Upper class, management and public function in Argentina
Victoria Gessaghi*, Matías Landau** y Florencia Luci***
*Doctora en Antropología Social por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, uba. Temas de especialización: educación y desigualdad social. Puan 480 4to. Piso, oficina 464, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
**Doctor en Sociología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS). Instituto de Investigaciones Gino Germani (IIGG), uba. Temas de especialización: las transformaciones en la ciudadanía, la cuestión social y las élites políticas en Argentina. Presidente J. E. Uriburu 950, 6to piso (C1114AAD), oficina 19, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
***Doctora en Sociología por la ehess. IIGG, UBA. Temas de especialización: élites corporativas, management y procesos de trabajo y jerarquización en grandes empresas.
Resumen: Desde 2015, el gobierno de Mauricio Macri en Argentina ubicó a exitosos dirigentes de empresa y herederos de apellidos patricios en la más alta función pública. A partir del análisis de entrevistas con secretarios, subsecretarios y directores nacionales, así como de fuentes documentales, este artículo indaga sobre las experiencias formativas, laborales y de socialización de quienes integran el gabinete nacional; se propone describir las características sociopolíticas que dieron origen y se expresan en el gobierno de Cambiemos, a la vez que documentar las concepciones sobre el mundo social de un sector privilegiado de la sociedad argentina.
Palabras clave: clase alta, empresa, función pública, Argentina, Cambiemos.
Abstract: In 2015, the victory of the Cambiemos alliance meant the arrival of prominent managers of large companies and heirs of patrician surnames to the highest public function. Based on the analysis of interviews with secretaries, undersecretaries and national directors, as well as on documentary sources, this article explores the formative, labour and socialization experiences of those who make up the national cabinet. It aims to describe the socio-political characteristics that gave rise to, and are expressed in, the government of Cambiemos, while documenting the conceptions about the social world of a privileged sector of Argentine society.
Keywords: upper class, management, public function, Argentina, Cambiemos.
El triunfo de Mauricio Macri en las elecciones presidenciales de 2015 en Argentina tomó por sorpresa a buena parte de las ciencias sociales locales, que hasta entonces habían dedicado escasa atención al fenómeno social y político que expresaba el nuevo gobierno. El mandatario conformó un gabinete en el que sobresalían individuos de su círculo de sociabilidad, pertenecientes al entramado que se reconoce como “la clase alta argentina”. Muchos de ellos contaban con extensas trayectorias en el mundo empresarial y escasa participación en la gestión pública.
El nuevo elenco gobernante articuló universos que hasta entonces las ciencias sociales argentinas habían estudiado en forma relativamente independiente. Algunos trabajos de sociología política habían analizado los procesos de construcción del partido del presidente, Propuesta Republicana (PRO), su experiencia de gestión en la Ciudad de Buenos Aires y sus estrategias de nacionalización partidaria (Vommaro, Morresi y Belloti, 2015; Vommaro y Morresi, 2015; Landau, 2018; Mauro, 2015; Mauro y Bruso, 2016). Creado por Macri, el PRO se ha impuesto, desde 2005 hasta el presente, en todas las elecciones locales en la Ciudad de Buenos Aires. Desde sus orígenes, incorporó a su núcleo dirigentes provenientes de los círculos de sociabilidad de las clases altas y logró constituirse en refugio para políticos radicales y peronistas1 desencantados de sus respectivos partidos. En poco tiempo construyó una alternativa atractiva para parte de las clases medias y populares porteñas. En 2015, luego de conformar la Alianza Cambiemos junto a la Unión Cívica Radical (UCR) y la Coalición Cívica, el PRO accedió al gobierno nacional.
La antropología de la educación había contribuido a conocer el vínculo entre las experiencias educativas y las formas de sociabilidad de las “familias tradicionales”2 (Gessaghi, 2016; Fuentes, 2015). La categoría familia tradicional se refiere a una forma de identificación propia de una red de grupos de parentesco que se vinculan entre ellos a través de sus apellidos, los que asocian —según representaciones ampliamente instaladas— al campo, la tierra y la “élite fundadora de la patria”. Tienen una “antigüedad” en el país previa a las inmigraciones masivas de principios del siglo XX. La clase alta o las familias tradicionales remiten a una trama de reconocimiento que se instituye a partir de un trabajo activo de distinción en el que el capital económico es invisibilizado como recurso y criterio de legitimación de la posición social.
Por último, la sociología del management había estudiado las consecuencias derivadas de las transformaciones de los modos de producción y organización del trabajo de las grandes empresas en Argentina y América Latina (Luci, 2016; Szlechter, 2015; Zangaro, 2011; Szlechter y Luci, 2014). Muchos de estos cambios han sido interpretados a la luz del concepto de “gramática managerial” (Luci, 2016), trama de prácticas (discursivas y no discursivas) que configuran el sostén normativo y moral en el mundo empresarial (pero que adquiere creciente relevancia en otros espacios, como la política o la intimidad). Dicha trama organiza los términos que clasifican y jerarquizan a los sujetos y sus interacciones, a la vez que ofrece los soportes valorativos que cargan de significado a esas relaciones y procesos.
El análisis que proponemos busca integrar estos universos analíticos —la alta función pública, la pertenencia a las familias tradicionales y la experiencia managerial— en torno a un objeto empírico común. Las características socioculturales de las principales figuras del primer gabinete formado por Macri nos brindaron la posibilidad de hacerlo. Adoptamos una estrategia metodológica cualitativa, y realizamos 20 entrevistas semiestructuradas a secretarios, subsecretarios y directores de diversos Ministerios: Agroindustria, Finanzas, Educación, Desarrollo Social, Ambiente y Desarrollo Sustentable, Modernización y Jefatura de Gabinete.
