Sergio López Ayllón*, David Arellano Gault** y Guillermo M. Cejudo***
*Doctor en derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México. Director general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) y profesor de la División de Estudios Jurídicos. Temas de especialización: derecho a la información, regulación y políticas públicas, sociología del derecho y derecho comercial internacional. Carretera México-Toluca 3655, Santa Fe, Altavista, Álvaro Obregón, 01210, Ciudad de México.
**Doctor en Administración Pública por la Universidad de Colorado, Denver. Profesor investigador de la División de Administración Pública del CIDE. Temas de especialización: transparencia, corrupción, innovación e implementa-
ción de políticas públicas.
***Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Boston. Profesor investigador de la División de Administración Pública del CIDE. Temas de especialización: políticas públicas, gobierno abierto y federalismo.
El Centro de Investigación y Docencia Económicas (en adelante CIDE) es un Centro Público de Investigación (CPI) del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), especializado en ciencias sociales y principalmente financiado con recursos públicos. Nació con un doble propósito. Por un lado, constituirse como un centro de pensamiento para el Estado mexicano; por otro, tener una vocación académica, científica y crítica, con una agenda de investigación que buscaba pertinencia e incidencia, al mismo tiempo que ofrecía a los jóvenes mexicanos y latinoamericanos una alternativa de formación en México que fuera de calidad internacional.
Actualmente cuenta con una planta de 128 profesores investigadores titulares,1 de los cuales 28 son cátedras Conacyt, y con dos sedes, una en Santa Fe, en la Ciudad de México, y una en la ciudad de Aguascalientes. Está organizado en seis divisiones académicas (Economía, Administración Pública, Estudios Políticos, Estudios Internacionales, Historia y Derecho) y en cinco programas interdisciplinarios (Rendición de Cuentas, Migración, Regulación y Competencia, Política Educativa y Política de Drogas). Cuenta, además, con tres unidades de vinculación: el Laboratorio Nacional de Políticas Públicas (LNPP),2 el Centro para el Aprendizaje en Evaluación y Resultados de América Latina y el Caribe (CLEAR LAC)3 y el Centro Latam.4 Estos dos últimos tienen importantes financiamientos internacionales.
El CIDE nació en 1974, resultado de una “larga trama en la que se entrecruzan ciencia, política, desarrollo y educación en México” (Tenorio, 2009: 21). Como se dijo antes, surgió con un doble propósito. Indica Mauricio Tenorio que, por un lado, buscaba constituirse como un centro de pensamiento para el Estado mexicano. Una especie de think-tank a la mexicana, que permitiera dar cauce a las disputas políticas y económicas sobre el modelo de desarrollo del país. Por otro lado, el CIDE surge con una vocación académica, científica y crítica; con una agenda de investigación que buscaba, como ya se dijo, pertinencia e incidencia, y brindar a los jóvenes latinoamericanos una alternativa de formación que pudiera compararse con los mejores centros de investigación del mundo (Martínez Tarragó, 2009; CIDE, 2009). No es casualidad que las divisiones de Economía y Administración Pública y sus programas académicos sean los más antiguos y consolidados. Desde entonces, son parte central, con un perfil propio, del estudio sistemático de esas disciplinas en México (Castañeda, 2015; Méndez, 2017).
Asimismo, el CIDE nació abierto al mundo. Eran tiempos convulsos en América Latina, y el CIDE ofreció espacios a muchos economistas, sociólogos, pensadores y políticos de diversos países latinoamericanos como Argentina, Chile, Uruguay, Perú y Brasil, y se benefició enormemente de ello. El CIDE se convirtió en la casa de muchos . Esa vocación perdura y una parte importante de la planta académica del CIDE es originaria de otros países, principalmente de América Latina.5
A pesar de ser relativamente pequeño, el CIDE ha logrado, a lo largo de los años, tener una presencia relevante en el campo de las ciencias sociales en México. En sus primeras décadas de vida, destacó en los estudios sobre economía mexicana, empresas trasnacionales, distribución del ingreso y agricultura, muchos de ellos plasmados en la revista Economía Mexicana. Además, fue pionero en México en tener un área de matemática aplicada especialmente enfocada en la formalización de la teoría económica. En administración pública, el CIDE realizó diversas investigaciones originales sobre la gestión de la empresa pública, en esa época fundamental en la operación del Estado mexicano. También fueron innovadores los esfuerzos por estudiar sistemáticamente la política estadounidense (publicados en la Carta Mensual. Estados Unidos, perspectiva latinoamericana) y la política exterior mexicana. También cabe señalar la reflexión sobre la integración y el desarrollo regional. De ello dan testimonio los artículos publicados en la revista Economía de América Latina (1978-1990) (Tenorio, 2009).
