Universidad Nacional Autónoma de México • Instituto de Investigaciones Sociales

Clandestine, invisible, and essential: Rural workers in southern Brazil

 Patrícia Schneider Severo* y Flávio Sacco dos Anjos**

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*Doctora en Agronomía por la Universidad Federal de Pelotas, Brasil. Universidad Federal del Pampa, Estado de Rio Grande do Sul, Brasil. Temas de especialización: administración de pequeñas y medianas empresas, relaciones laborales de la agricultura familiar, turismo rural. Av. Maria Anunciação Gomes Godoy, 1650-Bagé, RS, 96460-000, Brasil.

**Doctor en Sociología Rural por la Universidad de Córdoba, España. Departamento de Ciencias Sociales Agrarias de la Facultad de Agronomía de la Universidad Federal de Pelotas, Estado de Rio Grande do Sul, Brasil. Temas de especialización: sociología rural, sociología de la alimentación, antropología rural. Campus universitario s/n, Pelotas, RS, 96010-070, Brasil.

Este artículo fue concebido durante una estancia realizada por el segundo autor en el Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA) en Córdoba, España, durante los años 2019 y 2020, en el marco del Programa capes-print-ufpel, mediante la concesión de beca de Profesor Visitante Sénior (Proceso nº 88887.363956/2019-00). Los autores expresan su gratitud al capes y también al IESA, sin cuyo apoyo dicha misión no sería posible.

 

Resumen: El cultivo de durazno fue introducido por inmigrantes europeos en el extremo sur de Brasil. Es una actividad de naturaleza eminentemente familiar, cuya producción es destinada mayormente a la fabricación de conservas. A pesar del carácter familiar, la persicultura requiere el empleo de mano de obra ajena a la explotación. No obstante, las transformaciones demográficas que inciden en el campo y los bajos ingresos económicos amenazan su futuro. El objetivo de este trabajo es desvelar las relaciones de trabajo contraídas entre productores de duraznos y zafreros, las cuales son marcadas por su carácter informal, por la invisibilidad y la clandestinidad.

Palabras clave: agricultura familiar, mano de obra rural, relaciones de trabajo, durazno, Brasil.

Abstract: Peach cultivation was brought to Brazil’s far south by European immigrants. It is an eminently family activity, whose production is mainly destined to the manufacture of preserves. Despite its family nature, persiculture requires the use of hired labor. However, demographic changes affecting the countryside and low economic returns threaten its future. The objective of this paper is to reveal the work relations between peach producers and harvesters, which are marked by their informality, invisibility, and clandestine nature.

Keywords: family farming, rural labor, work relationships, peach, Brazil.

 

El estado de Rio Grande do Sul (RS) es el mayor productor nacional de durazno en Brasil. De acuerdo con datos de la Secretaria do Planejamento e Desenvolvimento Regional (Seplan) (2017), entre 2013 y 2015 el promedio anual de la producción alcanzó 131 234 toneladas, equivalente a 61% del total nacional, seguido de lejos por São Paulo (31 337) y Santa Catarina (21 549). En la campaña 2016-2017, según datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE, 2017), RS contaba con una superficie cultivada equivalente a 12 526 hectáreas, una producción de 171 443 toneladas y un rendimiento de 13 686 kg/hectárea.

Según cifras de la Seplan (2017), tres municipios de RS concentran la mitad de la producción duraznera del estado (medida en toneladas/año): Pelotas (30 867), Canguçu (17 267) y Pinto Bandeira (15 158). Es un tipo de cultivo cuya demanda de mano de obra excede, en mayor o menor medida, el stock de trabajo disponible en la explotación familiar.

No obstante, a lo largo de los últimos 30 años dicha actividad productiva ha experimentado un sensible descenso en términos del número de explotaciones y extensión de los pomares. Dicho espacio viene siendo ocupado por cultivos anuales, especialmente la producción de tabaco bajo régimen de integración vertical que une a los productores con las grandes empresas del sector. Es decir, el incremento del tabaco se da pari passu con la reducción de la producción de durazno, sobre todo en los municipios del extremo meridional de RS.

Según datos del último censo agrario (IBGE, 2017), durante el periodo comprendido entre 1988 y 2015, la superficie cultivada de durazno en Pelotas se redujo en casi 43%, mientras que la del tabaco se cuadruplicó, pasando de 1 000 a 4 000 hectáreas. Janete Basso Costa (2006) señala que a partir de la década de los años ochenta, tras la decadencia de las industrias conserveras, la producción tabacalera se expandió en estas zonas donde predomina la agricultura familiar. Un estudio realizado por Rogério Leandro Lima Silveira (2015) coincide con esta posición, y añade que los productores optaron por el tabaco a raíz de la seguridad de la compra de su producción, en buena medida destinada a la exportación.

La mano de obra externa (temporera) ocupada en la persicultura1 —nombre que se da a la producción de durazno— proviene de habitantes de la propia comunidad rural, aunque también de otros municipios. En este caso es recurrente la intervención de lo que se conoce como turmeros, es decir, contratistas o intermediarios que se encargan de reclutar la fuerza de trabajo, pero también del monitoreo de los temporeros. Sin embargo, tales personas, tanto los turmeros como los peones, no son contabilizadas en el censo agrario o por los demás órganos del ámbito laboral o de la seguridad social. En buena medida son trabajadores invisibles (jornaleros), también denominados peones.

No obstante, la cuestión de la mano de obra se convirtió en asunto relevante a causa de la reiterada disminución de la fuerza de trabajo en la agricultura familiar, en particular, así como en todo el medio rural. Datos de los cuatro últimos censos demográficos (1980, 1990, 2000, 2010) sirvieron de base para diversos estudios (Froehlich et al., 2011; Sacco dos Anjos y Velleda Caldas, 2005; Sacco dos Anjos, Velleda Caldas y Ehlert Pollnow, 2014) que describen el progresivo envejecimiento de la población rural de los estados meridionales de Brasil, particularmente en el estado de Rio Grande do Sul. Dicho fenómeno debe ser entendido como el resultado del efecto combinado del aumento de la esperanza de vida de la población, pero sobre todo, de un éxodo selectivo que expulsa del campo a las personas más jóvenes, las cuales se ven obligadas a buscar ocupación y oportunidades en las ciudades.

Empero, es indudable que en Brasil no existe una información consistente y actualizada sobre la mano de obra rural ocupada. El carácter informal de esta relación es un aspecto que se impone de forma insoslayable. Pero hay otro elemento que se debe subrayar, el cual tiene que ver con el hecho de que en los estudios sobre la dinámica de la agricultura familiar reina el mito de que esta clase de explotación se basta a sí misma, es decir, que es capaz de operar exclusivamente con base en la fuerza de trabajo doméstica.