3 La variedad de áreas institucionales en los que los hallamos dan cuenta del carácter transversal de la presencia gubernamental de funcionarios del perfil estudiado. Las entrevistas reconstruyen sus trayectorias (vínculos familiares, recorridos educativos, laborales, su relación con el mundo de la política, con el tercer sector, etcétera), así como los modos en que describen e interpretan su rol en la alta función pública. Complementamos esta información con el análisis de entrevistas en medios periodísticos, páginas personales, perfiles profesionales, etcétera.
El objetivo de este artículo es explorar el modo en que las experiencias vitales de estos funcionarios articulan un modo específico de representar el mundo social. La selección de los entrevistados estuvo condicionada por la pertenencia a este triple universo que, desde luego, no incluye a la totalidad de los altos funcionarios. No es nuestro propósito analizar las características del gobierno macrista, sino indagar en las concepciones sobre el mundo social de un sector privilegiado que, desde la irrupción de los partidos de masas en el siglo XX, no había logrado consolidar una fuerza política electoralmente competitiva y acceder al gobierno a través del voto popular.4
Las conclusiones a las que arribamos buscan aportar a un debate incipiente en las ciencias sociales argentinas sobre el fenómeno sociopolítico que expresa el gobierno de Cambiemos. Algunas investigaciones recientes han señalado la presencia de un 30% de funcionarios nacionales provenientes del mundo empresarial (Canelo y Castellani, 2016). Otros trabajos analizaron los procedimientos, formales e informales, de “movilización” de los managers, estudiando algunas organizaciones claves, como el “G25”5 (Vommaro, 2017). Aquí nos proponemos explorar cómo los tres espacios de pertenencia mencionados articulan, en la experiencia de vida de los altos funcionarios públicos, una trama de prácticas y sentidos que nos permiten reconstruir cómo el compromiso político de estos sectores está fuertemente marcado por las experiencias acumuladas a lo largo de las trayectorias y los ambientes sociales transitados (Gaxie, 2002; Mahler, 2006).
Al mismo tiempo, nuestras interpretaciones pretenden contribuir a los análisis que indagan acerca de la relación entre las élites latinoamericanas y la política (Bunker, 2008; González-Bustamante, 2013; Joignant y Güell, 2011; Marenco y Serna, 2007, y Silva, 2009, por mencionar sólo algunos). Esto, creemos, posibilitará construir una mirada comparada acerca de la configuración de las “nuevas derechas” en la región (Alenda, 2014) y poner en perspectiva estos hallazgos en el contexto global. La literatura internacional que estudió las élites de los países desarrollados coincide en señalar la creciente mundialización de los intercambios y lazos sociales, así como la configuración de un espacio internacionalizado (conformado por redes de estudios, empresas, organismos) que contribuiría a reforzar y extender las relaciones entre las élites en todo el globo (Wagner, 1998; Godelier, 2005; Burt, Hogarth y Michaud, 2000). Este trabajo puede aportar a una mejor comprensión sobre la inserción internacional de las élites de los países periféricos.
El análisis contempla el reconocimiento a la sedimentación histórica de la que son producto las categorías en uso (Batallán y Campanini, 2018). Las argumentaciones de los entrevistados pueden ser analizadas como narraciones en las que es posible reconocer en el presente contenidos (signos, prácticas, creencias) que provienen de diferentes tiempos históricos, dando forma a una interpretación de la acción social en el campo de lo político (Ricoeur, 1984). A lo largo del trabajo rastreamos las huellas de dichas temporalidades en los relatos de vida de los funcionarios. Las tramas de historicidad contienen el esfuerzo por ubicar sentidos y prácticas en una línea temporal retrospectiva-prospectiva que permite al analista distinguir categorías de percepción del mundo social.
En las entrevistas es posible reconstruir un tiempo caracterizado por el proceso individual y grupal de incorporación a la función pública, como respuesta a una “movilización” y a un “reclutamiento” que permitió el acceso de individuos con escasos o nulos antecedentes en altos cargos ministeriales. En segundo lugar, un tiempo asociado con el desarrollo de la gramática managerial, que transformó las condiciones materiales de vida, los modos de sociabilidad y las visiones del mundo de una parte de las clases altas argentinas. Finalmente, un tiempo vinculado con la conformación de las familias tradicionales.
Sostenemos que es este anudamiento de diferentes temporalidades en el presente el que permite la articulación de experiencias que traman un sentido común y una visión del mundo del grupo analizado. Estas son, en primer lugar, la relación entre una sociabilidad ligada a la circulación por espacios donde priman las relaciones de familiaridad y cercanía, y una sociabilidad cosmopolita. En segundo lugar, el vínculo entre un estilo de vida asociado con la “tradición”, que constituye un espacio de identificación de larga data para las familias tradicionales, y una praxis “innovadora”, producto de la incorporación de la “gramática managerial”. En tercer lugar, la tensión entre la ajenidad respecto del mundo de la “política” y la necesidad de legitimar su incorporación a partir de una forma de un nuevo “compromiso público”. Estas tres tramas organizan el recorrido expositivo que sigue el artículo.
Sociabilidades familiares y redes internacionales
“No es un país muy grande este como para conocer cierta gente”, reflexiona el director de una repartición estatal que maneja un gran fondo de inversión institucional público del país. Lo hace al narrar el proceso de su incorporación a la función pública, luego de una extensa trayectoria profesional en el mundo de los negocios. “Lo conozco hace muchos años al presidente Macri. Y también conozco hace muchos años [a otros funcionarios], porque muchos trabajaron o en empresas o en finanzas o en etcétera”. Relatos similares se repiten en otros entrevistados que accedieron a sus puestos a partir de vínculos de amistad o de cercanía de larga data con el presidente o los ministros.
Al profundizar en estos vínculos, se descubre una sociabilidad6 (Agulhon, 1976; González Bernaldo de Quirós, 2001; Losada, 2008; Giorgi, 2014) que entrecruza colegios exclusivos de varones7, clubes de rugby, fundaciones y ong, grandes empresas locales y multinacionales, torneos de fútbol amateur, universidades privadas locales y centros de estudios extranjeros. A partir de su paso por estas instituciones, la mayor parte de nuestros entrevistados moldeó un sentimiento de pertenencia, aun cuando no se lo explicite de esta forma, a un grupo social exclusivo caracterizado por una serie de prácticas, ideas y valores compartidos.
