Universidad Nacional Autónoma de México • Instituto de Investigaciones Sociales

Elia Stavenhagen

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Señor presidente de la República Mexicana, Enrique Peña Nieto.
Señor presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Luis Raúl González Pérez.
Queridos amigos.
Señoras y señores.

En nombre de la familia Stavenhagen, es para mí un honor agradecer el reconocimiento que se hace hoy a Rodolfo Stavenhagen, defensor incansable de los derechos humanos, y particularmente de los derechos humanos de los pueblos indígenas.

Ésta es la primera vez que hablo en nombre de Rodolfo y su trabajo. Hoy en su ausencia aprovecho esta oportunidad para comunicar el enorme privilegio que fue acompañar durante 34 años a un hombre tan íntegro y congruente. Me tocó ser testigo y cómplice de su inquebrantable compromiso con la sociedad, con los pueblos de México y del mundo.

Nuestra relación se inició en 1982 en París, cuando Rodolfo terminaba su gestión como subdirector general encargado del área de las Ciencias Sociales en la UNESCO. Su tarea era promover el desarrollo de las Ciencias Sociales en ámbitos como la cooperación internacional, los problemas de población, el urbanismo y el medio ambiente, el desarrollo económico y social y un área de derechos humanos donde empezó a reflexionar sobre el tema.

Para ese entonces ya era reconocido como un importante científico social; su compromiso con el emergente pensamiento latinoamericano lo había llevado a criticar las estructuras imperantes.

Cansado de la administración, renunció a su puesto y se quedó en París para retomar su actividad como investigador. Dedicó ese año a leer y reflexionar sobre la etnicidad como factor de conflictos y guerras en el mundo —tema en el que pocos especialistas reparaban en esa época— y cómo estas identidades colectivas entraban en conflicto por problemas de fronteras artificiales, intervenciones de políticas estatales o coloniales o de intereses extranjeros; desigualdades económicas en que la opinión pública era manipulada, produciendo conflictos violentos, etnocidios y no pocas guerras.

Un tema que 30 años después sigue tan vigente…

Rodolfo era un visionario: nadie niega ahora que los elementos de las identidades religiosas o étnicas juegan un importante papel en los conflictos mundiales.

En 1983, Rodolfo regresa al país y a su institución, El Colegio de México. Víctor Urquidi, gran mentor y amigo, lo recibe y lo invita a ser secretario académico del Colegio. Ahí trató infructuosamente de tender puentes interdisciplinarios. Cito: “Los grandes problemas hay que enfrentarlos desde varias perspectivas, vamos a crear proyectos de estudio en los que analicemos los grandes problemas de México con investigadores de los diversos centros de El Colegio”.

Como lo demostró a lo largo de su vida profesional, Rodolfo no creía en las fronteras rígidas entre las distintas disciplinas.

Vivir con Rodolfo fue viajar por todo el mundo, siempre motivado por alguna actividad profesional: dando conferencias, con intervenciones en foros, eventos, proyectos o encuentros; siempre generando discusiones políticas y científicas fructíferas, sustentadas por su afán analítico, por su compromiso en la búsqueda de orientar el presente y el futuro hacia formas superiores y más justas.

Y en medio de sus muchos compromisos profesionales, Rodolfo encontraba el momento para que fuéramos a la ópera, al ballet, al teatro, o a comer una rica pasta siempre acompañada de un buen vino y de una deliciosa conversación. Paseábamos por los parques, íbamos a los museos. Vivir con él era vivir con libertad y disfrutar del mundo, la naturaleza y la cultura.

Compartíamos el amor por las culturas indígenas y el reconocimiento de su importancia. Él, desde su trinchera de intelectual, académico, activista y funcionario. Yo, en la promoción de las artesanías producidas por los distintos grupos étnicos del país, organizando exposiciones de arte popular nacionales e internacionales.

En 1984, a la muerte del padre de Rodolfo, Kurt Stavenhagen, me tocó hacerme cargo de la colección de arte prehispánico que éste reunió con tesón durante cuatro décadas y entregarla a nombre de la familia Bodek-Stavenhagen al Museo de Antropología de Xalapa y a la Universidad Nacional Autónoma de México. Rodolfo, fiel al compromiso con la nación, donó este importante acervo —reflejo de un momento fundamental en la construcción de la identidad nacional— como un homenaje al país que tan generosamente los acogió a él y a su familia como migrantes refugiados de los genocidios nazis.

Rodolfo y yo siempre fuimos compañeros, lo apoyé y lo amé incondicionalmente.

Qué privilegio vivir así el amor con un hombre inteligente, dulce y tranquilo. Siempre estaba dispuesto a todo: a aventurarnos, a rentar una moto en Nepal para ir a ver los Himalayas, a asistir a un concierto en Versalles y estar dos horas parados, bailando, escuchando a Tina Turner. Ir a ver y oír a Santana, a quien conocimos en Stanford. O en casa, hacer fiestas a la Virgen de Guadalupe o celebrar el Día de Muertos con los altares tradicionales que ponemos cada año.

