Universidad Nacional Autónoma de México • Instituto de Investigaciones Sociales

Routes from deprivation to participation

Gustavo Adolfo Urbina Cortés*

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*Doctor en Ciencia Social con especialidad en Sociología por el Colegio de México. Centro de Estudios Sociológicos, El Colegio de México. Temas de especialización: construcción de ciudadanía, procesos de participación y acción colectiva. Carretera Picacho Ajusco 20, Ampliación, Fuentes del Pedregal, 14110, Tlalpan, Ciudad de México.

 

Resumen: Este artículo ofrece un análisis sobre el significado y la configuración del involucramiento político y social entre una red situada de residentes en uno de los enclaves populares y de mayor precariedad al norte de la Ciudad de México. Mediante un diseño de investigación basado en el método de análisis de implicación, la pesquisa destaca un conjunto de rasgos sistemáticos en el que la vicisitud del curso de vida, la necesidad de supervivencia, la búsqueda del estatus social y la superación de la exclusión se combinan para dar lugar a trayectorias intermitentes de activación comunitaria.

Palabras clave: participación, curso de vida, trayectorias, privación.

Abstract: This article presents an analysis of the meaning and configuration of political and social participation in a situated network of residents in one of the most precarious popular enclaves in Mexico City. Through a research design based on the implication analysis method, the research highlights a set of systematic features where the vicissitudes of the life course, the need for survival, the search for social status and the struggle to overcome exclusion combine to give rise to intermittent trajectories of community activation.

Keywords: participation, life-course, trajectories, deprivation.

 

La participación política y social no siempre está acompañada por el carácter deliberado que seduce a buena parte de la comunidad académica de la ciencia política moderna. Por el contrario, tal como sugiere David Courpasson (2018: 844), el estudio de la cotidianidad posibilita “desafiar la mirada de que toda acción está enmarcada en un propósito, obligando a prestar atención a los lugares y momentos en los que la vida irrumpe espontáneamente en medio de circunstancias aburridas y constrictivas”.

No resulta novedoso afirmar que México es un país profundamente desigual, donde cerca de 42% de su población se enfrenta a las vicisitudes y precariedades de la pobreza (Coneval, 2019). La Ciudad de México, tan estudiada en numerosas contribuciones científicas, se resiste a perder su valor heurístico para captar las disparidades que priman en varias de sus colonias y zonas habitacionales. Con casi 50% de sus habitantes en condiciones de privación (Evalúa CDMX, 2019), en los intersticios de la exclusión y de la marginalidad capitalina tiene lugar un campo de prácticas políticas que, si bien no pasan inadvertidas a la reflexión académica, a menudo son soslayadas por no corresponder a los repertorios más claramente identificables de la participación institucional.

Al estilo de las reflexiones de Henri Lefebvre (1981) sobre la tensa relación entre la riqueza y la miseria de la cotidianidad, la apropiación precaria, y en ocasiones involuntaria, del espacio público en los resquicios de mayor vulnerabilidad pasa por una forzada inventiva en la que, más allá de la redistribución del poder, los anhelos emancipatorios o la búsqueda de justicia, se juega la propia supervivencia de quienes difícilmente se conciben a sí mismos como ciudadanos plenipotenciarios.

Con el objetivo de problematizar el vínculo entre la producción de la vida diaria y los procesos de participación comunitaria en núcleos urbanos de alta marginalidad, este texto ofrece un análisis sobre el significado y la configuración del involucramiento político y social entre una red situada de residentes en uno de los enclaves populares y de mayor precariedad al norte de la Ciudad de México.

Mediante un diseño de investigación basado en el método de análisis de implicación (Lieberson y Horwich, 2008), los resultados de la pesquisa destacan un conjunto de rasgos sistemáticos en el que la vicisitud del curso de vida, la necesidad de supervivencia, la búsqueda del estatus social y la superación de la exclusión se combinan para dar lugar a trayectorias intermitentes de activación comunitaria.

El planteamiento del artículo sienta distancia de dos de las hipótesis predominantes en el campo de discusión sobre participación. La primera de estas prepondera la tenencia de recursos y capitales estratégicos para el involucramiento de sectores relativamente privilegiados (i.e., Verba, Lehman Schlozman y Brady, 1995; Leighley, 1995); la segunda concede un papel central a la movilización de los grupos desfavorecidos por medio de mecanismos de articulación clientelar (i.e., Tosoni, 2007; Auyero, 2001; Fox, 1994). Enfocando la mirada sobre personas desprovistas de ventajas socioeconómicas y marginales al contacto con los aparatos partidistas de gestión territorial, el trabajo parte de una conjetura general. Hipotéticamente, aquí se sostiene que, a falta de holgura en la posesión de recursos materiales, informativos y de reclutamiento, así como en ausencia de un vínculo condicionado de intercambio con los partidos políticos o el gobierno en turno, las personas se ven compelidas a generar estrategias de activación para tratar de resolver un cúmulo de necesidades excedentes al ámbito meramente doméstico.

Detonadas por hitos o puntos de inflexión vital donde los recursos personales o familiares resultan insuficientes para encarar la adversidad, estas tácticas se traducen en episodios de iniciación participativa. Con ellos se rompe la rutina de aquiescencia, dando lugar a potenciales senderos de activismo en el interior de la comunidad y a la innovación en el empleo de repertorios compensatorios en ausencia de capitales o vínculos con la autoridad política instituida.

Aunque los despliegues de agencia política entre este tipo de sujetos carecen de novedad teórica, particularmente en la mar de bibliografía precedente sobre acción colectiva y procesos de movilización social (i.e., Ufkes et al., 2016; Piven y Cloward, 1977; Bebbington, 2007), la importancia del planteamiento radica en el redimensionamiento de tres factores. En primer lugar está la recuperación de la vida cotidiana como trasfondo de vinculación entre tramas biográficas altamente precarias, y los procesos mismos de activación comunitaria. En segundo lugar, se busca llamar la atención sobre el carácter compensatorio de distintas acciones y repertorios frente a las desventajas imperantes en contextos de alta pauperización, donde si bien los esquemas clientelares no resultan ajenos, se reconoce que estos no permean de la misma forma a todos los núcleos y grupos constitutivos del enclave barrial. Finalmente, se destaca el desafío de aprehender trayectorias de involucramiento profundamente heterogéneas en las cuales priman los riesgos de la cooptación, el cansancio y la desafiliación, junto con las oportunidades para la persistencia intermitente e incluso la profesionalización.

Así, en la primera sección se presentan las coordenadas teóricas sobre las cuales se fundamenta la maniobra de análisis de implicación. En el segundo apartado se repara en los pormenores metodológicos del diseño y la estrategia de recopilación de información. Posteriormente se exponen los resultados obtenidos a partir del rastreo de trayectorias de activación. Por último, se presentan algunas consideraciones de cierre con el objetivo de señalar pendientes en la agenda de investigación.

 

El extraordinario potencial de lo común

De acuerdo con Stanley Lieberson y Joel Horwich (2008), la maniobra de análisis de implicación supone un recurso lógico para someter a prueba algunos de los supuestos de mayor envergadura en nuestros modelos teóricos de aprehensión. Lejos de toda pretensión ingenua de falsación, se trata de un ejercicio donde la construcción de hipótesis permita prever tantas consecuencias potencialmente verosímiles como sea posible. A partir de ello, se generan estudios observacionales consecuentes, los cuales implican descubrir hasta qué punto se sostienen nuestras distintas conjeturas en escenarios tan diversos, o incluso contrarios a aquellos donde se espera que nuestras presunciones operen con mayor cabalidad.