Las clases altas buscan en ciertos colegios algo más que una buena educación, bilingüe y asociada a la religión católica: el reconocimiento y la pertenencia a un determinado círculo social (Gessaghi, 2016). Su exclusividad deriva de la celosa regulación y mediación a la cual está sometido su sistema de ingreso. En palabras de nuestros entrevistados, la decisión de haber ido o de mandar a los hijos a estos establecimientos se vive como parte de una tradición familiar, que ve en ellos la manera de fortalecer los “valores” necesarios para la realización de una “persona íntegra”. Como nos comentó un secretario, ex estudiante y padre de alumnos del Colegio Cardenal Newman,8 aun “sabiendo que académicamente hay colegios mejores”, allí se garantiza “la formación en el largo plazo de la persona”.
El pasaje por estas instituciones delimita una categoría de personas que se reconocen recíprocamente (Honneth, 1997). Es la marca de un nosotros que se caracterizaría por su calidad humana: “Hay pocos ex alumnos del colegio que son malos bichos”, nos dijo un secretario del área económica. “Entonces, la predisposición cuando te encontrás a alguien que te dice: ʽMirá, este es ex alumnoʼ, cinco años más chicos que vos, vos por ahí no lo conocés, arrancás pensando: ʽDebe ser un buen bichoʼ”.
La práctica de deportes (rugby y futbol) refuerza los vínculos de sociabilidad escolar. El primero es jugado inicialmente en el colegio y luego en el club con ex compañeros o acompañando a los hijos. El segundo, al realizarse fuera de la escuela, permite la incorporación de amistades externas a la institución educativa. Hijos de amigos de los padres, compañeros del country, etcétera, se integran en el equipo de futbol. El presidente ha organizado torneos de futbol amateur con sus principales amigos y conocidos. En diálogo con nuestros entrevistados, algunos de los cuales han participado de los mismos, el futbol y el rugby son recurrentemente nombrados como forma de forjar un espíritu solidario y una pertenencia grupal (Fuentes, 2015). “Me parece que es como parte de la formación del trabajo en equipo, de la interrelación con los otros”, dice un secretario de Estado al valorar el lugar que el Colegio Cardenal Newman le da al rugby.
Esta red de relaciones genera vínculos conexos que exceden lo deportivo, pero que permiten afianzar el reconocimiento mutuo, compartiendo el mismo universo de “valores”. Varios funcionarios crearon ong o fundaciones, apoyadas en financiamiento o vínculos con aportantes que les permitieron consolidar lazos y ganar cierto prestigio. Esto derivó en el acceso a la función pública.9 Un secretario del Ministerio de Desarrollo Social relataba que entabló vínculos con la ministra de esa cartera porque el hogar tenía relaciones de colaboración con el gobierno de la ciudad. Un subsecretario del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable se acercó a la vicepresidenta de la nación durante las cenas de aportes para su ong que brinda educación a niños con discapacidad. Encontramos además esposas y hermanas de funcionarios integrando la comisión directiva de asociaciones civiles de ayuda social que desarrollan programas ministeriales. En suma, instituciones y prácticas compartidas generan un espacio de sociabilidad común que configura un modo de estar y ordenar el mundo. Estudios como los de Michèlle Lamont (1992) mostraron que los procesos de construcción de fronteras simbólicas que atribuyen cualidades superiores que derivan en estatus de privilegio se sostienen a partir de una socialización con valores comunes. Buena parte de los entrevistados se integra en un “nosotros”, es decir, en un entramado de relaciones de reciprocidad y obligación. En esta red distintiva —que es dinámica y no exenta de conflictos—10 se producen y circulan creencias y prácticas que permiten sostener el control sobre recursos valiosos (Tilly, 2000).
Estudios sobre el nexo entre sociabilidad y política muestran que existe una relación entre las representaciones del vínculo social y las concepciones sobre lo político, entendido como la modalidad de existencia de la vida en común (González Bernaldo de Quirós, 2001; Agulhon, 1976). Alfredo Joignant y Pedro Güell (2011), Bastián González-Bustamante (2013), André Marenco y Miguel Serna (2007) mostraron que el compromiso político de las élites latinoamericanas está fuertemente marcado por las experiencias acumuladas a lo largo de las trayectorias y los ambientes sociales transitados. En el caso que aquí analizamos, los saberes, las creencias y las prácticas legitimados en este espacio de sociabilidad estrecho configuran formas de clasificación del mundo social que están en la base de muchas de sus concepciones económicas y políticas, y que no se comprenden si no es en relación con las experiencias vitales que han transitado. El plano de la elección de las instituciones educativas es un ejemplo de ello. Muchos de nuestros interlocutores, al explicar por qué habían decidido formarse en ciertas instituciones, tanto a nivel nacional como internacional, valoraban la “homogeneidad” que allí encontraban, o la construcción de un particular vínculo institucional. Un funcionario justificó la elección de una universidad extranjera por su parecido con la de la película La sociedad de los poetas muertos: un campus universitario “hermoso” en el que reinaba una “camaradería” entre alumnos y profesores y un “ambiente académico” que “no hay en Argentina”. Esta homogeneidad, que no es otra cosa que la cercanía social y el reconocimiento del otro como un semejante, impregna buena parte de su vida social: las cenas de recaudación de fondos, la vida del club, la actividad parroquial o la de ayuda social.
Sin embargo, los lazos de reconocimiento mutuo que las clases altas pueden y quieren efectivamente establecer no se reducen a redes que se legitiman en el espacio local. Ya desde el siglo XIX, las élites argentinas procuraron habitar un espacio social internacional: enviar a los hijos a estudiar a Europa o pasar las vacaciones y mantener lazos comerciales con el extranjero han sido prácticas habituales (Losada, 2008).