No obstante, vale señalar que desde la promulgación del Estatuto de la Tierra (Ministério da Agricultura do Brasil, “Ley Nº 4504”), en 1964, la idea de propiedad familiar se reconoce en un inmueble rural que es “directa y personalmente explotado por el agricultor y su familia, les absorba toda su fuerza de trabajo, asegurándoles la subsistencia y el progreso social y económico, con área máxima fijada para cada región y tipo de explotación, aunque eventualmente sea trabajado con la ayuda de terceros”.

Esto significa que la condición de contratante eventual de mano de obra externa a la explotación familiar ya se admitía en el marco de una ley elaborada hace más de 50 años y que sirvió de referencia para la generación de diversas políticas de apoyo a esta categoría social. Este es el caso del Programa Nacional de Fortalecimiento de la Agricultura Familiar (Pronaf).

En este escenario, y con el fin de alcanzar los objetivos que persigue este artículo, cabría indagar: ¿Cómo se presentan actualmente las relaciones de trabajo tejidas entre productores familiares de durazno —también llamados persicultores— y la fuerza de trabajo eventual? ¿Cuáles son las condiciones sociales de existencia de estos trabajadores (peones)? ¿Qué razones conspiran para que persista un estado de clandestinidad e invisibilidad social de dicha relación laboral?

Con la realización de esta investigación se buscó dilucidar un aspecto poco abordado en los estudios sobre la dinámica de la agricultura familiar, a saber: por un lado, enfocar su condición de empleador rural; por otro, conocer la situación de actores sociales invisibles que obran bajo el cotidiano de comunidades rurales de esta parte del país y que ni siquiera son captados por los instrumentos censitarios.

Además de la presente introducción, este trabajo incluye cinco apartados. El primero de ellos expone las bases teóricas de la agricultura familiar en cuanto a las categorías de análisis, desvelando así lo que consideramos como limitaciones de los abordajes tradicionales. El segundo apartado describe la metodología empleada en la investigación y para el análisis de los datos, mientras que el tercero expone un cuadro general de la persicultura en el municipio de Pelotas y la región. Es en el cuarto apartado donde efectivamente se presenta y discute el material reunido a lo largo de cuatro años de investigación sobre el carácter de las relaciones entre persicultores y trabajadores eventuales. El quinto y último apartado reúne las consideraciones finales del trabajo.

 

Bases teóricas de la investigación

Comprender las relaciones de trabajo en el ámbito de la producción de durazno del extremo sur de Brasil nos conduce a la senda de los estudios sobre la dinámica de la agricultura familiar. Con base en esta consideración, cobra importancia definir los rasgos de esta categoría analítica. Dentro de ese esfuerzo partimos de la premisa que apunta los límites del llamado marxismo agrario ortodoxo, plasmado en los enfoques de Vladimir Lenin ([1899] 1985) y Karl Kautsky ([1899] 1980). Dichas obras establecen la inevitable desaparición como destino final del campesinado o de lo que hoy por hoy llamamos agricultura familiar.

En este contexto cobra protagonismo la contribución del agrónomo y economista ruso Alexander Vasilevich Chayanov, quien era contrario a las tesis que preveían la aniquilación de la clase campesina y/o de las formas familiares de producción. Si para Lenin ([1899] 1985) la pequeña propiedad era un vivero de gente para el capitalismo, para Chayanov ([1925] 1974) era una fuente permanente de la riqueza nacional y nada era menos obvio que la tendencia ineluctable a los dos extremos de la diferenciación social: la burguesía y el proletariado (Abramovay, 1998: 73).

Chayanov desveló la morfología de la unidad campesina de producción, una unidad teleológica que se mueve bajo la ecuación consumo-trabajo, en la cual las necesidades reproductivas hacen que sus miembros se impongan un ritmo de autoexploración de su fuerza laboral. No obstante, esto no impide que esa misma familia —en determinadas etapas del ciclo productivo o su trayectoria— pueda verse delante de la contingencia de regimentar mano de obra externa a la explotación, vía contratación de trabajadores eventuales. Como bien señaló el propio Chayanov:

La familia campesina trata de cubrir sus necesidades de manera más fácil y, por tanto, pondera los medios efectivos de producción y cualquier otro objetivo al cual puede aplicarse su fuerza de trabajo, y la distribuye de manera tal que puedan aprovecharse todas las oportunidades que brindan una remuneración elevada (Chayanov, [1925] 1974: 120).

Otra de las singularidades de las explotaciones familiares es la posibilidad de valerse de lo que Jerzy Tepicht (1973) define como “fuerzas marginales no transferibles a otros sectores de la economía”. El clásico estudio de ese autor polaco habla de la contribución de los ancianos y los niños a la reproducción de la unidad de producción familiar. Dichas fuerzas se vuelven cruciales para sostener a las familias, no solamente en el ámbito de las actividades productivas, sino también para asegurarles su autoconsumo alimentario (subsistencia), como en el caso de los huertos y del cuidado de los animales.

Es gracias a estas singularidades que la agricultura familiar soporta niveles de ingreso económico que llevarían a la quiebra a empresas capitalistas basadas en el uso de trabajo asalariado. La agricultura familiar es un tipo de explotación que se apoya en la mano de obra de la propia familia. Además, lleva a cabo su labor productiva en aras de asegurar un nivel de ingreso económico que garantice la reproducción social de sus miembros. Esto no significa que eventualmente la familia no se vea frente a la necesidad de emplear trabajadores ajenos en periodos determinados, o incluso que tenga que trabajar para terceros para garantizar la supervivencia del grupo doméstico.

Hay que señalar que la mayoría de los estudios sobre jornaleros agrícolas apuntan a la relación entre mercado laboral jornalero/migración/agricultura global, es decir, desde contextos de grandes explotaciones con volúmenes importantes de trabajadores y/o trabajadoras contratadas. La obra organizada por Andrés Pedreño Cánovas (2014) reúne una serie de estudios realizados en España, México, Brasil, Uruguay y Argentina.

El objeto esencial del libro coordinado por Pedreño Cánovas es la caracterización de lo que se vino a llamar enclaves globales de producción de frutas y hortalizas. En gran medida son desveladas en la obra relaciones laborales marcadas por la asimetría entre peones y patrones, además de sistemas de dominación, subalternización, inclusión subordinada y exclusión social. En esta línea de estudios se puede mencionar, en el caso de México, la investigación llevada a cabo en Morelos sobre peones, enganchadores y agentes de intermediación laboral por Kim Sánchez Saldaña (2008).

En el caso de Argentina, estudios como los de Germán Jorge Quaranta (2017, 2018) exploran las conexiones existentes entre migraciones temporales y contratación de asalariados agrícolas en la producción agrícola. En Brasil, los estudios clásicos de Maria Conceição D’Incao (1975, 1985) desnudaron la precaria condición de los “Boias-Frias”, empleados en los cañaverales del estado de São Paulo. Aunque se muestra extremadamente actual e importante, no es esta la perspectiva a la que nos dedicamos en este artículo.

