petrolero y ferrocarrilero durante los años cuarenta del mismo siglo XX. A esta época corresponde la publicación de su texto Conflictos laborales en México 1928-1929, bajo el sello del propio IIS.

Después de obtener la licenciatura, realizó un Diplomado de Estudios a Profundidad (dea, por sus siglas en francés), seguido por el Doctorado en Historia y Civilizaciones en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, en París, Francia.

En 1985, el doctor Martínez Assad, a la sazón director del IIS, lo invitó a colaborar como secretario académico, cargo que desempeñó hasta 1989, periodo en el que se dio un fructífero intercambio de ideas que se tradujo en varias publicaciones. Una de gran importancia, coordinada por el doctor Loyola, lleva por título Entre la guerra y la estabilidad política. El México de los cuarenta, libro publicado por Grijalbo en coedición con el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) en 1990.

Años más tarde, el doctor Loyola volvería su mirada hacia los mecanismos de designación en cargos de representación política y retomaría el tema petrolero, a la luz de las negociaciones que llevaron a la firma del Tratado de Libre Comercio. Estas inquietudes se vieron formalizadas en investigaciones plasmadas en libros como El ocaso del radicalismo revolucionario: ferrocarrileros y petroleros, 1938-1947, publicado en 1991 por el IIS, y La disputa del reino. Las elecciones para gobernador en México, 1992, que él coordinó y que publicaron conjuntamente la sede México de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) y la UNAM.

Durante el tiempo que estuvo a cargo de la Secretaría Académica del IIS, Loyola también se involucró en las actividades docentes que realizaba el director en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, que en ese entonces, y a decir del propio doctor Martínez Assad, estaban “dedicadas al pensamiento vinculado con el proceso social en el que se habían visto involucrados Lenin y Gramsci”. Además de la relación que tenían por su cercanía académico-administrativa, la estrictamente académica fue muy intensa, lo que facilitó que los dos se comprometieran con diversas iniciativas para el cultivo de las ciencias sociales en diversas instituciones educativas del país.

De acuerdo con sus propias palabras, el IIS fue para el doctor Loyola “un espacio de construcción de las ciencias sociales, de participación en la reflexión social sobre América Latina y en la aportación de ideas para ayudar a México a procesar su modernidad y los nuevos entornos sociales que había construido la Revolución Mexicana”. Seguramente por ello, cuando en 2004 el gobierno francés lo condecoró con las Palmas Académicas por su contribución a las ciencias sociales en el marco de la cooperación bilateral, señaló que “en un mundo cada vez más regido por criterios internacionales, la UNAM debe ponerse a tono con los tiempos y exigencias de las mejores instituciones del mundo”.

Sin lugar a duda, Rafael Loyola contribuyó a estrechar esos lazos de colaboración, lo que le permitió corroborar que sus habilidades gestoras daban buenos frutos y, a la vez, ratificar su vocación por ejercer posiciones de liderazgo desde las que posteriormente podría favorecer el fortalecimiento de instituciones destinadas al avance del conocimiento en diversas disciplinas científicas.

Entre 1990 y 1995, fungió como coordinador académico de la Maestría en Ciencias Sociales en Flacso (sede México), y tuvo bajo su responsabilidad la reforma del Programa de Maestría. Durante 1995 y 1996 se desempeñó ahí como director académico, desde donde asumió la responsabilidad de diseñar y echar a andar el Doctorado en Ciencias Sociales, al tiempo que impulsó la creación de la Maestría en Población y el surgimiento de la revista Perfiles Latinoamericanos.

De su fructífera estancia en Flacso pasó a asumir, de 1996 a 2004, la Dirección General del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), donde impulsó nuevos programas de maestría y doctorado, propició el rejuvenecimiento de su planta académica, fortaleció su descentralización geográfica, motivó su modernización organizativa, normativa y operativa, además de haber impulsado la creación de Desacatos, revista de ciencias sociales con más de 21 años de vida, que ha logrado distinguirse en temas de antropología, historia, lingüística y otras ciencias sociales afines, con una clara orientación hacia la difusión de avances y resultados de investigación.