La larga duración (Braudel, 1985; Rockwell, 2000) del cosmopolitismo clásico, que las clases altas vernáculas cultivaron con ahínco, se articula y se hace compleja con una nueva relación con “lo internacional” que abre (y exige) otras posibilidades de participación y legitimación. Desde mediados del siglo XX, un conjunto de cambios culturales, tecnológicos y productivos transformaron la arena internacional y el tipo de intercambios sociales y formas de jerarquización que allí se producen. En especial, aunque no exclusivamente, la transnacionalización de las grandes empresas y las redes globales de estudios en negocios abrieron a nuevos sectores sociales la posibilidad de realizar trayectorias laborales y formativas antes exclusivas de los sectores más privilegiados (Wagner, 1998).
La “plebeyización” de la arena internacional, ahora abierta al gran público a través de la realización de una carrera empresarial, interpeló a parte de las clases altas. Nuevas formas de construcción de trayectorias exitosas, probadas bajo los mecanismos pretendidamente imparciales de selección meritocrática que propone la “gramática managerial”, marcan nuevas formas de jerarquización social y profesional que los involucran. Participar de esos espacios y de esas reglas del juego más abiertas constituye exigencias, al mismo tiempo que les permite reconvertir trayectorias profesionales en nuevos marcos que ahora aparecen como legítimos y valorados.
Casi la totalidad de los entrevistados cuentan trayectorias de formación en el exterior y carreras profesionales marcadas por los cambios de puestos, en diversas empresas y rubros. Hacer un MBA en Estados Unidos o Europa, trabajar en la filial de algún banco de primer nivel internacional, acceder a un cargo jerárquico en una multinacional, son parte central de sus biografías. Este derrotero es narrado con orgullo, ya que se enmarca en una experiencia que valora especialmente la adquisición de una “cultura cosmopolita” que ahora aparece traducida en los términos del mundo empresarial (Luci, 2016). Bajo la categoría de “competencias internacionales” se conjugan una serie de valores y prácticas tradicionales con formas de jerarquización propias de la lógica managerial actual. La valoración de la realización de una experiencia formativa o laboral en el exterior es justificada por la mirada sobre el lugar que ocupa Argentina en el mundo capitalista.11 La experiencia en el exterior “es extremadamente valiosa y es más relevante ahora que antes”, nos decía un director de la Administración Nacional de la Seguridad Social.
[…] porque estamos en un país marginal para lo que son las grandes economías del mundo, ¿no? Si uno mira nomás geográficamente donde queda, somos un país marginal, chico, y que estuvo bastante aislado durante mucho tiempo. Entonces crear las propias redes para estar conectado con el mundo y poder entender en otros lugares del mundo qué lugares ocupan otros países en el mundo, y lo que es el lugar relativo de Argentina, y la experiencia que le da a uno, es enorme. Yo soy un ferviente, ¿cómo se dice?, defensor, o advocate, de hacer experiencias afuera.
El contacto con el exterior es un aspecto que los funcionarios entrevistados viven como una práctica más de las habituales en su entorno social y laboral. Es por ello que las oportunidades de trabajo o de formación en Estados Unidos y, en menor medida en Europa, son vividas en forma positiva. Un secretario del Ministerio de Finanzas caracterizó la oportunidad de un trabajo en Nueva York como “súper natural”. “Me vino la oportunidad, me pareció divertido, y la tomé”. En muchos casos, el origen francés o inglés de parientes cercanos y una educación bilingüe facilitan la adquisición del lenguaje, y los contactos directos o indirectos con universidades o empresas extranjeras promueven el pasaje.
El paso por el exterior amplía los vínculos de origen, al entablar contactos con individuos y grupos nuevos, pero ello no implica la pérdida de las relaciones forjadas al calor de la sociabilidad local. En algunos casos, el hecho de haberse casado y tenido hijos en el exterior hace que la relación con el país siga siendo fuerte y sostenida. En otros, la experiencia extranjera creó o consolidó nexos con personas pertenecientes al vínculo de sociabilidad local.
Numerosos estudios muestran cómo la participación en una determinada red de relaciones influye positivamente en el desarrollo profesional (Burt, 1995; Granovetter, 1973). Asimismo, trabajos como los de Michèle Lamont (1992) o Axel Honneth ([1992] 1997) han señalado la importancia de la confianza y el reconocimiento en los procesos de integración. Nuestro trabajo de campo parece mostrar que la configuración de una sólida y relativamente cerrada sociabilidad local se extiende, profundiza y diversifica a partir de vínculos generados en estas experiencias internacionales. Estas últimas no sólo denotan una distinción cosmopolita, sino que suman una marca vinculada con nuevas formas de éxito en el mercado global.
Tradición e innovación
Los grupos de parentesco de las familias tradicionales detentan apellidos vinculados en el sentido común a quienes participaron en la creación de Argentina como nación, y que, a partir de fines del siglo XIX, se asociaron con las ideas propias de las élites terratenientes. El apellido no constituye sólo un patronímico, sino que a partir de él se construye una memoria genealógica que llega hasta el presente, a través del cual se delimitan formas de reconocimiento e interreconocimiento mutuo, conformando el tipo de sociabilidad referida.
Estas formas de sociabilidad están atravesadas por una multiplicidad de prácticas y visiones compartidas que sostienen una continuidad a partir de un discurso sobre “la tradición” que en cada contexto histórico se recrea para conectarse con un pasado que le sea adecuado. Esta tradición permite, aun en el presente, la construcción de una imagen de grupo homogéneo, olvidando su heterogeneidad y su historicidad.
