Universidad Nacional Autónoma de México • Instituto de Investigaciones Sociales

Sociology of night tourism: An approach based on Simmel and Elias

Mario Alberto Velázquez García* y Helene Balslev Clausen**

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*Doctor en Sociología por el Colegio de México. El Colegio del Estado de Hidalgo. Temas de especialización: turismo, políticas públicas y movimientos sociales. Parque Científico y Tecnológico del Estado de Hidalgo, Boulevard Circuito la Concepción, Ex-Hacienda de la Concepción, 42162, Hidalgo.

**Doctora en Migración y en Antropología por The Studies of Las Américas y por Copenhagen Business School (Dinamarca). Universidad de Aalborg, Departamento de Cultura y Aprendizaje. Temas de especialización: urbanismo, desarrollo local y regional sostenible, transnacionalismo, participación. A.C. Meyers Vaenge 15, A, 3000, 2450, Copenhagen, Dinamarca.

 

Resumen: La noche tiene una creciente relevancia en los estudios sociales y geográficos. Este artículo analiza la importancia de la noche en el turismo. Esto permite identificar las áreas de estudio dentro del turismo y las conexiones que la noche tiene con otras disciplinas sociales. Se identifica que la noche y la oscuridad son componentes significativos de la experiencia turística. Retomando los argumentos de Georg Simmel y Norbert Elias, se propone que los individuos y las sociedades usan los espacios turísticos en la oscuridad como parte de esta lucha por conservar su individualidad frente a la homogeneidad que impone el mercado, pero al mismo tiempo, para sentirse perfectamente integrados a la sociedad.

Palabras clave: turismo, noche, modernización, lugares públicos, tiempo, cuerpo.

Abstract: In social sciences and geography, the night is of increasing relevance. This paper explores the night’s importance in tourism, identifying areas of study in these and other disciplines where it has been analyzed. The article notes that night and darkness are significant components of the tourism experience. Based on arguments from Georg Simmel and Norbert Elias, it proposes that individuals and societies use dark tourist spaces to preserve their individuality against the homogeneity imposed by markets but also to foster their feeling that they are perfectly integrated into society.

Keywords: tourism, night, modernization, public places, time, body.

 

Este artículo se propone aportar a una nueva área de investigación: el turismo de la noche. Con ello haremos referencia a las prácticas, experiencias, relaciones, creencias, consumos y usos de los lugares que se dedican preferentemente a las actividades turísticas en el periodo de tiempo posterior a la puesta del sol. Se aborda la relación entre la noche, la cultura material y un conjunto de experiencias sociales específicas. Esto implica considerar a la oscuridad y a la noche como agentes sociales que tienen un papel activo en la construcción y el desarrollo de las interacciones sociales.

Con la sociología del turismo de la noche se exploró cómo la noche y la oscuridad son factores que transforman y organizan la vida social y material en los lugares turísticos. Una pregunta de fondo es: ¿Cómo colabora la noche en la comprensión del tiempo y el espacio social? Buscamos generar un lente de observación que nos permita comprender los cambios en las relaciones, los estatus y los espacios sociales conectados a la noche y a la oscuridad, y cómo éstos se vinculan con las construcciones sociales y culturales de la actividad turística. El campo de investigación que aquí se analiza son las prácticas y los conocimientos contextualizados de la noche o la oscuridad dentro de los destinos receptores de turistas, lo que contribuye al debate emergente sobre el turismo nocturno. Esta propuesta ofrece pistas para una genealogía de la amplia gama de objetivos económicos, ambientales y sociopolíticos que inspiran el uso creciente de la noche o la oscuridad en tanto maneras cada vez más llamativas para atraer visitantes.

Las investigaciones científicas que existen sobre la noche o la oscuridad consideran la luz o el día como un punto de partida, arrancando entonces de una postura relacional o complementaria: la noche como la ausencia de la luz. Esto se refleja en los estudios recientes de Tim Edensor (2013, 2015, 2017) y de Casper Laing Ebbensgaard (2015), quienes proponen la “reducción luminosa”, es decir, maneras para hacer que los paisajes nocturnos resulten más agradables a la vista. Dichas investigaciones parten de una posición político-ambiental sobre la iluminación urbana y sus fines. En ésta, los paisajes nocturnos se configuran utilizando diferentes herramientas de iluminación para comunicar un espacio urbano específico y editado, en el que la oscuridad y la noche se definen a través de la iluminación y no como un espacio y una entidad en sí mismos (Shaw, 2014).

Jacques Galinier et al. (2010) publicaron un artículo titulado “Anthropology of the night: Cross-disciplinary investigations”, en el que enfatizaron la poca atención que ha recibido en los estudios antropológicos la vida social que tiene lugar en la noche, a pesar de la serie de interacciones, ritos, cambios físicos, biológicos y mitos que a lo largo de la historia de la humanidad se producen durante este periodo de tiempo. Esta falta de interés por la noche no es exclusiva de la antropología, pues ha estado presente en otras áreas de las ciencias sociales, como la sociología; esta disciplina ha trabajado poco específicamente las interacciones sociales particulares de la noche. Al igual que pasó con estas áreas de investigación, los estudios sobre el turismo han tomado poco en cuenta la noche (Campos et al., 2018; González, 2017; Prebensen, Chen y Uysal, 2014; Tussyadiah, 2014; Uriely, 2005; Velázquez García y Balslev Clausen, 2020a). El trabajo de John Urry, The Tourist Gaze (1990), analiza las características modernas del turismo y los turistas, como su masificación, el desarrollo de la industria turística y sus relaciones y efectos hacia la cultura (trabajos significativos sobre el turismo anteriores a Urry son, entre otros: Cohen, 1979; Knebel, 1974, y McCannell, 1973). Sin embargo, el turismo al que se refiere Urry no hace diferencia entre el día y la noche. Si bien no hay muchos trabajos sobre la noche en relación con el turismo, algunas publicaciones académicas recientes, como las ya mencionadas de Edensor (2017), cuestionan si hemos sido injustos con la oscuridad al no analizar la particularidad de los encuentros y las relaciones con y en la oscuridad o durante la noche en los viajes. La investigación de este autor se centra en la noche o la oscuridad a través de la participación de otros “sentidos” y la construcción del espacio que integra el tiempo como algo significativo durante la experiencia turística.1 Por lo tanto, la relación entre la oscuridad y la luz se aborda no sólo como opuesta a la luz o al periodo liminal del tiempo y el espacio como el crepúsculo al amanecer o al atardecer. Los estudios de Edensor nos empujan hacia una comprensión sociológica de un espacio constituido por interacciones y dinámicas posibles gracias a la oscuridad y la noche. En este documento buscamos analizar enfoques diferentes que permitan una conceptualización sobre el cómo de la oscuridad y la noche como entidades analíticas que configuran y definen el espacio.

