Guy Hermet. Démocratie et autoritarisme (París: Cerf, 2012), 262 pp.
Reseñado por:
Coline Ferrant
Observatoire Sociologique du Changement-SciencesPo/Centre National de la Recherche Scientifique
En la década de los años ochenta, en un contexto científico marcado por los estudios sobre las transiciones a la democracia, Guy Hermet apeló a no dejar de lado la reflexión en torno del autoritarismo, e insistió en el carácter reversible de la democracia. Ésta se construye mediante un proceso frágil, cambiante y sinuoso, que puede desembocar en realidades incompletas, inciertas o desencantadoras. Junto con Juan Linz y Alain Rouquié, Hermet exploró las elecciones —dispositivo que el sentido común liga a la democracia— en contextos autocráticos, diseccionando los mecanismos y las funciones de la (no) competencia electoral. En los años noventa, Hermet analizó las fuentes y los síntomas del desencanto democrático, tanto en América Latina como en Europa del Este y Asia. Examinó también el populismo. A pesar de la diversidad de sus manifestaciones geográficas e históricas, destaca, según Hermet, por la negación de la temporalidad normal de lo político (la cual requiere tiempo y paciencia), al declarar que todo es posible en todo momento, que cada sueño es inmediatamente realizable.
Desde los años 2000, Hermet explora las mutaciones de la democracia en los países desarrollados. Analiza el ascenso, en Europa del Oeste, de partidos políticos populistas, sobre todo de extrema derecha, cultivando la desconfianza hacia el sistema político y poniendo en duda los mecanismos democráticos de representación y de relación con los ciudadanos. En L’Hiver de la démocratie (El invierno de la democracia) (2008) propone una tesis audaz: la forma actual de la democracia está destinada a desaparecer, en beneficio de sistemas de gobernanza, de contornos todavía imprecisos. En Exporter la démocratie? (¿Exportar la democracia?) (2008) hace el balance de las posibilidades de consolidación democrática y de extensión de las libertades, trayendo a colación reflexiones en torno de las esperanzas defraudadas de las transiciones democráticas, la historia de la democratización en Europa del Oeste y el doloroso paso del autoritarismo a la democracia. Y en Démocratie et autoritarisme, que a continuación desglosamos, sistematiza la exploración del autoritarismo.
Hermet constata que si bien proliferan los trabajos sobre la democracia y el totalitarismo, pocos analizan la zona gris que constituye el autoritarismo. Empieza por una génesis sociohistórica de la democracia. Si bien la palabra misma nace en la Grecia clásica, remite entonces a un concepto muy distinto de la acepción moderna. Las nociones de representatividad y de soberanía popular, en su sentido moderno, se idearon en la Edad Media, y el sufragio universal nace a la vuelta del siglo XX. En apariencia, satisfizo los afanes populares de reconocimiento político. En realidad, contuvo la creciente presión social de los grupos organizados, en particular el movimiento obrero. Hermet indaga los mecanismos que explican tal opción paradójica por parte de las élites francesas, inglesas y estadounidenses. En el Reino Unido, la apertura progresiva del cuerpo electoral, de índole conservadora, alivió las demandas de participación de las masas, sin poner en peligro el régimen parlamentario liberal controlado por la aristocracia.
Francia siguió una trayectoria radicalmente distinta, debido al hito de la Revolución francesa: alterna, entre los principios del siglo XIX y la consolidación de la Tercera República, entre sistemas censatarios y mecanismos de limitación del cuerpo de votantes más sutiles. En Estados Unidos, donde ocurrió una revolución política y no social como la francesa, se afianzó gradual y consensualmente un régimen liberal, con dos formas de restricción al sufragio: procedimientos de votación sesgados (por ejemplo, la delimitación de los distritos electorales en detrimento de las zonas urbanas) y enrolamiento político de las masas por las máquinas partidarias.