En el terreno de la participación y el compromiso cívico, dos flancos teóricos han ganado protagonismo para tratar de explicar los despliegues de agencia política por parte de las personas. El primero, altamente socorrido por la sociología política contemporánea, sostiene que el involucramiento político es el producto primordial de la tenencia de capitales y recursos estratégicos para la habilitación ciudadana. De acuerdo con autores como Sidney Verba, Kay Lehman Schlozman y Henry E. Brady (1995, 2012), las expresiones de activismo son resultantes de la conjugación de tres componentes: 1) los recursos cívicos, que incluyen el capital económico, la disponibilidad de tiempo y las habilidades previas en el terreno asociativo; 2) los factores motivacionales, entre los que figuran el interés en la política, alguna noción incipiente de eficacia política, el compromiso partidista, y algunas orientaciones favorables sobre la confianza institucional o el deber cívico; 3) los factores de movilización y de reclutamiento, los cuales consideran los espacios de inmersión y de vinculación que inciden positivamente en el desarrollo del activismo político.

De acuerdo con este enfoque, conocido como “modelo del voluntarismo cívico”, la participación suele prevalecer entre quienes ostentan claras ventajas económicas, informativas, por nivel de escolaridad e incluso por género, con claros sesgos a favor de los varones sobre las mujeres. Las posibilidades materiales y las bondades de una mejor calidad de vida se traducen, según esta corriente, en la conversión del derecho de involucramiento político a un privilegio ejercido por pocas personas. Por ende, en contextos donde prima la desigualdad, la participación aparece como prebenda excepcional de quienes se colocan con mayores delanteras recursivas, con mejores oportunidades y más amplias capacidades de ejercer lo que por principio y nominalmente se asume como prerrogativa democrática.

Como correlato a dicho planteamiento, un segundo cuerpo teórico con largo calado en el panorama latinoamericano ha tratado de dar cuenta de los mecanismos de vinculación ciudadana en escenarios permeados por la pobreza y la marginalidad. En tono explicativo y denunciante, los trabajos sobre el clientelismo y el patronazgo partidista han apostado por señalar cómo, ante la falta de mayores recursos materiales, informativos e institucionales, se suscita una suerte de infrapolítica en la que persisten la asimetría de libertades, las relaciones condicionadas de intercambio y la relativa sujeción entre personas e instancias en competencia por el poder. Con mayor o menor grado de consenso, tal como ha insistido Gabriel Vommaro junto a Julieta Quirós (2011) o en coautoría con Hélène Combes (2016), la referencia al clientelismo se ha instalado en el imaginario sociológico como una categoría de subsunción para una buena parte de la política popular o de base barrial.

Entre los extremos de lo que Javier Auyero (1997, 2001) sugiere como una inescapable circunstancia asistencial y lo que Vommaro y Quirós (2011: 78) conciben como el dinamismo evaluativo, desplazador y multi-pertenencial del “cálculo moral”, la política de los pobres aparece siempre atada con mayor o menor fuerza a la tensa negociación con los aparatos partidistas y gubernamentales mediados por el intercambio. Con márgenes variables de reflexividad, resistencia e indeterminación, la nebulosa clientelar constituye un espacio de confluencia entre la necesidad popular y su traslación al juego de apoyos de la dinámica electoral.

Los dos aparatos analíticos previamente referidos conforman referentes altamente socorridos para descifrar las complejas manifestaciones participativas.1 Pese a su valor interpretativo y comprensivo sobre los procesos de involucramiento político, el ejercicio de la agencia cívica por parte de las personas aparece reducido a una excepcionalidad entre dos polaridades. Ya sea como privilegio de quienes están social y materialmente mejor potentados o como despliegue residual de quienes por voluntad o fatalismo estructural se adhieren al concurso de las clientelas, la participación figura como una singularidad de lejano alcance para los sectores con más carencias.

Sin negar que las vicisitudes privadas suponen enormes distractores para la toma de parte en asuntos públicos, y siguiendo la propuesta de análisis de implicación de Lieberson y Horwich (2008), en este trabajo se busca contrastar cómo acontece la participación en el ámbito comunitario cuando la gente se enfrenta con las restricciones sociales y materiales de la pobreza, así como con la ausencia de vínculos de intermediación y de transacción condicionada con los aparatos partidistas o de gobierno.

Si las ventajas socioeconómicas colocadas al centro del modelo del voluntarismo cívico fuesen causas necesarias y suficientes para la activación política y social, se esperaría que la participación constituyese un conjunto vacío entre quienes se sitúan en contextos atravesados por la privación material y la precariedad institucional. De igual modo, si la salida clientelar conformara la única vía posible para establecer un canal de interlocución y de toma de parte en el tratamiento de asuntos públicos, sería previsible que quienes se mantienen al margen de dichas estructuras de movilización quedaran sujetos a la pasividad y al confinamiento de sus necesidades en el ámbito más personal y privado.

Bajo la apuesta de un diseño investigativo que focaliza la mirada sobre la ausencia de algunos de los factores de mayor recurrencia en el estudio de la activación política, aquí se concede preeminencia al cauce de la vida común que configura el contorno biográfico en el entremedio de la marginalidad y la adversidad económica.

Circunscritas en la tradición francesa de la cotidianidad (Rigby, 1991; Schilling, 2003), las contribuciones de Henry Lefebvre (1981, 1987), de Michel de Certeau (1984) y de Michel Maffesoli (1996) constituyen un piso clave para repensar el vínculo entre el sentido de la vida diaria y el potencial extraordinario de la mundanidad.

Sin pretensión alguna de condensar la compleja y vasta obra de los autores previamente referidos, aquí vale la pena rescatar tres ideas fundamentales para apuntalar el objeto de reflexión del cual parte este trabajo.

En primer lugar, está la tensión entre la innovación y la repetición, con la cual Lefebvre (1981) llama la atención sobre la importancia de las discontinuidades en los ritmos de los ciclos vitales. Entre la reproducción acrítica de la rutina y su linealidad, y el potencial creativo de los símbolos, las emociones y las reacciones ante lo inesperado (Lindón, 2004), surge la capacidad, y en ocasiones la necesidad, de romper con las fuerzas constrictivas más inmediatas del escenario situacional.

A diferencia de la visión enarbolada por De Certau (1984), en el presente artículo no se sostiene que persista una noción voluntaria o inintencionada de resistencia o de subversión al control y las limitaciones de la propia vida social. Como habrá de mostrarse en los apartados subsecuentes de este trabajo, aquí se propone que las rupturas rutinarias no constituyen una práctica subterránea ubicua, sino el producto de puntos de quiebre en los que un evento o una cadena de estos fuerzan a trascender los límites de la propia inercia vital. En tanto acontecimientos críticos, estas inflexiones biográficas precipitan y exacerban la búsqueda de compensaciones frente a la falta de holgura material, la ausencia de mayor soporte social en los linderos de la esfera doméstica y personal, y el vacío de cauces instituidos para reparar o solucionar problemáticas de muy distinto orden.