 

El proceso de modernización y la noche

Para comprender la relación entre la noche y el turismo, proponemos partir de un conjunto de cambios sociales, económicos y tecnológicos producidos a partir de la era conocida como la modernización. Entendemos este concepto como aquellos procesos mediante los cuales sociedades emergentes de ex colonias o nuevos Estados independientes buscaron generar un crecimiento económico y político a través de la transformación de sus estructuras sociales, políticas y culturales, teniendo como modelo la Europa occidental y la Norteamérica de los siglos XVII y XIX (Germani, 1970; Aguilar, 2005). Durante la modernización, los avances tecnológicos tuvieron un papel central. Uno de los más significativos fue la luz eléctrica. La importancia de este tipo de iluminación artificial no sólo fue práctica, sino simbólica: la luz comenzó a ser usada como una representación del avance de la razón sobre las creencias y de las mejoras que las nuevas tecnologías proporcionaban a la sociedad (el progreso), mientras que la noche se convirtió en un sinónimo de la barbarie (Galinier et al., 2010). En este sentido, las ciudades serían consideradas más modernas mientras más iluminados con electricidad tuvieran sus edificios y sus avenidas (Hensey, 2016).

La extensión de las redes eléctricas y de iluminación artificial permitió un mayor uso de la noche; esto generaría nuevas formas de relación de la sociedad con este periodo del día (Koslofsky, 2011). El tiempo nocturno, que estaba culturalmente relacionado con el descanso y el retiro a la seguridad del hogar, comenzó a llenarse de actividades fuera de las viviendas; no es que antes no existieran prácticas sociales nocturnas, sino que éstas se diversificaron y ampliaron. Este nuevo uso del tiempo durante la noche tuvo una compleja inserción en la cultura, generando en algunos casos condena social y culpa moral; los que “vivían de noche” podían ser considerados como aquellos que abusaban de sí mismos y del orden social, normativo y moral (Nottingham, 2003; Peretti, 2011). El libro Drácula de Bram Stoker puede ser leído como una metáfora sobre las promesas y los placeres de la vida nocturna, así como los castigos para los que deciden seguirla (Stoker, 2001, originalmente publicado en 1897; Hughes, 2000).

Durante los procesos de modernización, las sociedades experimentaron profundas transformaciones: el surgimiento de los Estados modernos; la globalización de los intercambios económicos, políticos y culturales; una modificación drástica de los modelos productivos hacia una concentración de la propiedad de los medios productivos; una intensificación en el volumen y el número de intercambios, la paulatina concentración de la población en ciudades y la desaparición o crisis de formas tradicionales de dominación y control político, así como la construcción de la individualidad como una nueva base de la organización jurídica, económica y cultural (Elias, 2009; Aguilar, 2005). Como muestra el trabajo de Burton Peretti (2011) sobre los clubes nocturnos de Nueva York en la década de los años veinte, estos lugares se convirtieron en un punto de tolerancia para las relaciones interraciales entre blancos, negros y latinos (altamente sancionadas y restringidas en el resto de la sociedad) y en una encapsulación de la fuerte ambivalencia que los estadounidenses tenían sobre la vida moderna de las ciudades.

Las implicaciones que tuvieron estas reformas para las sociedades modernas y sus miembros son uno de los temas centrales de la llamada sociología clásica de Émile Durkheim, Max Weber, Karl Marx y Georg Simmel. En el caso de Simmel, este autor se interesó particularmente por analizar las variaciones en la construcción de la individualidad dentro de los nuevos contextos sociales modernos. Para él, una de las características de este periodo es que los sujetos enfrentan una constante lucha por integrarse a los distintos roles y escenarios sociales, pero al mismo tiempo intentan conservar un sentido de identidad única. Esta propuesta de análisis nos permite entender la interacción social en las grandes ciudades y el comportamiento de las personas durante sus vacaciones; tanto en las urbes como en las zonas turísticas, las personas enfrentan el mismo problema que Simmel plantea en su texto “La metrópoli y la vida mental”:

Los problemas más profundos de la vida moderna se derivan de la demanda que antepone el individuo, con el fin de preservar la autonomía e individualidad de su existencia, frente a las avasalladoras fuerzas sociales que comprenden tanto la herencia histórica, la cultura externa, como la técnica de vida (Simmel, [1908] 2009: 388).

Retomando el argumento de Simmel, proponemos que los individuos viajeros y las sociedades emisoras y receptoras (Tribe, 2006) usan los espacios turísticos en la noche como parte de esta pugna por conservar su individualidad frente a la homogeneidad que impone el mercado, pero al mismo tiempo, para sentirse integrados a las fuerzas sociales de las que habla el autor. El uso de la noche y de la oscuridad en el turismo permite acceder a identidades y prácticas distintas a las que se acostumbran durante nuestra vida cotidiana (Koslofsky, 2011; Nottingham, 2003). Como argumentó Daniel Hiernaux (2000), el turismo construye su propia cotidianidad efímera, pero al mismo tiempo reconoce a los individuos como parte de los grupos sociales a los que aspiramos pertenecer, como la multitud que se reúne en una discoteca o un concierto.

