Universidad Nacional Autónoma de México • Instituto de Investigaciones Sociales

Caciques and factions in Dominican Republic

Ana Belén Benito Sánchez*

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* Candidata a doctora en el Programa Procesos Políticos Contemporáneos, Universidad de Salamanca, España. Centro de Gobernabilidad y Gerencia Social, Instituto Tecnológico de Santo Domingo, República Dominicana. Temas de especialización: sistemas de partidos, vínculos entre ciudadanos y políticos, política particularista en América Latina. Avenida Los Próceres, Galá, Apartado 342-9, Santo Domingo, República Dominicana.

Recibido: 16 de julio de 2013
Aceptado: 16 de junio de 2014

Resumen

El objetivo de este artículo es describir y clasificar los principales disensos internos en los partidos políticos dominicanos desde la transición a la actualidad, a partir de la tipología de Françoise Boucek, y evidenciar una conexión con la política clientelar. El faccionalismo potencia la lealtad personal frente a la partidista, dificulta la cooperación en la agregación de intereses y genera un sistema particularizado de recompensas dentro de un partido similar a la relación patrón-cliente que caracteriza a la representación política en el país.

Palabras clave: partidos políticos, facciones, clientelismo, República Dominicana.

Abstract

The aim of this article is to describe and classify the major internal disagreements in Dominican political parties from the transition to the present, on the basis of the typology of Françoise Boucek, and to highlight the connection with clientelist politics. Factionalism encourages personal as opposed to party loyalty, hinders cooperation in the aggregation of interests and creates a system of particularized rewards within a party similar to the patron-client relationship characterizing political representation in the country.

Keywords:political parties, factions, clientelism, Dominican Republic.

En el camino hacia la institucionalización de la democracia en la República Dominicana ha habido dos importantes puntos de inflexión: la transición post trujillista (1961-1966) y la transición del régimen autoritario bonapartista de Joaquín Balaguer (1978-1982) (Lozano, 2004). Durante más de tres décadas (1966-1998), la política nacional estuvo dominada por la competencia carismática alrededor del cleavage autoritarismo/democracia entre los viejos caudillos Juan Bosch, del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), Joaquín Balaguer, del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), y José Francisco Peña Gómez, del Partido de la Revolución Dominicana (PRD).

En el lapso en el que salen de la escena pública los tres líderes históricos (1998-2002) se inicia una nueva etapa en la competición política nacional. A pesar de que fueron muchos los que auguraron el colapso del sistema de partidos durante la que se vislumbraba como “tercera transición” dominicana, el tiempo ha evidenciado su estabilidad y fortaleza a través de un sendero que no ha transcurrido por la congelación del cleavage —camino nicaragüense— ni por su mutación en cleavage de clase —vía costarricense— (Mitchell, 2010: 53). Los partidos dominicanos se han adaptado al escenario de la democratización conservando el viejo estilo de la política de clientela y el manejo patrimonial del Estado. A pesar del reordenamiento de fuerzas políticas y electores, se constata el continuismo en la vocación particularista de la movilización y representación de intereses. Aquella “cuasipoliarquía gerontocrática” (Jiménez Polanco, 1999) de Bosch y Balaguer ha derivado en la etapa de la consolidación en un tipo de democracia que la literatura ha adjetivado como oligárquica, cleptómana y neopatrimonialista (Espinal, 2006; Lozano, 2004; Hartlyn, 1994), o en una subcategoría de democracia por las deficiencias en accountability horizontal (Marsteintredet, 2004).