En segunda instancia, retomando a De Certau (1984), las posibilidades creativas frente a las rupturas cotidianas suponen la apropiación inventiva y estratégica de las carencias y restricciones del escenario vital. Bajo la premisa de “hacer lo que se pueda con lo mucho o poco que se tenga a la mano”, el sentido pragmático de la gestión habitual de la privación se proyecta al modo de lo que Vommaro y Quirós (2011) refieren como “cálculo moral”. La movilización de recursos escasos y la articulación de vínculos se rigen por un principio de intercambio moral equivalente (Vommaro y Quirós, 2011: 79), con el cual tienen lugar dos operaciones básicas: 1) la del traslado de la resolución de problemas y necesidades fuera de los confines domésticos y familiares ante el talante urgente de un evento rupturista, y 2) el trazado de relaciones no sólo con base en lo que se da y lo que se toma, sino también en cómo se otorga y cómo se recibe.

Así, una tercera idea clave emana de las contribuciones de Maffessoli (1996) en torno a lo que él describe como “nuevo tribalismo”. Frente al carácter excluyente, en ocasiones ausente y otras tantas inoperante de las instituciones tradicionales de los sistemas políticos, Maffessoli sugiere que las personas se involucran en lo público-político mediante modos sustancialmente distintos, donde la gente emplea una potencialidad (puissance) basada en varias manifestaciones de sociabilidad. Sin suscribir la postura posmoderna del autor, esto último implica el reconocimiento de expresiones de astucia, de distanciamiento, de escepticismo, de entretenimiento y de tragedia que prevalecen en circunstancias de vida habituadas a la crisis.

Es a través de tales sensaciones y prácticas compartidas que se precipita la formación política y comunitaria desde el plano eminentemente local. Como sugieren Sarah Riley, Christine Griffin e Yvette Morey (2010), siguiendo a Maffessoli, cuando el ejercicio del poder y del involucramiento social tiene lugar desde el seno de la cotidianidad, este no siempre pretende impactar en las redes de política pública, las agendas gubernamentales o la producción del discurso social. Por el contrario, se trata de tallar un mínimo espacio de autonomía, en ocasiones ambivalente y marginal a la propia institucionalidad. Así, buena parte de los repertorios movilizados ante lo inesperado y desde las fronteras de la vida ordinaria se yerguen entre los linderos de lo legal y lo ilícito, lo solidario y lo faccioso, o lo cooperativo y lo confrontativo (Das, 2011).

Sin romantizar el activismo popular surgido desde la desafiante pauperización barrial, las ideas previamente expuestas buscan sentar la base del vínculo entre lo común y su potencial extraordinario para destronar el carácter cuasi excepcional de los procesos de participación. En ausencia de los componentes analíticos que han mostrado la valía del modelo del voluntarismo cívico y la problematización clientelar, el siguiente apartado repara en la constitución de un acervo de registros cualitativos para dar cuenta de otros modos de activación desde el seno de la cotidianidad.

Para cerrar este apartado, es importante señalar que este trabajo se circunscribe en un terreno fértil de discusión en el campo subdisciplinario de la antropología política y los estudios sobre “trabajo político”. Además de las referencias previamente señaladas sobre la tradición francesa, el interés por la intersección entre la cotidianidad y la política vivida cuenta con importantes precedentes como las aportaciones de Veena Das (2011, 2012) sobre ética ordinaria y politica de la vida; el texto seminal de Partha Chatterjee (2004) sobre política popular y ciudadanía de los subalternos, así como la reflexión sobre la ética de la supervivencia y política ordinaria de Didier Fassin (2010). En América Latina, las contribuciones de Antonadia Borges (2004), Cecilia Ferraudi (2014), Sabina Frederic (2004), Julieta Gaztañaga (2010, 2013), Marcio Goldman (2006), Alejandro Grimson (2009), Sian Lazar (2007), Virginia Manzano (2013) y Julieta Quirós (2018), entre muchas otras figuras, dan cuenta de la creciente necesidad de formular una mirada empírica y densamente informada de la dinámica política que tiene lugar en los instersticios de la institucionalidad y de la sobredimensionada dominación de los tinglados clientelares. En esa tesitura, y sin mayor espacio para abrevar sobre el intrincado y plural estado del arte, en esta entrega se reconoce la enorme deuda de entablar y de profundizar un diálogo más amplio, fructífero y contrastante con la bibliografía que se ha producido en otras coordenadas latinoamericanas. Con ese pendiente a cuestas, aquí se privilegia la maniobra de análisis de implicación previamente detallada, esperando que otras oportunidades permitan redondear algunas de las provocaciones y hallazgos obtenidos mediante la inmersión en campo que se expone a continuación.

 

Recolección de experiencias

En la punta de la alcaldía Gustavo A. Madero (GAM), situada al norte de la Ciudad de México, y en pleno contraste con la zona de conservación ecológica de la Sierra de Guadalupe, se extiende el núcleo urbano de Cuautepec. Se trata de una añeja e improvisada colección de callejuelas producto de la accidentada urbanización de mediados del siglo XX.

Constituido por cerca de 47 colonias, las estimaciones poblacionales ajustadas al censo 2010 indicaban que la población de Cuautepec rondaba los 300 000 habitantes (Tinoco, 2013). Según una carta del Concejo del Pueblo dirigida a las autoridades capitalinas para la creación de la Alcaldía Cuautepec de Juventino Rosas en 2019, esta cantidad se elevaba al medio millón de pobladores (Hernández, 2019).

El crecimiento efervescente y poco ordenado de la Ciudad de México tuvo efectos de primer orden en la génesis de asentamientos irregulares e instalación de servicios precarios para los residentes de Cuautepec. Tan sólo entre 1980 y 2010, se calcula que la población pasó de 62 319 habitantes a cerca de 317 216. Esta última cifra constituye cerca de una cuarta parte de la población total de la GAM (Enríquez, Navarrete y Pérez, 2015).

Como muchas otras zonas relativamente marginales de la capital, Cuautepec concita tres rasgos representativos que apuntan a la conformación de un caso analítico sobre precarización de las relaciones entre las personas y la autoridad instituida. En primer lugar, se trata de un núcleo urbano donde la acelerada ocupación de predios se tradujo en la saturación de exigencias por la certeza patrimonial, el desarrollo de infraestructura y la incumplida promesa de oportunidades económicas para el bienestar de las familias. En segunda instancia, tal como detalla Miguel Ángel Vite (2001), eso abrió un campo para la gestoría y la negociación de necesidades entre intermediarios políticos, quienes a lo largo de más de cinco décadas y con rotaciones de personal bastante acotadas han encabezado el principal filtro de apelación ante instancias administrativas y figuras partidarias. Por último, está un factor de disolvencia y de reacomodo organizativo, el cual, al igual que en otros parajes de la Ciudad de México, ha surgido como producto de la alternancia partidista capitalina. Si bien esta última ha tenido lugar de forma paulatina y relativamente controlada, los traslados de apoyos desde el Partido Revolucionario Institucional (PRI), posteriormente hacia el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y actualmente hacia el Movimiento Regeneración Nacional (Morena), han acarreado costos comunitarios marcados por la fragmentación y la lucha por apropiarse de añejas redes de control territorial en manos de grupos barriales antes marginados o con presencia exigua.

En suma, hablamos de un lindero espacial donde la transición demográfica ha sido paradójica, contrastando el aumento de su densidad poblacional con la escasa movilidad y el desplazamiento de los hogares hacia otros contextos urbanos. Bajo una suerte aparente de que quien llega a Cuautepec lo hace para quedarse por el resto de su vida, la mayoría de las colonias aglutinadas en una treintena de unidades territoriales de las zonas 8, 9 y 10 de la GAM se clasifican con un muy alto grado de marginación
(Sideso, 2020).

