Universidad Nacional Autónoma de México • Instituto de Investigaciones Sociales

Intimate orientations of sexuality in Chilean society

Claudia Moreno Standen*

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*Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Chile. Centro Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder. Temas de especialización: estudios de género, sociología de la sexualidad. Román Díaz 89, Providencia, Santiago, 7500618, Chile.

 

Resumen: En este artículo se presentan y discuten los resultados de una investigación empírica que busca comprender los modos de configuración de los marcos interpretativos y la experiencia de la sexualidad en la sociedad chilena contemporánea usando el concepto de orientaciones íntimas. Para ello se analizaron las entrevistas biográfico-narrativas de 28 mujeres y hombres, adultos entre 25 y 60 años, de sectores medios-bajos de Santiago de Chile. Finalmente, mostrando su rendimiento empírico, se da cuenta de la pertinencia del concepto de orientaciones íntimas para el estudio de las transformaciones socioculturales de la sexualidad.

Palabras clave: sexualidad, orientaciones íntimas, relaciones de género, normas de género.

Abstract: Using the concept of intimate orientations, the article presents and discusses the results of an empirical investigation that seeks to understand how the interpretive frameworks and experience of sexuality are configurated in contemporary Chilean society. It analyzes biographical-narrative interviews with 28 adults 25 to 60 years old, from lower-middle sectors of Santiago de Chile. Finally, by showing its empirical performance, the article demonstrates that the concept of intimate orientations is relevant for studying the sociocultural transformations of sexuality.

Keywords: sexuality, intimate orientations, gender relationships, gender regulations.

 

Ya es cita común la afirmación de que la experiencia social y personal se ha modificado de manera profunda en el transcurso del siglo XX y de lo que llevamos recorrido de este nuevo siglo. Un horizonte de emancipación, igualdad y mayores libertades individuales perfila un mundo social en el que las normas dejan de tener carácter de certezas absolutas, en el que el apego y la obediencia estricta a ellas no son exigibles, en el que las relaciones sociales —animadas por un ideal democratizador— se vuelven menos jerárquicas, y en el que los individuos tienen la impresión de tener que responder y rendir cuentas primero a sí mismos antes que a los otros (Beck y Beck-Gernsheim, 2001; Giddens, 1995). Si acaso estos cambios han sido más acusados en las últimas cuatro décadas, y que de todos los ámbitos de la vida social en que estos se revelan, es en la esfera de la sexualidad y de las relaciones de género donde se expresan con manifiesta extensión y profundidad, también es una referencia ampliamente evidenciada y discutida bajo las tesis de la individualización y la destradicionalización (Beck y Beck-Gernsheim, 2001; Giddens, 1995). En efecto, cualquiera que desee realizar un balance de su trayectoria biográfica, y especialmente de los hitos y los sentidos que marcan su vida sexual, reproductiva y afectiva, podrá acreditar las diferencias de su propia experiencia cuando la compara con la vida de los propios padres, y aún más, con la de sus abuelos. La potencia de estas transformaciones es más notoria y radical cuando se trata de la vida de las mujeres, pero por cierto se han remecido también las bases en las que se asentaban tradicionalmente la masculinidad y el lugar de los hombres en el orden social. Aun cuando los cambios no sean regulares ni homogéneos, tienen un carácter transversal y extensivo al conjunto de la sociedad.

En las últimas décadas, la sexualidad pasó de estar normativamente circunscrita a la intimidad de la alcoba conyugal y del sermón dominical a ser parte de las conversaciones ordinarias, de las deliberaciones públicas, las producciones culturales y las inquisiciones científicas. Se le tematiza en un sinnúmero de maneras. Por sus riesgos, respecto del abuso y la violencia sexual, los embarazos no previstos, las enfermedades de transmisión sexual y el vih, en lecturas catastrofistas respecto de la liberalización de los comportamientos sexuales que reaccionan ante ellas con pánico moral, pero también por sus zonas más luminosas, una reivindicación creciente por la exploración de experiencias de deseo y placer, vinculada o no a la constitución de la pareja y al reconocimiento de múltiples modos de vivir la sexualidad que desafían las normas de la heterosexualidad obligatoria.

De esta manera, la sexualidad comienza a percibirse menos como una experiencia regulada unilateralmente por instituciones específicas como la religión y la ciencia, y se presenta como una fuente fundamental de sentido para la constitución del sí mismo (Foucault, 1998). Donde alguna vez hubo, al menos en términos normativos, una línea precisa de conducta y un sentido unívoco e inapelable de la sexualidad —digamos, su disposición al servicio de la reproducción de la pareja vinculada por el matrimonio—, hoy encontramos en la sociedad contemporánea una diversidad de trayectorias posibles en las que la sexualidad se inscribe en las biografías de los individuos, así como la multiplicación de las referencias sociales y culturales disponibles para dar sentido a sus experiencias. Este contexto hace que el ejercicio de poner en coherencia dichas experiencias en relación con marcos interpretativos que son diversos comporte un desafío para los individuos contemporáneos.

Estos nuevos escenarios suscitan el surgimiento de diversas cuestiones que interpelan e interesan a la sociología de las sexualidades. ¿A qué nuevos marcos de referencia tanto normativos como socioculturales apelan los individuos para inscribir sus experiencias ligadas a la sexualidad y la afectividad en sus biografías? ¿De qué maneras las cambiantes relaciones entre los géneros se expresan en estos marcos de referencia y en las experiencias personales? ¿En qué medida estos marcos de referencia son novedosos o son relecturas de marcos de referencia más tradicionales? ¿Cómo se declinan estos cambios si consideramos que las experiencias son situadas y enmarcadas por condiciones de orden estructural, como el género, la generación y el nivel socioeconómico en el que los individuos se sitúan? Y, por último, pero muy importante, ¿a qué marcos teóricos interpretativos es posible apelar para comprender estos cambios tomando en consideración las particularidades de cada sociedad?

Respecto de esta última pregunta, proponemos que una lectura propiamente sociológica de las transformaciones de los sentidos, normas y experiencias de la sexualidad debería tener capacidad de atender a los siguientes desafíos:

En primer lugar, comprender el sentido de estudiar las transformaciones contemporáneas de la sexualidad. Como señalan Michel Bozon (2001a) y Jeffrey Weeks (2009), dos lecturas frecuentes son interpretar el sentido de estos cambios desde una clave emancipadora, la cual se expresa, por ejemplo, en las ideas de “liberación” o de “revolución” sexual o, por el contrario, en una clave de decadencia moral. Sin embargo, estas alternativas no capturan el hecho de que la sexualidad es un mecanismo de producción de lo social (Foucault, 1998; Simon y Gagnon, 1984), y que más allá del evidente relajamiento de las regulaciones sociales en este dominio, se trata de una complejización creciente de la construcción social de las sexualidades, de una transformación profunda de los comportamientos sexuales y de la intimidad, que se conecta con otras transformaciones del orden de la sociedad, la cultura y los sujetos.