Como ha argumentado Ken Mitchell (2010), la excepcionalidad de la estabilidad del caso dominicano radica en una conjunción de factores que favorecen el continuismo. Mientras que la emigración funciona como válvula de escape para los descontentos, la integración económica con Estados Unidos y la proximidad con el Estado fallido de Haití refuerzan la preferencia de la seguridad de lo conocido frente a otras opciones antisistema. El feudo de los partidos tradicionales está asegurado por el propio sistema electoral y alimentado por un sector público grande y centralizado a su servicio. Desde el lado de los votantes, el carácter conservador del electorado dominicano, así como el alto nivel de apoyo a los partidos tradicionales —bien en la forma de simpatía partidaria o en la modalidad de trabajar para partidos durante la campaña— se han mantenido en el tiempo.1

La semejanza de posiciones ha desvanecido el intercambio de votos por políticas y ha abierto el escenario a una competición “atrápalo todo”. Las principales fuerzas políticas dominicanas no compiten en su función movilizadora de cleavages representativos (policy exchange), sino en su efectividad para distribuir bienes privados y selectivos (targeted exchange). En 2010, República Dominicana ocupaba el primer lugar en la escala de clientelismo en la región según El Barómetro de Las Américas (LAPOP, 2010: 216) y en la comparación mundial se situaba entre los tres países más clientelares junto a Senegal y Mongolia (Kitschelt y Kselman, 2011: 33). El disímil pero constante financiamiento público en un reparto que iguala al alza a los mayoritarios favorece a los partidos tradicionales que reciben la misma cantidad —aunque la distancia entre ellos pueda superar en algunas contiendas 30%—, a la vez que limita las posibilidades organizativas de la veintena de partidos minoritarios. (Tabla 1)

Los tres partidos solucionaron los problemas de liderazgo tras la muerte de sus respectivos caudillos sin que acontecieran las temibles crisis de sucesión, un hecho revelador de la fortaleza de sus organizaciones (Mitchell, 2010: 58). Si bien el PRSC ha lidiado con menor fortuna con la tarea de mantener a su militancia alrededor de un liderazgo aglutinador, ha mostrado su pericia en el ejercicio de un liderazgo negociador en su posición de partido bisagra, conquistando espacios en las instituciones y en el control de las redes de patronazgo (Benito Sánchez, 2013).

Esta estabilidad partidaria obedece en parte a las estrategias de cartelización a través de las cuales el partido se fortalece como organización y en las instituciones (Mair, 1997). Al igual que muchos partidos políticos en América Latina, República Dominicana cuenta con vastas organizaciones profundamente arraigadas pero predominantemente informales. La estructura descrita en los estatutos convive con la de naturaleza informal: redes de patronazgo que funcionan como maquinarias políticas, carreras de militantes favorecidas por el amiguismo y el dinero, poca fiabilidad del número de militantes, “planchas consensuadas” que desvirtúan las elecciones internas, reformas de estatutos que legitiman acuerdos extraestatutarios, estructura física que desaparece tras la campaña, asuntos de Estado o de partido que se tratan fuera de las sedes institucionales… Son sólo algunas de las manifestaciones informales que inundan la vida partidaria en el país (Benito y Rosales, 2011).

Los partidos políticos dominicanos son partidos-máquina altamente institucionalizados en los que los canales informales son estructuras alternativas que compiten con las débiles e inefectivas estructuras formales (Helmke y Levitsky, 2004). La competitividad en condiciones de oligopolio —cuando una sola alternativa muy pequeña de gobierno es viable y tendrá el dominio de la asignación de los recursos públicos (Kitschelt y Wilkinson, 2012: 38)— explica el modo de vinculación directa particularizada que rige en el país. En las democracias de bajo nivel de desarrollo como la dominicana, la política clientelar deviene la mejor opción, dado el bajo costo de los votantes marginales. En este escenario, las relaciones de conflicto entre facciones también siguen un patrón particularista análogo a la relación políticos-ciudadanos en la que se fragua la representación en el país.