Por si ello fuese poco, de acuerdo con datos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana del gobierno capitalino, Cuautepec es uno de los focos rojos en la comisión de delitos de alto impacto (Ruiz, 2020). Con la presencia habitual de narcomenudistas y la dificultad para asegurar un efectivo despliegue policial, los barrios se encuentran enmarcados en una tensa relación entre la autoridad, los distintos grupos delictivos y las múltiples familias que comparten el escenario vivencial.

Con ese telón de fondo, se inició un largo proceso de recolección de testimonios desde septiembre de 2018, el cual terminó por interrumpirse a mediados de marzo del año 2020 en virtud de la contingencia sanitaria provocada por el virus SARS-CoV-2. La duración del trabajo de campo obedecía fundamentalmente a la satisfacción de tres propósitos metodológicos. El primero está relacionado con la ambición por captar la mayor heterogeneidad posible de relatos por parte de las y los residentes bajo estudio. El segundo obedecía a la necesidad de estructurar narrativas biográficamente orientadas, las cuales reclaman sendos recursos de reentrevista en apego a los tiempos y las disposiciones de las y los informantes. El tercero estribaba en la posibilidad de contar con una holgada ventana temporal de seguimiento, teniendo en cuenta que varios de los participantes continuaban con trayectorias intermitentes de activismo comunitario posterior a las elecciones de 2018.

De ese modo, en poco más de 18 meses de inmersión se logró recabar un conjunto de 44 registros, cuyo volumen de información ronda las 286 horas de entrevista. En apego al diseño de análisis de implicación, se trabajó con un esquema de selección intencional de sujetos con trayectoria participativa de carácter comunitario y social. Esta muestra estuvo focalizada en 1) personas carentes de recursos; 2) comprendidas en dos cohortes de nacimiento (1944-1954 y 1964-1974); 3) que no pertenecieran o estuviesen vinculadas con una estructura de movilización de carácter partidista o gubernamental; 4) que no fuesen beneficiarias directas de algún programa de política social.

Al tratarse de una población analíticamente construida, se preponderó una investigación orientada a casos a partir de relatos biográficos. Así, pese a la búsqueda intencional de perfiles participativos se evade el problema del sesgo de selección, en tanto que dicho esquema presupone relativa similitud en las condiciones de activismo, mas no en las rutas, los factores incidentales y las configuraciones que dan lugar al trazado de trayectorias. De igual forma, el componente biográfico permitió problematizar al tiempo en dos niveles de aprehensión, uno estrictamente personal y familiar, y otro ligado al desarrollo del enclave de ubicación territorial.

La estructuración de los relatos se dimensionó en torno a cuatro componentes: 1) la experiencia y la dinámica de la vida comunitaria en el núcleo barrial; 2) la inmersión y la experiencia en el tratamiento de asuntos públicos; 3) los repertorios y los recursos de la participación, y 4) los logros y las perspectivas del involucramiento en los asuntos de la localidad.

Entre comidas familiares, pláticas posteriores a las misas, asambleas improvisadas, caminatas de compra de despensa o jornadas variadas de apoyo en las tareas domésticas, quien escribe sostuvo una multiplicidad de diálogos con residentes situados en nueve de las 47 colonias constitutivas de Cuautepec. En la zona 8 se conversó con 16 personas, seis del Arbolillo, seis de la Jorge Negrete y cuatro de Zona Escolar. En la 9 se contactó a 15 informantes, cinco de Ahuehuetes, cinco de Palmatitla y cinco más de El Carmen. Finalmente, en la zona 10 se conversó con 13, cuatro de Malacates, cuatro de Lomas de Cuautepec y cinco de Compositores Mexicanos.

Tal cual se muestra en el cuadro 1, la muestra está compuesta por un conjunto de registros donde se refleja parte de la fragilidad estructural en el acceso a oportunidades educativas y laborales.

Con el objetivo de contrastar la conjetura sobre los procesos de activación entre sectores desprovistos de privilegios materiales y sociales, y sin vinculación con estructuras de intermediación política y clientelar, se corroboró que ninguno de los casos tuviese relación con algún cuerpo de gestión territorial o que fuese beneficiario de algún programa de apoyo social. No obstante, como veremos más adelante, esto no implica que dicho contacto con instancias de gestión no haya sido emprendido, pues en algunas de las trayectorias de activismo el éxito en la resolución de demandas ha derivado en una suerte de ruta de profesionalización y de incorporación a dichos grupos.

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Con el fin de sistematizar la información recolectada mediante los relatos biográficamente orientados, los registros fueron procesados en una matriz de codificación con la cual se constituyó un patrón de eventos y de categorías cualitativas para el análisis de secuencias. Entre los rasgos principalmente identificados están: 1) los momentos de activación y sus correlativos episodios de cese de involucramiento; 2) la duración estimada de las incursiones en el tratamiento de asuntos comunitarios; 3) el acontecimiento de eventos vitales rupturistas o puntos de giro; 4) la resolución o el truncamiento de necesidades o de demandas motivantes de la participación; 5) la modalidad de activismo (individual o grupal); 6) la apelación, el contacto o el distanciamiento con las autoridades políticas; 7) el tipo de repertorio empleado (lícito o ilícito; confrontativo o cooperativo; institucional o no convencional).

La cadena de códigos fue analizada mediante la herramienta LSTM (Long short-term memory networks), desarrollada por Hendrik Strobelt, Sebastian Gehrmann, Bernd Huber, Haspeter Pfister y Alexander Rush de la Universidad de Harvard, la cual permite visualizar una cadena de progresiones mediante modelaciones gráficas de lenguaje a partir de Python.

Con el propósito de identificar trayectorias prototípicas, se hizo un ensayo de análisis de capas tanto con los resultados obtenidos mediante LSTM como a partir del aplicativo de agrupamiento de secuencias SQ-Ados 2.0 de Ulrich Kohler para STATA. Cabe aclarar que, dado que se trata de un cúmulo bastante acotado de registros, la técnica resulta útil para identificar algunas agrupaciones sugerentes, aunque sus resultados podrían ameritar mayor robustez estadística.

Así, pese a las limitaciones anteriores, el núcleo duro de tratamiento de evidencia está dado por el análisis interpretativo de las narraciones de las y los informantes, procurando extraer tipos construidos de trayectorias de activación en función de las experiencias vitales reportadas.

Sin duda, se trata de 44 registros con senderos altamente diversos entre sí. No obstante, el uso de las herramientas previamente mencionadas facilita identificar patrones para el establecimiento de márgenes de similitud con un grado de certeza relativamente fiable. A través de la comparación de eventos y rasgos encadenados temporalmente, el trabajo permite aproximarse a la identificación de dos componentes. El primero es la trayectoria, que, con base en las aportaciones de Minor Mora y Orlandina de Oliveira (2014), sirve para referirse al tramo biográfico recorrido por las personas entrevistadas. El segundo se denomina ruta y se vincula con el interjuego entre el tiempo recorrido y la temporalidad por recorrer. Mientras el primer elemento se refiere a la estructuración de eventos acontecidos, el segundo coadyuva a detectar pasajes potencialmente compartidos entre sujetos con características y travesías muy semejantes.