En segundo lugar, comprender la relación entre el individuo y dichas regulaciones (normas), y las formas en que éstos se relacionan con el contexto más general de transformaciones que cursan las sociedades. Sugerimos que es de interés una lectura no sólo del orden de los desplazamientos en dichas regulaciones, sino de los modos de configuración entre las instituciones reguladoras en materia de sexualidad —considerando el declive de la religión y el aumento de las disciplinas científicas y del Estado (laico) en la regulación de la sexualidad (Barrientos, 2006)—, las normas que de ellas emanan, los marcos socioculturales en que estas se inscriben y los modos de apropiación reflexiva que se dan en la experiencia de los sujetos.

Por último, atender a la experiencia de los individuos, entendiendo cómo estos procesos de transformación hacia una sexualidad más individualizada y menos adscrita a marcos de regulación tradicionales, que dotan de mayor reflexividad y autonomía a los individuos y que animan un horizonte normativo de relaciones de género de mayor simetría, son experimentados efectivamente por los individuos.

En síntesis, las tensiones devenidas del incremento en la autonomía con que los sujetos pueden ensayar sus propias biografías (individualización), la desestabilización de las normas e instituciones que tradicionalmente regulaban el ejercicio de la sexualidad (destradicionalización),A pesar de reconocer la importancia de atender a los debates respecto de los alcances y límites de ambas tesis, en especial cuando se trata de pensar procesos de modernidad en regiones que tienen su propio trayecto, como es el caso de América Latina, por razones de espacio no podrán ser discutidas aquí.}1{/modal} así como el surgimiento de nuevos referentes que cobran mayor vigor, ponen en cuestión los modos en que las experiencias y los sentidos ligados a ellas pueden ser integrados, de modo más o menos coherente, al servicio de la propia construcción de sí mismo. La comprensión de los modos en que se configuran para los sujetos las experiencias de la sexualidad a la luz de los distintos marcos de sentido disponibles en la sociedad chilena debe ser sensible a las articulaciones que devienen del lugar en que el género, la generación y el estrato social modulan dichas experiencias. Para comprender estos modos de configuración, proponemos como carta de lectura la propuesta teórica realizada por el sociólogo francés Michel Bozon bajo el concepto de orientaciones íntimas. Se trataría de configuraciones distintas que vinculan las prácticas de la sexualidad con las representaciones de sí mismo, y que sirven a la construcción subjetiva de los individuos. Estos marcos delimitan el ejercicio de la sexualidad, definen el sentido que se le atribuye e indican el papel representado por ella en la construcción de sí mismo (Bozon, 2001b).

En este artículo presentamos la noción de orientaciones íntimas, dando cuenta de su rendimiento empírico a partir de los resultados de una investigación doctoral (Moreno, 2019) que tuvo como objeto las transformaciones socioculturales en la esfera de la sexualidad en la sociedad chilena. Esta perspectiva no ha sido suficientemente desarrollada, y tampoco ha sido empíricamente utilizada, en un campo disciplinar que tiene mayoritariamente como referencias teóricas o bien los desarrollos foucaultianos o la teoría de los guiones sexuales de William Simon y John H. Gagnon. De este modo, se busca aportar a la discusión sobre la pertinencia de las herramientas teóricas en la investigación de las sociologías de las sexualidades.

 

Un concepto de mediano alcance: orientaciones íntimas y construcciones de sí mismo

Una de las manifestaciones de los procesos de individualización es que los sujetos están sometidos a una obligación de coherencia en el plano de sus historias personales. Si la apelación a la sexualidad se ha tornado un elemento cada vez más importante para la construcción del sujeto individualizado, existen también maneras muy diferentes de dotar de sentido e inscribir la sexualidad en su biografía.

En la época contemporánea, quien quiera hacerse cargo, siguiendo a Foucault, del proyecto de una historia del sujeto deseante se encuentra frente a un gran desafío sociológico, debido a la diversificación cada vez mayor de discursos sobre la sexualidad, la multiplicación de saberes y prácticas de sí, la aparición de movimientos sociales como el feminista y el homosexual, que han politizado la intimidad, y la complejización de las trayectorias afectivo-sexuales (Bozon, 2001b: 12; traducción propia).

Para la construcción del yo, la búsqueda individual de discursos y saberes que permitan poner en coherencia experiencias íntimas cada vez más diversificadas se hace más relevante que la antigua preocupación de poner en conformidad a un individuo con un ideal moral absoluto.

En esta diversidad de experiencias en materia de sexualidad no es posible representar la socialización de la sexualidad como la imposición unilateral de un conjunto de normas y valores sociales dominantes. En efecto, la misma matriz de socialización es limitada para dar cuenta de los modos de construcción de los individuos en lo social, de un modo en que sea capaz de rescatar la diversidad de las experiencias contemporáneas y no las imprima de manera homogénea (Martuccelli, 2010). Tanto las experiencias y los comportamientos sexuales más idiosincráticos como los más novedosos son resultado de una elaboración social que se inscribe tanto en el universo sociocultural como en las trayectorias biográficas (Bozon, 2001b).

Bozon (2001b) propone la tesis de la existencia de configuraciones distintas, en número limitado, que asocian de manera estable las prácticas de la sexualidad con las representaciones de sí mismo, de modo que tal asociación contribuye de distintas maneras a la construcción de los individuos. Aquellos tipos de configuraciones íntimas, a las que denomina orientaciones íntimas, constituyen verdaderos marcos de sentido o interpretativos, que delimitan el ejercicio de la sexualidad, definen el sentido que se le atribuye e indican el papel representado por ella en la construcción de sí mismo.

Este concepto representaría un “nivel social intermedio”, estableciendo un vínculo entre los funcionamientos macrosociales y el protagonismo de los actores en la definición de su mundo social. Se distingue del concepto de guiones sexuales (Simon y Gagnon, 1984) por proporcionar, de forma más explícita, una dimensión discursiva de la organización de esas experiencias y su utilización para la construcción de un yo mínimamente unitario y coherente. En este sentido, se inscribiría en la necesidad contemporá-
nea de atribución de coherencia de la experiencia individual, cada vez más diversificada y compleja, que permita un retorno a un sentido de unidad del sujeto, en la tradición de Michel Foucault, para quien los discursos de las disciplinas de referencia de la sexualidad (medicina, psicología, sexología) activarían una fragmentación en la construcción del sujeto (Policarpo, 2011).

Las orientaciones íntimas son:

[…] el fundamento de las clasificaciones sexuales del individuo, que no se reducen a las clasificaciones sociales habituales ni a pertenencias heredadas (clases sociales, grupos culturales, género, grupos de edad), aunque pueden estar vinculadas entre ellas; tienen su origen en los procesos biográficos y son integrales a las personas; justamente porque nacen de experiencias vividas en primera persona (Bozon, 2001b: 13: traducción propia).

De esta manera, esas orientaciones no designan tipos psicológicos distintos, sino lógicas sociales de interpretación y de construcción de la sexualidad, es decir, maneras para definirla y usarla que pueden expresarse a través de representaciones y normas culturales, o por medio de interacción entre compañeros, modos de conocimiento de sí mismo, disfunciones temidas o valores atribuidos a la sexualidad (Bozon, 2001b).