A partir de 1982, y como resultado de la crisis económica y política, el CIDE entró en un letargo intelectual que mantuvo viva la institución, pero sin la chispa de los primeros años. Fue hasta la llegada de Carlos Bazdresch, en 1989, que la institución tuvo una sacudida profunda que la renovó y le dio un nuevo aire. En palabras del entonces director en ese periodo (1989-1994), “la institución experimentó un proceso de cambio acelerado” (Bazdresch, 2009: 229).
Desde entonces el CIDE ha vivido un proceso de institucionalización de ese cambio que ha permitido que el centro crezca y se consolide como un referente en las ciencias sociales en México. Fiel a su doble vocación, ha buscado incidir en el espacio público, al mismo tiempo que ha mantenido rigor intelectual, inserción en la academia global y espíritu crítico. El CIDE ha estado presente en la mayor parte de los debates nacionales y ha impulsado diversas agendas que, aunque hoy parecen normalizadas, en su momento fueron disruptivas del estatus en temas diversos. Se pueden plantear ejemplos como el federalismo, la construcción de instituciones democráticas, la procuración e impartición de justicia, el servicio profesional de carrera, la evaluación de políticas públicas, la medición de la pobreza. Más recientemente se puede encontrar el estudio de la política de drogas, la competencia económica, la rendición de cuentas, la corrupción y el estudio de las violencias. Estos son sólo ejemplos de una agenda mucho más amplia.
Las dos caras del CIDE
El CIDE como centro de investigación especializado en ciencias sociales es resultado de su peculiar historia, de su contexto y de sus especificidades. En efecto, es un centro público financiado con recursos presupuestales federales y orgánicamente forma parte de la administración pública paraestatal. El CIDE no es una institución aislada, sino que integra, junto con otros 26 centros de investigación, el Sistema Nacional de Centros Públicos de Investigación (CPI) del Conacyt, que en conjunto constituye la segunda fuerza de investigación y desarrollo tecnológico del país, sólo superada por el sistema de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).6
Lo anterior ha implicado un proceso de comunicación y coordinación con otras organizaciones académicas poco frecuente en el medio científico mexicano. El CIDE, a diferencia de otras instituciones de educación superior (IES), es un centro especializado, que es parte de una red de otros centros con los que comparte una lógica. Ésta es básicamente el tener como prioridad la investigación y la docencia, siempre desde un espacio comparativamente pequeño y focalizado, tanto en términos de número de investigadores y alumnos como de infraestructura.
En el mundo de las IES, los centros públicos pueden ser considerados como “lanchas rápidas”, espacios que, por su tamaño y especialización, pueden unir investigación, docencia, internacionalización, difusión y vinculación de maneras muy particulares, focalizadas y flexibles. Por su tamaño y especificidad, pueden “moverse” más deprisa y adaptarse a los cambios más fácilmente. El CIDE no es la excepción. Como centro público nace incluso de esa manera: como un espacio público, pero de una dimensión que le facilita ser adaptable para acercarse con mayor flexibilidad a realizar investigación y docencia concentrada y estratégicamente definida.