Otra propuesta sociológica que consideramos oportuna para poder analizar la relación de las sociedades actuales y la noche es la de Norbert Elias en su libro Sobre el tiempo (1989). Este autor propuso que el tiempo es un mecanismo de orden social (regulatorio y de organización) perfeccionado principalmente en la era de los Estados-nación. De tal forma que, al igual que sucedió con los procesos de regulación estatal contra el uso de la violencia, la utilización de un mismo idioma o de un sistema de pesos y medidas, el tiempo se convirtió en un elemento diferenciador de las sociedades civilizadas de aquellas que no lo son (Elias, 2009): a mayor extensión y autonomía de la sociedad (urbanización, comercialización y mecanización), mayor será la dependencia de instrumentos de manufactura humana para medir y regular el tiempo, y menor la dependencia de medidas temporales naturales como el movimiento de la luna (Elias, 1989).

La propuesta teórica de Elias sobre el tiempo nos permite analizar el papel que tiene éste en espacios sociales particulares como los del turismo, particularmente el imaginario que se ha construido respecto al uso del tiempo en dichos lugares, donde el paso del tiempo es representado como separado de la vida cotidiana. No es el objetivo de este trabajo hacer una propuesta sobre imaginarios; por ello, ocuparemos la expuesta por Daniel Hiernaux y Alicia Lindón (2012), que los definen como imágenes dotadas de significado que utilizan los sujetos para orientar su acción. En este sentido, podemos decir que los imaginarios dotan de “sentido” weberiano a la acción de las personas al proporcionarles un vínculo de identificación con un grupo, así como constituir una especie de faro para las aspiraciones, permitiendo, entre otras cosas, la objetivación del uso de los espacios (Hiernaux y Lindón, 2012; Velázquez García y Clausen Balslev, 2020a).

Durante la modernidad, particularmente dentro de los siglos XVII al XXI, el turismo es concebido dentro de los ciclos anuales y de vida como un periodo de actividad apartado de nuestras actividades cotidianas, no sólo por las prácticas que realizamos sino por la manera en que usamos el tiempo. Durante las vacaciones nos pensamos como libres del control de los horarios que nos regulan en el trabajo o el estudio, y esto constituye uno de sus atractivos; salir de la rutina significa, en el fondo, abandonar el control del tiempo. Respecto a ello, Elias propone que el tiempo cumple dos funciones sociales: 1) coordinación: es un mecanismo que permite a las personas ponerse de acuerdo para realizar actividades, generando medidas comunes para que todos cuenten con el mismo sistema de medida sobre el paso del tiempo; 2) integración: el tiempo es un marco de referencia que sirve a los miembros de un grupo para generar hitos reconocibles (días, noche, horas, semanas, meses, años, festividades, etcétera) dentro de una serie continua de transformaciones (Elias, 1989). Es decir, en los espacios y en las actividades turísticas, el tiempo continúa funcionando como un mecanismo para decidir qué interacciones desarrollaremos durante el transcurso de un día; existe un sistema distinto de regulación, pero ésta no desaparece. En los lugares turísticos se produce una reglamentación del tiempo, al igual que sucede en el resto de los espacios sociales dentro de la modernidad: la hora de entrada al hotel, los horarios de los restaurantes, de las discotecas, etcétera. Como veremos, la cualidad integradora del tiempo está siendo usada en algunas zonas turísticas para ofertar actividades nocturnas que sólo tienen un sentido social durante este periodo de tiempo.

 

¿Cómo es posible la noche? La noche y las sociedades

La noche es la parte del día comprendida entre la puesta del sol y el amanecer. Ésta se presenta por la rotación de la tierra; una parte del planeta deja de recibir la luz solar (Real Academia Española de la Lengua, 2018). En esta primera definición, la noche es un fenómeno natural. Lo que pertenece al ámbito social son las explicaciones que nos hemos dado sobre cuál es la relación mágica, divina o simbólica entre la noche y el día, las actividades que los hombres podemos desarrollar durante este periodo, o la manera en que la oscuridad nos influye o afecta (Hensey, 2016). Tal como lo propuso Simmel, proponemos analizar la noche transformando la pregunta kantiana utilizada por este autor en sus análisis sociológicos: ¿Cómo es posible la sociedad? (Simmel, [1908] 2009); en nuestro caso, hay que cuestionar: ¿Cómo es posible la noche en los lugares turísticos? Partiremos entonces de una premisa: nuestra relación con la noche está mediada por las representaciones, prácticas y normas que los distintos grupos sociales han construido para entender y utilizar la oscuridad (Galinier et al., 2010; Edensor, 2017).

Como sostiene Robert Williams (2008), la oscuridad urbana y la noche están mediadas socialmente por las prácticas y los valores humanos; no obstante, los espacios nocturnos no son uniformes ni homogéneos; nuestras interacciones o usos de estos periodos de tiempo son continuamente reconstituidos por las confrontaciones sociales sobre lo que debe y no debe ocurrir en ciertos lugares durante la oscuridad de la noche. En este sentido, la noche es un lugar y un espacio social profundamente ambivalente y controvertido; no sólo se ha interpretado como aterrador, sino como propagador de la relajación o desaparición de la moral y del orden social. Sin embargo, al mismo tiempo, la noche también se ha valorado positivamente como momento de reposo, reflexión o renacimiento (Galinier et al., 2010).

En los destinos turísticos, los turistas experimentan una diferencia visible sobre el uso de las horas, especialmente entre el día y la noche. La luz, ya sea luz solar o un rayo artificial, es un estimulador (Huang y Wang, 2018); por su parte, la noche es asociada a otro tipo de experiencias turísticas a las que volveremos más adelante. Los estudios de Wei-Jue Huang y Philip Wang han demostrado que la percepción de la visión diurna y nocturna de las personas está determinada por su cultura, nacionalidad, rasgos de personalidad, entre otros factores. En las zonas turísticas, no sólo existe una diferencia en las actividades durante los distintos periodos del día, lo que muestra la cualidad coordinadora del tiempo, sino también en los escenarios donde estas actividades tienen lugar, esto es, la cualidad integradora (Elias, 1989); se construyen lugares específicos para fiestas o eventos nocturnos. En el turismo han existido prácticas que buscan extender en horarios nocturnos el uso de los espacios turísticos (en México son notables los casos de Acapulco, Puerto Vallarta y Tijuana, donde se han desarrollado actividades nocturnas desde que estos lugares comenzaron a ser sociedades receptoras de turistas) y utilizar como parte de su atractivo las diferencias de luminosidad; en Acapulco, los clavadistas de La Quebrada ofrecen este espectáculo con antorchas durante la noche. En la actualidad, los espectáculos nocturnos en lugares turísticos son una tendencia creciente.