Haciendo un análisis de la sociedad francesa a partir de novelas, Bozon (2001b) describe tres orientaciones íntimas. En el modelo de la red sexual, es el vínculo de un yo con múltiples otros, compañeros pasados, presentes y futuros, que teje el sentimiento de existencia social y personal del sujeto. A ese modelo que define un sujeto sociable, generalmente con múltiples compañeros y una sexualidad exteriorizada —que teme, antes que todo, el aislamiento—, se opone otro modelo de deseo individual, en el que el motor de construcción del sujeto es el retorno periódico del deseo y su realización: el sujeto, en primer lugar, se observa a sí mismo, y la actividad sexual sirve para la restauración de sí y de aquello que el individuo más teme, el apagamiento del deseo. A esa orientación “narcisista” se opone, todavía, un tercer modelo, el de la sexualidad conyugal, en el que las aspiraciones del individuo están orientadas a la construcción de un yo conyugal: la actividad sexual no puede ser concebida fuera de ese marco y su desarrollo informa a los compañeros sobre el estado de la díada. El principal temor es el enfriamiento del vínculo, cuyas consecuencias para la continuidad de la relación pueden ser muy concretas, en una época de gran movilidad conyugal.

La existencia de esas lecturas contrastadas de la sexualidad proporcionaría una clave de lectura útil para analizar situaciones sociales en las que se expresan tanto convergencias como conflictos entre distintas interpretaciones de la sexualidad, al igual que para la comprensión a nivel individual de los funcionamientos más divididos, que provienen de la coexistencia de espacios primarios y secundarios de la sexualidad que se van desplazando en las biografías.

 

Metodología

El estudio de las orientaciones íntimas de los sujetos en relación con la sexualidad exige una aproximación no sólo a las significaciones y prácticas de la sexualidad, sino también a la biografía de los sujetos. Puesto que dichas orientaciones se articulan en la necesidad de coherencia interna que los individuos requieren para dar cuenta de sus experiencias en la reconstrucción de sus itinerarios afectivos y sexuales, así como su articulación con otros procesos sociales, como los procesos de individualización, es que adoptamos el enfoque biográfico.

El enfoque biográfico se conforma como un enfoque teórico y metodológico interdisciplinario; en este sentido, constituye una mirada orientada, en la cual cobra sentido la utilización del relato de vida como técnica: lo sitúa en un determinado marco conceptual, ético y epistemológico, que lo diferencia de su utilización bajo otra orientación (Cornejo, Mendoza y Rojas, 2008). El relato de vida se definiría como una descripción en forma narrativa de un fragmento de la experiencia vivida (Bertaux, 2005). En términos prácticos, en este estudio entenderemos el relato de vida en el sentido que lo plantea Ana Lía Kornblit (2007), como la narración biográfica acotada al objeto de estudio del investigador, en este caso, al estudio de las sexualidades.

En resumen, lo que esta investigación ha buscado es producir una narración biográfica sobre la sexualidad, captando los contextos en que fueron construyéndose los comportamientos y la identidad sexual de los sujetos, la definición subjetiva de esas experiencias, como los significados que organizan el discurso que preservan una cierta imagen de sí, más o menos unificada y coherente, o por el contrario, compleja, diversa, contradictoria y conflictiva; los marcos socioculturales de referencia a partir de los cuales los sujetos atribuyen esos significados y definen una realidad como sexual o no, es decir, las orientaciones íntimas.

Para el estudio se diseñó una muestra teórica, no aleatoria, de carácter intencional (Flick, 2004) de hombres y mujeres urbanos, habitantes de la ciudad de Santiago (Chile), con el fin de observar a sujetos ubicados en distintas generaciones y pertenecientes a un mismo nivel socioeconómico. De esta manera, se permite apreciar tanto el alcance histórico de los cambios ocurridos en la esfera de la sexualidad como las distintas declinaciones de estos procesos, según el acceso a recursos materiales, sociales y simbólicos. La técnica de acceso a los individuos de la muestra se realizó mediante el método de bola de nieve, a través de contactos de terceros, quienes invitaron a conocidos a participar del estudio.

La conformación de la muestra utilizó una lógica abstracta y una lógica de muestreo secuencial conceptualmente conducido (Flick, 2004). Se definieron así cuatro grupos a partir del uso de criterios de género, generación y nivel socioeconómico, declarados como heterosexuales. La muestra quedó constituida por 27 sujetos, que se ubican de manera equilibrada en los criterios anteriormente señalados. De ellos, 14 son mujeres y 13 hombres, 13 corresponden al grupo adulto (41 a 55 años), y 14 al de adultos jóvenes (25 a 40 años). Todos ellos pertenecen a niveles socioeconómicos bajos y medios bajos.

La técnica elegida para la producción de relatos de vida es la entrevista narrativa o biográfica (Atkinson, 2007). Las entrevistas se realizaron en dos sesiones (Bertaux y Kohli, 1984, citados en Liamputtong y Ezzy, 2005). La primera sesión se inscribió dentro del relato de vida, es decir, un ordenamiento fundamentalmente biográfico producido por el entrevistado, con énfasis en sus experiencias con la sexualidad, intentando reconstruir los acontecimientos y las relaciones que le son significativos. En la segunda sesión se abordaron aquellos aspectos que emergieron de la primera sesión y que son considerados, a la luz de la investigación, como relevantes para tratar con mayor profundidad. Cada sesión tuvo una duración promedio de 1 hora y 45 minutos. El trabajo de campo se desarrolló entre agosto de 2016 y septiembre de 2017.

Como estrategia analítica se realizó una propuesta basada en el análisis narrativo y biográfico. Para este propósito, seguimos las recomendaciones señaladas por Daniel Bertaux (2005) y por Marcela Cornejo, Francisca Mendoza y Rodrigo Rojas (2008) para el análisis de relatos de vida, así como de Caroline K. Riessman (2008) y Oriana Bernasconi (2011) en relación con el análisis narrativo.

En relación con las lógicas de análisis, se privilegió, en un primer momento, la singularidad y la particularidad de cada historia relatada. En este sentido, se plantea una lógica singular, intra-caso, en la que se analizó y trabajó en profundidad cada historia relatada. Así se llega a una historia reconstruida a partir del análisis de la escucha de la historia y de los principales hitos biográficos que constituyen la vida del narrador. Esta lógica busca evitar el riesgo analítico de desmembrar historias a favor de ciertas categorías temáticas, preservando el interés por la experiencia vivida en relación con un contexto que le da sentido y a las condiciones de producción del relato que emerge en el diálogo entre el narrador y quien lo interpela, en este caso, el narratario/el investigador (Bernasconi, 2011). En un segundo momento, se adoptó una lógica transversal, inter-caso, que permite, a partir de ciertas continuidades y discontinuidades de la fase singular, determinar ejes temáticos-analíticos relevantes e hipótesis comprensivas transversales, para abordar el fenómeno en estudio.

La investigación fue aprobada por la Comisión de Ética de la Investigación en Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Se procuró la confidencialidad en la identificación y las identidades son mantenidas anónimas, usando seudónimos para efectos de publicación.