En este contexto institucional, que es relativamente reciente (se conforma a partir de finales de los noventa y con mucha mayor claridad con la expedición de la Ley de Ciencia y Tecnología de 2002), el CIDE, por su especificidad, ha guardado esa doble vocación que tuvo desde su origen. Por un lado, ser un centro de investigación científica inserto en la academia global; por el otro, desarrollar investigación aplicada que resulte pertinente para el diseño y la evaluación de las políticas públicas de los diferentes gobiernos en turno. Analizaremos enseguida estas dos facetas del quehacer de la institución.
El CIDE en la academia global
Una de las claves de la existencia y evolución de un centro de investigación como el CIDE ha residido, en muchos sentidos, en su flexibilidad y su capacidad para adoptar modelos organizacionales novedosos y atrevidos para el contexto de las grandes IES de un país como México. Desde sus orígenes, el CIDE adoptó una marca particular: investigación y docencia de calidad comparable a escala global.
En particular, a partir de los años noventa el CIDE adoptó un modelo organizacional basado en la evaluación permanente tanto del trabajo de sus investigadores como de las contribuciones y los impactos producidos. Se asumió explícitamente que la única manera de lograr dichos impactos y contribuciones tendría que ser a través de interactuar y medirse en la arena global del conocimiento. Un modelo atrevido y arriesgado en el contexto mexicano, pero similar al que en muchos países de Europa y Norteamérica se ha seguido desde hace algunas décadas.
Así, a finales de los noventa, el CIDE adoptó ya de manera clara diversas prácticas, estructuras y formatos de organización de la academia que apenas estaban permeando en México. Nos referimos, por ejemplo, a cuestiones como el énfasis en la publicación en revistas y editoriales arbitradas bajo lógicas de doble ciego; el ingreso vía convocatorias públicas y seminarios, y formas de evaluación constante y permanente como requisito de estabilidad, incentivos y permanencia. Este modelo se institucionalizó en el Estatuto del Personal Académico de 2005.7
Publicar en revistas arbitradas y editoriales de estándar internacional implicó una transformación significativa en las formas y maneras de hacer investigación. Publicar en esas revistas o editoriales implicaba interactuar, e incluso competir, en la arena global de las ideas y la investigación. Para hacerlo exitosamente, era indispensable redirigir la cultura organizacional hacia una vinculación intensa con instituciones y grupos de investigación que estuvieran en esa misma lógica de competencia global.
Por ello, los profesores del CIDE participan regularmente en los principales espacios académicos de cada una de sus disciplinas, hacen estancias sabáticas en universidades reconocidas, particularmente en Estados Unidos y Europa, y son integrantes de los comités editoriales de algunas de las principales revistas académicas de sus campos. En contraparte, el CIDE ha organizado conferencias y seminarios de alcance global que han convocado a los principales investigadores en ciencias sociales del mundo,8 y regularmente organiza seminarios y conferencias en las que participan especialistas de todo el mundo en intercambio académico con los profesores del CIDE. Las revistas académicas del CIDE están entre las más reconocidas de la región. 9
Construir una comunidad de investigación en permanente evaluación bajo estos parámetros de inserción global implicó una reforma profunda a los esquemas de apoyo y direccionamiento de las prioridades de investigación, de los sistemas de incentivos y de vinculación.10
Así, las reglas institucionales generan estímulos para alcanzar altos estándares. Los mecanismos de evaluación y las reglas de incentivos a la publicación reconocen la investigación dictaminada y privilegian los espacios (sean revistas o editoriales) de mayor prestigio, a partir de criterios construidos por una mezcla de indicadores internacionales y decisiones de cada división. Esto explica por qué la mayor parte de la producción académica del CIDE en los últimos tres años tiene lugar en artículos y capítulos de libros.
Así, en los últimos tres años, dos terceras partes de la producción académica fueron dictaminadas, y más de la mitad de la producción dictaminada fue en revistas o editoriales en los índices más exigentes. Un análisis más detallado muestra que del conjunto de publicaciones, 40% son coautorías; de ellas, dos terceras partes son con autores externos al CIDE.