En efecto, el aspecto novedoso del presente estudio es en el sentido de plantear las relaciones laborales y las condiciones de producción en el marco de la pequeña y la mediana explotación campesina, con su relación y manejo de la fuerza de trabajo asalariada, temporal y totalmente informal.

El productor familiar es el típico patrón de sí mismo, es decir, alguien que explota a su persona y a su grupo parental para que el conjunto pueda subsistir. Sobre ese aspecto nos parece muy oportuna la expresión “ornitorrinco social” acuñada por Ricardo Abramovay (1992: 27) para definir las singularidades de esta categoría de trabajador colectivo.

Mantener la condición campesina puede empujar a miembros de las familias a la búsqueda de trabajos eventuales fuera de sus propias fincas, es decir, de practicar lo que se conoce como el ejercicio de la pluriactividad (Del Grossi y Da Silva, 1998; Sacco dos Anjos, 2003; Carneiro, 2002). Dicho asunto fue objeto de diversos estudios en el ámbito latinoamericano. En el caso brasileño se llevó a cabo un programa de investigación —el proyecto Rurbano— coordinado por el ex director de la fao-onu José Graziano da Silva, quien tuvo el mérito de demostrar la faz no-agrícola del rural brasileño. Estuvieron implicados más de 40 investigadores de 11 estados distintos en estudios desarrollados entre el final de la década de los años noventa y el comienzo del nuevo milenio.

Bajo la égida de dicho programa surgieron diversos trabajos (Alves Nascimento, 2009; Sacco dos Anjos y Velleda Caldas, 2007; Del Grossi y Da Silva, 1998, sólo por citar unos ejemplos) centrados en demostrar el ejercicio de la pluriactividad como estrategia de reproducción social en el ámbito de la agricultura familiar, en distintos puntos del territorio brasileño. Otros estudios conectaron esta cuestión con lo que se vino a llamar “nueva ruralidad” en Brasil (Sacco dos Anjos, 2004; Baudel Wanderley, 2000) y en América Latina (Kay, 2009; Grammont, 2004; Giarraca, 2001).

El caso al cual nos dedicamos refleja la relación establecida entre productores familiares de duraznos (persicultores) de la región de Pelotas (RS, Brasil) y trabajadores eventuales (peones). Como aludimos anteriormente, la atención estuvo dirigida a investigar las relaciones tejidas entre contratantes y contratados dentro de la dinámica de un sector productivo del cual dependen miles de familias en el extremo meridional de Brasil.

 

Aspectos metodológicos

Los datos que sirvieron de base para el presente estudio proceden de fuentes primarias y secundarias. En el primer caso consta la realización de investigación exploratoria llevada a cabo de forma intermitente entre 2014 y 2015, a través de entrevistas con actores sociales (asociaciones de agricultores, sindicatos de trabajadores rurales, agentes de extensión e investigación agraria, entre otros) que actúan directamente en el cultivo del durazno en municipios del extremo sur de Brasil.

El objetivo central de esa inmersión fue levantar informaciones generales y específicas sobre aspectos relacionados con la contratación de trabajadores externos a la explotación, así como para poder delimitar el universo de la investigación. El paso siguiente (2015-2016) fue realizar entrevistas en profundidad con productores, trabajadores y otros actores, mediante el uso de un guión semiestructurado que contenía preguntas abiertas y cerradas.

Se trata de una investigación de carácter cualitativo, cuya categoría de análisis corresponde a explotaciones familiares dedicadas a la persicultura. Adoptamos la técnica del muestreo no probabilístico, eligiendo como entrevistados a personas dedicadas a este cultivo cuya producción se destina tanto a la producción de conservas como al consumo in natura. Dichos productores fueron indicados por actores clave que al inicio recomendaron tanto a las unidades productivas basadas casi exclusivamente en la fuerza de trabajo de la propia familiar como a aquellas que contrataron peones, tanto en las fases de poda y raleo2 como en la recolección de los frutos. Adoptamos la conocida técnica snowball (Goodman, 1961), mediante la cual los primeros entrevistados indicaban a otros que tuviesen características similares a las suyas. Tal recurso es empleado cuando hay pocos sistemas de referencia o datos estadísticos que posibiliten un muestreo de tipo probabilístico.

En total fueron 35 entrevistas en profundidad incluyendo persicultores y trabajadores rurales (peones) entre 2016 y 2017, las cuales fueron realizadas en el domicilio de estas personas. En el caso de los peones, estos residen en comunidades rurales de Pelotas y de otros municipios. Este es el caso de Santana da Boa Vista, ubicado a 140 kilómetros de la región de Pelotas. En esta localidad llevamos a cabo otras cinco entrevistas, incluyendo dos contratantes de mano de obra (turmeros) y peones.

El guión de preguntas contenía aspectos subjetivos relacionados tanto con la valoración sobre el carácter de la relación de trabajo entre contratantes y contratados, como con las condiciones ofrecidas para que los peones ejecutaran sus labores. El análisis de contenido (Bauer y Aarts, 2002) fue empleado en la inferencia del denso material reunido durante los años del estudio. Paralelamente, se hizo un exhaustivo levantamiento junto a la agencia regional de estadística (IBGE), en un intento por recolectar datos sobre el cultivo de durazno y sobre la cuestión del trabajo eventual en esta región de Brasil. El nivel de informalidad laboral se mueve a la par de la total invisibilidad oficial, como suele ocurrir en las zonas rurales de la geografía brasileña y latinoamericana.

 

Aspectos generales de la persicultura en Pelotas y en el extremo sur de Brasil

Fue particularmente a partir de la segunda mitad del siglo XIX cuando la fisionomía del extremo sur de Brasil sufrió profundos cambios, con la llegada de inmigrantes oriundos especialmente de la Europa Central (Alemania, Prusia, Italia, Francia). Los colonos fueron asentados a través de proyectos tanto de carácter público como privado. Según Marinês Zandavali Grando (1990: 18), tal proceso significó “una esperanza de renovación económica para el sur de Brasil”.

La instalación de las colonias en la región conocida como Serra dos Tapes sentó las bases de un proceso de diversificación económica, así como para el surgimiento de las primeras fábricas de alimentos en esta parte del país. En efecto:

La industrialización del sur de Brasil tiene origen, en buena medida, en el artesanado campesino, que se convirtió en protoindustrias a medida que las comunidades se fueron urbanizando; posteriormente dichas fábricas se integraron al proceso de industrialización que se impuso en el país después de la I Guerra Mundial. Es precisamente este el caso de la industria de conserva vegetal de Pelotas, cuyos orígenes están en las fábricas artesanales de la Colonia Santo Antonio, que al salir del dominio campesino, se transformaron en un parque de unidades industriales que vino a ser el mayor del género en el país (Zandavali Grando, 1990: 19).