En abono de la lógica expositiva, el apartado de resultados presenta primeramente una panorámica de los hallazgos documentados mediante la recolección de los 44 testimonios; en un segundo momento, repara en cada una de las rutas prototípicas identificadas. Ante la falta de espacio para detenerse en la amplitud de los discursos enarbolados por las y los informantes, se opta por tomar referencias desprendidas de casos típicos.

 

De la ruptura a la activación2

El espíritu de la repetición apuntado por Lefevbre (1981) se instaura en la dinámica del día a día. Tal como se plasma en la obra del autor francés, el carácter repetitivo de la cotidianidad no se suscita de forma acrítica o indiferenciada. Por el contrario, la propia expectativa monótona frente al peso de las carencias locales y la impericia de la autoridad obliga a movilizar aquella potencialidad sugerida por Maffessoli (1996). Con cierta picardía, con algo de incertidumbre, de juego y también de desventura, una impronta de activismo emerge cuando la vida se vuelca por el peso de lo inesperado.

De los 44 relatos recabados en campo, cada registro cuenta con un evento vital o una cadena de estos con los que se detona el proceso de involucramiento en los asuntos de la comunidad. En un intento por categorizar tales encadenamientos aparece una combinación consistente entre tres fuentes posibles de activación social.

En una veintena de casos la extenuación de las privaciones domésticas se tradujo en la búsqueda de soporte más allá de los confines del propio núcleo familiar. Factores como la pérdida del empleo o de la fuente principal de ingreso, el embargo, la sustracción o el decomiso de las herramientas de trabajo (taxis, locales, puestos de tianguis, etcétera), el daño del inmueble de residencia o incluso el desalojo, junto con la insolvencia económica, motivaron a varias de estas personas a apoyarse entre la red vecinal.

Catorce de los testimonios reflejan algo similar, donde la carencia material y la tragedia familiar se conjuntaron para abrir la senda del activismo comunitario. Fallecimientos imprevistos, enfermedades graves entre los descendientes, accidentes en la localidad e incluso historias de abandono en el hogar, fueron trasladados desde el ámbito privado hacia el núcleo de la comunidad.

El conjunto se complementa con una decena de registros donde las vicisitudes de la inseguridad y la confrontación con la criminalidad dieron lugar al recurso de la vía participativa. Homicidios, secuestros, robos, extorsiones y asedios de grupos de narcomenudistas motivaron en muchos casos la voluntad por establecer otros caminos de organización y autocuidado en el interior de las colonias.

Malena (Ent15, 2018), cuyo trabajo de cronista informal le ha merecido una reputación entre la gente del lugar, lo resume con exactitud:

¡N’hombre!, qué se iba una a meter en estos líos de andar de aquí para allá. Un día estás cocinando, haciendo la limpieza, yendo al mercado, y todo eso en lo que se te va la vida. Hasta que te llega un problemón. El marido te bota y te quedas sin tragar, y de pronto no tienes a quien recurrir. Te secuestran un hijo, te lo matan por eso de la maldita droga. Se te enferma alguien y no te lo reciben en la clínica. Te chingan tu local, te quitan el permiso para vender o te roban el coche del taxi. Así habemos (sic) muchos en esto, que ni nos pagan ni nos acarrean, sino que simplemente lo hacemos porque no nos queda de otra. O te apoyas en la gente o te lleva la tía de las muchachas.

Desprovistas de las ventajas que suele conceder una relativa comodidad socioeconómica, 13 de 44 personas indicaron haber recurrido en al menos alguna ocasión al amparo de los gestores locales de las colonias. El resto de los testimonios, conocedores de la experiencia de otros vecinos, y a sabiendas de los débitos sociales que este recurso acarrea, tanto en materia político-electoral como en el ámbito barrial, se han mantenido al margen de tales estructuras.

Para Citlalli (Ent42, 2019), nacida en 1973 y activa en la comunidad desde los 33 años, cuando su marido tuvo que dejar de trabajar al ser asaltado y gravemente lesionado, la cuestión se comprende del modo siguiente:

Los gestores no lo pueden todo. Esa es una mentira. Al final de cuentas también viven aquí, si lo que hacen realmente hiciera una diferencia, muchos de ellos ya no vivirían en Cuautepec. Un contacto con un partido o una palanca en el gobierno a veces te ayuda, pero no te cambia tu situación. Muchos que participamos en las colonias no lo hacemos porque creamos que podemos cambiar algo social o mejorar al gobierno. Lo hacemos porque en el momento nos ayudó a resolver problemas que no solucionas con una despensa, un bote de pintura o 500 pesos.

Para la totalidad de las y los informantes, la travesía de la vida forzó la inventiva para recurrir a la colaboración con los vecinos. En tono similar a la declaración antes citada, las personas entrevistadas reconocen que frente al peso de algunas penurias, el acercamiento con los gestores locales resultaba no solo inútil, sino hasta problemático. Según lo narra Aurora, residente en la colonia Compositores Mexicanos (Ent33, 2019):

No es que te despiertas y decides meterte en los temas de las colonias. A muchos la política no nos llama, ni nos interesa lo que haga el gobierno, que a veces parece que sólo está para joder. Sin que nos sobre el tiempo ni el dinero para andar en esto, y sin una organización muy bien armada, nos las arreglamos. Lo hacemos porque esto nos permite encontrar cómo trabajar, a veces nos ayuda a resolver problemas con la gente conflictiva que se dedica a robar. Nos ayudamos porque no nos queda de otra, porque la mayoría de los que andamos en esto hemos pasado por muchas cosas difíciles que no podemos solucionar solos, que no podemos regatear nomás por votar por tal o cual candidato, o que no pueden esperar para que nos metamos de lleno en la parte electoral.

Cinco rasgos resultan transversales en la experiencia recogida mediante los 44 testimonios. El primero está relacionado con el trazado de las trayectorias de activación y de participación. Como se refirió anteriormente, los tres senderos de iniciación coinciden en el acontecimiento de un evento rupturista. Por la agudeza de las privaciones, las vicisitudes domésticas o los riesgos de la inseguridad, en todos los casos tuvo lugar un traslado de las afecciones privadas hacia el ámbito comunitario de apoyo.

Sin suponer una conexión automática entre adversidades personales y detonantes de activación, entre las experiencias recopiladas figuran tres factores clave para lograr tal articulación. Uno está relacionado con el valor de la reputación, el cual, como veremos más adelante, supone un recurso útil no sólo para el trazado de vínculos, sino también como un elemento preponderante de disputa y de competición. Otro se liga con la importancia de una estructura de relaciones previas que, sin un alto componente de sofisticación organizativa, al menos refleja un hábito de contacto más o menos sostenido entre algunos miembros del entramado barrial. Por último, se añade un gradiente fundamental de reciprocidad, el cual, como se mencionó en páginas previas, alude a lo que Vommaro y Quirós (2011) denominan como “cálculo moral”. Sin el talante de deuda social que subyace al contacto con los gestores, este cálculo refleja un sentido latente de compromiso. Así, el valor de los apoyos se rige por una interpretación tácita no sólo de lo que se otorga, sino del modo en que estos se dan y se reciben.