En este mismo lapso fungió como presidente del Consejo Consultivo del denominado Sistema de Centros Conacyt, nombramiento para el que fue electo por unanimidad y desde el cual dedicó numerosos esfuerzos para que los Centros Públicos de Investigación (CPI) tuvieran una mayor autonomía de gestión y reconocimiento para los posgrados de calidad que ofrecían.

Es en estos años en los que se adentró en el tema de las políticas de Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI), no sólo por la posibilidad que se le presentaba de modificar la normativa vigente, sino también por tener una mente curiosa —pero no carente de rigor— que lo llevó a indagar más allá de lo que la sociología de la ciencia le brindaba. Seguramente por ello, al referirse a sus líneas de investigación, en alguna ocasión mencionó que se había inclinado por el estudio de las directrices de innovación, pues “nos encontramos en un momento donde no se están instrumentando las mejores políticas científicas, de ahí que realizar análisis en este campo sea importante”.

Desde su primer periodo al frente del CIESAS, el doctor Loyola mostró su liderazgo al convocar a colegas de distintas instituciones y provenientes de distintas disciplinas a participar en la reflexión sobre temas que abarcaban desde el marco institucional del sistema nacional de CTI, las agendas de investigación y los programas de apoyo a la formación de recursos humanos de alto nivel, hasta la evaluación académica, la meritocracia y el funcionamiento del Sistema Nacional de Investigadores (SNI).

Imposible olvidar que Rafael jugó un papel destacado en 2002 al coordinar esfuerzos, conjuntar iniciativas y generar nuevas vías de comunicación entre la comunidad académica y los legisladores, especialmente durante la discusión y final aprobación de dos nuevas leyes: la Orgánica del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y la Ley de Ciencia y Tecnología. No teníamos duda de que lo mismo sucedería en 2021, en momentos en los que ya había claros indicios de que se acercaba el momento de discutir una nueva ley para el sector, que sigue sin presentarse.

Sus esfuerzos dieron paso a una amplia producción de textos y a una intensa actividad de difusión, en la que siempre mostró su cariz crítico al cuestionar lo reducido de los presupuestos federales, las muy debatibles formas de evaluar el trabajo académico y el desempeño de los CPI, lo mismo que la falta de visión de largo aliento de los programas especiales de Ciencia y Tecnología de los gobiernos federales en turno. Nunca dejó de señalar los múltiples obstáculos que enfrentaban los CPI, no sólo por lo reducido de sus márgenes de acción presupuestal, sino por el marco normativo que les imponía serias restricciones y obstáculos.

Al término de su exitosa gestión en el CIESAS, fue invitado a participar como secretario técnico de Investigación y Vinculación en la Coordinación de Humanidades de la UNAM, cargo que desempeñó de 2004 a 2008. En estos años, también fungió como coordinador —por dos periodos— del área de Ciencias Sociales en la Academia Mexicana de Ciencias.

Su interés y compromiso con los CPI prevaleció. Las redes de trabajo y amistad que tejió con las y los entonces titulares de los otros 26 centros contribuyeron a impulsar una mayor cohesión en el Sistema de Centros Conacyt, de suma importancia para el país por sus contribuciones en la generación y transferencia de conocimientos, así como en la vinculación con los sectores social y productivo, a la par de sus aportaciones en materia de innovación, lo mismo que en la formación especializada de sus programas de posgrado.

Tenía y además supo cultivar una agudeza muy especial para resolver problemas, lo que hizo que su gestión en los distintos cargos que tuvo bajo su responsabilidad fuera eficaz, además de cálida. También hay que mencionar, desde luego, su pasión por el trabajo: ¡casi nunca dejaba de trabajar!

Y sí, hablar de Rafael es hablar de pasión. No tengo la menor duda de que vivió apasionado por muchas ideas, por el nacimiento de nuevos proyectos, especialmente aquellos que, además de generar conocimiento, formaran jóvenes, con la convicción de que ellos serán quienes más pronto que tarde nos reemplacen.