Empero, no fue sino hasta la década de los años setenta —tras el impulso de incentivos fiscales y crediticios concedidos por el Estado— cuando surgieron las grandes industrias conserveras. En estas fechas, Pelotas y la región contaban con más de una centena de pequeñas, medianas y grandes empresas que procesaban el durazno y otros productos. No obstante, en las décadas subsiguientes el sector vivió una crisis profunda originada por diversas causas (entre ellas, el estancamiento del consumo de conservas, la obsolescencia tecnológica, la baja capacidad de innovación).

Actualmente, el extremo sur de Brasil cuenta con sólo 13 industrias, ocho de ellas ubicadas en Pelotas y cinco en Morro Redondo. Sin embargo, las turbulencias acaecidas en el parque industrial se hacen sentir en el campo, vía reducción en el número y en la dimensión de los pomares. Los datos más recientes suministrados por la agencia de extensión agraria (Emater-RS, 2017) refieren la existencia de 1 271 productores de durazno. La superficie asciende a 6 430 hectáreas, las cuales son responsables de una producción total equivalente a 60 000 toneladas. La misma fuente estima que 90% de las explotaciones son de carácter familiar. Sin embargo, tales explotaciones difieren entre sí según el peso correspondiente del trabajo contratado vis a vis el empleo de la mano de obra familiar.

Respecto a este indicador, fueron identificados tres subgrupos de explotaciones. El primero corresponde a lo que denominamos “casi exclusivamente familiar”. En ese caso, la fuerza de trabajo doméstica supera a la contratada, siendo que la contratación de peones puede ocurrir en la etapa de la poda de los árboles, raleo de los frutos o —predominantemente— en la cosecha. No obstante, dichas explotaciones no cuentan con trabajadores permanentes. Las familias pueden recurrir a la mediación de turmeros para contratación de peones. Sin embargo, existe una interacción directa y cierta proximidad entre las familias contratantes y los peones. Este subtipo corresponde a pomares de dimensiones más pequeñas que los demás (entre 1 y 4 hectáreas).

El segundo subtipo de explotaciones es lo que se considera “mayormente familiar”, donde ya se percibe la presencia de uno u otro trabajador permanente para ejecución de las labores aludidas anteriormente para conducir pomares de tamaño mediano (de 5 a 8 hectáreas). La mediación de turmeros se convierte en un factor esencial para asegurar los resultados esperados, sobre todo en la fase de cosecha. Aunque la escala productiva sea mayor, hay un razonable grado de proximidad entre la familia y los peones contractados. El tercer y último subtipo corresponde a lo que se denominó explotaciones “relativamente familiares”. En estos casos los pomares tienen mayor dimensión (de 9 a 15 hectáreas), y aunque el trabajo contratado supera a la fuerza de trabajo del grupo doméstico, sigue siendo un negocio marcadamente familiar. En ellos la figura del turmero es central en la gestión de los peones. No obstante, la interacción de estos con la familia ya no es tan estrecha como ocurre con los subtipos mencionados anteriormente.

El testimonio de uno de nuestros entrevistados (Jorge; subtipo 1)3 es enfático al afirmar el carácter imprescindible de la mano de obra eventual en la recolección de los frutos, momento en el que suele contratar dos peones durante 30 días. Pero gestionar el propio negocio requiere un rígido control de los gastos con mano de obra. Según sus propias palabras: “Nuestra producción es familiar. Es diferente, dentro de mis limitaciones. Se comenzó a tercerizar, hay mucho envolvimiento y el lucro sería menor; se trabaja dentro de limitaciones. Se corre el riesgo de frustración de zafra y el riesgo puede ser mayor. Está dentro de mi trabajo, no tuve gastos a más, está dentro de mi control”.

El cálculo en cuanto a la cantidad de jornales/zafra debe ser ajustado a las necesidades de la familia, pero también a una expectativa de ingreso económico que es siempre incierta, no solamente en virtud de las inclemencias del clima, sino del comportamiento del mercado. En este caso se han vistos confirmados los principios de la teoría de Chayanov aludidos anteriormente, sobre todo en lo que atañe al cálculo subjetivo que hacen los productores entre el ritmo de autoexplotación y la obtención de un nivel de ingreso económico que asegure la reproducción social de la familia. Así se ha expresado uno de los entrevistados (José, subtipo 2) sobre las dificultades de operar dicho ajuste desde el punto de vista del trabajo contratado:

Cuanto más se tiene, más gastos, más se necesita de gente. Así como está, si aumentamos tendré que contratar una familia o más como la nuestra, será igual o peor. Todos tienen sus derechos, pero hay gente que piensa distinto. Si se aumenta la plantación, nosotros quedamos en el límite mientras no logramos dar el paso siguiente. Para aumentar, hay que ser aún más, pero el lucro va para pagar a más personas. Hoy cosechamos 80 toneladas en la zafra, pero si llegamos a 120 o 130, con la mano de obra se nos va todo el lucro.

Gestionar eficazmente el negocio familiar supone eludir problemas vinculados, por ejemplo, con el impedimento de algún miembro de la familiar por motivos de salud, hecho que impacta directamente en la disponibilidad de brazos para el trabajo. En estos casos es crucial el aporte de los peones para asegurar la ejecución de las tareas. Sin embargo, como revela uno de nuestros entrevistados, tal operación puede implicar unos costos muy elevados para explotaciones que operan dentro de márgenes muy estrictos de renta y cuyos miembros no atribuyen valor al propio trabajo. El ingreso económico familiar, como advirtió Chayanov, es un todo indivisible necesario para la reproducción social de la familia a lo largo del año. Según uno de los entrevistados (Raúl, subtipo 1): “Quiero ver lo que ocurre si me quedo solo, si mi padre no pudiera ayudar, será difícil, tendré que contratar mano de obra, lo que resultará difícil. El costo de la mano de obra, el jornal, es muy alto. Nosotros no contamos el valor de nuestro servicio, no entra en la cuenta, no sabemos cuánto ganamos y la mano de obra está muy cara”.

Hace 40 o 50 años las familias rurales eran numerosas y aunque hubiese muchas bocas que alimentar, había muchos brazos para las duras faenas agrarias. Pero la situación ha cambiado radicalmente, no sólo porque cayeron las tasas de fecundidad en general en Brasil (Goldani, 2002), sino porque dicho fenómeno se hace aún más intenso en el ámbito rural tras imponerse un nuevo patrón demográfico (Sacco Anjos y Velleda Caldas, 2005).

Los datos del último censo agrario (IBGE, 2017) indican que en un porcentaje elevado (46,8%) del total de explotaciones de familiares de Pelotas (2.287), el titular obtuvo ingresos ajenos a la propia finca. Seguramente si dicho levantamiento incluyera a los demás miembros de la familia, la incidencia de la pluriactividad sería todavía más alta. Otro dato interesante que aporta el último censo es que 42% de las explotaciones familiares cuentan con rentas provenientes de pensiones de jubilados. Sobre ese aspecto vale decir que la jubilación no significa ruptura en la actividad laboral de agricultores y trabajadores del campo, tan sólo hace menos complicado su esfuerzo por asegurar la subsistencia. El recibimiento de la pensión se ve complementado con la venta de su fuerza de trabajo.