El grupismo es un fenómeno que caracteriza la vida interna de los tres partidos mayoritarios en República Dominicana. Lejos de ser una manifestación del disenso y la diversidad del debate ideológico interno, refleja el excesivo personalismo en el ejercicio del liderazgo y la representación. Las luchas por el control del partido dividen en 2014 a “leonelistas” y “danilistas” en el PLD y a “miguelistas” e “hipolitistas” en el PRD, mientras que la búsqueda de rentabilidad en ausencia de un liderazgo aglutinador despedaza a los reformistas tras la sombra caciquil de Morales Troncoso y Rogelio Genao (partidarios de aliarse con el oficialista PLD), Amable Aristy (partidario de aliarse con el opositor PRD) e Ito Bisonó. Un escenario que rememora el antagonismo estratégico entre “oportunistas” y “renovadores” en el PLD de los años noventa, las reyertas entre “jorgeblanquistas” y “majlutistas” en el seno del PRD o la adhesión competitiva de los caciques provinciales al líder del PRSC en los años ochenta.

El grupismo partidario se remonta al proceso de creación del Estado-nación dominicano, cuando las luchas por el reclutamiento de clientelas “duartianas”, “santanistas”, “baecistas”, “jinetistas”, “colituertas”, “velazquistas”, “pataprietas” o “patablancas”, tras la bandera de sus respectivos caudillos por el control de los recursos públicos, obstaculizaron el proceso de state-building en el siglo XIX y condicionaron la formación de los protopartidos (Jiménez, 1999). Como evidenciara Martin Shefter (1994), en este momento histórico se gesta el grado de distinción organizativa entre el espacio de la política y el Estado, determinando que el patronazgo se convierta o no en una herramienta de movilización. El faccionalismo es, además, un obstáculo añadido en la probabilidad de que se lleven a cabo reformas en la profesionalización de la administración pública, ya que el control por el patronazgo se traslada también al ámbito interno del partido (Geddes, 1991).

El objetivo de este artículo es mostrar que la razón aglutinadora de las facciones partidarias en la República Dominicana no es ideológica sino de carácter organizativo y de oportunismo electoral, respondiendo a la tipología de facciones por interés o client group factions. Entre jefes y dirigentes medios prima la lealtad instrumental típica de las relaciones patrón-cliente, en la que se intercambian bienes particularizados y selectivos a cambio de apoyo. Las bicefalias carismáticas y lealtades instrumentales dominan las relaciones de conflicto entre compañeros de partido. La legitimidad clientelar del sistema político dominicano se reproduce dentro de las fuerzas partidistas y los políticos enfrentan las mismas decisiones estratégicas que los electores. En los tres partidos, la competencia de clientelas “cuasi grupos dispuestos a la acción colectiva” (Moreno Luzón, 1995: 209) y la búsqueda de rentabilidad individual son origen de la mayoría de las desavenencias intrapartidarias. Como se relata en este trabajo, dependiendo del escenario de oportunidad, las facciones de los tres partidos cooperan o compiten, aunque sólo el PRD parece entablar batallas degenerativas que, sin embargo, no sentencian de muerte a la organización.

En primer lugar, a partir del modelo presentado por Françoise Boucek (2009) se describen y clasifican los principales disensos internos en las filas de PLD, PRD y PRSC desde la transición a la democracia hasta la actualidad. En el apartado de conclusiones se analizan las consecuencias del faccionalismo en la competencia interpartidista dominicana y en la perpetuación de la política particularista. Esta estructuración grupal dificulta la formación de concepciones políticas unitarias y desplaza la socialización y la instrucción de las futuras élites, de las escuelas de los partidos a la camarilla palaciega del círculo de confianza del líder, quien reparte cargos y puestos en la papeleta electoral. La opción faccionalista potencia la lealtad personal frente a la partidista, dificulta la cooperación intrapartidaria en la agregación de intereses colectivos y genera un sistema particularizado de lealtades y recompensas.