 

Resultados

En cuanto a los aspectos que definen una orientación íntima, se atendió a las representaciones sociales y a los principios normativos vinculados a la sexualidad expresados en los modos en que las personas narran sus experiencias biográficas. Respecto de ellos, surgieron dos ejes transversales a las narrativas. En primer término, y siguiendo la propuesta realizada por Bozon (2001b), se relevó el tipo de vínculo que los individuos privilegian en su relación con la sexualidad, es decir, si esta se encuentra orientada principalmente al establecimiento de un vínculo con otro, o si está más bien puesta en una relación consigo mismo (definidas en sus términos como orientación íntima conyugal2 o de pareja y orientación íntima individual). En segundo lugar, se consideraron las representaciones y las normas que sostienen dicho entramado, en el modo en que las personas se relacionan con esas representaciones y orientaciones normativas. Siguiendo la tesis de que en las últimas décadas se ha tendido a una proliferación de los marcos de sentido disponibles para dar cuenta de la sexualidad (Bozon, 2001a) y de que, producto de los procesos de individualización y destradicionalización, los individuos han acrecentado sus niveles de autonomía y reflexividad para relacionarse con las instituciones y normas, de manera que estas ya no se presentan como unívocas y prescriptivas, se estableció un eje que define una manera más tradicional y heterónoma o bien, un modo más destradicionalizado e individualizado de vivir la experiencia sexual.

Se encontraron dos tipos más generales de orientaciones íntimas: una de inscripción conyugal o de pareja y otra de inscripción individual. En ambas orientaciones se describen declinaciones diferenciales en relación con el despliegue de los procesos de individualización y destradicionalización. Así, la lectura de ambos ejes dio como resultado cinco configuraciones diferenciadas entre sí: 1) conyugal o de pareja institucionalizada, 2) de pareja romántica, 3) de pareja individualizada, 4) individual tradicional, 5) individual individualizada.

A continuación describiremos sucintamente cada una de estas orientaciones íntimas. Luego, a la luz del material empírico de la investigación, mostraremos cómo estas distintas configuraciones de sentido se expresan a la luz de las trayectorias biográficas de los individuos.

 
Orientación de pareja institucional

Esta configuración de marcado sesgo conyugal se define principalmente porque la sexualidad se encuentra vinculada a la pareja desde una perspectiva institucionalizada. El matrimonio se concibe como un compromiso adquirido para toda la vida y reúne una serie de obligaciones y responsabilidades que son insoslayables y exceden a la satisfacción personal respecto de la relación de pareja. Esta concepción tradicional se articula con la demanda de virginidad —para las mujeres— hasta el matrimonio, el mandato de pareja única y para toda la vida, y con una relación entre los géneros desigual, donde los roles se encuentran estrictamente definidos con base en la clásica división sexual del trabajo productivo y reproductivo. Los proyectos biográficos se limitan e inscriben en el proyecto familiar, y no existen proyectos personales a los cuales asirse. Se trata de una configuración de la sexualidad que tiene referentes normativos y de sentido tradicionales, que logran su efectividad por un alto control y una sanción social externos.

Este tipo de orientación aparece con claridad y de manera exclusiva en las narrativas de mujeres de la generación adulta. En general, observamos que este tipo de orientación íntima se vincula con una baja individualización, una reflexividad limitada y un fuerte apego a normas más tradicionales. En efecto, la autonomía de las mujeres es incompleta, se encuentra limitada por controles externos y sometida a la voluntad y el deseo de otros.

 
Orientación de pareja romántica

Esta configuración se encuentra centralmente definida, en primer término, porque la sexualidad es concebida en el marco de relaciones afectivas de pareja, y en segundo término, por el lugar que ocupa el ideal del amor romántico en la conformación de la pareja. Así, la elección del compañero o la compañera se basa en el enamoramiento y la atracción, y la sexualidad toma un peso gravitante al comienzo de la relación, siendo fluctuante su relevancia como motor de su mantenimiento. En este sentido, las normas de la fidelidad y la reciprocidad operan como ideales fundamentales para sostener el vínculo. Los sentidos y las prácticas ligadas a la sexualidad se amplían; de este modo, el placer adquiere un lugar primordial y los repertorios de actividad sexual son más extendidos, aun cuando están circunscritos de manera exclusiva al servicio del funcionamiento de la relación de pareja.

En términos de su organización, las relaciones de pareja, si bien son menos jerarquizadas que lo que se constata en la orientación conyugal institucionalizada, se basan en una división sexual del trabajo más tradicional, en la que los varones asumen el rol de principales proveedores y las mujeres despliegan un doble rol, ya que a las tareas de cuidado y crianza se suma el trabajo fuera del hogar.

En términos de proyectividad biográfica, se establece la preeminencia de un proyecto compartido, de orden conyugal-familiar, al que quedan supeditados los proyectos de índole más personal. Si bien hay una creciente autonomía personal tanto en la toma de decisiones que tienen que ver con la vida sexual y reproductiva como en otros ámbitos de la vida, estas se caracterizan por estar ligadas a la relación con los otros, preferentemente la pareja y los hijos.

La relación con las orientaciones normativas no tiene un carácter perentorio, las normas se encuentran más sujetas a reflexión y no se acatan ciegamente, sino que pueden ser interpretadas como decisiones personales.

Esta es una orientación íntima de la que participan hombres y mujeres, aunque predomina en estas últimas. En términos generacionales, se adscriben a ella los individuos de la generación adulta, aunque también se la identifica en los procesos de inicio de la vida sexual y de pareja de la generación más joven.

La orientación íntima de pareja o conyugal romántica organiza las trayectorias sexuales y afectivas de mujeres, y también hombres, del grupo adulto. Sin embargo, también es referida en los procesos de entrada a la sexualidad activa de las mujeres jóvenes. En esta configuración, la autonomía y reflexividad es más limitada en las mujeres. Los hombres cuentan con mayor autonomía dada su posición.

 
Orientación de pareja individualizada

La orientación de pareja individualizada se define por inscribir la sexualidad, en primer término, en una relación de pareja que se encuentra construida o que, más bien, tiene el ideal de ser construida, en función de principios de fidelidad, reciprocidad e igualdad, tanto respecto de la fuerza del vínculo como de los roles y tareas que cada miembro adquiere para la mantención de la relación. Su principal diferencia respecto de los otros tipos de orientaciones conyugales o de pareja radica en que los miembros de la pareja tienen proyectos personales individualizados, y que no necesita de visados institucionales para su constitución, sino que se funda en el deseo compartido de llevar adelante un proyecto conjunto que va a la par del proyecto personal. El discurso del amor romántico no tiene un lugar preferente, este se va diluyendo, mezclando visiones más racionalizadas de lo que implica el trabajo emocional de estar en pareja. La tradición, cuando es invocada, es referida como una elección, pensada y racionalizada, dentro de un contexto que permitiría otras opciones en apariencia legítimas. Se elige una forma de constituir la pareja, el matrimonio, por ejemplo, no porque sea la única vía legítima, sino porque es significado dentro de un marco de sentido y convicciones personales.

La orientación íntima individualizada está presente de manera preferencial en los relatos del grupo de mujeres y hombres jóvenes, y se condice con una alta individualización y capacidad reflexiva de los individuos.

Raramente se presenta como exclusiva en las trayectorias biográficas, pero sí opera como la referencia hegemónica de cómo debiera experimentarse la sexualidad. La encontramos en los relatos del grupo de mujeres y hombres jóvenes.