Como dijimos antes, la oscuridad y las tinieblas han sido construidas de manera ambivalente, tanto como espacios socialmente amenazantes, llenos de peligros y temores, como tiempo de renovación. Respecto a lo primero, las amenazas de la noche fueron reconstruyéndose; al posible daño físico provocado por el ataque de algún animal, una persona o un grupo, se sumaron los temores por la embestida de algún ente supernatural que pudiera herirnos física y espiritualmente (Hensey, 2016). La mitología del cristianismo concibe al tiempo nocturno como un periodo en el que Lucifer y las criaturas diabólicas tenían mayores poderes y capacidades de influir o dañar a las personas, pero a la vez, un tiempo en el que se producen epifanías o importantes sucesos divinos, como el nacimiento de Jesucristo. En este sentido, la noche es una fase fundamental para la moral cristiana. Al igual que otras religiones, el cristianismo generó una serie de prácticas, prohibiciones, rezos e interpretaciones sobre los símbolos que aseguraran la sobrevivencia del alma en la noche, y también rituales para intentar controlar y desaparecer los poderes malignos (Bronfen, 2013).

En los trabajos de Elias, la oscuridad es una amenaza dentro del proceso de civilización. En la oscuridad, los controles de la civilización y del alma humana disminuyen hasta el punto de desaparecer (Elias, 2009). El peligro que la noche representaba para la cultura se construye en dos sentidos: el de la noche y el de la oscuridad. La noche en tanto el periodo del día en el que la sociedad (las instituciones sociales constituidas y las normas y los valores durante las interacciones sociales) disminuyen la vigilancia que ejercen sobre los comportamientos privados de las personas que son posibles, por ejemplo, al cobijo de la falta de iluminación de una calle o en la intimidad de una casa (Koslofsky, 2011). Por otra parte, la oscuridad representaba no únicamente lugares sin iluminación, sino espacios e incluso sociedades donde no predominaba la civilización occidental; ausencia de la luz de la razón. Estos lugares amenazaban porque podían provocar, a quienes los visitaban, un retroceso a comportamientos “bárbaros” o “salvajes”; la contaminación del otro que es distinto (Velázquez García, 2008). El libro de Joseph Conrad, Heart of Darkness, analiza la compleja relación entre Occidente y sus colonias, el alma humana y la noche, no sólo como metáfora sino como espacio social y físico fuera de la luz de la razón occidental.

The reaches opened before us and closed behind, as if the forest had stepped leisurely across the water to bar the way for our return. We penetrated deeper and deeper into the heart of darkness. It was very quiet there. At night, sometimes the roll of drums behind the curtain of trees would run up the river and remain sustained faintly, as if hovering in the air high over our heads, till the first break of day. Whether it meant war, peace, or prayer we could not tell (Conrad, 2009: 57).

Durante el siglo XX, los espacios turísticos se construyeron en su mayor parte para ser utilizados durante el día. La noche es un espacio que comenzó a ser colonizado paulatinamente por las actividades turísticas hasta convertirse en predominante; ejemplos de ello son los clubes nocturnos de Nueva York en la década de los años veinte (Peretti, 2011) y Las Vegas en Nevada; respecto al segundo, al iniciarse en 1941 la construcción del primer hotel-casino, este destino fuera (del control) de las grandes ciudades estadounidenses ofrecía un conjunto de actividades lúdicas, principalmente nocturnas, fuera de los marcos de la sociedad norteamericana convencional. El diseño de la ciudad de Las Vegas tenía como objetivo resaltar en la noche por medio de grandes anuncios luminosos y generar nuevas experiencias visuales y atmósferas particulares que podrían inducir incertidumbre y fascinación en los espectadores. La vida nocturna, como rasgo cultural y económico de las ciudades y de algunos lugares turísticos específicos, se desarrolló desde el siglo XIX, pero de una manera notable durante el siglo XX. La noche es el escenario integrador de actividades relacionadas con el ocio y el placer. En este sentido, los espacios turísticos coordinan el periodo de nuestra vida que dedicaremos, parcialmente, a aquellas actividades nocturnas como beber o ir de fiesta (Elias, 1989). La creciente popularidad de las actividades nocturnas ha llevado al desarrollo de una “economía nocturna” en la que se crean empleos y riqueza (Shaw, 2014).

Existen dos componentes centrales en este tipo de experiencias nocturnas: el escenario (castillos, plazas, edificios, playas, etcéteras) y la iluminación. Por ejemplo, la prisión de Alcatraz ofrece paseos nocturnos por las celdas y las áreas comunes. La poca iluminación, la oscuridad parcial de las áreas de confinamiento y el silencio de un edificio hecho para contener cualquier intento de escape producen por sí mismos un espectáculo. En Kona Coast, Hawai, se ofrecen excursiones nocturnas para bucear. Además de la experiencia de entrar al mar en la oscuridad, las linternas proporcionadas por los guías atraen al plancton y con ellos a las mantarrayas, una especie famosa en esa zona. El castillo de Maintenon, en el Valle del Loira, Francia, ofrece un espectáculo de luz y sonido, en el que actores profesionales cuentan y recrean historias reales y leyendas de los reyes y personas que lo habitaron (CNN en Español, 2014; El Mundo en tu Bolsillo, 2019). En todos estos casos, la iluminación es un elemento central. Los espacios son más o menos iluminados para atraer nuestra atención sobre un personaje o escenario. La ausencia de luz marca el inicio o el final de los recorridos o los actos. La luz busca decirnos a dónde mirar, pero esto no significa que durante una representación no estén sucediendo cosas importantes en las tinieblas. La oscuridad y la luz interactúan a través de los ritmos o los afectos (Edensor, 2015; Johannesson y Lund, 2017), condicionando las experiencias humanas frente a la naturaleza y la sociedad; a menudo estos dos elementos aparecen como polos binarios y, como tales, tienen registros de valores separados en la cosmovisión occidental (Velázquez García y Clausen Balslev, 2020a).