El enemigo en casa: caciques y facciones en República Dominicana

Siguiendo la definición del trabajo seminal de Raphael Zariski (1960), una facción es:

Toda agrupación al interior de un partido cuyos miembros comparten un sentido común de identidad, propósito, y están organizados para actuar colectivamente como un bloque distinto dentro del partido para alcanzar sus metas. Estas metas pueden ser: controlar el partido y el gobierno; la satisfacción de intereses locales, regionales o de grupo; influir en la estrategia del partido; influir en la orientación de la política del partido o del gobierno; y/o la promoción de determinados valores con los que los miembros de la facción se identifican (Zariski, 1960: 33).

En la misma línea, atendiendo a la motivación, Giovanni Sartori (1980) las agrupa en “facciones por interés” para la obtención de ventajas y prebendas y “facciones por principio”, surgidas para la promoción de ideales (Gamboa y Salcedo, 2009: 670). Por el contrario, otros autores, como Dennis Beller y Frank Belloni (1978), en su clasificación trasladan el foco de atención a la estructura organizativa que las sustenta. Así, distinguen entre factional cliques o tendencias, client group factions o facciones personales y facciones institucionalizadas. Mientras que las primeras se caracterizan por compartir un interés común, ya sea de tipo ideológico o material, y están escasamente organizadas, las segundas destacan por su nivel de organización y reclutamiento directo por el líder, que ejerce un dominio personal sobre los miembros. Las facciones institucionalizadas cuentan con una estructura organizativa altamente burocratizada.

Frente a los fines y la estructura de las facciones, la literatura contemporánea se ha acercado al fenómeno del disenso partidista a partir del tipo de dinámica que se genera entre aquéllas para evidenciar la distinta funcionalidad y las consecuencias en los sistemas de partidos. En esta investigación sobre las facciones en los partidos políticos dominicanos se utiliza la clasificación de Boucek (2009), que define el fenómeno del faccionalismo como una de tres caras: una cara cooperativa, una competitiva y una degenerativa. La activación de cada una de ellas depende de la estructura de oportunidad que los actores encuentran dentro de sus organizaciones y en el contexto político nacional.

La forma en que se relacionan las facciones produce resultados diversos dentro del partido y condiciona la competencia interpartidista. La interacción cooperativa entre facciones tiende a producirse en los procesos de transición y la formación de partidos a partir de múltiples identidades intrapartidarias (e.g. Partido Socialista Obrero Español en los setenta, Democracia Cristiana Italiana en los cincuenta); la de naturaleza competitiva tiene su origen en la polarización de opiniones (e.g. Conservadores Ingleses en los noventa; Partido Liberal Japonés a mediados de los años setenta); y la degenerativa es la forma de interrelación típica de partidos clientelistas (e.g. Democracia Cristiana desde finales de los años setenta hasta su colapso en 1994).

Mientras que la cooperativa produce partidos de amplio espectro ideológico en el que conviven armónicamente los distintos subgrupos, la competitiva tiende a moderar políticas. La tercera cara del faccionalismo, la degenerativa, convierte la competencia entre facciones en una lucha por la conquista de los recursos del partido que pone a éste al borde del colapso y la ingobernabilidad (Boucek, 2009: 470). Mientras que en la cara cooperativa las facciones son grupos separados en competencia centrípeta, en la competitiva los grupos se relacionan en competencia centrífuga. La autosuficiencia es, por el contrario, la característica de las facciones que se relacionan en forma degenerativa y cuyo nacimiento obedece a la excesiva atención a los intereses particularistas de sus miembros y no a la polarización de posturas. (Tabla 2)

La cooperación entre grupos de un mismo partido se pone al servicio del consenso y la coordinación electoral, frente a la búsqueda de la rentabilidad en la carrera por la conquista del botín que opera bajo la cara degenerativa del faccionalismo. La competición entre grupos políticos amplía el espectro de alternativas para las élites y los militantes del partido, diversificando y estimulando la innovación política por un lado, pero bajo la amenaza del agitamiento interno y políticas sin rumbo, por otro.