Según el testimonio de Adela (Ent37, 2019), quien reside en Lomas de Cuautepec, su paso inicial hacia el involucramiento funcionó más o menos del modo siguiente:

Mi hija tiene parálisis cerebral. Cuando yo ya no podía llevarla al Centro Teletón, mis vecinas me apoyaron mucho. Para mí fue tan importante esa ayuda, que cuando se le cuarteó la casa a mi vecina por un temblor, no dudé en sumarme junto con mis hijos a apoyar con la reconstrucción. Mi chavo, que por ese entonces trabajaba en una constructora en Vallejo, se puso las pilas y fuimos una noche en bola a robar material para volver a alzarle la casa a la amiga. Esos paros no se olvidan, y sabes que cuando algo pasa, hay tres reglas: si no eres conflictivo, has ayudado antes y lo necesitas, siempre puedes recurrir a tu comunidad.

El segundo rasgo relevante se vincula con el talante intermitente del trazado de rutas. Dadas las condiciones de vida, las personas no se mantienen activas todo el tiempo. Más allá de un carácter instrumental de la participación, la organización de comités, grupos de ayuda o pequeñas asambleas se suscita a merced de las necesidades contingentes de las diversas familias.

Como se advertía en el primer apartado de este artículo, esto no supone entonces una práctica ubicua de resistencia o de ejercicio del poder local, como lo propone De Certau (1984). Por el contrario, los itinerarios de entrada y salida de los circuitos participativos resultan altamente dependientes de las problemáticas afrontadas por quienes trascienden los confines del ámbito doméstico.

Un análisis panorámico de las secuencias de activación entre las y los informantes sugiere que los puntos de inflexión en la trama de participación están altamente relacionados con la experimentación de desafíos biográficos. Con vidas altamente habituadas a la administración de la crisis, dichos puntos resultan por demás variados y recurrentes, conectándose en hasta siete de cada 10 ocasiones con episodios de involucramiento comunitario.

Tal cual se muestra en la gráfica 1, estas trayectorias reflejan ciclos de actividad que la mayoría de las ocasiones coinciden con eventos disruptivos en el curso vital (señalados con X en las líneas trazadas correspondientes a tres de los 44 relatos obtenidos en campo).

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Para ejemplificar mejor lo anterior, tomemos el caso de Raquel (Ent16, 2018), residente de la colonia El Carmen. Como se hace notar en la gráfica 2, la cadencia de la trayectoria participativa se liga directamente con acontecimientos vitales clave como un intento de desalojo; su posterior ingreso a los comités vecinales de la localidad; un desgajamiento del terreno de la zona; la pérdida del empleo y la eventual incorporación como comerciante informal. Al igual que en el resto de los registros analizados, la trama se ubica entre tres horizontes temporales. El primero, el de la línea constituida por guiones que marca el límite de ausencia de participación; el segundo, el de la recta trazada con puntos, que implica una participación asidua en circuitos comunitarios de tipo asociativo; el tercero, el de la última línea dibujada con puntos y guiones, donde se da una gestión directa y protagónica en las tareas de gestión y organización barrial.

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De manera similar al resto de las personas entrevistadas, las entradas y salidas de la dinámica participativa se suscitan por el talante inesperado de algunos itinerarios biográficos. Acontecida la desventura, la participación se activa como un recurso de autogestión en el interior de la comunidad o como un método de apelación a las autoridades gubernamentales. Dependiendo del éxito o la capacidad resolutiva de distintas necesidades, las trayectorias de activación devienen en rutas donde el cansancio, el hartazgo, la profesionalización o incluso el peso de la edad, orientan a los sujetos a la asunción de nuevos roles. En el caso de Raquel, tras una década de esfuerzos infructuosos por resolver el secuestro y asesinato de uno de sus sobrinos, su retiro de la vida comunitaria se hizo inevitable.

Así, un tercer rasgo está dado por la valía del cálculo moral y la centralidad del estatus en el interior de la comunidad. Más allá del rastreo de trayectorias, las narrativas conceden un peso fundamental a la configuración de liderazgos basados en la confianza. Además de la pugna latente con los grupos de gestoría local, las estructuras comunitarias paralelas incentivan la competencia por el reconocimiento, la “buena fama” y el aprecio de las y los residentes. Como bien sugiere el testimonio de Andrés (Ent3, 2018):

Acá no sólo se trata de proveer de soluciones a problemas, sino de construir buenas relaciones, cosa que los gestores no siempre hacen. Nos quejamos del regateo de nuestra necesidad, y nosotros tratamos de no incurrir en ello. Eso no quiere decir que no juzguemos el buen trato. La gente tiene que actuar rapidito y de buen modo. Las que más se mueven son las señoras, y eso les ha dado un mayor aprecio entre todos. Si alguien se quiere pasar, te menosprecia o te quiere chamaquear, esa persona queda así como podrida en la colonia.

En virtud de lo anterior, un cuarto punto clave se liga con el potencial heterogéneo de los repertorios enarbolados. La competencia por el estatus social y las limitaciones de recursos obligan a desplegar la inventiva sugerida por Maffessoli (1996) al terreno mismo de la acción. El prestigio comunitario importa en la medida en que la conjunción de vínculos permite sobreponerse a las restricciones materiales para la movilización de estrategias. De ese modo, quien mejores relaciones tiene, también ostenta mayores capacidades para diversificar sus métodos de incursión.

Entre lo lícito y lo ilícito, lo convencional y no convencional, figuran repertorios para el acopio de recursos. La organización de fiestas con pago, la distribución de alcohol casero, la sustracción de materiales o utensilios de supermercados, tiendas departamentales o incluso empresas, han permitido en más de una ocasión sobreponerse a las calamidades de la privación. Estas tácticas, combinadas con cuestiones como la recopilación de firmas, los mítines, las asambleas o los oficios a las autoridades, han dado resultados fructíferos en distintos momentos. Así lo sugiere la experiencia de Mariela (Ent44, 2019), residente en Malacates y con 50 años en el momento de la entrevista:

Cuando surge la necesidad se combina de todo. Ya te han contado que cuando se desgajó un cerro, la gente se movió para conseguir material en una constructora. Así le hemos hecho, cuando hay que portarse bien, nos vamos por la vía institucional. Cuando no se puede, echamos a andar “métodos alternos”. No delinquimos, porque estamos en contra de eso, más bien buscamos otras fuentes para tratar de no afectar de más a los vecinos y ayudarles en lo que se pueda.

La propia dinámica de competencia por estatus redunda también en el predominio de repertorios que bien pueden ser cooperativos o incluso confrontativos. Cuando se recurre a los canales asociativos, usualmente se prepondera la colaboración tanto entre vecinos como con la menguante autoridad local. En cambio, la discordia suele nutrirse por tres fuentes. Una, desde luego, la de la oposición a la inoperancia del gobierno en las colonias; otra, la de la pujanza por el control de los grupos de gestoría local; finalmente, aquella que suele acontecer entre miembros de la comunidad cuando prima algún disenso o cuando está en juego el reconocimiento por parte de los vecinos.

Con una amplia variedad de repertorios aprendidos y utilizados a lo largo de muchísimos años, este punto requeriría un análisis más minucioso en un trabajo sobre el particular. Por el momento, y para los propósitos de este artículo, basta con recalcar que la estructura relacional sirve como soporte a la combinación de diferentes recursos tácticos, los cuales suelen desenvolverse como alternativa a la estrechez material y a la ausencia de mayor maniobra frente a las autoridades formales y sus redes de gestoría local.