 

Los lugares públicos y la noche

La oscuridad y la luz interactúan a través de los ritmos o los afectos (Edensor, 2015; Johannesson y Lund, 2017), condicionando las experiencias humanas de la naturaleza y la sociedad; a menudo estos dos aparecen como polos binarios y, como tales, tienen registros de valores separados en la cosmovisión occidental. Sin embargo, la noche y la luz cambian constantemente, debido a la rotación de la tierra, el clima y las nubes, así como a las iluminaciones artificiales. Edensor buscó mostrar las dicotomías que han conceptualizado negativamente a la oscuridad, por ejemplo, con el “lado oscuro” y las “fuerzas de la oscuridad”, concebidas como lo opuesto a lo que ilumina y aclara. Esta percepción también está presente en numerosas películas, como se ilustra, por ejemplo, en la serie de Star Wars, donde el “lado oscuro” se iguala al mal y la destrucción. Esta percepción general nos ha llevado a pasar por alto las cualidades positivas de la oscuridad (Bille y Flohr Sørensen, 2007; Edensor, 2013; Morris, 2011).

Williams (2008) propuso que la oscuridad ofrece un manto para prácticas alternativas y de oposición que desorganizan temporalmente el espacio, contribuyendo a la continua disputa entre el orden y el desorden de la noche. En este sentido, la noche se constituye como un periodo para la construcción de una identidad que nos separe del resto por medio de la transgresión de la norma social; la fascinación de la noche proviene de esta posibilidad de hacer cosas “prohibidas”. Debido a sus significados transgresivos y usos dañinos para la sociedad, la oscuridad amenaza con des-territorializar el orden racionalizador cuando oculta, obstruye u obstaculiza el despliegue de estrategias, técnicas y tecnologías (Williams, 2008: 518). En Ixmiquilpan, Hidalgo (México), se ofrece un paseo nocturno para recrear la experiencia de los migrantes en la frontera con Estados Unidos. Los visitantes toman el papel de indocumentados mientras los locales representan a polleros, cholos que los quieren asaltar, narcotraficantes y agentes de la policía fronteriza (El Economista, 2010).

Las actividades delictivas, la sedición y la conspiración, la oposición política, las relaciones amorosas ilícitas, las prácticas subculturales, la exploración urbana, la colocación de carteles clandestinos y el grafitti se realizan al amparo de la oscuridad y dentro de espacios urbanos marginales (Garrett, 2013). Por su parte, Bryan Palmer coincide en concebir a la oscuridad como un momento para la transgresión, así como para el desconsuelo y la alienación, “time for daylight’s dispossessed—the deviant, the dissident, the different” (el tiempo para los que son desposeídos de día: el desviado, el disidente, los diferentes) (2000: 16-17). Como Nina Morris sugiere, la oscuridad altera las relaciones del cuerpo con su entorno y desafía el sentido humano de la presencia corporal y el límite (2011: 316). Por lo tanto, la oscuridad nos abre a lo misterioso que puede tener efectos, ya que permite la entrada de lo desconocido a lo todavía conocido. La oscuridad desconcierta el entorno en una cosmovisión occidental en la que hemos aprendido a acercarnos a ella visualmente (Bille y Flohr Sørensen, 2007; Morris, 2011). En consecuencia, la oscuridad es un lugar en el que las interacciones sociales y culturales alternativas dan forma a un nuevo espacio. Los festivales de luz retoman en parte ritos paganos o cristianos, pero también son una manera de mostrar nuestra victoria moderna sobre la oscuridad con la luz artificial. Este tipo de festividades se realizan en distintos lugares, por ejemplo, el Festival de la Luz de San José, Costa Rica, que se celebra desde 1996.

Derivado de lo expuesto anteriormente, proponemos que la construcción social de la idea sobre el uso de los espacios públicos en la noche no es puramente una división entre lo que sucede durante las horas de luz y las de oscuridad (Bronfen, 2013). Está inscrito dentro de lo que llamaremos paradojas sobre la noche; es decir, los valores y las actuaciones contradictorias que se han ido construyendo alrededor de las prácticas sociales y prohibiciones sobre el uso social de la noche. Para ello, usaremos la propuesta de Linda McDowell en su libro Gender, Identity and Place. Understanding Feminist Geographies (1999), en el que analizó la construcción social sobre la mujer en la sociedad a partir de paradojas. Retomaremos este modelo explicativo para aplicarlo a nuestro estudio. 1) La paradoja del autocontrol: la noche es construida como un periodo donde, en ciertos lugares, con la baja de los controles morales, se alienta el consumo, incluso a niveles de exceso. En diversos destinos turísticos y actividades específicas como festivales (el periodo de carnavales, springbreak, entre otros), el exceso es parte de los comportamientos esperados. Sin embargo, esta forma de actuación de abusos puede ser castigada social y penalmente, por considerarla contraria a ciertos valores o identidades; por ejemplo, la poca tolerancia hacia bares de homosexuales o transexuales. 2) La paradoja sobre la duplicidad: la noche ofrece una nueva manera de utilizar los espacios públicos por medio de la iluminación artificial, lo que ha permitido nuevas formas de interacción social, negocios e identidades. Sin embargo, al mismo tiempo, esta forma de luz está siendo condenada por no ser verdadera, y así como por sus efectos sobre los ciclos de la naturaleza; la iluminación artificial crea espacios fuera de nuestra relación con el medio natural. El alumbrado de los hoteles y casinos de Las Vegas o los hoteles de Cancún es una parte importante de su atractivo turístico, pero también es criticado por sus efectos, dado el alto consumo de recursos y el daño al ambiente que provocan. 3) La paradoja de la visibilidad: la noche se ha convertido en un tiempo socialmente aceptado para ser utilizado en formas particulares; por ejemplo, para entretenimiento y esparcimiento. Los distintos destinos turísticos incluyen con mayor regularidad escenas sobre su oferta de actividades nocturnas como parte de su atractivo. Sin embargo, la noche es raramente mencionada al estudiar o planificar los lugares destinados al turismo; esto genera problemas, como la instalación de clubes nocturnos en zonas habitacionales o en zonas hoteleras. 4) La paradoja del atractivo: la noche es construida como un momento de aventura y de experiencias fuera de lo cotidiano. Como explicamos antes, el uso diferencial de la noche es un mecanismo que permite a los individuos o grupos diferenciarse del resto. Sin embargo, al mismo tiempo, la noche es un lugar de riesgos, tanto aquellos que tienen que ver con la integridad física como los relacionados con la integridad moral (caer en prácticas contrarias a los propios principios o valores), y de ser absorbido por otras identidades, incluso aquellas que se buscaba evitar. 5) La paradoja de la muerte: la noche es una metáfora de la muerte para muchas culturas, pero también es considerada como el momento del renacimiento, del nuevo día (McDowell, 1999).