Pero no todas sus pasiones eran académicas o profesionales; también tenía pasiones terrenales, como la buena comida y, debo reconocer, ¡era un muy buen cocinero! Rafael siempre fue un gran anfitrión y un espléndido conversador. Como ávido lector, su plática era siempre amena. Le encantaba “tejer chambrita” (expresión muy suya) con las personas a quienes tenía confianza y con quienes lo mismo podía platicar de las noticias del día, que comentar el libro que estaba leyendo en ese momento o la serie que acababa de ver en Netflix, o hablar de música, la izquierda mexicana o la política, en general.

Su espíritu emprendedor, su ánimo constructor y su compromiso con México fueron factores esenciales para que en julio de 2012 el doctor Loyola fuera designado director fundador del Centro del Cambio Global y la Sustentabilidad (CCGS) en Villahermosa, Tabasco, institución en cuyo proyecto de creación empezó a trabajar tres años antes de asumir formalmente la responsabilidad de conducir esta institución a la que dio forma y vida. La manera de hacerlo fue totalmente acorde a algunos de los postulados que rigieron su vida, especialmente la académica: reconociendo la importancia de trabajar colaborativamente, de echar mano de diferentes marcos y enfoques para abordar los temas del agua, la energía y el cambio climático, y de que la investigación que se realizara debía ser pluridisciplinaria.

Arrancar una institución en una entidad federativa que no conocía, sin tener la certeza de contar con el apoyo político y presupuestal requerido, fue una de las grandes ofrendas de Rafael al estado y entidades circunvecinas. En el transcurso de poco más de ocho años, se dedicó al estudio de temas socioambientales y supo armar y consolidar vínculos con muy distintas instituciones y actores del mundo académico nacional y en el extranjero. Ello le permitió atraer investigadores hacia proyectos de impacto para la región y frontera sur-sureste, muchos de los cuales rindieron los frutos necesarios para que ese centro empezara a repuntar como modelo innovador en el conjunto de los CPI de nuestro país, en el que se articulaban universidades públicas, el Conacyt y los gobiernos estatales. Sin duda, ello empezó a generarle reconocimiento que pronto trascendió fronteras, lo que amplió la visibilidad del Centro, tanto nacional como internacionalmente. En palabras de una de sus colaboradoras durante el homenaje que el CCGS le rindió el 29 de enero de 2021, “Tabasco le agradece todos sus esfuerzos, por haber aportado a su crecimiento en materia científica, ambiental y en transferencia de conocimiento”.

Entre sus publicaciones de esta época, además de numerosos artículos de investigación y difusión, se encuentran Independencia y revolución. Entradas en el tiempo. Miradas desde Tabasco, publicado en 2012 junto con Humberto Mayans Canabal y Lacides García Detjen, y Nuevo modelo energético y cambio climático en México, publicado en 2018, junto a Erik Manuel Priego Brito.

En los últimos dos años, también dedicó una parte de su tiempo a escribir artículos de divulgación para la revista La Silla Rota, en los que presentaba fuertes y agudas críticas al gobierno federal, en especial a la nueva administración del Conacyt, no sólo por los severos recortes presupuestales que han llevado a cabo, sino también por el debilitamiento del sistema de los CPI dependientes del Conacyt. Su última publicación apareció el 21 de diciembre, en el artículo de opinión “Álvarez-Buylla y el Conacyt: el autoelogio”.

Las palabras no pueden sintetizar la gratitud que muchos de sus colegas y amigos sentimos hacia el doctor Rafael Loyola. A año y medio de su partida y en este Instituto que fue su casa durante más de ocho lustros, celebramos su vida, sus enseñanzas, su empuje y todo lo que pudimos vivir y compartir con él.

Hagamos que siga el compromiso por cultivar y hacer crecer las semillas en el sustrato que Rafael Loyola dejó, tanto en sus estudiantes, como en sus colegas y amigos.

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