Universidad Nacional Autónoma de México • Instituto de Investigaciones Sociales

v81n1r1Arsenio Ernesto González Reynoso. La región hidropolitana de la Ciudad de México. Conflicto gubernamental y social por los trasvases Lerma y Cutzamala (México: Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2016), 188 pp.

Reseñado por:

Julio Alejandro de Coss Corzo

London School of Economics and Political Science

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Este texto es una muy esperada y bien acogida aportación a los estudios históricos y contemporáneos sobre la problemática hídrica e hidráulica de la Ciudad de México. En esta reseña presentaré los puntos principales de su argumento, para después realizar una breve crítica que surge de la lectura del texto.

El argumento central que el libro hace es que la Ciudad de México es parte de una región hidropolitana, que no coincide con la metrópolis como extensión territorial, sino que se integra a través de su infraestructura hidráulica y se constituye como un bien común hídrico (o una interconexión de varios hydrocommons). Ésta vincula cuatro cuencas distintas: Valle de México, Alto Lerma, Cutzamala y Tula. La existencia de dicha región plantea retos relevantes en materia de diseño institucional y de gobernabilidad.

La región hidropolitana es el resultado de un proceso histórico de transformación del territorio de la Cuenca del Valle de México. Arsenio Ernesto González Reynoso menciona numerosas obras que han cambiado de forma definitiva el espacio que la Ciudad ocupa y sobre el cual actúa: el Gran Canal del Desagüe, los Sistemas Lerma y Cutzamala, el Interceptor Oriente, entre otros. La condición de cuenca cerrada, un problema mayúsculo para las administraciones coloniales, independientes y posrevolucionarias, ha marcado el desarrollo histórico de los usos hidráulicos en la capital de México, la transformación de su territorio, y ha constituido relaciones socioambientales cada vez más complejas.

Así, González Reynoso argumenta que la región hidropolitana de la Ciudad de México es el resultado de la política hidráulica que se llevó a cabo durante el periodo posrevolucionario. Esta política se enfocaba en expandir la oferta sin reparar en cuestiones de sustentabilidad o de reducción de la demanda. Luis Aboites, en su libro La decadencia del agua de la nación: estudio sobre desigualdad social y cambio político, llama a este modelo el SRH, por las siglas de la extinta Secretaría de Recursos Hidráulicos. La característica central del modelo fue la disponibilidad de grandes cantidades de capital, utilizadas primero para la irrigación de tierras y, posteriormente, para la urbanización creciente.

Para explicar la forma en la cual la región hidropolitana se ha construido y legitimado, el autor utiliza el concepto de formación discursiva. Esta es “un sentido común, investido de autoridad por una institución, que se presenta como una visión del mundo que expresa, justifica, mistifica y legitima una determinada relación de poder” (15).

Así, a la visión ofertista la denomina formación discursiva “Tláloc”, en referencia al dios prehispánico, que se convirtió en un símbolo de la alta burocracia hidráulica y por su labor (Sandra Rozental, 2014, “Stone replicas: The iteration and itinerancy of Mexican patrimonio”. The Journal of Latin American and Caribbean Anthropology 19 (2): 331-356).

El enfoque en lo discursivo significa una elección metodológica. Así, el autor explica los supuestos de esta formación en dos capítulos. En el primero, se enfoca en los discursos hechos por altos mandos de la burocracia hidráulica en distintos momentos de la segunda mitad del siglo XX. En lo referente a la Ciudad de México, estos discursos muestran una noción del mundo regida por la necesidad imperante de otorgarle más agua. González Reynoso señala que es la condición de capital y el centralismo del régimen posrevolucionario lo que justifica y legitima la creciente apropiación de fuentes de agua, incluido el Lerma.

El segundo capítulo explora la labor de legitimación realizada por esta burocracia en el mural “Agua, origen de la vida en la tierra”, pintado por Diego Rivera en el Cárcamo de Dolores, donde el trasvase del Lerma tiene su fin. En el espacio coexisten dos discursos complementarios. Uno se refiere a la identificación de la burocracia obrera con el dios Tláloc, presente en la obra plástica, en la medida en la que aquélla se transforma en proveedora de agua para una capital sedienta y sus habitantes. El segundo hace referencia al origen de la vida, representando la visión del mestizaje que prevalecía en el discurso cultural de los regímenes posrevolucionarios.

El libro prosigue analizando dos fisuras a la hegemonía de la formación discursiva Tláloc, que se corresponden con cambios en la forma de gobernar y administrar los recursos hidráulicos. La primera es la demanda que en 2004 el Gobierno del Estado de México (GEM) emprendió contra el del Distrito Federal, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, la Comisión Nacional del Agua, y la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación.