 

El tiempo y el turismo

Como dijimos antes, la propuesta de Elias mostró que la medición del tiempo fue un elemento crucial en la construcción de la modernidad. Aunque muchas culturas desarrollaron formas de medir el paso de los ciclos anuales, fue en Occidente donde se perfeccionó una medición precisa y constante de cada momento de la vida de los individuos, desde los monjes que comenzaron a medir el tiempo para sus ejercicios espirituales, los trenes que funcionaban con horarios cada vez más precisos, hasta la consolidación de un sistema horario mundial. El tiempo, desde un punto de vista sociológico, es un instrumento que permite orientar las acciones (Elias, 1989).

En un restaurante de Tulum, Quintana Roo, se podían ver colgadas en un cuadro de madera apolillada dos tazas de café y dos copas de vino. Arriba de las primeras estaba escrito AM y sobre las segundas, PM. Encima de esta composición se podía leer en grandes letras blancas en inglés: “How to tell time?” (“¿Cómo decir la hora?”). Como ilustra de manera excelente este cuadro que acabamos de describir, la regulación social del tiempo, después de cierto grado de desarrollo de una sociedad, comienza a individualizarse y a convertirse en una conciencia siempre presente. Como indica Elias, existe una “coacción del tiempo” en forma de relojes, calendarios: “La presión de dichas coacciones es relativamente apremiante, mesurada, equilibrada y pacífica, pero omnipresente e inevitable” (1989: 32).

La noche, como se puede ver en los textos de Conrad, es el cruce de fronteras, donde una especie de espacio-tiempo se transgrede y se interrumpe (Palmer, 2000). En esta misma línea de pensamiento, estudios recientes sugieren que las experiencias turísticas se vinculan y se perciben como prácticas diurnas o nocturnas. Por ejemplo, una casa histórica durante el día puede convertirse en un lugar “embrujado” después del anochecer, y un callejón normal se convierte en “encantador” por la combinación de la noche, la iluminación adecuada y nuestras ideas socialmente construidas (Huang y Wang, 2018). Por lo tanto, el turismo diurno y el nocturno producen dos usos diferentes en el mismo sitio, convirtiendo al tiempo en un elemento esencial para crear un espacio o una acción distintiva. Los estudios realizados en ciudades europeas y chinas por Zhi-xin Gu (2013) identificaron cinco tipos de actividades de turismo nocturno en áreas urbanas: 1) zonas peatonales de ocio, 2) recorridos nocturnos de áreas escénicas, 3) artes escénicas, 4) festivales populares, 5) instalaciones de arte ligero. Los castillos, los palacios y otros edificios están siendo utilizados en horarios nocturnos para realizar festivales o eventos culturales nocturnos, utilizando como ancla la fama de estos lugares, así como las instalaciones luminosas o juegos artificiales. El turismo nocturno en China se desarrolla en torno a un tema específico, mientras que en Europa a menudo se trata de entretenimiento multifuncional. Además, un fenómeno bastante nuevo es la NuitBlanche en las capitales europeas: las ciudades organizan festivales y eventos culturales nocturnos, como fuegos artificiales, instalaciones de iluminación, apertura nocturna de museos para expandir la oferta de actividades nocturnas en las ciudades y atraer no sólo a los turistas, sino también a los residentes locales. Este concepto se desarrolló en el Reino Unido, con la iniciativa Light Night, con eventos como conciertos al aire libre, circos y fuegos artificiales para revitalizar los centros de las ciudades (Jiwa et al., 2009), lo que, además de crear una ventaja competitiva, también demuestra cómo la noche y el día son construcciones sociales que cambian continuamente. Estos cambios pueden ser acelerados debido al aumento del turismo y a la necesidad de que las ciudades creen nuevas experiencias (Velázquez García y Clausen Balslev, 2020a).

 

La identidad del turista durante la noche

La identidad está en una cotidiana renegociación y transformación; nuestros actos, palabras y formas de vestir la construyen (Simmel, 2009; Halford y Leonard, 2006). Como buscamos mostrar en un apartado previo, el turismo es un tiempo social que rompe con el ritmo y las rutinas de la cotidianidad, del trabajo o el estudio (Urry, 1990) y desempeña un papel importante en la generación de las identidades actuales; las personas buscan fusionar los rasgos que las distinguen con los lugares que visitan durante sus vacaciones. Como lo demuestra el trabajo de Helene Balslev Clausen y Mario Alberto Velázquez García (2010), la posición social, el estatus y el rol de los grupos dentro de una región turística no están dados únicamente por el poder económico, sino también por las constantes negociaciones, reconstrucciones y disputas que los grupos tienen cotidianamente.

El turismo contribuye a la formación de la identidad de los usuarios primariamente por su consumo. A este respecto, un punto de partida fundamental es un imaginario social construido alrededor del estatus de los sujetos respecto a las mercancías: el mercado iguala a todos en tanto compradores dentro de un espacio social abierto. La igualdad de los sujetos en el mercado es una de las promesas “utópicas” del turismo (Cristoffanini, 2009). Sin embargo, en este espacio social, como en otros, existen mecanismos de diferenciación social. Como veremos más adelante, la identidad del turista (edad, sexo, nacionalidad e incluso condición económica) determina el uso que puede dar a la noche durante las vacaciones (Velázquez García y Balslev Clausen, 2020b), es decir, entra en operación la paradoja del atractivo. Es de resaltar que uno de los recursos más codiciados en los destinos turísticos es un mecanismo de construcción de identidad: la exclusión. En el turismo existe un uso diferenciado de espacios y el acceso a determinadas actividades. Durante las actividades nocturnas, la exclusividad ha sido una estrategia de prestigio de vieja data en bares y centros nocturnos, que les proporciona distinción y reconocimiento (Shaw, 2014).