Además, diversos estudios han mostrado que las divisiones de Economía, Estudios Políticos y Estudios Internacionales (Altman, 2012; Arteaga y Flores, 2013; Castañeda, 2015) se encuentran entre los departamentos del país o de la región con mayor impacto internacional.
El CIDE en la arena pública y la investigación aplicada
El camino de la academia internacional permitió que la investigación que se hace en el CIDE se construyera en una lógica de puente. Esto dio como resultado un esfuerzo por introducir prácticas, ideas y discusiones que se estaban llevando a cabo en la arena global y que podrían ser piezas relevantes para reformar y democratizar a un país como México.
Ofrecemos algunos ejemplos. La idea de que resultaba necesario construir esquemas de diseños institucionales y organizacionales más abiertos, menos verticales, vigilados desde diversos actores políticos y de la sociedad civil. También tenía que transparentarse el poder, evaluándolo constantemente, como medio para controlarlo mejor. Más allá, se pensó que una democracia fuerte tendría que controlar y hacer rendir cuentas al poder, creando espacios para empoderar efectivamente a diversos grupos sociales a través de mecanismos no sólo de participación, sino de vigilancia y rendición de cuentas. De igual forma, había que explicar críticamente y acompañar un cambio de modelo económico que se vivía en la región, lo que requirió nuevos métodos de análisis y líneas de investigación, entre los que destacaron la medición de la pobreza y los programas sociales, las finanzas públicas, la inclusión financiera y, más recientemente, la economía ambiental y la competencia económica.
Otra idea central fue que debía transformarse la lógica gubernamental, de una basada en el patronazgo y el sistema de botín, a otra basada idealmente en el mérito. De aquí la necesidad de construir un servicio profesional de carrera para la administración pública. Además, se avanzó la necesidad de construir espacios autónomos dentro del mismo Estado, con el fin de asegurar un equilibrio entre las decisiones políticas y partidistas y las razones “técnicas”.
Estos son algunos de los temas de los que el CIDE buscó ser puente, traductor y diseñador. Una investigación, se dice en el discurso del propio CIDE, pertinente y de impacto, capaz de publicar en los espacios más exigentes arbitrados y de competencia en la arena global, pero al mismo tiempo comprometida a apoyar a la construcción de instituciones y organizaciones más democráticas (bajo la luz de los ideales y valores antes dichos, altamente influidos por muchas de las discusiones que se estaban y están dando en la arena global en estos temas); es decir, más abiertas, más vigiladas, menos verticales, más sustentadas en una rendición de cuentas clara, transparente y abierta.
Bajo esta lógica de ser un puente es que, al menos en diversos temas de especialización del CIDE, la institución intentó transferir y adaptar las discusiones y las herramientas que en estas cuestiones se estaban generando en la arena global, produciendo conocimiento, pero también buscando inducir, proponer y hasta participar en la aplicación de dicho conocimiento y sus herramientas. Como un centro especializado en diversas ciencias sociales, el CIDE entonces apostó por un modelo organizativo de alta exigencia y presión, con el fin de estar en capacidad de dialogar en la arena global de la investigación y el conocimiento, construyéndose como puente de diversas ideas que buscaban erigir una sociedad democrática más abierta, menos vertical, más vigilada y transparente.
Como ejemplo, puede mencionarse la investigación y el impacto que se generó a partir de ella en el debate público mexicano y en la toma de decisiones en materias diversas que han marcado la trayectoria del país en los últimos años. El CIDE es reconocido por su investigación sobre el federalismo y la agenda de reforma municipal, que estuvo alimentada por la experiencia del Premio de Gobierno y Gestión Local que por más de tres lustros convocó el CIDE, que generó investigación publicada y sirvió para articular redes aún vivas (Cabrero, 2002). Desde inicios del siglo, se ha impulsado la investigación sobre la transparencia y la rendición de cuentas, que no sólo se ha consolidado como una de las líneas de investigación en las que el CIDE es líder regional (Merino, López Ayllón y Cejudo, 2010), sino que dio lugar a la construcción de la Red por la Rendición de Cuentas, que tuvo un papel central en el impulso de varias reformas constitucionales y legales en estas materias, y que ahora busca ampliar su alcance hacia lo regional. Algo equivalente ocurrió con el servicio profesional de carrera: el CIDE realizó estudios pioneros y diagnósticos, sirvió como foro para aglutinar a especialistas que impulsaran la agenda, se capacitó a los primeros encargados de su desarrollo y participó en la evaluación de la implantación del sistema en varias etapas.