Muchos de los productores familiares siguen trabajando y utilizan el dinero de la pensión en la propia explotación, el cual sirve como una especie de “seguro agrícola” (Olivera Maciel de Bitencourt y Abranches Silva Dalto, 2016; Velleda Caldas, Sacco dos Anjos y Bezerra, 2010) que sostiene incluso gastos productivos. De hecho, en al menos 70% de las explotaciones entrevistadas había algún jubilado o pensionista de la seguridad social. Uno de los productores jubilados anhela el momento en que su esposa logre la misma condición. Según sus propias palabras, “esto trae seguridad al productor y a su familia” (Raúl, subtipo 1). Sin embargo, en ninguna de las explotaciones dichas rentas superan los ingresos oriundos de la producción de durazno. Lo que queda claro es que el dinero de la pensión es parte integrante del ingreso económico familiar.

 

La singularidad de las relaciones de trabajo entre persicultores y peones

La tecnología más avanzada (robótica), que dispensa el uso de manos humanas en la recolección de frutales como el durazno, decididamente no ha llegado aún a los pomares del extremo sur de Brasil. Lo mismo ocurre en otras operaciones imprescindibles, como la poda, el raleo y demás labores agrarias. Sin embargo, quedó demostrado que la unidad familiar no se basta a sí misma. El trabajo de los peones es esencial, tanto para las tareas más calificadas como para las menos calificadas.

En el curso del proyecto de investigación preguntamos a nuestros entrevistados respecto a la pervivencia de mecanismos de apoyo recíproco, como la práctica de “trueque de días”. En ese caso, un vecino ayuda a otro bajo un compromiso tácito que excluye el dinero como moneda de cambio, siempre que el segundo le devuelva los mismos jornales en el momento oportuno. Esta es una de las formas a través de las cuales se expresa la economía moral del campesinado, magistralmente descrita en algunas obras seminales (Scott, 1977; Thompson, 1971).

Los entrevistados comentaron sobre la diversidad de variedades de durazno por ellos empleadas: unas más precoces, otras más tardías, hecho que supuestamente contribuiría para flexibilizar la duración de la fase de cosecha. Sin embargo, la oferta inelástica de brazos se convierte en un factor ineludible. De hecho, constatamos que la incidencia del trueque de días, esta práctica típicamente campesina, es casi anecdótica. En primer lugar, porque el durazno es un fruto perecedero y no se puede correr el riesgo de perder el trabajo de todo el año por algún imprevisto que impidiera la ayuda o retribución del vecino. En segundo lugar, porque las familias son cada vez menos numerosas y no hay brazos disponibles para compartir o para intercambiar jornales.

Tras esta pequeña digresión, toca volver al meollo de la investigación: ¿Quiénes son y de dónde proceden las manos invisibles que se incorporan al trabajo en los pomares de duraznos de Pelotas y de la región sur de Brasil? El primer aspecto que se debe señalar antes de entrar propiamente en la discusión de los datos es reafirmar la total informalidad y clandestinidad de dicha relación. Desde el inicio de nuestra incursión quedó claro el terreno oscuro por donde estábamos transitando. Los productores familiares manifestaban recelo respecto a dar informaciones precisas sobre el origen y el número de peones contratados, así como el monto de los jornales pagados. Había un claro temor de sanciones o multas impuestas por el Ministerio de Trabajo. De allí que, junto a nuestra insistencia, fue necesario manifestar un férreo compromiso de asegurar el anonimato y la confidencialidad de las informaciones prestadas.

El segundo aspecto es que hay un conjunto de factores que conspiran para eventualmente eliminar la clandestinidad o para una presunta formalización de esta relación. La seguridad social en Brasil asegura el derecho a que los hombres y mujeres puedan cobrar una pensión cuando lleguen respectivamente a los 60 y 55 años de edad, desde que trabajen en régimen de economía familiar, lo que excluye terminantemente la contratación de mano de obra ajena a la propia explotación, aunque sea temporal. Los productores y las productoras familiares son encuadrados como “asegurados especiales” del sistema de pensiones.

Estas peculiaridades dejan en evidencia la total disonancia entre, por un lado, lo que preconiza la legislación agraria mencionada anteriormente acerca del carácter singular de la agricultura familiar y, por otro, la total inadecuación de las normas de la seguridad social frente a la realidad. Desde la óptica de las leyes que regulan el pago de las pensiones, un pequeño propietario que contrata a un zafrero para la cosecha tiene el mismo rango que un latifundista que emplea centenares de trabajadores permanentes y/o temporeros. Queda reflejada una enorme contradicción. Respecto a este hecho, así se expresó uno de nuestros entrevistados: “Nosotros nos acostumbramos a trabajar solos, la vida entera ha sido trabajar con la familia. Si ponemos a alguien para trabajar con nosotros, con las propias leyes [que tenemos], el productor pierde el derecho de asegurado especial. Si pones un funcionario para trabajar contigo, pierdes el derecho de asegurado especial. No se puede tener empleado”.

El testimonio que acaba de ser evocado es de un pequeño productor de durazno cuya contratación de peones queda reducida a dos personas durante la cosecha de su pomar. Las demás tareas (poda, raleo, pulverizaciones, etcétera) las realiza él con la ayuda de la familia.

Explicar la naturaleza de la investigación hizo que los entrevistados se sintieran más a gusto y seguros para responder a las cuestiones planteadas, especialmente en relación con el origen y la situación de los peones que contrataron en las últimas zafras. Respecto a eso, el perfil se presentó como muy diversificado.

Se trata de un universo del que son parte los jubilados rurales. Como dijimos anteriormente, el hecho de cobrar una pensión no interrumpe la vida laboral de los pequeños propietarios y trabajadores rurales, quienes complementan sus rentas a través del trabajo en pomares ajenos. La razón es elemental: el ingreso económico familiar debe ser suficiente para asegurar la sobrevivencia de miembros familiares en situación de desempleo, minusválidos, etcétera. Además, cuando se hallan en condición de jubilados hay menos riesgos para quien los contrata, ya que no se trata de empleados en el sentido pleno del término (es decir, los que viven netamente de la venta de su fuerza de trabajo).

Otra clase de trabajador ocupado en la persicultura corresponde a los llamados quilombolas, que pueden ser definidos como trabajadores rurales afrodescendientes, quienes viven en comunidades rurales donde explotan pequeñas áreas de tierra bajo régimen de propiedad colectiva e indivisible. Y como la tierra es escasa, su subsistencia es asegurada a través de la venta de su fuerza de trabajo según actividades de distinta índole, tanto de carácter agrario (poda de árboles, recolección de frutos, etcétera) como no agrario (jardinería, albañilería, etcétera) para medianos y grandes propietarios locales.