Los partidos no son bloques monolíticos y, al igual que en el resto de organizaciones, el disenso forma parte del ejercicio democrático plural y competitivo. El repaso a las “salidas”, las “voces” y “lealtades” (Hirschman, 1970) detrás de los conflictos intrapartidarios en la República Dominicana, desde la transición a la actualidad, permitirá una clasificación de la motivación y la dinámica de la interacción faccional en el país. La selección de candidatos y la renovación de cargos han demostrado ser los asuntos más conflictivos. La judicialización de la vida partidaria dominicana es un fenómeno en auge; prueba de ello es que desde la creación de la Cámara Contenciosa Electoral en 2003 como órgano especializado de la Junta Central Electoral (JCE), se dictaron apenas 13 resoluciones en 2003 y 10 en 2004, frente a las 172 resoluciones emitidas con ocasión de las primarias en las municipales y congresuales de 2006. En las elecciones de 2010 se interpusieron 256 recursos, un fenómeno que llegó a poner en peligro la confección de la boleta en los plazos establecidos por la ley en espera de la inclusión de los candidatos definitivos (Benito Sánchez, 2011: 394). La desconfianza entre grupos parece ser una de las razones por la que se traslada la solución de controversias a un órgano externo, en detrimento de las instancias internas que velan por la legalidad, la protección de los derechos de los miembros y la disciplina partidaria:

No hay arbitraje creíble […]. Los árbitros de turno defienden los intereses de grupo. Esto ha provocado que en los últimos procesos internos del partido, las comisiones organizadoras terminen desmoralizadas. Nadie les cree […]. Los estatutos tienen mecanismos de disciplina y control, pero en las comisiones se eligen personas recomendadas por los grupos de poder dentro del partido o representantes de grupos minoritarios como compensación (Benito Sánchez y Rosales, 2011: 30).

Como se desprende de la siguiente relación de las desavenencias intrapartidarias, dependiendo de los protagonistas y de la coyuntura, las facciones de los tres partidos políticos dominicanos mayoritarios:

1) Cooperan para maximizar sus opciones, preservando las identidades de subgrupos en momentos de alta competencia electoral. Ejemplo: apoyo de Leonel Fernández a la candidatura de Danilo Medina en las presidenciales de 2012.

2) Compiten entre ellas difuminando el conflicto, ofreciendo mayores opciones a los votantes, a quienes trasladan el veredicto en la medición de fuerzas entre facciones. El agitamiento no pone en peligro la unidad del partido pero sí provoca recelos internos. Ejemplo: las principales figuras de los subgrupos reformistas apoyaban una al PRD y otra al PLD en las presidenciales de 2012, lo que ejemplifica el peligro de las políticas y partidos a la deriva descrito por Boucek (2009).

3) Se disgregan buscando la rentabilidad individual; la carrera por el acceso al botín de cargos pone en riesgo la unidad del partido y conduce a la parálisis institucional. Este tipo de competencia degenerativa ha sido exclusiva del PRD, un partido cuyo modelo organizativo responde a una cuasi federación de facciones. Ejemplos: los impasses en la Cámara de Diputados en los años ochenta y la crisis de 2013 por la custodia del partido. (Tabla 3)

Dos gallos en el mismo corral o cómo pelearse en el PRD

La historia del PRD ejemplifica el efecto degenerativo de la interacción faccional y la balcanización de la competencia entre liderazgos personalistas. Desde los albores de su fundación, la omnipresencia carismática de Juan Bosch resultó incompatible con el liderazgo del también fundador del partido, Juan Isidro Jimenes Grullón. La disputa se resolvió con la salida de este último, quien fundó en 1961 la Alianza Social Demócrata (ASD), partido con el cual buscaba satisfacer sus aspiraciones a la presidencia de la república, que finalmente conquistó Bosch en 1962. Una década después, las discrepancias ideológicas del máximo líder —convencido de que era marxista y no tenía cabida en el PRD— llevaron a la facción de los denominados “permanentistas” a abandonar el partido y fundar el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) en 1973. Tras la salida de Juan Bosch, el modelo organizativo de cuasi federación de tendencias con recursos propios y líderes protagónicos ha dominado la vida interna perredeísta.