Sin entrar en los pormenores de la denuncia, basta decir que en ella se encuentran esbozos de una segunda formación discursiva, denominada sustentable, que marca una ruptura con las formas de gestionar el agua. La gestión integral de los recursos hídricos es un discurso experto, argumenta González Reynoso, enarbolado por algunos tecnócratas, que se enfocan no en la oferta, sino en el control del líquido. En el caso de la demanda jurídica del GEM, el discurso se mezcla con la ruptura que significa la llegada del Partido Acción Nacional (PAN) al gobierno federal y la del Partido de la Revolución Democrática (PRD) al del Distrito Federal. El autor señala que si bien estas variables políticas son significativas, el hecho de que una nueva gestión del agua comienza a plantearse en la arena pública es claro.

La segunda fisura es la aparición de los movimientos indígenas mazahuas en defensa del agua en la zona de Villa Victoria. González Reynoso analiza las estrategias discursivas de los colectivos indígenas. Encuentra que en un primer momento el movimiento fue de carácter campesino; después, el componente indígena cobró fuerza, con un discurso cercano al del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), ante el actual despojo de agua, que es llevada de las zonas ricas (entre ellas, a la capital), sin que los pueblos indígenas sean abastecidos, como resultado de una inequidad histórica.

Así, el movimiento mazahua utiliza los símbolos del neozapatismo como forma de enmarcar su lucha en una más amplia. Esta formación es llamada por el autor altépetl. Se construye a partir de un discurso sobre la propiedad milenaria y originaria de la tierra y sus recursos por parte de los pueblos indígenas, que se contrapone a un discurso potencial, contemporáneo o consumado. El análisis de esta formación discursiva contribuye al énfasis en la interconexión entre los usos urbanos del agua y las zonas que la proveen. Al mismo tiempo, muestra la complejidad de la región hidropolitana y enfatiza los retos que existen para su administración.

González Reynoso concluye recalcando la situación precaria en materia hidráulica de la Ciudad de México. Señala que fue la formación discursiva nacionalista la que permitió legitimar la expansión de la infraestructura hidráulica en la capital, que sucedió durante su periodo de mayor expansión en el siglo XX. Sin embargo, las transformaciones institucionales y políticas han minado la efectividad de la formación y han abierto la puerta para que nuevos actores disputen el recurso, utilizando distintas estrategias discursivas.

El libro busca no sólo arrojar luz sobre estos nuevos conflictos gubernamentales y sociales. También analiza la complejidad socioambiental del territorio, contenida dentro del concepto de región hidropolitana; pero el enfoque en lo discursivo limita el análisis sobre el rol que la infraestructura material puede tener en la producción de esta región y en los retos y problemas que surgen de su mantenimiento y gestión.

El análisis discursivo que realiza el autor lo lleva a concluir que el mayor reto en la región hidropolitana es diseñar y construir nuevas formas de administrar un sistema de abastecimiento de aguas, el cual va de lo local a lo regional, atravesando jurisdicciones y lógicas distintas de aprovechamiento del líquido. Es decir, la existencia de la región hidropolitana demanda una forma de gestión que vaya más allá del ya existente nivel metropolitano. En ésta, los distintos usuarios deben estar presentes, operando bajo reglas claras en espacios concretos, con el fin de hacer visible la condición de bien común que tiene el agua. Es así, argumenta, como la sustentabilidad de la región podrá llevarse a cabo.

No obstante, incluir la materialidad en el análisis de los procesos hidráulicos de la Ciudad de México puede llevarnos a una serie distinta de preguntas, problemas y respuestas. Si en la estrategia analítica del autor, la naturaleza y la sociedad aparecen como dos procesos distintos, pero interrelacionados, una visión materialista los podría considerar como una unidad dialéctica, como lo plantea Jason Moore en su obra Capitalism in the Web of Life: Ecology and the Accumulation of Capital.

Así, las transformaciones materiales del territorio serían más que acciones “con un profundo significado social y económico inscrito en el discurso de desarrollo de la nación mexicana” (44). En su lugar, serían parte de la coproducción de un espacio desigual, del estado que lo rige y de identidades colectivas e individuales relacionadas con los usos del agua y sus infraestructuras.

De igual forma, un análisis materialista podría complementar las aportaciones que el autor hace en materia de formaciones discursivas. Es decir, analizar las relaciones y los procesos que se construyen a través de la transformación material del territorio podría ayudarnos a comprender mejor la relación entre discurso, símbolo y materialidad, así como entre naturaleza, espacio y sociedad.

Una de las muchas conclusiones que nos aporta esta obra es que, para transformar las formas de administrar el territorio, es necesario repensar la forma de producirlo. Esta producción, además, no se limita a la esfera de lo social, sino que incluye a la naturaleza. Pensar en una región hidropolitana sustentable implica, así, construir una naturaleza material distinta y otras formas de pensarla y relacionarnos en ella.

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