Hermet detalla regímenes políticos que encarnan lo borroso de las fronteras entre democracia y autoritarismo. El primero es el autoritarismo liberal, encarnado por Bismarck en Alemania y Napoleón III en Francia, que combina liberalismo económico y social con autoritarismo político. Constituye una forma alternativa a los regímenes representativos, como Inglaterra, de responder a las demandas populares. Ambas experiencias se saldaron, prima facie, con un fracaso. El Segundo Imperio francés sucumbió a extravagancias guerreras; el régimen bismarckiano falló en dotarse de una legitimidad plebiscitaria. Sin embargo, Hermet sostiene que sus legados son considerables. Llevaron a cabo políticas de modernización económica y social —en particular, sentaron las bases del Estado de Bienestar—, inspirando tácitamente muchas políticas de la misma índole, en Europa y América Latina. En el terreno político, los ímpetus plebiscitarios del Segundo Imperio francés esbozaron la socialización democrática de las masas; en cambio, el régimen bismarckiano desembocó en un régimen parlamentario débil, antepasado de la frágil República de Weimar y luego del nazismo.
El segundo régimen es el clientelismo, ejemplificado por los países del sur de Europa y América Latina en los siglos XIX y XX. Sus factores explicativos son, ante todo, socioeconómicos: debido al retraso económico y a la irresolución de la cuestión agraria, emergió como la herramienta más eficaz de control político en beneficio de las élites oligárquicas. El equilibro oligárquico empezó a tambalearse al principio del siglo XX, por el empoderamiento político y social de las clases medias, la extensión de las prerrogativas del Estado (sobre todo la consolidación de los ejércitos) y el deterioro del consenso entre élites. Así se inició un largo siglo de inestabilidad política, marcado por alternancias entre dictaduras militares y gobiernos civiles endebles.
El tercer régimen es el fascismo. Hermet resalta elementos comunes: un posicionamiento antioligárquico, anticomunista y antiliberal, un rechazo virulento de la clase política. Diferencia luego la Italia mussoliniana, la Alemania nazi y la España franquista. Si bien el régimen de Mussolini manifestó ardores expansionistas y mecanismos de adoctrinamiento político, no acompañó su verborrea antiliberal y anticomunista con una represión a gran escala. En cambio, el régimen nazi, por el adoctrinamiento sistematizado del pueblo, las políticas de terror hacia los oponentes y la saña racista y antisemita, es claramente totalitario. El franquismo nace en un contexto histórico distinto del de los fascismos más auténticos: en particular, España no tuvo experiencia de la Primera Guerra Mundial, por lo que no emergió un grupo de ex combatientes sensibles al odio vengativo fascista.
Hermet estiliza la democratización de América Latina en el siglo XX, siguiendo un camino más tardío y retorcido que en Europa. Dos regímenes destacan: el populismo y el autoritarismo militar. La incuria política y económica de los gobiernos populistas rápidamente provocó desilusiones, agitando las envidias sediciosas del ejército. Los militares se legitimaron como actores representativos y aptos para enderezar países asolados por las fechorías populistas. Con todo, Hermet apela a reconsiderar el legado de este siglo: las secuencias populistas avivaron ganas de expresión y de participación populares; los gobiernos militares prepararon las democratizaciones mediante cierta eficacia administrativa.
Hermet distingue tres etapas en la aparente victoria de la democracia sobre el totalitarismo. Una primera fase, de 1945 hasta 1950, corresponde a la victoria euforizante de los aliados en la Segunda Guerra Mundial —tanto las democracias europeas y estadounidense como la Unión Soviética estaliniana— contra la Alemania nazi, la Italia mussoliniana y el Japón imperial. En una segunda secuencia, de 1950 hasta 1990, se establecen dos campos. Por un lado, las democracias de Europa y del antiguo mundo colonial británico se consolidan en sus dimensiones económicas, sociales y cívicas. Por otro lado, las democracias populares de Europa central y oriental se encuentran duramente auspiciadas por la Unión Soviética. La tercera fase, desde 1990, está plagada por la incertidumbre y el desasosiego. Muchas de las nuevas democracias resultan frágiles, mientras que crecen las manifestaciones de desencanto en las viejas democracias.