“Convención igual a división, igual a atomización”.2 La selección de cargos ha sido escenario de hostilidad recurrente desde finales de los setenta a la actualidad con episodios de batallas campales como la acontecida en 1985 —conocida como “el Concordazo”— o la de 2013, en la que seguidores “hipolitistas” y “miguelistas” resolvían sus diferencias de forma violenta.3 Las Convenciones no han hecho más que exteriorizar la bicefalia y el matrimonio mal avenido que conforman las distintas familias perredeístas. En ellas se ha escenificado la lucha sin cuartel por alcanzar la presidencia del partido y el impasse es resuelto repartiendo el control de la organización y el acceso a las instituciones entre facciones. Así sucedió con el Pacto de Honor (1977) entre “guzmanistas” y “jorgeblanquistas”; con el Pacto de la Unión (1985) entre “majlutistas” y “jorgeblanquistas”; y con el Acuerdo de Congelación (1987), por el que Francisco Peña Gómez y Jacobo Majluta formalizan ante la JCE sus facciones con el nombre de Bloque Institucional (BIS) y Partido Revolucionario Independiente (PRI) para competir como agrupaciones independientes en las elecciones de 1990. Ambos partidos perviven en la escena política, el primero de ellos bajo la presidencia del hijo del histórico Peña Gómez.

Durante los gobiernos perredeístas (78-82 y 82-86), la incompatibilidad de liderazgos y sus clientelas traspasó el umbral doméstico y la batalla se extendió al Ejecutivo (presidido por Antonio Guzmán) y el Legislativo (dominado por Jorge Blanco). La conflictividad entre ambos poderes generó situaciones propias del gobierno dividido bajo esta modalidad sui géneris de enemigos de una misma familia y en la que el gobierno boicoteaba las iniciativas legislativas de su propio partido. En otros partidos caracterizados por el faccionalismo, como el Partido Socialista de Chile, esto no ha impedido el trabajo colectivo en el proceso legislativo, y son escasas las situaciones de divergencia (Gamboa y Salcedo, 2009: 679). Una década después, las aspiraciones del diputado Rafael Peguero Méndez a la presidencia de la Cámara de Diputados, en contra de la decisión de su partido, provocaron otra de las sonadas salidas de la matriz perredeísta. Peguero Méndez y los nueve diputados que conformaban su cortejo adquirieron la franquicia del Partido Popular Cristiano (PPC) en 1998 tras su expulsión. Como aliado del oficialista PLD en las contiendas de 2008, 2010 y 2012, se ha mantenido en las instituciones como ministro sin cartera y director de agencias gubernamentales.4

Con la vuelta al poder del PRD en el año 2000, de nuevo se optó por la inserción clientelista de las distintas facciones en cargos públicos y partidarios, para evitar que las disputas sectaristas desestabilizaran el gobierno (Espinal, 2008: 148). Sin embargo, las aspiraciones reeleccionistas de Hipólito Mejía —que llegó a reformar la Constitución para revocar la fórmula de la no relección— chocaron con las del histórico Hatuey De Camps, que optó por la salida y formó el Partido Revolucionario Social Demócrata (PRSD). Como sucede en los litigios de divorcio, el reparto de los bienes comunes fue decidido en los tribunales y De Camps se llevó al nuevo partido uno de los locales en los que se ubicaba la antigua sede del PRD. Las citas con las urnas de 2010 y 2012 volvieron a despertar las luchas tribales en el partido. La facción liderada por el ex presidente Hipólito Mejía impugnó en 2009 la XVII Convención Nacional Ordinaria que proclamaba a Miguel Vargas Maldonado como presidente del partido y candidato presidencial para 2012, contraviniendo así sus estatutos, que no permitían la combinación de ambos cargos en una misma persona. El triunfo de la corriente liderada por Vargas Maldonado desplazaba al resto de las facciones de los cargos directivos y electivos.5 La JCE anuló la mayoría de las resoluciones adoptadas en la Convención Ordinaria del PRD pero respetó la juramentación de Vargas Maldonado como presidente y los nombramientos que hizo en el Comité Ejecutivo. La exclusión de candidatos dio paso a las protestas de aquellos que se sentían desplazados por pertenecer a la facción contraria, y comenzó su peregrinación en busca de oportunidades en las listas del oficialista PLD (Benito Sánchez, 2011: 395).