Se da en un contexto de alta reflexividad y autonomía, e impone la tarea de compatibilizar dos proyectos biográficos individuales en conjunción con el proyecto conyugal. Se enmarca en un ideal de igualdad de las relaciones de género, que abraza al conjunto de la relación, incluida la intimidad sexual.

 
Orientación individual tradicional

La orientación individual tradicional inscribe la sexualidad en relación con la satisfacción personal del deseo sexual. Lo que hace de esta orientación individual una configuración particular es que se asienta en marcos socioculturales de género tradicionales: una masculinidad asentada en la virilidad y el prestigio sexual, que se corresponde con el estereotipo de conducta masculina predadora que, por contraparte, des-subjetiviza a la mujer, convirtiéndola en un objeto sexual. Esta aparece como una orientación exclusivamente masculina en las narrativas estudiadas.

La sexualidad masculina se concibe como una fuerza interior, con carácter de necesidad, que es difícil de dominar, y que requiere ser constantemente satisfecha por medio de la conquista de múltiples parejas sexuales. Por ello, no se proyecta en la construcción de una relación de largo plazo que se funda en el compromiso afectivo y en la exclusividad sexual. La sexualidad es, en esta orientación, una dimensión muy relevada de la vida personal, que requiere que el individuo esté siempre orientado hacia el mundo social, como campo donde desplegar la seducción y la conquista.

Si bien encontramos una autonomía extensiva a varios ámbitos de la vida, y especialmente en lo sexual, dada por su condición de hombres, estos se adscriben a marcos masculinos más tradicionales de la intimidad y son menos reflexivos en sus prácticas.

Esta no es una orientación íntima predominante, por el contrario, su presencia es menor en el conjunto de los entrevistados; sin embargo, en ella se inscriben no sólo hombres de la generación de adultos mayores, como tal vez cabría esperar, sino también jóvenes.

Los relatos que componen esta orientación se caracterizan por la poca evaluación y reflexividad que hacen de sus historias personales. En general, están más orientados a repasar una suerte de anecdotario que a “dar cuenta” de las experiencias vividas. Sus referentes respecto del género y la sexualidad no son puestos en tensión con otros que sean críticos de ellos, y tampoco surge una reflexión retrospectiva de los elementos que componen sus historias personales.

 
Orientación individual individualizada

La orientación individual individualizada se caracteriza por poner en primer término la satisfacción del deseo sexual como una búsqueda de autorrealización y autoconstrucción personal. El vínculo con el otro es secundario, y aunque pueda estar involucrado el afecto, se aleja de las concepciones románticas del amor, ya que su objeto no es la constitución de una relación de pareja. Se define en términos simples como sexo por placer y desvinculado del amor.

Si bien comparte muchos de los elementos que definen a la declinación tradicional de la orientación individual, las características que se relevan en esta orientación tienen que ver con una redefinición de los términos de género en los que se inscriben las experiencias sexuales.

En muy pocos casos es la orientación primaria, y de hecho convive con configuraciones más conyugales por largos periodos, pero se le encuentra en el relato de mujeres y hombres de ambas generaciones. Con mayor frecuencia, se despliega como orientación secundaria en varios hitos del transcurso biográfico del grupo de jóvenes (hombres y mujeres) y en el grupo de varones adultos. Como escenario secundario, se encuentra restringida a ciertos periodos de la vida; por ejemplo, en el caso de los varones, se manifiesta muy presente en las configuraciones de las primeras experiencias sexuales en el periodo de la adolescencia, y en el caso de las mujeres, a periodos posteriores a rupturas o quiebres amorosos.

 

Las orientaciones íntimas en el devenir de las trayectorias biográficas

Una aproximación a las orientaciones íntimas desde la perspectiva de las trayectorias sexuales que se describen en las biografías de lo individuos, como la que ha sido desplegada, ofrece dos lecturas de análisis: una sincrónica y una diacrónica. De la primera lectura surgen las caracterizaciones descritas anteriormente, y que dan cuenta de los distintos tipos de configuraciones presentes en las producciones narrativas analizadas. En tanto, una lectura diacrónica de las trayectorias sexuales que se inscriben en los relatos biográficos permite observar las distintas modalidades en que las orientaciones íntimas descritas se articulan y expresan en las experiencias de los individuos desde la perspectiva de sus trayectorias individuales.

A continuación proponemos cuatro modalidades en que las orientaciones íntimas operan como configuraciones de interpretación de las experiencias sexuales de los individuos. Estas han sido definidas en términos de tránsitos, escisiones, contradicciones y discrepancias.

 
Tránsitos en las trayectorias biográficas y en las orientaciones íntimas

La lectura diacrónica que ofrece el análisis de las narrativas biográficas de manera individual permite observar los elementos de persistencia y cambio que se dan en las representaciones, en las normas dominantes respecto de la sexualidad en la sociedad y en los modos de experiencia individual en el transcurso del tiempo. De esta manera, es posible identificar en la trayectoria biográfica de los individuos cómo, en diferentes momentos de la vida personal, las experiencias respecto de la sexualidad son interpretadas bajo distintas configuraciones de sentido. Como ya se ha apuntado, la noción de orientación íntima no señala ni pretende acercarse a la idea de tipologías ideales o psicológicas (Bozon, 2001b). En este sentido, no son un atributo de los sujetos, sino que son formas de organización del sentido de la experiencia que mantienen cierta estabilidad en el tiempo.

Tomaremos como ejemplo el caso de Alicia (46 años). La primera experiencia sexual de Alicia se dio en el contexto de su primer pololeo.3 Ella estaba en el colegio y él cursaba el último año. Sin aprendizajes anteriores, para Alicia resulta conflictivo el acercamiento sexual, que vive como una invasión. A pesar de su incomodidad, accede a tener relaciones sexuales, motivada principalmente por el amor que siente por su pareja.

Y bueno, con el pololo ahí conversamos, ¿qué es lo que hay que hacer ahora? Era muy extraño. La primera vez que me tocó una pechuga era una sensación como de invasión. Sabes que no me acuerdo de mi primera vez, pero sí me acuerdo de la primera vez que me tocó una pechuga, desperté en la noche, apretada, en posición fetal, como que sentía que no había estado bien, sentía una mezcla súper extraña, ni siquiera ahora lo puedo explicar. Estaba muy perdida, pero también lo entendía como algo que queríamos hacer los dos, o que yo acepté porque lo amaba. Cosas que uno hace cuando se enamora y se pone tan tonta (Alicia, 46 años).

Esta manera de articular las primeras experiencias se vincula con una orientación conyugal romántica, en la que el amor es el motor de la pareja y la sexualidad se encuentra a su servicio.

De ese pololo, Alicia se embaraza estando en el último curso de secundaria, y ambos deciden casarse. Al poco tiempo queda nuevamente embarazada. Después de algunos años, la relación comienza a deteriorarse, y se separan. Luego de eso, Alicia tiene otras relaciones que, aunque no duran mucho tiempo, comienzan a conectarla con un lado más sensual de sí misma y una valoración distinta del placer. Este cambio termina de afianzarse gracias a una nueva relación con un hombre más joven que ella y con mucha experiencia sexual.