Por último, un quinto elemento está dado por el enriquecimiento del valor de uso de la participación y el engrosamiento de una curva de aprendizaje en las capacidades organizativas de las personas. Con cierto grado de cinismo y de rechazo a la autoridad institucional, las personas reconocen haber adquirido un mayor aprecio y compromiso hacia el tratamiento de asuntos que se trasladan al ámbito público. A diferencia de lo que Alessia Contu (2008) denomina como “resistencia descafeinada”, en referencia a las prácticas de oposición que no suponen un riesgo real de subvertir las formas cotidianas de vida, las y los informantes coinciden en señalar que sus formas peculiares de participación dan lugar a una mejor gestión de las vicisitudes más comunes. Como apunta el testimonio de Malena (Ent15, 2018), “actuar con el resto de la gente nos ha mostrado que no dejamos la mala vida, pero que al menos podemos sobrellevarla con mejor ánimo y menor preocupación”. Según complementa Raquel (Ent16, 2018) “participar es una salida más para saltar la barda, a veces la única que queda cuando te das cuenta de que no puedes resolver las cosas por ti misma. Política y socialmente no transformas mucho, pero para tu vida sí que te hace una diferencia”.

Si bien entre las experiencias recopiladas priman el desánimo y el desinterés por la política formal, las trayectorias de involucramiento han redundado en una mayor valoración por el trabajo colaborativo. Con un sentido de lo público en el que se desafía la noción hegemónica de lo institucional, las acciones comunitarias adquieren significancia por su potencial para mejorar la calidad de vida, afectar la distribución de recursos, equilibrar el diálogo con la autoridad y resolver problemas que, más allá del ámbito personal y familiar, resultan transversales a un conjunto de hogares con profundas carencias estructurales. Como lo señala Eleazar (Ent20, 2019), residente en Zona Escolar y con 46 años en el momento de la entrevista:

Quizá, precisamente, lo que nos falta es ser más políticos. Pero no como los gestores, que sólo se dedican a traer cosas para comprar votos. Entre los vecinos resolvemos muchas cosas todos los días, pero no hemos logrado concretarlo en derechos, en programas estables, en que nos reconozcan con todas sus letras. Pero igual, como se dice en las asambleas, la política es eso que te permite resolver problemas que aquejan a más de uno. No se trata sólo de por quién votar, sino de mejorar la vida misma. De otro modo, nadie se la rifaría por organizarse ni por jugársela por el que vive al lado. Ayudando a otro previenes que la colonia se venga abajo y que se ponga peor de lo que está.

En función de esos cinco rasgos y de la conjugación de necesidades a lo largo del periodo vital de actividad comunitaria, se identificaron tres rutas prototípicas de la experiencia participativa en el núcleo barrial. Tras la codificación de trayectorias con apoyo de la herramienta LSTM, se procedió a la exploración de un conjunto de rutas a partir del recurso SQ-Ados 2.0 para la identificación de secuencias. De los 44 testimonios, se obtuvieron tres patrones de senderos con los que cierra esta sección.

Antes de su descripción, vale la pena apuntar que se procedió a una validación del proceso de agrupación en tres etapas. La primera de ellas consta del diagramado de secuencias para toda la muestra de registros. Como se puede apreciar en la gráfica 3, las pautas en la trayectoria de activación ya reflejan un arreglo preliminar en tres bloques: uno donde persiste una trama participativa interrumpida (filas 1-22 eje vertical); otro donde prevalece un marcado espíritu asociativo (filas 23-40 eje vertical), y uno más donde el activismo se instituye como una ruta de vida (filas 41-44 eje vertical).3

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La segunda fase consistió en la exploración de la distribución porcentual de casos, según condición de involucramiento, bloque potencial de pertenencia y recorrido temporal. La gráfica 4 sugiere un alto grado de consistencia con la agrupación tripartita previamente referida, replicando un patrón de desafiliación, otro de intermitencia y uno más de institucionalización.

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Un tercer paso de verificación consistió en la representación de grupos construidos en un plano de baja dimensionalidad a partir de la técnica de escalamiento multidimensional. Este recurso permite visualizar la conformación de agrupaciones a la luz de la estimación de distancias y disimilitudes entre cada registro observado. En ese sentido, además de contrastar algunas intuiciones analíticas, la herramienta posibilita una valoración sobre la consistencia empírica de la distribución de casos. Así, como se puede notar en la gráfica 5, la conjunción de observaciones vuelve a proyectarse a partir de tres conglomerados.

Con un ajuste de distinciones altamente verosímil, la gráfica 5 resalta el talante ejemplificativo del relato previamente citado de Raquel (Ent16, 2018). Señalizada como “r16”, la experiencia de esta persona no necesariamente se agrupa en un patrón unívoco de activación. Con un fuerte componente de intermitencia, algunos rasgos de institucionalización y el desenlace de la trayectoria en un curso de desafiliación, el caso de Raquel muestra un alto potencial heurístico sobre las características de un recorrido que guarda amplias semejanzas con los tres grupos clasificatorios obtenidos.

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Así, el primer sendero prototípico se denomina la ruta resolutiva y del desgaste. Con 22 registros de 44, esta se caracteriza por un patrón interrumpido en las trayectorias de participación en virtud de dos cuestiones. La primera puede deberse a la resolución mediata de la problemática que detona la activación, mientras que la segunda deviene justamente del cansancio o del agotamiento asociado a la perpetuación de una adversidad.

En el subconjunto resolutivo prima un sentido instrumental de la acción comunitaria, donde el involucramiento claramente se subordina al afrontamiento de problemas específicos. En el subconjunto de desafiliación predominan los cierres con historias de impunidad, falta de respuesta o insatisfacción, las cuales redundan en el paulatino abandono de las tareas participativas. Así lo constata el relato de Linda (Ent2, 2018) quien, viviendo en la colonia Jorge Negrete, se cansó de esperar por la captura de los asaltantes y violadores de su hija:

Tras casi ocho años de ir y venir con la autoridad, de incluso cerrar avenidas en el rumbo, y acercarme hasta con los gestores que saben bien quiénes son los culpables, mi hija y yo nos hartamos de exigir justicia. Cuando sabes que unos violadores viven a unas cuadras de tu casa no te quedan ganas de seguir en esto, sino que incluso te orillan a aislarte en tu casa, ya que no te puedes cambiar de lugar.

De manera similar al testimonio de Linda, la gran mayoría de casos situados en el sendero de la desafiliación reflejan narrativas relacionadas con la falta de impartición de justicia, la irresolución de demandas económicas o las promesas incumplidas del mejoramiento de la calidad de vida.

La segunda veta constituye la ruta de la persistencia, la cual está dada por trayectorias intermitentes entre distintas modalidades de participación. En 18 casos, el trazado de itinerarios discontinuos obedece al carácter paradojal del involucramiento comunitario. Por un lado, prevalece una abierta falta de institucionalización motivada por el rechazo al gobierno, los partidos políticos y sus grupos de gestión. Por otro, acontece la prefiguración de una vocación, en buena medida auspiciada por la adquisición de estatus en el interior de la comunidad, la diversificación de vínculos en las colonias y la prevalente reciprocidad en las dinámicas latentes de cálculo moral. El registro “r15” de Malena (Ent15, 2018) es paradigmático de esta ruta, tal como lo refleja otro de sus relatos:

Tampoco es que hagamos esto a huevo. Nos gusta porque nos permite ganar reconocimiento entre la gente, hasta en mi casa me tratan diferente. Yo personalmente me siento más útil, más viva por tratar de hacer algo por Cuautepec. Si mi labor no se viese correspondida, desde cuando ya hubiera mandado todo eso a la chingada.