La relación entre las familias tradicionales y la creación de la nación se prolonga, en el mito de origen de estos grupos, en la convicción de una articulación natural entre sus miradas sobre el mundo social y político y los destinos deseables de la nación. O, en sus palabras, en que sus acciones individuales no persiguen fines egoístas, sino el bien común. En el plano de las actividades económicas, han buscado instalar la idea de que, como reza el lema de la Sociedad Rural Argentina, “cultivar el suelo es servir a la patria”. Las actividades económicas que desarrollan, y que en muchos casos generan grandes fortunas, son presentadas como formas de contribución nacional. En sus discursos, la riqueza nunca es un fin en sí mismo. En consecuencia, una sólida posición económica no garantiza ser reconoci-
do como miembro de este círculo social. Por el contrario, la austeridad aparece como un criterio de distinción y legitimación de una posición de privilegio que en ocasiones se vincula con acciones solidarias. Éstas son presentadas como parte de la responsabilidad por ese privilegio, también como modo de devolver a la sociedad algo de lo que se recibió.12
La tradición a la que se asocian estos grupos incluye una dimensión que podríamos vincular con lo “político”, entendido como la modalidad de la existencia de la vida en común (Rosanvallon, 2003: 14). La misma no incluyó necesariamente la participación en la “política”, entendida como un campo específico (Bourdieu, 1981) o como una profesión (Weber, 1982). Implicó, en los distintos momentos históricos, un interés por legitimarse como un sector marcado por un compromiso con la sociedad.
En las trayectorias analizadas rastreamos interpretaciones sobre el pasado que devienen modos de evaluar los caminos que debiera seguir la nación. En sus trazos gruesos, estos sentidos se asocian con una concepción liberal en lo económico y conservadora en lo político que, desde la irrupción de los movimientos populares del siglo XX (primero el radicalismo yrigoyenista y luego el peronismo), diagnostican que los males del país se deben al “populismo”. Estas concepciones llegan hasta el presente. Así, encontramos entre nuestros entrevistados relatos que disputan concepciones sobre la historia, con una Argentina ideal en el centenario de 1910 y un camino descendente posterior. El “populismo” es, para esta mirada, la perdición de Argentina. Y la Argentina próspera fue la forjada por sus padres y abuelos.
Como evaluaba un funcionario de primera línea de la Administración Nacional de la Seguridad Social:
Para mí es una sociedad civil que se desentendió de la Constitución de Alberdi.13 Nos desentendimos absolutamente, se dejó el país en manos de gente que por ser militares, o advenedizos, o políticos que privilegiaban otras cosas, pero claramente no se respetó la Constitución que teníamos, y se convirtió en un país que hoy tiene unos desbalances fenomenales entre los poderes del Estado, desbalances fenomenales de desigualdad, desbalances entre las regiones del país, entre unitarios y federales,14 o sea… Y es hoy porque claramente no lo desarrollamos integralmente como país.
Las redes de sociabilidad que analizamos en el primer apartado no pueden ser simplificadas sólo como parte de un mundo tradicional. Desde hace aproximadamente medio siglo, las transformaciones en el mundo organizacional de las empresas capitalistas y la incorporación de nuevas formas de management impactaron en los sectores más acomodados de la sociedad. El desarrollo de una economía de mercado que modificó la estructura agraria a lo largo del siglo XX obligó a los terratenientes a profesionalizarse (Gras y Hernández, 2016; Gessaghi, 2016; Thumala, 2007). Esta profesionalización se dio en un contexto donde no sólo los modos de producción de las economías capitalistas se transformaron, sino también los principios morales que sustentan esas prácticas. Como afirman Luc Boltanski y Eve Chiapello (1999), la gramática normativa y valorativa que sostiene a la nueva ideología capitalista se distancia de categorizaciones asociadas al mundo moral de la empresa capitalista clásica (autoridad, jerarquía, control) y recrea otras lógicas basadas en nuevas formas de liderazgo, trabajo participativo, consenso, autonomía, flexibilidad de la estructura jerárquica, propias del management moderno.
La incorporación de la “gramática managerial” impactó en las lógicas tradicionales de las clases altas, que se vieron impelidas cada vez más a dejar de ser “herederos” para devenir “profesionales meritorios”. En este ciclo, a la valoración de la tradición se sumó un discurso de la innovación y el cambio que permitió, para parte de este grupo social, conformarse como una clase alta “renovada”. Aun manteniendo muchas de sus banderas, se distanciaron de las viejas imágenes de la “oligarquía” o la “aristocracia” para convertirse en un grupo que pudiera ser reconocido y hasta valorado por la clase media. En este sentido, el fenómeno político del macrismo no puede comprenderse en su totalidad sin tomar en consideración estos cambios, que no son sólo políticos, sino también sociales.
La complementariedad entre tradición e innovación no es una novedad absoluta dentro de los círculos de sociabilidad de los grupos más favorecidos de la sociedad argentina. Ya en el pasado han buscado legitimizarse a partir de un discurso que los presenta como la encarnación de las visiones culturales más modernas de su tiempo histórico. Así, por ejemplo, en el pasaje del siglo XIX al XX, algunas figuras, como muchos de los intendentes de Buenos Aires, concretaron la pertenencia a un círculo de sociabilidad elitista con un ideal técnico e innovador (Landau, 2018).
No es nuestro propósito evaluar si las ideas innovadoras fueron tales, sino describir las consecuencias que éstas tuvieron en la modificación de las formas de sociabilidad y las principales visiones del mundo de una parte de las clases altas argentinas. En las últimas décadas, el modo en que se procesaron las transformaciones económicas y se apropiaron los principios del management moderno permitió que individuos y grupos pertenecientes a las familias tradicionales resignificaran las experiencias de sus antecesores y construyeran nuevos lenguajes, relaciones e instituciones. A partir de ellos, recrearon un universo de sentido “tradicional” incorporando nuevas claves de interpretación y repertorios de acción y clasificación propios del mundo moral, normativo y estético de la empresa.