Yo vine a despertar sexualmente cuando tuve mi segunda pareja más estable, como que ahí caché que la cosa tenía otro sentido, que no era ni pecado, ni terrible, ni malo, ni nada. Porque incluso en mi época de casada, yo sentía que había cosas que yo sentía que no había que hacerlas […]. Yo creo que con él liberé varios tabúes que yo tenía con el sexo. Yo creo después de todo esto, de ahí yo caché que la monogamia no existía, es un invento. “Te amo y voy a estar contigo para toda la vida”, y sólo soy tuyo o sólo tuya. Y yo creo que ahora no (Alicia, 46 años).

El relato de Alicia nos muestra los cambios en los sentidos que ella atribuye a la experiencia sexual, desde un escenario restringido y con una valoración negativa en su primer matrimonio, a uno amplio, que ubica la sexualidad como un campo de exploración de los placeres que, a la vez que es individual, trastoca los límites de la concepción de pareja, al incorporar prácticas que amplían la concepción de la díada y cuestionar la monogamia como estado natural.

El tránsito que se dibuja desde una sexualidad configurada en una orientación conyugal romántica a una orientación individual e individualizada se explicaría por la acumulación de historias y experiencias con personas distintas, así como por la incorporación de nuevos discursos y saberes, que permiten ampliar la autonomía y desvincularse de las normas y representaciones aprendidas en la familia.

 
Conflictos en las orientaciones íntimas

La conformación de las orientaciones íntimas no se presenta siempre de manera consistente, coherente o, incluso, sintónica para los sujetos. De hecho, el modo de experimentar y dar sentido a la propia vida sexual puede ser vivido de manera conflictiva, cuando se pone en tensión o en contradicción con otras representaciones presentes.

Esto da cuenta de cómo las representaciones y las normas no operan sólo como guías para la acción y fuentes de sentido de la experiencia, sino que son interiorizadas y adquieren su carácter de mandato no en el control social externo ni en la amenaza de exclusión, sino en la necesidad de coherencia de la propia subjetividad. La aceptación se presenta como un principio de fidelidad a sí mismo, dando cuenta de la autenticidad de la experiencia vivida, que no es impuesta ni forzada. Proponemos un par de viñetas para dar cuenta de esta operación.

Simón, por ejemplo, relata cómo su manera de vincular la sexualidad a la noción de amor o pareja, una concepción tradicional en sus propios términos, le resultaba conflictiva, tanto en sus relaciones con las mujeres como consigo mismo. Esta situación expresa un conflicto entre dos tipos de orientaciones íntimas: la de pareja individualizada, que ubica el sexo al servicio de la relación de pareja, y la individual individualizada, que tiene como referencia principal la separación del sexo de las relaciones afectivas.

Hasta una vez, hasta lo máximo que quise pensar en hacer algo así, pensé que tenía 25 o 26 años, como no vai a poder meterte con una mina pa’ pasarlo bien y chao, y yo de hecho quería contratar una prostituta para decirle: “Por favor, enséñame a tener sexo sin querer”, y no lo hice, pero ahí dije: “No, hueón, filo, asúmete, tú eres así, funcionas así y no tienes por qué negarte”, si al cabo uno decide que es lo que hace o no hace (Simón, 28 años).

Simón señala que el hecho de que fuera él quien pusiera obstáculos para una relación ocasional era percibido por las mujeres como una señal incongruente, cuando un hombre se comporta de manera contraria a lo esperado, no está abierto a la expectativa dominante de los hombres en general, que siempre están disponibles para tener sexo. Esta incongruencia en los sentidos atribuidos a la misma experiencia compartida entre dos individuos es lo que hemos denominado discrepancia en las orientaciones íntimas, y que analizaremos más adelante.

Además, en segundo término, pone la dificultad en sí mismo. No aparece como una coerción o demanda externa el que pueda abrirse a la posibilidad de tener sexo ocasional. Lo que invoca Simón como nudo problemático es la idea de estar perdiéndose una experiencia que es común a su generación, que lo hace dudar de sí mismo, y se exige aprender a separar el afecto de la sexualidad.

En un sentido parecido, Camila se lamenta de no poder conciliar en una sola relación los diferentes aspectos que obtiene, por separado, en las distintas relaciones simultáneas en las que se involucra. Esta imposibilidad no la atribuye a la naturaleza de las relaciones ni al carácter de sus novios, sino a su propia necesidad de sentirse deseada y ser atractiva para otros, que le dificulta comprometerse con una relación que sea exclusiva y duradera.

Me gustaría no ser así. Porque este mes, cuando terminé con mi pololo, conocí a un barman brasilero, que nos atendió cuando salimos con mis amigas. Entonces, cuando ya todos nos íbamos, le di mi número. Igual era guapo. Esa misma noche, me metí con Esteban. Al día siguiente, me estaba llamando el brasilero. Y lo hice esperar como dos semanas, y me junté con él. Entonces estaban Esteban, el brasilero, Daniel, Rodrigo. Cuatro como de la nada. ¿Cómo no puede ser uno solo y que me llene completa? (Camila, 30 años).

Si bien para Camila la vida sexual se encuentra configurada desde un eje más individual (orientación individual individualizada), tiene la fantasía de “encontrar a un príncipe azul”, con quien pueda comprometerse y establecerse de manera definitiva. En su relato expresa un conflicto entre la orientación íntima que opera como escena primaria en su relato, y una orientación de pareja o conyugal, que se manifiesta como idealización de la experiencia sexual y afectiva. Esta última, en cuanto orientación dominante, se interpreta normativamente tensionando y cuestionando la propia experiencia.

 
Escisiones en la experiencia de la sexualidad

Como hemos visto, cuando interpretaciones diversas de la misma experiencia están en evidente tensión, ya que se oponen entre sí, esto puede llevar a una vivencia conflictiva y que, por ende, sea generadora de malestar. Proponemos ahora otra modalidad en la que configuraciones de sentido distintas coexisten y, a pesar de ser contradictorias, no suponen una experiencia de conflicto o de tensión para el individuo. Llamamos a esto una experiencia escindida de la sexualidad. Ilustremos el punto.

Felipe es un joven que ha privilegiado de manera casi exclusiva mantener relaciones de pololeo largas y comprometidas, en las cuales el sexo ha sido una dimensión muy importante para el mantenimiento de la relación. No se siente cómodo con el sexo sin compromiso y declara que nunca ha tenido relaciones sexuales con alguien con quien no esté en una relación. Felipe da sentido a su experiencia sexual desde una orientación íntima conyugal como escena primaria, que tiene una vocación altruista respecto del deseo.

Siempre he tenido muy conectada mi sexualidad al sentimiento, no lo concibo de otra manera, y más allá que un par de besos calentones, a mí, como tengo eso, no me pasa nada, no me motivo, no me prende no ser importante para la otra persona, así como que de una noche no me da nada (Felipe, 29 años).

Felipe asume que la sexualidad tiene una presencia permanente y fundamental en su vida. Al mismo tiempo que restringe la sexualidad al ámbito de la pareja, señala que necesita masturbarse a diario y que es gran consumidor de pornografía. Estas son actividades que requiere realizar cotidianamente y no se limitan a los momentos en que se encuentra sin pareja. Esta necesidad de renovación constante del deseo tiene una función más narcisista.