Con todo, el gran aporte de mano de obra para el cultivo de durazno proviene de lo que en la región se conoce como el pueblo de Santana. Ese colectivo incluye a centenares de trabajadores provenientes de un pequeño municipio rural (Santana da Boa Vista), situado a 140 kilómetros de Pelotas. Entre los persicultores hay un gran consenso de que el pueblo de Santana está formado por personas muy trabajadoras y que no causan problemas. A estos peones que vienen desde lejos les son ofrecidas condiciones que incluyen alimentación y hospedaje en habitaciones independientes, frecuentemente en sitios próximos a los domicilios de las familias contratantes. Otras veces son alojados en garajes o galpones adaptados para este fin.

En general se ofrece a estos zafreros un ambiente razonable y compatible con sus necesidades. Tienen acceso a una lavadora para limpiar su ropa, aunque hubo relatos de familias en que las esposas del dueño de la finca se hacían responsables de dicha tarea. Respecto a las comidas, las familias se dividen entre aquellas que entregan los productos alimentarios para que los peones hagan sus propias comidas y aquellas en que las esposas o hijas de los productores se encargan de dicha labor. He aquí el testimonio de un persicultor (Daniel, subgrupo 2): “Se provee un espacio en el galpón, hay baño, lavadero, tiene todo. Hay lo básico que un ser humano necesita. Si no hay un mínimo básico, ellos no se quedan y es difícil conseguir gente, aún más quien viene de fuera. Hay que ofrecer una condición mínima”.

Los productores familiares reconocen que no pueden prescindir de los zafreros, ya sea para el caso de un pequeño pomar o para una explotación de mayores dimensiones. El éxito de cada zafra depende de las bondades del tiempo, pero también de la capacidad de construir una relación adecuada con los peones. La confianza y el mutuo respeto se convierten en factores de éxito entre personas que comparten un mismo espacio durante la zafra e incluso durante sucesivas campañas. Cabe decir que el pueblo de Santana está constituido igualmente de agricultores; sin embargo, la situación es muy distinta desde el punto de vista de sus condiciones sociales de existencia.

Los persicultores de Pelotas conocen la realidad de los peones de Santana da Boa Vista. Según las palabras de uno de nuestros entrevistados (Günther, subtipo 1), “ellos tienen la vida más apretada, vienen de un lugar en que apenas se planta frijol y maíz; hay gente grande, pero mucha gente pobre, un abismo muy grande, y estos trabajan sólo para comer”. Otro entrevistado complementa:

Ellos no tienen mucha opción de renta, pobrecitos, hay gente que fue a pasear allá [en Santana da Boa Vista] y dijo que es muy triste vivir en ese lugar. Allá no hay tabaco, no hay durazno. Aquí [en Pelotas] todo es mejor, hay tractor, camión, motocicleta, casa buena. Ellos no tienen producción que genere renta… Es un animalito, un trozo de maíz, no tienen cómo inventar plantación para vivir, no tienen logística, no tienen industria, no tienen nada, sólo las Minas de Camaquã4 (Franz, subtipo 3).

Los productores de durazno de Pelotas se consideran superiores a los trabajadores de Santana por diversas razones. En primer lugar, porque sus condiciones económicas y el nivel de vida son claramente superiores. En segundo lugar, porque se consideran dotados de capacidades administrativas (iniciativa, dominio de las técnicas, etcétera) que, desde su perspectiva, el pueblo de Santana no posee. Algunas narrativas fueron muy reveladoras en cuanto a expresión de la distancia material y simbólica que separa el contexto de los productores familiares de Pelotas y la realidad de los trabajadores de Santana da Boa Vista. Uno de los persicultores entrevistados nos comentó que entregó protector solar a uno de los peones para utilizarlo durante la cosecha. Le sorprendió saber que el obrero jamás había visto dicho artículo en toda su vida.

La renta obtenida en la zafra de durazno asegura la subsistencia de los peones de Santana da Boa Vista y de sus familiares a lo largo del año. La realidad de estas personas, muchas de las cuales están ya jubiladas, es vivir de la venta de su fuerza de trabajo combinada con rozas y cuidado de animales domésticos para el autoconsumo familiar. Algunos animales, sobre todo bueyes y ovejas, son vendidos a terceros.

Acceder a su realidad nos puso en contacto con un universo poco conocido por los estudiosos del mundo rural. Practican una forma de pluriactividad que opera mediante la venta de su mano de obra para productores familiares de Pelotas y de otras localidades de Rio Grande do Sul. Algunos de ellos trabajan a veces en la zafra de manzana y uva de la llamada Sierra Gaucha (nordeste del estado); otros se van a las grandes y modernas áreas arroceras del litoral lagunar del estado, ubicadas en el extremo meridional de Brasil, a aproximadamente 200 kilómetros de Santana da Boa Vista.

Los productores de durazno valoran su condición de empleadores como satisfactoria en cuanto a las condiciones ofrecidas a los peones de Santana. Según el testimonio de uno de nuestros entrevistados:

En el año 2017 vinieron dos personas para el raleo y se quedaron 21 días. Para la cosecha, 40 días. Al principio vino uno solo, quizás unos 30 y tantos días, y contamos con dos personas. Les damos la estancia y la alimentación ellos mismos la hacen. Lo que les falta lo vamos reponiendo, les damos un rancho [dotación de víveres] y ellos mismos hacen sus comidas; es la casa de ellos, lavan su ropa y la casa es como si fuera la suya, sólo ofrecemos los víveres y lo que consideramos esencial (Günther, subtipo 1).

Hay alguna variación en las condiciones ofrecidas por los persicultores, pero en general son bastante satisfactorias si se comparan con otras realidades de Rio Grande do Sul y Brasil, donde son recurrentes los casos de trabajo esclavo.5 En la recolección de frutos, el pago de los trabajadores generalmente se realiza por rendimiento, es decir, por cada caja (18-19 kilogramos) de duraznos cosechada. Ya en las etapas de poda y raleo el trabajo suele ocurrir bajo régimen de contrata de trabajadores especializados. Otro aspecto importante es que el traslado de los peones desde sus sitios de origen es asumido por el contratante. Para los peones, “la renta del durazno entra limpita”, es decir, sin descuentos o recortes, como lo describe uno de los persicultores entrevistados:

En la cosecha son tres personas de Santana da Boa Vista, las cuales apañan por caja, reciben por rendimiento. Quedan en la propiedad, les damos toda la diaria, pagamos R$1.80 la caja grande y les damos la comida. Tenemos un garaje con baño y todo para que se bañen. La comida es en la casa, la mujer [esposa del productor] se encarga de la comida, el garaje es para dormitorio. Después, cuando acaba el servicio, los llevamos de vuelta a Santana da Boa Vista, a unos 130 kilómetros de aquí (Jorge, subtipo 2).