Hermet aborda las democracias tardías de América Latina y Europa meridional y oriental. En el espacio latinoamericano, las democracias con adjetivo —“bolivariano”, “indianista” y “peronista”— son señales de deterioro democrático, bajo el disfraz de la promoción de ciertos grupos sociales. En cuanto al espacio comunista, las transiciones distan radicalmente de las experiencias latinoamericanas y española, griega y portuguesa. Primero, resultaron ante todo de mecanismos externos, internacionales, mientras que las demás transiciones obedecieron más a factores internos y regionales. Segundo, estaban en juego no solamente cambios políticos e institucionales, sino también transformaciones políticas y sociales de largo alcance. Cupo, además de refundar el Estado, garantizar la transición de una economía dirigista a una economía de mercado, fomentar el compromiso popular con la ciudadanía y la democracia, crear una élite económica responsable. Y muchos países del espacio balcánico y ex soviético están lejos de ello.
Hermet concluye con miradas a la actualidad. Reflexiona acerca de la Primavera Árabe. A principios del año 2011, se imaginó que en esas sociedades con afanes democráticos incipientes podía fácilmente arraigarse gobiernos democráticos sólidos, cualesquiera que fueran los contextos socioeconómicos, geográficos e históricos. Hermet ataca dos soluciones recientes al hastío provocado por el desempeño decepcionante de la democracia. La primera es la democracia participativa, acaparada por militantes de partidos políticos, personas con tiempo y dinero, con capital cultural y social. La segunda es la gobernanza: conceder poder a expertos autoproclamados, seguros de ellos mismos y de su vocación a regir sobre los demás.
El autor muestra una gran habilidad para entreverar y enriquecer mutuamente referencias y argumentos históricos, sociológicos o politológicos. Aunque tanta cantidad de información histórica podría ser de difícil digestión para el lector, Hermet logra disponer sus argumentos de manera sutil y elegante en cuanto a la forma, y con parsimonia analítica en cuanto al fondo. Cada capítulo se enfoca en determinados tipos de régimen, determinadas épocas históricas, determinadas regiones geográficas, y cada uno representa un paso suplementario en la exploración de los rompecabezas “democracia” y “autoritarismo”. Finalmente, Hermet escribe con un estilo nítido, una elección de palabras precisa y delicada, y un uso parsimonioso de la jerga técnica.
Formulamos dos críticas. Primero, Hermet propone, en sustancia, concentrados de lecturas y de reflexiones, así como repeticiones de argumentos desarrollados en sus trabajos anteriores. Por ejemplo, las reflexiones acerca de los peligros de la gobernanza y de la democracia participativa tienen un fuerte aroma a L’Hiver de la démocratie; los argumentos acerca de las ilusiones de hacer germinar la democracia en cualquier contexto recuerdan Exporter la démocratie? Este libro es más una síntesis problematizada de trabajos anteriores, que una investigación original. Ello no significa que carezca de interés: constituye, en cierta medida, una buena introducción a la obra de Hermet. Sin embargo, no aporta sustancia empírica o teórica nueva.
Segundo, se nota una tendencia a la generalización en cuanto a América Latina. Mientras que los países de Europa occidental son objeto de desarrollos propios, los de América Latina no se benefician de tal trato. Para fenómenos como el populismo y el clientelismo, el autor no duda en englobar las trayectorias nacionales en argumentos de carácter general. No obstante, Hermet mismo, y numerosos investigadores, han destacado la variedad de las formas nacionales de ambos fenómenos, sobre todo en cuanto al populismo: gobiernos como el varguismo conservador, el peronismo obrerista, o también el cardenismo carismático, tienen poco en común.
El autor no innova con respecto a sus trabajos anteriores y propone generalidades en cuanto a América Latina. No obstante, Démocratie et autoritarisme destaca por su mirada exhaustiva al largo e enfrentamiento entre la democracia y el autoritarismo.