Yo creo que estoy al borde, consumo mucho porno, todos los días consumo un poco de porno, y todos los días trato de masturbarme, y me masturbo una o dos veces al día, hay días en que obviamente no porque estoy haciendo otras cosas y no estoy pensando en eso, pero de siete días a la semana, cinco, y los otros dos porque no pude o se me fue, pero siempre ha estado muy presente (Felipe, 29 años).

Ambas orientaciones íntimas, conyugal e individual, aunque contradictorias, conviven sin tensión como organizadoras del sentido de la experiencia de Felipe.

 
Divergencias en la interpretación de la sexualidad

Por último, consideramos la tensión que se produce en la interacción con otros, cuando se ponen en juego configuraciones de sentido de la sexualidad distintas frente a una misma situación o práctica.

La dislocación entre dos deseos que buscan su expresión en sentidos diferentes se evidencia en el relato de Johana. Si bien ella tiene una representación positiva de la sexualidad y la vincula fuertemente a la construcción de intimidad, tanto como expresión de amor y como fuente de placer, recuerda un periodo de su matrimonio en el que sus propuestas de introducir juegos eróticos y realizar algunas fantasías sexuales no encontraban ningún eco en su pareja. Si la experiencia de la sexualidad en la pareja puede ser gratificante y llenar un deseo de construcción de intimidad, también puede devenir en una fuente de frustración y malestar, cuando la pareja no comparte el mismo tipo de orientación íntima.

Siempre tuve fantasías y no me las quiso cumplir… Si, por ejemplo, yo le decía: “Mira, José, esta es mi fantasía (yo creo que todas las mujeres tenemos), ser prostituta. Pararme en una esquina, ponerme el vestido más corto que tenga. Yo me paro en una esquina y tú me pasas a buscar”. Cachai. Y me decía: “No, es que yo no voy a hacer nunca esa cuestión”. O lo otro: “Yo me voy a un bar, tú vas a llegar y vamos a hacer como que no nos conocemos y vamos a tener sexo casual”. Cachai, hueas que nunca hice. Entonces: “No, estás loca. Yo no podría ese rol de llegar a un lugar…” Nunca. “Ya, y quiero hacer esto”. “No, no. Es que eso no”. De hecho, ponte tú, me ponía como ropa provocativa, le cargaba. Le cargaba, así como: “Qué pareces así. No, olvídate. Además, ¿para qué te pones ropa si te la voy a sacar?” (Johana, 34 años).

Estas fantasías que narra Johana movilizan por cierto expresiones de la sexualidad que no son parte de la configuración sexual romántica, sino que se oponen a ella: la idea del sexo casual, motivado sólo por el deseo, o la personificación de la prostituta, que tiene sexo porque le pagan y no por amor, pueden ser interpretadas como formas de gestionar en el núcleo de la pareja representaciones y sentidos divergentes de la sexualidad que se encuentran en la sociedad.

 

Discusión

La observación de las transformaciones de la sexualidad y el género en la perspectiva de las orientaciones íntimas descritas

La tarea de describir ciertas configuraciones de normas, representaciones y experiencias relacionadas con la sexualidad presentes en un momento dado en una sociedad puede ser análoga a la metáfora de hacer un retrato. Se trata de un ejercicio de abstracción de las fuentes de sentido e interpretación de la experiencia personal a marcos interpretativos compartidos, y no implica que pueda definirse o asignarse a los individuos de manera estricta a alguna de ellas, puesto que su función es representar las lógicas sociales de interpretación de la sexualidad desde la perspectiva de las experiencias individuales, y no corresponden a tipologías sociales o psicológicas o estructuras de personalidad en las cuales los individuos puedan encasillarse. La aproximación biográfica a las experiencias da cuenta de que los modos de configuración de la sexualidad no son fijos ni constantes, sino que son variables en el tiempo, que en el recorrido vital pueden ir teniendo un lugar más o menos primordial. En este último sentido pueden, como señala Bozon (2001a), ser descritas como escenarios primarios o secundarios en relación con los individuos. Ello no excluye el hecho de que en distintos momentos vitales una orientación alternativa pueda tomar lugar en los modos de dar sentido a la experiencia, o que incluso en un determinado momento puedan coexistir de manera conflictiva o más bien escindida dos tipos de configuración distinta. Se observa también que no en todos los casos es posible trazar una distinción nítida en relación con la adscripción que a ellas hacen hombres y mujeres, y tampoco una diferencia absoluta en términos generacionales. Si bien algunas orientaciones íntimas son más representativas de unas u otros, encontramos que las significaciones pueden declinarse de maneras diversas.

La inscripción diferenciada de las distintas generaciones en cada una de las orientaciones íntimas descritas permite dar cuenta de una complejidad mayor en la construcción de las sexualidades, así como de una reconfiguración en las relaciones de género. Es posible señalar el surgimiento de una configuración más individualizada de la conyugalidad que releva la importancia de la sexualidad en la pareja y se fundamenta en un ideal igualitario de las relaciones de pareja, que es expresiva en las generaciones jóvenes, en contraste con una configuración de institucionalizada, que por el contrario descansa en la jerarquía entre los géneros y ubica a la mujer en un lugar de completa subordinación respecto de los deseos del hombre, expresada en la generación de mujeres adultas. Estas coexisten con una orientación conyugal que releva el lugar del amor en la constitución de la pareja, y también se inscribe en un orden de género desigual. Junto a ellas, dos orientaciones personales de la sexualidad, que también marcan visiones contrastadas de género. Por una parte, la orientación tradicional se arraiga en los mismos marcos de género que la orientación conyugal institucionalizada, y en tensión, emerge una configuración más individualizada y reflexiva de las relaciones sociales.

La convivencia de diferentes tipos de orientaciones íntimas en la sociedad da cuenta de la multiplicidad de referencias disponibles en la sociedad para que los individuos puedan dotar de sentido su experiencia. Sin embargo, se debe reconocer que el hecho de que dichos marcos interpretativos se encuentren disponibles no significa que lo estén para todos de igual manera. La adscripción a una cierta orientación no supone una elección libre y razonada, sino que se encuentra supeditada a una serie de dimensiones materiales e institucionales que se constituyen en condiciones de posibilidad para su surgimiento.

 
La pertinencia de las orientaciones íntimas como clave de lectura de las transformaciones sociales y culturales en el campo de la sexualidad

El concepto de orientaciones íntimas (Bozon, 2001b) propuesto como concepto analítico para el trabajo de investigación demuestra ser pertinente para el estudio de las transformaciones sociales y culturales de la sexualidad en la sociedad chilena. Es coherente con la perspectiva sociológica que sitúa al individuo como clave de inteligibilidad de los procesos sociales (Araujo y Martuccelli, 2010), cuyo interrogante fundamental consiste en estudiar las consecuencias del despliegue de la modernidad sobre las trayectorias individuales, tratando para ello de poner en relación la historia y las experiencias personales.