Durante las vacaciones, como se mencionó antes, un uso diferenciado de la noche constituye uno de sus atractivos. La expansión del turismo durante la segunda parte del siglo XX está relacionada muy de cerca con la creación de distintas actividades nocturnas (Hensey, 2016) y, con ello, de distintos tipos de identidades. Así, aunque en ciertas localidades el turismo emergió como una actividad relacionada con el sol, por ejemplo, en la visita a playas o balnearios, las actividades nocturnas han ganado cada vez una mayor relevancia en esos mismos destinos.

La noche, antes de la invención de la luz eléctrica, estaba relacionada principalmente con el reposo, con dormir, a pesar de que diversas sociedades han tenido ritos y labores que se desarrollan durante este periodo del día. En los lugares turísticos, las nuevas tecnologías de iluminación y las que llamamos paradojas del atractivo y del autocontrol dieron un uso diferenciado por edades y grupos sociales de la noche; los niños y los ancianos fueron confinados a utilizar este periodo del día para dormir, no sólo por atribuirles una mayor necesidad de reposo, sino por adjudicarles una menor capacidad de manejar los diversos peligros (físicos, morales e imaginarios) que la noche implica. Estas construcciones sociales, principalmente respecto a las personas de mayor edad, se han ido transformando, por lo que comienza a existir una mayor inclusión de estos grupos en las actividades nocturnas. No obstante, a partir de las últimas décadas del siglo pasado, el imaginario social concedió la noche a los jóvenes como su espacio preferente durante las vacaciones; los springbreakers son una forma extrema de reclamo juvenil contra la paradoja de autocontrol, generando un espacio donde los excesos son alentados y permitidos.

El turismo tiene implícita una promesa de generar un espacio y una identidad común; sin embargo, en la realidad, los turistas conservan prácticas económicas y culturales (habitus) (Bourdieu, 1991). En el día, pero particularmente en la noche, el acceso a determinados lugares y eventos se convierte en un símbolo del estatus de los distintos turistas (Clausen Balslev y Velázquez García, 2010). En este sentido, el turismo crea nuevas identidades de los individuos mediante las distintas prácticas que se desarrollan, pero al mismo tiempo reproduce aquellas relacionadas con las capacidades de consumo y con los capitales culturales, económicos y sociales de los individuos y grupos sociales.

En los estudios sobre el turismo, es necesaria una mayor exploración sobre las distintas identidades, no sólo con finalidades de mercado (turismo de masas, turismo lgtb, etcétera), sino para conocer la influencia que tienen elementos como el género, el espacio y el tiempo en la actuación como turista. Los estudios de Huang y Wang (2018) que abordan las percepciones de los turistas sobre la oscuridad y la noche en diferentes ciudades de China y Europa sugieren que existen diferencias significativas entre las experiencias nocturnas y las expectativas de las actividades nocturnas. La oscuridad fue más misteriosa, imaginativa, vulnerable, femenina y superficial que las expectativas diurnas. Estas experiencias alimentan y fortalecen las percepciones sobre la noche y la oscuridad. Sin embargo, como lo demuestra la investigación de Lusetta Tai Chiung-Tzu (2013), los mercados nocturnos de Taiwán forman parte de la vida sociocultural y de las prácticas cotidianas.

 

El cuerpo, el sexo y la noche

Michel Foucault (1977), en su Historia de la sexualidad, mostró que no podemos considerar como “natural” nuestra relación con la sexualidad, que se encuentra mediada por un conjunto de construcciones sociales que nos indican cómo actuar con nuestros propios cuerpos y los de los otros; adicionalmente, existe una regionalización de los lugares donde podían hablarse (y practicarse) ciertos comportamientos relacionados con el uso del cuerpo, en este caso, el sexo. En sus trabajos sobre el tema de la sexualidad, este autor mostró que fue en el siglo XVII cuando se produjo en Occidente un cambio que él denomina “victoriano”, en el que el sexo se convierte en un tema del interés y control estatal; la “población” como preocupación central y fuente de riqueza requiere de controles que garanticen su crecimiento y salud; al mismo tiempo, la sexualidad queda confinada a la pareja y es excluida de la niñez. Esto generó un biopoder que eventualmente internalizó los controles sobre nuestras prácticas sexuales y de uso del cuerpo. El sexo, al ser una actividad confinada a las parejas formalmente casadas, también fue acotado en el tiempo, para poder desempeñar la serie de labores que implicaban los papeles de padre, madre, esposo(a), trabajador(a), proveedor (a), etcétera (Foucault, 1977).

El turismo es una actividad que se transformó para convertirse en una salida a aquellas rutinas y actividades impuestas por nuestros roles sociales, incluidos los del uso del cuerpo y la sexualidad. Los espacios turísticos pasaron a constituirse como “lugares traseros” de comportamiento (Velázquez García y Clausen Balslev, 2012), en los que se promovió e institucionalizó este uso diferenciado del tiempo (levantarse tarde, descansar, desvelarse, etcétera), del cuerpo (distinto tipo de ropa, mostrar el cuerpo, informalidad de estilo, etcétera) y de la sexualidad (desenfreno, encuentros furtivos, sexo sin consecuencias morales o en las relaciones cotidianas, etcétera).

Las diversas formas de desarrollar la sexualidad están relacionadas con los mecanismos de control instaurados por las sociedades contemporáneas, pero también con los procesos de individualización (Foucault, 1977). El turismo se ha convertido en uno de los nuevos escenarios para desarrollar la sexualidad, a la que durante la era victoriana se le intentó confinar a los dormitorios del matrimonio; la exposición del cuerpo y el ejercicio de la sexualidad son dos de los grandes atractivos del turismo moderno. Durante la noche, los lugares turísticos han comenzado a ofrecer todo tipo de comodidades para diversos tipos de prácticas eróticas o sexuales. La novela de Michel Houellebecq Plataforma (2002) plantea de manera clara y extrema esta relación entre turismo y sexualidad.