Desde la División de Estudios Jurídicos se llevó a cabo investigación sobre personas privadas de la libertad; se levantaron las primeras encuestas sobre las condiciones de su arresto, juicio y sentencia, que sirvieron para la estandarización de la información, que actualmente recoge ya regularmente el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Se incidió en el diseño de la reforma penal acusatoria de 2008 y también se llevó a cabo el proyecto de Justicia Cotidiana, que generó un diagnóstico para acercar la justicia ordinaria a las personas y dio como resultado concreto varias reformas constitucionales y legales, entre otras, en materia laboral y solución alterna de conflictos (Martín Reyes, 2018).
La División de Economía colaboró activamente en la regulación de los precios del gas natural (Rosellón, 2008) y ha influido en la discusión sobre la regresividad del gasto social y del precio de los combustibles. La División de Estudios Internacionales realiza regularmente la encuesta sobre opinión pública y política exterior que, en el marco del proyecto México, las Américas y el Mundo, ha incidido en la comprensión de las percepciones y
los valores de los ciudadanos de la región frente a los temas globales (Maldonado et al., 2016).
Otro ejemplo del trabajo del CIDE es la Agenda de Evaluación y Monitoreo de Políticas Públicas, en particular la política social, que ha tenido una fuerte presencia tanto en la División de Economía como en la de Administración Pública y en el ya mencionado CLEAR, desde la realización de la Encuesta Nacional sobre Niveles de Vida de los Hogares (ENNVIH) como esfuerzo pionero desde 2002 para estudiar las distintas dimensiones del Bienestar, hasta las evaluaciones de los principales programas y estrategias de política social: Oportunidades (Parker y Tood, 2017), Seguro Popular, Cruzada Nacional contra el Hambre (Coneval, 2016), Programa de Estancias Infantiles, etcétera.
La misma trayectoria se observa en temas más recientes, que responden a la misma lógica, que es conjuntar la investigación de calidad, publicada en los espacios más reconocidos por la comunidad científica, con la pertinencia en el debate público. En particular se puede citar el estudio de la política de drogas, que cuenta con un programa interdisciplinario basado en la sede Región Centro del CIDE. De la misma manera, la investigación sobre las violencias, que reúne a profesionales de varias divisiones en uno de los grupos de investigación más sólidos en la región sobre la materia. La justicia transicional (CIDE, 2018), la discriminación en el sector privado (Martínez Gutiérrez, 20019; Miranda Caso et al., 2019), la interacción entre género y elecciones (Langston y Aparicio, 2011; ONU Mujeres, 2018) o el estudio del nepotismo en el Poder Judicial (Pozas Loyo y Ríos Figueroa, 2018; Ríos Figueroa, 2019) son ejemplos recientes de los aportes que se han generado.
Adaptación a los nuevos retos
En 2013, al escribir sobre qué podemos decir sobre el futuro de las ciencias sociales, Stephen Turner indicaba:
[las] discusiones sobre el futuro de los campos de investigación son casi siempre erróneas, como cabría esperar, y esto es especialmente cierto en las ciencias sociales. Las predicciones son una mezcla de extrapolación de tendencias existentes y juicios acerca de qué tendencias pueden ser fructíferas y continuar; juicios que típicamente están basados en wishful thinking (Turner, 2013: 187).
Probablemente las afirmaciones recientes sobre el futuro de las ciencias sociales padezcan de los mismos problemas, pero hay algo cierto: la forma de hacer investigación y los temas que se investigan están cambiando. Y las instituciones que, como el CIDE, se dedican a hacer investigación desde México en ciencias sociales están adaptándose a esos cambios.