Por una parte, ofrece una matriz de comprensión de la relación que tienen los individuos con los marcos socioculturales y normativos, reconociendo el trabajo interpretativo y reflexivo que supone dicha relación. Al privilegiar una perspectiva de las experiencias individuales, posibilita poner en consideración las dimensiones materiales, simbólicas y sociales que operan como condiciones de posibilidad para la movilización de distintos marcos de sentido por parte de los individuos. En este aspecto, el concepto de orientaciones íntimas permite, a nuestro juicio, superar una perspectiva netamente culturalista de los discursos y los significados, que hace abstracción de las condiciones institucionales y materiales que los hacen posibles.

Por otra parte, al poner de manifiesto la coexistencia de distintos marcos regulatorios e interpretativos de la sexualidad, el concepto complejiza una lectura unilateral de las transformaciones en el ámbito de la sexualidad que las sitúa en un eje unidireccional que transita de la clausura a la apertura, o del conservadurismo a la liberalización, que entrañan el riesgo de lecturas que refieren dicha liberalización a un desacople de las experiencias personales con respecto del orden social. En este sentido, se evita una lectura homogenizadora de las transformaciones sociales, dando cuenta de los aspectos de permanencia y cambio que las definen.

Al poner de manifiesto los elementos contradictorios a los que puede apelar el individuo para dar sentido a su experiencia, aporta a la comprensión de la complejidad con que los individuos se relacionan con las normas y representaciones simbólicas.

Esta propuesta conceptual se presenta entonces como una alternativa con capacidad de rendimiento empírico a los enfoques para el estudio de la sexualidad que emanan de las teorías de los guiones sexuales de Simon y Gagnon (1984), basadas en el interaccionismo simbólico, así como en los planteamientos que se fundan en los aspectos discursivos de la sexualidad, desde una aproximación foucaultiana (Foucault, 1998), ambas constituidas en los referentes más importantes en el campo de estudios de las sexualidades.

Sin duda, la contribución distintiva de Foucault es una comprensión de cómo la sexualidad se constituyó en un objeto de discurso capaz de producir categorías de ser sexual o sujetos sexuales, un tema que con la teoría de los guiones es difícil de abordar. Sin embargo, el límite de esta perspectiva es que se pierde el foco en las prácticas y los significados que se despliegan en la vida social diaria y, a la inversa, en las relaciones y los significados sociales que modulan las prácticas sexuales.

Una de las críticas más frecuentes a la teoría de los guiones sexuales reside en las limitaciones que ésta ofrecería para una comprensión histórica de la sexualidad (Jackson y Scott, 2010; Weeks, 2011), en el sentido de que si bien hay una sensibilidad por comprender y describir la sexualidad en contextos socio-históricos específicos, no sería igualmente productiva al dar cuenta de procesos históricos de transformación de más largo alcance. Un segundo flanco de crítica, que ha sido especialmente elaborado desde la teoría feminista, tiene que ver con su escaso alcance para dar cuenta de las dimensiones más estructurales del poder y la desigualdad (Jackson y Scott, 2010). Por último, una crítica desde la psicología discursiva apunta al riesgo de que los guiones sean asimilados a supuestos individualistas cognitivos que ignoran el contexto social (Frith y Kitzinger, 2001). Como tradición más próxima al interaccionismo simbólico, la teoría de los guiones se adhiere a un sentido más individualista acerca de las conductas sexuales. De esta forma, es un abordaje que se preocupa menos de las condiciones de inestabilidad de las identidades sexuales o con las estructuras de asimetrías de género, y que piensa las relaciones sexuales como relaciones sociales que se pautan en decisiones individuales, no siempre conscientes ni controlables, que se dan a lo largo de una trayectoria (Alves, 2009).

Como fue discutido, ninguna de estas tesis es suficientemente productiva para dar cuenta de los procesos de transformación social de la sexualidad desde la perspectiva de los individuos. Por una parte, desde el concepto de dispositivo, la sexualidad se entiende como una formación discursiva que ubica a los sujetos en ciertas posiciones de conformidad o resistencia, pero no logra dar cuenta de las estrategias utilizadas por los actores para resistir o conformarse a dichos discursos, limitando la comprensión de la agencia (Jackson y Scott, 2010). Por otra parte, si bien desde la teoría de los guiones sexuales se reconoce el hecho de que la sexualidad se produce en ciertos contextos socio-históricos específicos, su lectura es limitada en cuanto a dar cuenta de procesos socio-históricos de más largo alcance. Su diferenciación de distintos niveles de la vida social (intrapsíquico, interpersonal y escenarios culturales) no incorpora una propuesta de articulación entre ellos, lo que finalmente se traduce en un análisis individualista de la experiencia sexual.

Por último, recordamos la crítica de Ken Plummer respecto de la aplicación empírica de la teoría de los guiones sexuales de Simon y Gagnon, que ha tenido como resultado que “los guiones determinan la actividad, en lugar de emerger a través de la actividad” (1982, citado en Johnson, 2015; traducción propia). En este sentido, consideramos que el concepto de orientación íntima debe ser usado más en su dimensión de concepto articulador entre la experiencia individual y las representaciones y normas sociales, que como modelo definido a priori. De esta manera, se previene lo que Plummer denuncia en relación con la utilización de los guiones sexuales para identificar uniformidades en la conducta sexual, en lugar de servir como herramienta para observar nuevas articulaciones y elementos emergentes en contextos particulares.

 

Conclusiones

El objetivo de este artículo ha sido dar cuenta de la pertinencia del concepto de orientaciones íntimas (Bozon, 2001b) como articulador de las dimensiones sociales y subjetivas de la sexualidad, el cual, a pesar de su potencial, ha sido poco explorado hasta ahora en los estudios de este campo. En esta perspectiva, en primer lugar, creemos aportar al fortalecimiento de dicho concepto, al dar cuenta de su rendimiento empírico para la investigación social de las sexualidades, así como a una mayor profundización de su desarrollo teórico. En segundo lugar, y en un registro empírico, movilizar el concepto de orientaciones íntimas constituye un aporte al desarrollo de conocimiento sobre las transformaciones en la esfera de la sexualidad en la actual sociedad chilena, visibilizando la importancia que las prácticas y las dinámicas relacionales que se dan en la esfera de lo privado tienen para la comprensión sociológica de las instituciones y los imaginarios que caracterizan la vida social contemporánea.

Como hemos intentado mostrar, el concepto de orientaciones íntimas permite atender y conectar las dimensiones individuales y socio-institucionales de la sexualidad, sin subsumir o reducir uno de esos polos en el otro y ofreciendo una clave de lectura que, al mismo tiempo que es profundamente sociológica, recupera la dimensión experiencial y vivida con que se inscribe la sexualidad en los trayectos de vida de los individuos.

Por último, nos interesa insistir en que los cambios en la esfera de la sexualidad y la intimidad en las sociedades contemporáneas —como esta perspectiva de las orientaciones íntimas aporta a visibilizar— no responden a la lógica de una “revolución sexual” radical en el sentido de una desconexión de los individuos respecto de las regulaciones sociales, sino que se sitúan en una lógica de reconfiguración de dichas regulaciones, la cual debe ser comprendida en el contexto más amplio de las transformaciones de las sociedades y analizada en su inscripción situada en los trayectos y las experiencias de los individuos.

 

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Recibido: 19 de julio de 2020

Aceptado: 20 de octubre de 2021

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