Después de muchos años de su incansable labor diplomática y académica por el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas, en 2001 se logró que la ONU creara la primera Relatoría Especial sobre la situación de los derechos humanos y libertades fundamentales de los Pueblos Indígenas, la cual Rodolfo tuvo el honor de presidir.

Rodolfo acompañó a los indígenas de todo el mundo en el proceso de empoderamiento que fue creciendo con los años en la ONU. Como primer relator especial, sentó las bases de la relatoría con su visión de antropólogo y sociólogo. Parecía que toda su vida se había preparado para el puesto: tenía la experiencia diplomática y académica, conocía a los grupos indígenas en el mundo, trabajaba con varias ong, había sido presidente en la redacción del Convenio 169, participó activamente en la redacción de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los pueblos indígenas.

A propósito, recuerdo que en una ocasión, un alto funcionario de la ONU me dijo: “Nosotros respetamos mucho a Rodolfo. Cuando él toma la palabra escuchamos con atención porque siempre va a hacer un comentario inteligente. Él puso el tema de los derechos indígenas en nuestras discusiones”.

Fui con él a varios de sus viajes como relator de los Derechos Humanos de los Grupos Indígenas en el Mundo, ante el asombro de los funcionarios de la ONU, que no acostumbraban a llevar a sus esposas en viajes oficiales. Pero los pueblos indígenas nos recibían con gran aprobación. Recuerdo al alcalde de Oruro, en Bolivia, que nos tomó de la mano y nos dijo: “Así debe ser la pareja: qué bueno que lo acompañe y lo cuide. Cuídelo mucho porque para nosotros es muy importante la labor que realiza; necesitamos que nos siga guiando en esta lucha desigual”.

Rodolfo: un humanista universal, ciudadano del mundo; un ser humano sencillo, cálido, gentil y respetuoso del ser humano. Trataba con la misma dignidad a presidentes, funcionarios y a las personas más humildes. Fue un hombre cuyo trabajo en favor de la dignidad humana dejó una huella profunda, como lo reflejan las lindas notas de condolencia que nos ha generado su partida, provenientes de nuestro país, de Latinoamérica, África, América, Europa, Asia, Nueva Zelanda.

Rodolfo era un intelectual creativo, abrió caminos y disciplinas: el México pluricultural y multiétnico, los problemas agrarios, el derecho consuetudinario, los derechos humanos.

Hacia inicios de la década de los años ochenta, el tema de los derechos humanos en México era poco discutido. Distintos organismos internacionales comenzaban a documentar casos de violencia política sufrida por líderes sociales y comunitarios en varias partes del país. Rodolfo veía esta situación con preocupación y como un obstáculo para la democracia. Fue por ello que fundó con Mariclaire Acosta y otros personajes la Academia Mexicana de Derechos Humanos. Esta institución fue un precedente fundamental para la creación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, organismo que ha jugado un importante papel en la cultura democrática del país y que hoy nos convoca.

Recuerdo el momento en que se acercó a él Raúl Salinas de Gortari y le dijo: “Rodolfo, ¿cuál cree que es el problema más importante del país?” Él contestó: “La implementación de los derechos humanos”. Poco después acordó una cita con el licenciado Carlos Salinas. Rodolfo asistió con varios miembros de la Academia Mexicana de Derechos Humanos. Al poco tiempo, el presidente anunció la creación de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, institución que hoy le rinde homenaje mediante este reconocimiento.

Rodolfo, además de crear instituciones, cultivó una familia sólida de hijos comprometidos con su país: Marina, Andrea, Gabriel y Yara. Los nietos Diego, Luisa y Mateo. Su sobrina Claudia. Todos lo quisimos, lo admiramos y recibimos de él su amor incondicional.

Recordar a Rodolfo es recordar su compromiso con la sociedad y con los pueblos de México.

La mejor manera de honrar su memoria es revisar sus recomendaciones y poner en práctica su pensamiento, que sigue tan vigente. Lo cito: “Creo que el científico social tiene una responsabilidad política profunda que conduce a tratar de aclarar, conocer y coadyuvar a la solución de los problemas sociales.”

Honremos su memoria poniéndole atención al desafío que representa el ejercicio de una política de derechos humanos que contribuya a proteger a los distintos sectores de la población y a promover su desarrollo y bienestar.

El enfoque de derechos humanos identifica a los pueblos indígenas como titulares de derechos y establece la realización de éstos como el principal objetivo del desarrollo, que respete sus lenguas, su cultura, su territorio y sus recursos naturales.

Muchas gracias.

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