En el plano del lenguaje, por ejemplo, algunos términos ganaron terreno. Entre ellos, el de “emprendedor” o “emprendedorismo” permite recuperar ideas liberales clásicas de toda empresa y asociarlas con características que los definen como personas con iniciativa, que asumen riesgos y que prueban así el mérito individual desde el que justifican sus trayectorias exitosas. En algunas instituciones tradicionales como las escuelas también se observa la imbricación de sentidos y la incorporación de máximas provenientes del mundo managerial (Dukuen, 2018). Desde la entrada de nuevas formas participativas de concepción del trabajo de mando y gestión a partir de los años noventa, el trabajo en grupo y la capacidad de coordinar equipos cooperativos aparecen como un valor central que muchas veces hace uso de las metáforas deportivas. La articulación y traducción de esa categoría entre los mundos deportivo-escolares y empresariales y su traslado a la política es un elemento central para pensar los modos en que se establecen formas de jerarquización en el espacio de relaciones que estudiamos.
También las ong buscan legitimarse bajo estas nuevas ideas que se alejan del mundo categorial de la beneficencia para asociarse al de la responsabilidad social o del desarrollo de capacidades individuales. Tal es el caso, por ejemplo, de algunas por las que transitaron nuestros entrevistados, como Ashoka, Sistema B, Human Camp o Sustainable Brands.15 Muchas de ellas siguen el formato de conferencias que buscan difundir ideas propias de la gramática managerial adaptadas al mundo de la sociedad civil. Como expresaba en una conferencia en Sustainable Brands en 2014 un subsecretario del Ministerio de Desarrollo Social, haciendo referencia a la organización que entonces presidía: “Identificamos y seleccionamos emprendedores sociales, porque entendemos que potenciando a estas personas estamos potenciando a una comunidad. […] Nos imaginamos un mundo donde todos seamos líderes del cambio. […] Un mundo donde todos tengamos la capacidad de trabajar en equipos de equipos más allá del ego”.
En este sentido, la innovación managerial no sólo abarca los vínculos internacionales asociados con trayectorias empresarias o educativas, también funciona como un modo de construir la propia presentación de sí por parte de nuestros entrevistados. Muchas de sus trayectorias muestran esta relación estrecha entre el mundo de la tradición y la innovación, y exponen el modo en que la dinámica modernizadora del mundo moral de la empresa incide en el modo de construir relatos de vida valorados.
La innovación de la gramática managerial impacta también en el modo en que estos sectores de fuerte impronta católica se vinculan con el discurso religioso. En el relato de un funcionario del Ministerio de Agroindustria se entrelazan las categorías de visión y división del management y el mundo emprendedor con una fuerte socialización religiosa para describir una trayectoria de éxito. Tanto él como sus hijos asistieron a un colegio del Opus Dei. En su narrativa, la fuerte concepción religiosa sobre el bien común (e individual) que se desprende de una visión ética asociada a la idea de ser, ante todo, una “buena persona”, se articula con las formas de categorización y jerarquización de la gramática managerial como vía de innovación no sólo económica sino moral. Como señala Angélica Thumala (2007), a partir del Concilio Vaticano II, en la década de los años sesenta, la Iglesia católica reconoció que los seres humanos a través de su trabajo eran cocreadores con Dios. “La idea de la cocreación es esencial a la nueva dignidad atribuida a la empresa en el mundo católico” (2007: 116). Es el capitalismo el que conduce al crecimiento y a la eliminación de la pobreza. Crear riqueza se vuelve un deber moral. Así, la imagen negativa de la oligarquía terrateniente encuentra un principio de reconversión en la idea del profesional o el empresario agropecuario que funda su legitimidad en el emprendimiento exitoso en una economía de “libre mercado”. En síntesis, la innovación managerial permitió la complementación de las tradiciones, creando nuevos lenguajes, vínculos e instituciones. En este sentido, no sorprende la incorporación de un gran número de CEO en el gabinete de Macri, pero tampoco el de hombres y mujeres provenientes de ong de transparencia, de ecología, o similares. Aunque en términos organizacionales y de trayectorias expresen recorridos diferentes, se trata de espacios que comparten una gramática y un mundo de relaciones en común.
Política e influencia
“Nunca tuve un interés por la política ni por un cargo público”, dice un subsecretario al que la política lo “afecta muy poco”. “Por mi trayectoria no soy un político ni muchísimo menos. Lo conozco hace muchos años al presidente”, aclara un funcionario con rango de director. “Yo no entré acá por la política”, sentencia otro. “No soy un enamorado del tema, a mí lo que me gusta más es la gestión, y sobre todo la gestión vinculada con lo social”, concluye. Estas formas de aludir a la “política” como algo ajeno y lejano a la experiencia cotidiana se repiten en muchos de los diálogos con los entrevistados.
Estas palabras parecieran no encajar en la reconstrucción de muchas de sus actividades, presentes y pasadas, que bien podrían ser consideradas como “políticas”, si entendemos por ello la participación activa en las luchas de poder sectoriales que atraviesan la sociedad. Muchos de ellos, en efecto, se reconocen como interpelados por la res pública, tal como profundizaremos más abajo. Pero además han tenido contacto con instituciones corporativas, empresarias o asociaciones desde las cuales, en algunos casos, han entablado relaciones con el Estado. En otros, provie nen de familias con antecedentes en la gestión pública o llevan ya varios años en puestos estatales.
Sería posible pensar que, al expresar la ajenidad respecto de la “política”, el uso que hacen del término tiene un sentido que se asocia con aquel que define la política como un espacio relativamente autónomo del espacio social, un campo (Bourdieu, 1981), que supone para los agentes que se incorporan a éste el desarrollo de un sentido práctico que les permite actuar naturalmente, compartiendo códigos, lenguajes, prácticas, destrezas y sentidos compartidos. Y que supone un proceso que complementa, como expresó Max Weber (1982), la vocación (vivir para la política) con la profesión (vivir de la política). Diversas investigaciones han mostrado cómo el trabajo político (Offerlé, 2011) supone a la vez actividades militantes, proselitistas y de gestión (Gaztañaga, 2008), que los agentes políticos llevan a cabo de manera natural, imbuidos por la illusio del campo. En Argentina, quienes se incorporan al campo político, primero como militantes y luego como dirigentes, lo hacen por lo general a edad temprana, a partir de espacios de reclutamientos institucionalizados, entre los que destacan la universidad y el partido, y a partir de entonces desarrollan una “gramática militante” sostenida sobre un discurso que tiende privilegiar a la vida pública (militante, partidaria) sobre la vida privada (familia, ocio, etcétera), la dimensión colectiva de la acción (proyecto partidario, ideología, etcétera) sobre los proyectos individuales, la militancia sobre la profesión de origen (Landau, 2019).