No se trata de un asunto de coyuntura, como un nuevo gobierno o una metodología innovadora. Son desafíos estructurales que, sin embargo, obligan a volver al compromiso básico de la investigación social: usar el método científico para generar conocimiento y buscar que ese conocimiento sirva siempre para comprender el mundo y transformarlo. El primer desafío será el de preservar los más altos estándares en la investigación. En un mundo de la ciencia donde se están revolucionando las formas de producir conocimiento, se multiplican las fuentes de información (por ejemplo, con la disponibilidad de grandes datos), las metodologías se vuelven cada vez más sofisticadas, complejas y, en algunos casos, automatizadas, los mecanismos de transmisión se diversifican y hay innovación en las vías para publicar.
El segundo desafío es el de mantener el compromiso de incidencia frente a problemas cambiantes a nuevas formas de interacción con los gobiernos. “El Estado ha cambiado la forma de demandar conocimiento. Este cambio modifica el gobierno de la ciencia, las instituciones de educación superior y la producción de saberes” (Escobar, 2014: 19). El CIDE comparte con nuevos espacios la generación de conocimiento y la preocupación por la incidencia en las decisiones públicas. Muchas instituciones nacionales han impulsado laboratorios de incidencia, han creado unidades de vinculación y han buscado trabajar de forma más cercana con los tomadores de decisión. Al mismo tiempo, think-tanks, consultorías y organismos internacionales ofrecen servicios que pueden adaptarse mejor a las prioridades coyunturales de los gobiernos. El desafío del CIDE es preservar su nicho de investigación aplicada informada no por demandas concretas de funcionarios, sino por el propósito de entender y resolver problemas públicos, siempre bajo los estándares de producción científica.
El tercer reto, que compartimos con las universidades de todo el mundo, es el creciente desprecio por el conocimiento científico, sobre todo cuando éste es enarbolado por los líderes políticos. No es un desafío simple: la academia debe lidiar con el rechazo a la investigación científica que se refleja en la posición de líderes mundiales (como los actuales presidentes de Estados Unidos o de Brasil) frente a la crisis ambiental global; el asedio a los académicos en Turquía o Hungría por la autonomía de pensamiento que los vuelve sospechosos frente a los afanes autoritarios; o, simplemente, el desconocimiento de la importancia de la investigación científica pausada, cuidadosa y llena de matices en una discusión pública donde predominan el dato inmediato, la afirmación contundente y el debate polarizado.
Conclusión
Unas ciencias sociales de vanguardia, pertinentes y con impacto real, seguirán siendo un reto en un país con recursos limitados y grandes problemas. El CIDE ha apostado por un modelo de centro público de investigación, no exento de dificultades, pero que sigue siendo válido ante las necesidades de un espacio de discusión abierto, técnico y competitivo internacionalmente, basado en investigación de vanguardia, siempre en la búsqueda de nuevos y mejores métodos de pesquisa y docencia, de vinculación y de producción de conocimiento socialmente útil.
Queda claro que no existen recetas o soluciones sencillas para lograr todo esto. Al final de cuentas, en una sociedad democrática, se requiere de un equilibrio entre diferentes tensiones. En otras palabras, unas ciencias sociales que sean capaces de ofrecer un espacio viable para construir alternativas concretas para alcanzar el desarrollo inclusivo y justo, a través de instrumentos y decisiones evaluables y mejorables, todo en un ambiente de pluralidad de intereses y valores. Se trata de un equilibrio nada sencillo de alcanzar, pues al final de cuentas, construir alternativas y soluciones en una sociedad democrática implica diálogo, conflicto entre intereses plurales y de voces diversas, en un perenne espacio de recursos limitados. Inclusión, justicia, viabilidad, batalla de ideas y de evidencias, capacidades reales de decisión-acción, mecanismos para dialogar, deliberar y participar, son sólo algunos de los retos genéricos que las ciencias sociales están enfrentando.
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