Estas informaciones fueron confirmadas por un turmero residente en Santana da Boa Vista y por trabajadores rurales de esta localidad que aceptaron ser entrevistados. El turmero, que además de contratar peones también actúa como cosechador, añadió en su conversación: “Hasta la pasta dentífrica ellos [los productores] les dan, cosa que incluso no les tocaría ofrecer. Nosotros no gastamos nada, sólo hay que trabajar para ganar el dinero. Lo que ganamos, lo traemos a casa” (Manuel, turmero).

Entre los productores de duraznos de Pelotas reina el concepto de que el pueblo de Santana está constituido por gente trabajadora, humilde e incluso ingenua, además de desconfiada y rústica. Este aspecto se inserta dentro del universo de representaciones sociales construidas por el polo opuesto de la relación laboral. La distancia cultural tiene como puntos extremos, por un lado, al típico colono de ascendencia europea (franceses, alemanes, italianos, pomeranos), con su conocida impronta de emprendedor y que goza de cierta autonomía, integrado, en mayor o menor medida a los mercados; y por el otro, al típico “caboclo” del sur, de tez morena, fruto del mestizaje ibérico con indígenas y/o africanos, que practica una agricultura de subsistencia y que se ve obligado a trabajar de jornalero en aras de garantizar la reproducción social de su familia. Es lo que dice uno de los productores entrevistados:

Hay uno que vino por primera vez y le gustó, incluso su hijo quiso venir también: —Si yo cobrara esto allá [en Santana da Boa Vista] sería rico. Reciben de R$1 000 a 2 000 por zafra y compran postes de cerca y ponen más ganado [en sus fincas]. Son personas humildes, que están acostumbradas con las rozas, cualquier servicio, en cualquier parte. No les gusta el servicio fijo, les gusta andar de aquí para allá, no es salario fijo lo que quieren. La cartera [contrato de trabajo] tiene mucho descuento, el salario mínimo es muy poco, no tienen estudio y hacen ese tipo de servicio (Hanz, subtipo 3).

Cuando es bien conducido, un pomar de duraznos genera una renta razonable para una familia rural. No obstante, demanda servicios especializados (poda de invierno y de verano, pulverizaciones, fertilización, raleo, etcétera) para asegurar la calidad del producto y un resultado económico satisfactorio. Adicionalmente, la industria impone un tamaño de fruto y un aspecto muy estricto para la fabricación de las conservas. La producción que no encaja en los parámetros acaba siendo rechazada, lo que causa perjuicios al productor. Además, siendo un fruto perecedero, siempre se corre el riesgo de frustraciones debido a variantes climáticas:

Este año tenía servicio, pero no había gente. La tecnología está ahí, pero el durazno no espera, si se tiene que apañar, hay que apañar. La poda de verano se hace ahora [febrero], para ralear el árbol; después tiene la otra [poda verde] para la fructificación, para arrancar por dentro, para no coger el sol. Esto la familia lo hace y más uno que lo sabe hacer, dos hacen todo. El raleo es poco tiempo, pero la cosecha es todavía más rápida, pues no se puede perder. Cuando llega la cosecha, ya se gastó todo lo que se tenía que gastar. Cuanta más gente tuviese para cosechar, mejor sería. Yo perdí unas cinco toneladas el año pasado porque no tenía gente y vino la lluvia y se cosechó igualmente bajo la lluvia (Giordano, subtipo 1).

Las dificultades en torno a la disponibilidad de mano de obra son vistas como un freno inexpugnable a una potencial expansión de los pomares. Insistimos en el hecho de que las familias cada vez son más pequeñas y la fuerza de trabajo muestra claros indicios de envejecimiento y grandes dificultades respecto al relevo generacional. Construir relaciones de confianza y estrechar lazos con los obreros se convierte en un imperativo para los persicultores, tanto para los que tienen pequeños pomares como para los que poseen áreas de mayores dimensiones. Uno de nuestros entrevistados añade: “[…] nosotros tenemos suerte de que los funcionarios de casa no tienen peligro, no firman nada. No hay nada, todo está bien. Si nos demandan en la justicia, la cosa se complica. Los podadores son serios, son siempre los mismos” (Edgar, subtipo 2).

Otro de nuestros entrevistados comenta que ya tuvo problema con el pago de los peones que había contratado. Según sus palabras: “[…] hubo un año en el que fuimos a buscar gente allá en la villa, no dimos recibo y después unos se presentaron, después de muchos años, nos cobraron más dinero, y tuvimos que pagarles de nuevo” (Pedro, subtipo 3).

El recibo de pago sirve como materialización de un acierto entre actores sociales en posiciones jerárquicas distintas, aunque el contratante sea un pequeño productor. No obstante, por las razones anteriormente expuestas, poco espacio hay para regularizar una relación que opera en la total invisibilidad. Además, queda claro que la “gente de la villa” no tiene las virtudes del “pueblo de Santana da Boa Vista”.

En los pomares de mayores dimensiones (subtipo 3), existe la figura del trabajador permanente que cobra un sueldo mensual durante todo el año, cotiza para la seguridad social y tiene un contrato de trabajo regular. Sin embargo, tales explotaciones requieren también el aporte de peones, es decir, de obreros cuyas reglas de contratación fueron descritas anteriormente. En esta clase de explotación la mediación del turmero (agente de mediación) es prácticamente obligatoria, no solamente para dirigir a los zafreros, sino para monitorear el trabajo realizado, resolver eventuales conflictos y sustituir a aquellos que no cumplen con su cometido.

La etapa de campo llevada a efecto en Santana da Boa Vista permitió no solamente conocer el sitio de donde procede buena parte de los peones empleados en los pomares de Pelotas, sino auscultar las voces de los subalternos, es decir, del eslabón más frágil de la cadena productiva. En el testimonio de un turmero, que también actúa como peón de zafra, sobresalen aspectos que exaltan las virtudes de los colonos de ascendencia alemana e italiana que exploran trozos de tierra que —según su opinión— son de calidad inferior a las áreas productivas de Santana da Boa Vista:

Allá [en Pelotas] hay unos productores… Nosotros mismos nos maldecimos, nosotros mismos, que si el brasileño mismo es muy perezoso, trabajador es sólo alemán e italiano. Ellos mueren en el servicio. Y allí [en Pelotas] es una región donde se muere en servicio. Y otra cosa, es la mujer también, allí todos trabajan parejo. Ellos trabajan parejo, no hay sacrificio; uno va y el otro también. La casa es sólo para comer y dormir. Es una cosa increíble (José, turmero).

Hay un aspecto convergente entre persicultores y trabajadores rurales: el amor por la actividad agraria, el gusto por lo que hacen. No manifiestan deseo de dejar el campo para vivir en ciudades y/o en grandes centros urbanos. A los trabajadores les preguntamos sobre la satisfacción por el trabajo que ejecutan y uno de ellos reiteró: “No es que nos guste, es la necesidad que manda, pero no es de todo malo, la gente se divierte por este mundo afuera” (Guilherme, peón).