Las experiencias cotidianas que narran nuestros interlocutores están lejos de estas prácticas. La mayoría no tuvo participación temprana en agrupaciones universitarias ni en partidos políticos. Tampoco tienen vínculos formales con el PRO, ni cargos partidarios ni están afiliados a él. “No tengo relación con el partido PRO. Tengo vínculo con algunos, que conozco por el rugby, como [nombre de funcionario]. Pero no un vínculo con el partido”, nos aclara un entrevistado. “Formal no tengo nada” o “no tengo nada que ver ni con el PRO ni con Cambiemos”, dicen otros. Si bien en muy pocos casos han accedido, con el tiempo, a realizar algunas prácticas “militantes”, como los “timbreos”,16 lo han hecho más como una concesión que como una vocación, ya que no forman parte de sus actividades más preciadas ni a las que le dedican la mayor cantidad de su tiempo.
Las relaciones de amistad y de familiaridad están en la base del nexo con el entorno partidario del PRO. Unos pocos han pasado por sus fundaciones de formación de cuadros políticos. La mayoría tuvo vínculos esporádicos, cuando no inexistentes, antes de ser convocados a la función pública. “Tengo amigos en la Fundación Pensar”, nos dice un funcionario. “Había como una especie de grupo, yo ya tenía bastante vinculación, tenía varios amigos, primos y algunos tíos que estaban ahí”, dice otro. Y agrega, para reafirmar que no había tenido experiencia ni en política ni en administración, que “he sido fiscal de mesa pero porque se candidateaba un primo, un amigo, ¡qué sé yo! Tenías que ir […], juntaban ahí [risas] a toda la tropa que estaba dando vuelta”. En otros casos, como ya mencionamos, la amistad con el presidente o algún ministro fue lo que permitió la incorporación a la gestión pública, sin pasar por mediaciones partidarias. Estos lazos generaron un peer pressure17 para que accedieran a ocupar un cargo en el gobierno.18
Un funcionario del Ministerio de Educación nos relató que conoció a Horacio Rodríguez Larreta, jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, a partir de un ex ministro de los gobiernos de Carlos Menem y Néstor Kirchner, Gustavo Beliz (a quien conocía a través de su padre, por integrar un grupo religioso vinculado con el Opus Dei). En una cena de la fundación que preside, Beliz conversó con Rodríguez Larreta, quien lo invitó a sumarse al Grupo Sophia.19 En los años noventa, señala el entrevistado, integrar ONG o think tanks que pensaran las políticas públicas era el modo adecuado de involucrarse con el Estado. En los primeros años de la década del 2000, este funcionario partió a estudiar a Estados Unidos con el fin de especializarse en políticas públicas y, a partir de un profesor de una universidad de la Ivy League, se integró al gobierno de George W. Bush. Cuando lo convocaron a sumarse al gobierno de Macri, no lo dudó. La vieja fórmula del involucramiento “desde afuera” había caducado y era el momento de meterse en el Estado. De hecho, es uno de los pocos funcionarios que nos planteó su interés por hacer carrera en la política, y el nivel de subsecretario que tenía en el Ministerio de Educación no le resultaba suficiente. Finalmente, en 2016 renunció a su cargo para ocupar un puesto como ministro provincial.
La relación de compromiso con la política se plantea como una decisión de índole individual. Es el individuo, ya hecho por fuera de las estructuras partidarias, el que asume el compromiso de participar en el gobierno, ya sea proponiéndose para algún cargo o aceptando un llamado. Por eso, uno de nuestros entrevistados, luego de aclarar que no está afiliado al PRO, sostiene que “sí, sí, sí, estoy, estoy, estoy, ʽcomproʼ, digamos. Sí estoy, me gusta la idea, me gusta… evidentemente con cosas que hoy no me gustan, y qué se yo, que yo haría diferente, como cualquier cosa, obviamente, pero en líneas generales […] estoy convencido de que se puede hacer un buen gobierno”. El uso de la primera persona y la ubicación desde una exterioridad dan cuenta de esto. Así, por ejemplo, lo señalaba un subsecretario, quien enfatizaba que lo que planteaba era “a mi modo de ver”, pero que eso no suponía que todos “seamos PRO ni pensemos lo mismo”.
El cargo público es vivido, en muchos casos, como un compromiso temporal que implica una resignación de aspectos centrales de sus vidas. En nuestras entrevistas fueron frecuentes las quejas por el tiempo y la intensidad que requiere la tarea, y la actividad pública se evalúa con los parámetros de la actividad empresarial: nos referimos a la preocupación creciente en el mundo de los negocios respecto de cómo conciliar trabajo y familia, lo que en la jerga managerial se denomina worklife balance y que pasó a formar parte no sólo de una buena práctica corporativa, sino de un ideal deseable de persona.
La gran mayoría pone en duda que el paso por la función pública sea largo. “Me comprometí por dos años; sí me comprometo a, antes de irme, formar a alguien. O sea, dejar a alguien formado más o menos con las políticas que se van implementando, y después vemos. Si me necesitan, puedo seguir un tiempo más pero mi objetivo es mi familia”, dice un secretario. “Mirá, en lo que tiene que ver con la función pública, es un desgaste grande, y no sé, creo… intuyo que será un tiempo de mi vida, no sé si voy a estar toda la vida haciendo esto porque no creo que sea sano [risas], nadie que sea sano puede pensar que quiere estar toda la vida… Algo raro habría, yo desconfío de eso”, cuenta otro entrevistado.