En esta enrarecida atmósfera, el PRD acudió a las elecciones presidenciales de 2012 y tras su derrota se desencadenó una guerra de suspensiones y expulsiones que terminó con la entrega de la custodia de la sede del partido a la policía nacional. El Tribunal Superior Electoral (TSE) dejó sin efecto las medidas adoptadas contra el grupo de Vargas Maldonado, con lo que el partido quedaba expuesto a la bicefalia sectarista. Mientras se resolvía el impasse, cada una de las facciones eligió sendos portavoces en la Cámara de Diputados de un mismo PRD, que en la actual legislatura 2010-2016 se atomiza en “el grupo de Miguel Vargas” (45 diputados), “el grupo de Hipólito” (11 diputados), “el grupo de Abinader” (seis diputados) y “el grupo mediador” (seis diputados).6 Un río revuelto del que parece sacar ganancia el pescador oficialista:7

Indudablemente que el PRD está dividido. Esa división se expresa en la Cámara, en algunos proyectos de ley en los que, por ejemplo, Miguel Vargas puede tener una visión y ordena a sus diputados votar de una determinada manera, y el grupo que no lo sigue vota de otra […] Cuando un diputado del PRD vota a favor de las posiciones del PLD corre la voz de que ha vendido su voto […].8

En esta guerra de secesión en el seno del PRD, el TSE notificó a la policía y al Ministerio de Interior la sentencia en la que otorgaba la Casa Nacional al presidente del partido, Miguel Vargas Maldonado. A dos años de la elección presidencial y legislativa de 2016, la eterna batalla entre facciones puede resolverse como en anteriores ocasiones, con la guerra fría entre caudillos y sus séquito, o quizá con el nacimiento del partido número 28 en el país. Esta última opción fue la elegida por el grupo de Mejía y Abinader, quienes formaron en agosto de 2014 el Partido Revolucionario Moderno, renombrando el antiguo ASD.

Como se desprende del relato histórico de las discrepancias en el PRD, el sectarismo intrapartidista se asemeja a las facciones por interés descritas por Sartori (1980) y a las client group factions, centradas en la obtención de prebendas, cargos y control de los órganos del partido (Beller y Belloni, 1978). La facción es el vehículo para competir por el control de la organización; en este proceso resulta vital la lealtad de la red de apoyo de compañeros, a quienes luego habrá que premiar en el reparto de los bienes públicos y partidistas. Las facciones funcionan a modo de seudomaquinaria política y económica para apoyar las aspiraciones personalistas del jefe y canalizar los beneficios del compadrazgo a la camarilla que lo acompaña.9 Una dinámica típica de la amistad instrumental que rige en el clientelismo de partido: apoyo a cambio de apoyo (Corzo, 2002):

Miguel ha cometido el error de considerarse dueño del PRD, cuando debería recordar que fue ministro de Obras Públicas en los cuatro años del gobierno que yo presidí y fui yo quien le endosó el apoyo para que fuera candidato presidencial en 2008 […]. Los perredeístas sabían que iban para el gobierno y tenían los dientes preparados para llegar a las posiciones oficiales, pero el acuerdo de Miguel con el PLD y su traición nos despojaron del poder. ¿Usted sabe cómo se sanciona la traición? Con la muerte moral de los que traicionaron.10