 

Los usos de la luz (artificial) durante la noche turística

En los últimos años ha surgido una creciente conciencia acerca de los impactos negativos que la iluminación excesiva tiene sobre el medio ambiente y la salud humana; la luz artificial se considera hoy en día como una fuente potencial de contaminación ambiental. Debido a que muchas especies en los ecosistemas terrestres y acuáticos usan el nivel de luz ambiental para regular su metabolismo, crecimiento y comportamiento, la contaminación lumínica ecológica produce desorientación e impacta estos ciclos naturales, incluso interrumpiendo el comportamiento de organismos a muchos kilómetros de la luz (Longcore y Rich, 2004).

Han surgido críticas relacionadas con la iluminación excesiva en relación con preocupaciones más estéticas. La contaminación lumínica oscurece las estrellas nocturnas y reduce las potencialidades estéticas de la luz. Quizás la proliferación de la iluminación también haya dado lugar a prácticas contemporáneas que implican la salida de la ciudad en busca de la oscuridad y los paisajes iluminados afectivos, haciéndose eco de la atracción de larga data de los fuegos artificiales. La aparición de ubicaciones en los cielos oscuros, por ejemplo, en Flagstaff en Arizona, el Dark Sky Park en el Bosque Galloway de Escocia (Edensor, 2013), la Isla del Canal de Sark, atrae a turistas que desean presenciar cielos estrellados sin la interferencia del ambiente brillante. Del mismo modo, recientemente ha habido un crecimiento del turismo a Islandia, Canadá y Noruega para ver la aurora boreal en lugares árticos lejos de las luces urbanas, donde la oscuridad es un requisito previo para una experiencia deseable (Edensor, 2010). Las atracciones rurales que dependen del uso imaginativo de la iluminación en espacios oscuros se están desarrollando de manera similar. Como algunos informes académicos han señalado recientemente, la luz y la oscuridad, más que como realidades opuestas, deben entenderse como elementos complementarios; las cualidades sensoriales y estéticas dependen en gran medida de la co-presencia y la transición de una condición a la otra (Edensor, 2015; Morris, 2011).

Una aspiración reciente entre un número cada vez mayor de municipios para considerar la iluminación urbana como una herramienta para el desarrollo del turismo nocturno está motivada principalmente por la idea de que las nuevas formas espectaculares de iluminación brindan la oportunidad de atraer visitantes y turistas, lo que lleva a un creciente número de ciudades a incluir explícitamente el desarrollo del turismo nocturno entre los objetivos de sus políticas y estrategias de iluminación (Guo et al., 2011). Dichas perspectivas también han sido adoptadas por las autoridades locales y los diseñadores, lo que redirigió las políticas de planificación de la luz para que la noche y la oscuridad se encuentren nuevamente. Por lo tanto, el turismo se convierte en una lente para analizar y comprender cómo la oscuridad y la luz son construcciones dinámicas y pueden dar forma a la vida social y cultural de la ciudad y también a los paisajes sensoriales a través de la explotación del tiempo y el espacio. Lejos de ser un paso atrás, reafirma el poder simbólico que subyace en el uso de la oscuridad y la noche.

 

Conclusiones: el turismo y la noche

Como buscamos argumentar a lo largo de este artículo, la noche (la forma en que la usamos, interactuamos durante ella y la entendemos) es un fenómeno social. Las interacciones humanas durante este periodo del día se han ido transformando sustancialmente a partir de la industrialización y la modernización. A pesar de ello, persisten ciertos habitus e imaginarios sobre la noche heredados de creencias sociales como las religiones o los procesos de civilización de los que nos habló Elias.

El turismo es un espacio de interacción y producción social en el que los individuos viajeros pueden tener experiencias fuera de su cotidianidad, salir de las “máscaras” que usan en los espacios de sus profesiones y lugares de origen, para luchar por esa conservación de la individualidad y al mismo tiempo de su pertenencia a un grupo (Simmel, 2009). La noche es uno de los momentos en los que este tipo de procesos de desarrolla de una forma más clara en los lugares turísticos.

Uno de los elementos que hace atractivo al turismo es la aparente salida que nos proporciona de algunos de los controles civilizatorios y de la modernidad, entre ellos el uso del tiempo y la sexualidad. La noche, durante las vacaciones, permite un uso del tiempo fuera de las restricciones que nos imponen los horarios laborales o de estudio, y aparece como un terreno franco libre de muchas de las contradicciones que mencionamos y que han servido para regular los comportamientos durante la oscuridad. En otras palabras, la noche es uno de los principales atractivos del turismo frente a los controles de nuestra vida cotidiana.

El turismo contemporáneo ha comenzado a utilizar la noche no sólo en su carácter de práctica que nos permite salir de reglas o prácticas cotidianas, sino como un valor en sí que ofrece experiencias visuales y sensoriales distintas a las que se pueden obtener en el día, aun usando los mismos edificios o espacios que son visitados o utilizados durante el día. La noche es un nuevo producto dentro del turismo. A este respecto, sugerimos explorar los imaginarios y las prácticas que valoran positivamente la oscuridad y la noche, y que también refutan los ideales hegemónicos que dieron forma a la iluminación moderna de la ciudad y cómo esto influye en el futuro de la noche y las experiencias de oscuridad tanto para los residentes locales como para los turistas. Los usos y los entendimientos de los potenciales de las experiencias turísticas formarán cada vez más parte del desarrollo urbano. Nuestro punto central en este documento es que conciliar las diferentes normas, valores y percepciones utilizadas para guiar el diseño o el gobierno de la oscuridad y la noche no es sólo un debate acerca de los significados que están en juego, sino también una cuestión de los procesos sociales apropiados y arreglos institucionales mediante los cuales la sociedad evalúa y adjudica significados y reclamos de identidad en competencia.

 

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Recibido: 11 de septiembre de 2019

Aceptado: 17 de agosto de 2020

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