El acceso a la función pública no es vivido por la mayoría de nuestros entrevistados ni como un ingreso a la política ni como un proceso de larga duración. Más bien aparece como una situación contingente, y hasta azarosa, surgida de una condición de posibilidad que es la existencia del partido PRO y el acceso al poder que sacude a los círculos cercanos a sus principales figuras.
Claro que esta situación no puede ser pensada como un proceso inmediato, aun cuando muchos de ellos narran ingresos que se decidieron en tiempo récord, por la necesidad de cubrir espacios. Esta temporalidad de corto plazo se complementa con una de mediano plazo, asociada con el modo en que una parte de las clases altas argentinas modificó su relación con las dinámicas estatales y los problemas públicos. La conformación de los partidos de ideas de origen popular, que en las primeras décadas del siglo XX incorporan a sus filas cuadros de sectores medios, sumada a la tecnificación y la burocratización de las tareas gubernamentales, contribuyó al desplazamiento de las élites sociales de los puestos de poder estatal que ocupaban hasta entonces. Esto no supuso, sin embargo, una total separación del Estado y lo público. Muchas de las principales figuras que, en las primeras décadas del siglo XX, modernizaron las estructuras estatales, fueron técnicos provenientes de familias tradicionales, formados en muchos casos en Europa. Pero esto no fue acompañado por la consolidación de un partido político propio que pudiera competir con los nuevos partidos de origen popular.
La ausencia de un partido formado, en su núcleo, por miembros de las clases altas fue una constante durante el siglo XX.20 Si bien existieron, las experiencias históricas fueron endebles (Morresi, 2015).
La falta de un partido orgánico de las clases altas en particular, y el desencanto proclamado en algunos de sus círculos hacia la política partidaria en general, no supusieron la total desconexión de estos sectores que siempre sostuvieron un deber moral por velar por el destino del país y de “colaborar” o “ayudar” a los sectores más necesitados. Las formas de contribuir con el “bien común”, sin embargo, fueron cambiando a lo largo del siglo XX. La participación en política de los hombres hasta principios del siglo XX y en beneficencia de las mujeres mutó hacia formas menos visibles de ocupación de puestos de poder o de formas de orientar las políticas públicas o ejercer efectos de estado (Trouillot, 2001) a partir de las ong. Varios entrevistados relataron que sus abuelos ocuparon funciones en el Estado en gobiernos previos, durante dictaduras y gobiernos democráticos. Pero no sólo eso: también negociaron con funcionarios públicos a partir de presidir corporaciones.
Es posible rastrear aquí las huellas de una disociación entre la “política” y el interés por “lo público”. No llama la atención, en este sentido, que muchos de nuestros entrevistados recuperen en sus historias personales y familiares un sentido en el que se reconocen interesados en “el bien común” o en los debates de la “arena pública”. En sus relatos aparecen, en algunos casos, funcionarios que han sido parte de gobiernos de facto o, en menor medida, radicales. También, participaciones sostenidas en instituciones corporativas y en fundaciones o asociaciones civiles. Muchos de nuestros entrevistados se muestran con un interés previo por los asuntos públicos o los problemas del “prójimo”. Pero hasta ahora los aportes habían sido mediados por este tipo de participación “no política”: el involucramiento en ong, el aporte monetario de carácter individual a alguna causa, entre otros.
La incorporación de muchos de nuestros entrevistados en la alta gestión pública puede ser comprendida a partir de una transformación que llevó a que parte de sus amigos, parientes o vínculos cercanos apostaran por la creación de un partido político, modificando una larga historia en la forma en que se desarrolló su vínculo con la política. Figuras centrales del macrismo, como el senador y ex ministro de Educación, Esteban Bullrich; el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta; el jefe de Gabinete de Ministros, Marcos Peña y, por supuesto, el presidente Mauricio Macri, entendieron que había que “meterse en política”, tal como analizaron Gabriel Vommaro, Sergio Morresi y Alejandro Belloti (2015). Sin embargo, ésta no parece ser la vivencia que expresan algunos de sus amigos o familiares que accedieron a los altos puestos estatales. En estos casos, más que los compromisos y visiones propias del campo político, parecen seguir primando las formas de percepción propias de un mundo social que mira a la política como algo ajeno y extraño.
A modo de síntesis
A lo largo de este artículo documentamos las concepciones sobre el mundo social de un sector privilegiado de la sociedad argentina que se configuran a partir de la asociación entre una sociabilidad exclusiva y la integridad personal; el vínculo con la patria y la tradición sin abandonar la implicación en redes internacionales —con predilección por Estados Unidos por sobre un ideario europeo—; la austeridad, la sencillez y los usos legítimos del dinero (en vinculación con una narrativa católica) y el compromiso con la sociedad o “los más necesitados”. A partir de estos sentidos, rastreamos las huellas de diferentes temporalidades con la hipótesis de que las mismas enlazan específicos presentes con específicos pasados en proyección al futuro.
Describimos la relación entre una sociabilidad donde priman las relaciones de familiaridad y cercanía, y una sociabilidad cosmopolita; el vínculo entre un estilo de vida asociado con la “tradición”, que constituye un espacio de identificación de larga data para las familias tradicionales, y la incorporación de una praxis “innovadora” asociada a la “gramática managerial”, y la tensión entre la ajenidad respecto del mundo de la “política” y la necesidad de legitimar su incorporación a partir de una forma de nuevo “compromiso público”. A partir de esta discusión en torno de las características sociopolíticas del alto funcionariado del gobierno macrista, esperamos abrir el camino para futuros estudios comparados sobre la expansión de “las nuevas derechas” en América Latina. Al mismo tiempo, deseamos
que las mismas contribuyan a los debates en torno al vínculo entre élites, clase alta y política, en particular a la relación entre sus mundos sociales y su compromiso con el destino de los países de la región.
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Recibido: 24 de septiembre de 2018
Aceptado: 25 de marzo de 2019