Otro trabajador (João), cuando fue cuestionado sobre lo que podría mejorar en su situación laboral, informó que “todo está bien y no hay nada a ser cambiado”. Su hijo (18 años) ya empezó a trabajar en la campaña del durazno en Pelotas. Respecto a sus perspectivas, relata que el hijo seguirá los pasos del padre, combinando el oficio de pequeño productor con el de trabajador zafrero (peón).

Los datos del último censo agropecuario (IBGE, 2017) informan de la existencia de 1 737 explotaciones en Santana da Boa Vista, 75% de las cuales son de carácter familiar. No obstante, 74.6% de las explotaciones familiares se basan en la ganadería extensiva como actividad productiva, lo que confirma el cuadro diseñado por los entrevistados en relación con la dinámica económica de esta localidad. La producción ganadera (sobre todo la de bovinos y equinos) representa un sector muy retrasado e incapaz de incorporar innovaciones. Los animales acaban por convertirse en una reserva de valor y una forma de eludir los riesgos asociados con los cultivos anuales y otros cultivos.

Las rozas, como indicamos anteriormente, se prestan casi exclusivamente a atender las necesidades de autoconsumo o para convertirse en pienso6 para los animales (aves, porcinos, etcétera). Cuando preguntamos a uno de nuestros entrevistados (Pedro) si tenía interés en expandir sus rozas o incluso en abandonar la condición de peón para vivir exclusivamente de su propia finca, respondió lacónicamente: “No, así como estamos tenemos nuestra zafra asegurada, no hay error”. Dentro de su modo de ver las cosas, vivir exclusivamente de sus plantaciones implica muchos riesgos y pocas certezas.

Estas personas no acarician sueños o vislumbran otros escenarios dentro del universo que habitan en una pequeña localidad que parece completamente atrapada en el tiempo. Una de sus grandes fragilidades reside en la ausencia de tejido social y en una escasa propensión a la cooperación entre los actores sociales. De allí que la venta de la fuerza de trabajo de muchas personas termina por convertirse en un camino fiable para aportar medios que les permitan asegurar su subsistencia.

 

Consideraciones finales

El durazno sigue siendo una actividad productiva relevante desde el punto de vista social, cultural y económico para Pelotas y para el extremo sur de Brasil. Es uno de los sectores productivos más destacados de una ciudad que desde la década de los años ochenta se adjudicó el título de “Capital del Dulce” de Brasil. Sin embargo, no se puede olvidar que se trata de un género de actividad industrial cuyas raíces son eminentemente rurales.

Entre las décadas de los años sesenta y setenta, en pleno auge del régimen militar, surgen grandes empresas conserveras bajo el impulso de incentivos fiscales y crediticios. Eran los años del modelo de sustitución de importaciones y de apoyo a la industria nacional. De la noche a la mañana emergen grandes empresas, pero simultáneamente surgieron nuevos dispositivos legales y normas sanitarias, cuyo objetivo esencial era sofocar paulatinamente a las fábricas rurales, impidiéndoles seguir operando.

En las décadas subsiguientes, el sector de conservas atravesó crisis sucesivas y muchas de las grandes industrias tuvieron que cerrar sus puertas. Los productores familiares sufrieron severos perjuicios tras realizar importantes inversiones en el curso de un proceso de especialización productiva incentivado por las industrias de conservas. En el actual contexto, la cuestión de la mano de obra se inserta en el abanico de dificultades que los persicultores deben afrontar si quieren seguir produciendo durazno.

Por otro lado, investigar esta cadena productiva nos puso en contacto con una dimensión raras veces abordada en los estudios sobre la dinámica de la agricultura familiar en Brasil. Es una categoría social singular, no solamente responsable de producir riquezas (alimentos, fibras, materias primas), sino además de generar rentas y puestos de trabajo. Ha quedado claro que se trata predominantemente de trabajos informales y/o marcadamente regidos por la clandestinidad, pero no se puede poner en tela de juicio una relación de trabajo que representa la configuración concreta de un entramado de factores que la engendran y que conspiran para que se mantenga en las actuales circunstancias. El Estado es parte del problema y lejos está de ofrecer los medios para cambiar esta realidad.

El aporte de los zafreros es crucial para que los pomares de duraznos de Pelotas sigan produciendo sus frutos. Las manos invisibles que vienen del interior de Pelotas, pero sobre todo de localidades distantes como Santana da Boa Vista, son incorporadas a una actividad, la persicultura, cuyo futuro es completamente incierto e imprevisible. Asimismo, no se puede decir que las condiciones de trabajo ofrecidas por los persicultores no sean buenas o no acordes con las necesidades básicas de los zafreros. Esto quedó reflejado en los testimonios de los trabajadores que entrevistamos. No obstante, la ironía reside en saber que la reproducción social de muchas familias de Santana da Boa Vista está indisolublemente ligada a sus congéneres de Pelotas, o que la supervivencia de los pomares de Pelotas depende del pequeño ejército de reserva ofrecido por el pueblo de Santana da Boa Vista.

Desde la perspectiva epistemológica, el presente estudio permitió comprobar los ejes básicos que sostienen el referencial chayanoviano como herramienta de interpretación de los procesos que afectan a las explotaciones familiares de una zona del extremo meridional de Brasil. Para satisfacer sus necesidades de consumo, los productores familiares imponen un ritmo de autoexplotación que puede implicar incluso la venta de su fuerza de trabajo a otros productores. El “ornitorrinco social” es la personificación de la doble condición de empleado y patrón de sí mismos.

Finalmente, la pluriactividad practicada por el pueblo de Santana da Boa Vista quedó reflejada en su peculiar forma de vivir. Desde la perspectiva de los contratantes, el carácter de la relación contraída entre ambos no les subvierte el estatus de agricultores familiares que viven de su propia finca y que durante una época precisa del año se ven delante de la contingencia de emplear mano de obra ajena. Estos productores no alimentan el sueño de convertirse en empresarios capitalistas, sino que simplemente anhelan asegurar la reproducción social de sus propias familias.

Parte sustancial de la energía invertida en este trabajo estuvo orientada no solamente en intentar desvelar las razones que conspiran para que perviva la invisibilidad de la relación contraída entre persicultores y peones, sino en el sentido de demostrar la importancia de la agricultura familiar como actor central de un mundo rural que resiste contra un ambiente completamente desfavorable y que lo condena al olvido y a la desaparición.

En definitiva, la agricultura familiar no puede ser vista como una isla que funciona de forma desconectada de su entorno social. Y si la reflexión aquí emprendida ayuda a avanzar en el estudio de los procesos que atraviesan el medio rural latinoamericano, damos por cumplidas las premisas que marcaron la realización del presente estudio.

 

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Recibido: 24 de octubre de 2020
Aceptado: 24 de marzo de 2022

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