En el interior del conjunto persistente priman quienes se involucran directamente en la gestión de los asuntos comunitarios a partir de repertorios que se acoplan al desafío de la ocasión. Quienes han desarrollado una mayor vocación comunitaria, como en el caso de Malena, se diferencian por la adquisición de membresías estables entre los grupos más formales o informales de las colonias, asumiendo responsabilidades administrativas, directivas o de interlocución de mayor sostenimiento.

Finalmente, la tercera ruta se denomina de profesionalización. Con sólo cuatro registros, este sendero está constituido por las personas cuyos aprendizajes y habilidades les han ganado oportunidades de integración entre los circuitos del gobierno, de los partidos o de la propia gestoría local. Reclutados por sus talentos y por su reputación en el interior de las colonias, casos como el de Jesús (Ent32, 2019) se caracterizan por travesías de activismo sostenido. Por encima de la vocación y del compromiso comunitario, las experiencias ganadas en sus distintas incursiones han redundado en una suerte de conocimiento habitual tanto en los menesteres de orden vecinal como en aquellos donde la gestoría demanda ciertos saberes sobre procedimientos institucionales, legales e incluso electorales. Según las palabras de Jesús (Ent32, 2019):

Yo, por ejemplo, comencé con algunas cuestiones de “coyotaje”, facilitando trámites para tener permisos de venta en tianguis. Otras gentes parecidas a mí también conocen cómo fue el proceso de negociación de los decretos de expropiación en años anteriores. Eso nos hace parte de una crema particular en el barrio, porque conocemos las palancas que hay que mover para resolver algún problema. Así, los partidos, nada pendejos, nos han jalado, y por esto tenemos un pie en la movida más política y en esto del maneje vecinal.

Así, las rupturas cotidianas entre un grupo de personas situadas en una de las zonas de mayor privación en la Ciudad de México dan cuenta de su potencial reconversión en trayectorias y enrutamientos de activismo dentro del escenario local. Complejas, diversas y muy accidentadas, las distintas sendas reflejan la imbricación entre las vicisitudes más cotidianas y las tareas de involucramiento en el tratamiento de asuntos públicos. Con una fuerte tónica de traslado de las adversidades privadas y personales hacia el ámbito comunitario, la politización de estos testimonios figura en un limbo entre la desconfianza y la despreocupación institucional. Sin embargo, ese pesimismo y ese rechazo hacia lo partidista y lo gubernamental constituye una impronta de movilización donde, al margen de la desventaja material y el fatalismo clientelar, pervive la posibilidad de reinventar los modos de gestionar las necesidades más mundanas.

No siempre democrático, la mayor de las veces informal e incluso limítrofe con lo ilegal, el horizonte de activación política y social de este grupo de personas obliga a repensar las formas en que la participación se convierte en un nodo central de la supervivencia barrial. Con vidas profundamente marcadas por la incerteza y la desventura, lo inesperado abre nuevas puertas para romper con la repetición, la monotonía de la carencia y la pasividad. Ahí donde la necesidad apremiante se combina con la ineficiencia de la autoridad instituida, yace un germen de involucramiento sobre el cual vale la pena seguir indagando; máxime si se trata de un país que, como México, está fuertemente atravesado por la desigualdad y la presencia exigua de sus instituciones políticas y democráticas.

 

Conclusión

La participación en el tratamiento de asuntos públicos ha sido colocada por el debate académico contemporáneo bajo una suerte de excepcionalidad. Ya sea como producto de la ventaja material o como resultado de la gestión clientelar, los sectores con más carencias han prevalecido subsumidos bajo una mirada que va de la pasividad al involucramiento condicionado por la manipulación electoral. No obstante, sin un interés desbordado en las cuestiones políticas, sin demasiada sofisticación en las formas organizativas y sin demasiadas pretensiones de resistencia o de cambio social, los casos aquí analizados dan muestra de una imbricación contingente entre la fragilidad diaria y las rupturas que configuran la búsqueda de una mejor solvencia social.

Como muchos otros parajes adversos de la Ciudad de México, el caso de Cuautepec puede ser ejemplificativo. Del trabajo aquí presentado se extraen cinco lecciones para repensar en la agenda de investigación en torno al tema.

En primer lugar está la necesidad de problematizar la participación más allá de la dicotomía actividad-pasividad, lo cual implica analizar con mayor detenimiento la dinámica de entradas y salidas en los accidentados circuitos participativos. Las intermitencias, las decisiones y los giros que dan forma a las tramas de involucramiento requieren no sólo la interpretación de los significados de la política, sino una mayor comprensión del contexto relacional y circunstancial en que se suscita la actividad en los espacios públicos. Más allá de la identificación de algunas pautas, y pese a la detección de algunos rasgos sugerentes, el trabajo aquí presentado queda corto para dar cuenta de la compleja trama de vínculos que define la experiencia de incursión en el tratamiento de asuntos comunitarios.

La segunda lección está relacionada con la importancia de incorporar una visión temporal, en la que el curso de vida dota de claves donde las necesidades, los aprendizajes, el dominio de repertorios y las condiciones de involucramiento varían a la luz del propio trayecto biográfico. Nuevamente, esto requiere problematizar el carácter dinámico del uso de recursos, tácticas y estrategias para afrontar las vicisitudes que van de lo privado a lo público. Sin mayor oportunidad para detenerse en la variedad de modalidades y alternativas para concretar la participación, este constituye un tema pendiente para comprender de mejor manera la pluralidad y la complejidad de la política popular.

Como tercera lección está la ampliación del sentido de lo público, con el cual los intereses y las demandas de las personas suscitan traslados que no necesariamente se agotan en las nociones hegemónicas de lo partidista o lo gubernamental. Las reglas, las expectativas, los significados y las implicaciones ligadas a lo político están sujetos a la especificidad de los espacios y sus actores constitutivos. Como se intuye por algunos de los recorridos analizados, las fronteras entre lo formal y lo informal, lo lícito y lo ilícito, entre el deber moral y el cálculo utilitario o entre lo personal y lo colectivo son más frágiles de lo que solemos pensar. Sin duda esto presenta un reto persistente en la forma en que construimos nuestras categorías de estudio sobre lo político, al tiempo que nos requiere mayores y mejores ejercicios situados de recopilación de información empírica.

Como cuarta lección, es preciso comprender el talante contingente, mas no excepcional, de las incursiones participativas. Si bien en las democracias modernas no prevalece una ciudadanía volcada en los asuntos públicos, se debe reconocer al menos que la participación no siempre invoca voluntades complejas de resistencia, de emancipación, de cambio o de gran pretensión política. Casos como los aquí mostrados sugieren la existencia de otros resquicios de acción donde la supervivencia se nutre de la colaboración, de las tareas conjuntas y un particular empoderamiento.

Finalmente, no debe omitirse la posibilidad de reenfocar la mirada sobre el sentido práctico de la participación política y social. Sin las ventajas que concede una condición cívica y material menos apremiante, y sin sobreestimar el poder de cualquier despliegue clientelar, en un país tan desigual como México se hace necesario reflexionar sobre qué factores y de qué manera se trazan rutas que van de la privación a la activación. Quienes día a día se enfrentan con grandes carencias no son marginales a la producción de la vida pública, sino que, por el contrario, constituyen parte de esas mayorías, en ocasiones silentes, sin las cuales ninguna democracia puede ser funcional.

 

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Recibido: 21 de julio de 2020

Aceptado: 19 de octubre de 2021

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