Las dos únicas salidas de tipo ideológico en el historial de escisiones partidarias fueron las de Juan Bosch en 1973 y la de Hatuey De Camps en 2004. La defensa del marxismo del primero y de los valores primigenios perredeístas amenazados por la eliminación de la no reelección del segundo dieron nacimiento al PLD y al PRSD, aunque ambos son también producto de la imposibilidad de convivencia de liderazgos colegiados y el exacerbado personalismo. La dinámica de interacción entre las facciones y sus caudillos ha tenido un carácter predominantemente degenerativo pero, lejos de llevar al partido al colapso, se ha convertido en el modus vivendi y no ha impedido que el PRD fuese el partido más votado en las presidenciales de 2012 y en las municipales de 2010. El duelo entre el Bis y el PRI de finales de los años ochenta ejemplifica la cara competitiva del faccionalismo descrita por Boucek (2009), que permitió difuminar el conflicto entre Peña Gómez y Majluta en una situación de competencia centrífuga y opiniones polarizadas.

También ha existido dinámica cooperativa entre facciones. El Movimiento Democrático Alternativo (MODA), creado en 2007 por Emilio Rivas, nació inicialmente como un apoyo para la candidatura presidencial de Hipólito Mejía en 2000 y 2004; en aquel entonces tuvo el nombre de Movimiento Organizador de Aliados. La misma ruta siguió el Partido Cívico Renovador del ex jefe de la policía nacional, Jorge Radhamés Zorrilla, que nació siendo un movimiento de apoyo y en 2010 oficializó su registro ante la JCE como partido independiente. Ambos son tradicionales aliados del PRD en las contiendas electorales. Del mismo modo, el movimiento de apoyo a la candidatura de Majluta en 1986, La Estructura, se convirtió en Partido Liberal La Estructura (Pal) y su presidente, Andrés Van Der Horst, ha sido aliado tanto del PRD como del PLD y un habitual en las instituciones del Estado.11

El disenso en el PLD: de la excomunión a la cooperación

En 1973, Juan Bosch y los “permanentistas” abandonaron el PRD por discrepancias ideológicas, para crear un partido leninista de cuadros. En el liderazgo carismático del profesor recaían el control de la organización de la vida partidaria, centralismo democrático, y la cosmovisión político-doctrinaria, el boschismo.12 En este escenario, el disenso y la contestación al viejo caudillo y guía eran consideradas traiciones al principio boschista de la confianza y castigadas con la pena de excomunión (Jiménez Polanco, 1999: 438). La primera desavenencia tuvo lugar en 1978, con el enfrentamiento ideológico entre el grupo de “los Diez” y el de “la Trilogía” —liderados por Antonio Abreu y Rafael Alburquerque, respectivamente— por el giro derechista del partido. El apoyo de Bosch al último forzó la salida de Antonio Abreu, quien formó con sus seguidores el partido Unidad Democrática (UD). Aplastado el primero de los delfines, Bosch eliminó al segundo acusándolo de grupismo y expulsándolo en 1984, fecha en la que Alburquerque creó el Partido del Pueblo Dominicano (ppd). Desde entonces, se ha mantenido ininterrumpidamente en primera línea de las instituciones, siendo ministro de Trabajo con Balaguer-PRSC (1991-2000) y vicepresidente en las administraciones del PLD (2004-2008 y 2008-2012).

El boschismo exigía lealtad absoluta y las voces alzadas por la resistencia del anciano líder al relevo generacional y los conflictos por el reparto de cargos eran castigados con la suspensión o la expulsión.13 Otros, como Max Puig, optaron por la salida estratégica en busca de mayores oportunidades de promoción. Puig fundó en 1992 el partido Alianza por la Democracia (APD). La rentabilidad de esta opción llegará una década después, cuando el valor estratégico de los partidos aliados determine la victoria en las contiendas electorales. Gracias a su alianza con el PLD, Puig se ha desempeñado como ministro de Trabajo y de Medio Ambiente, además de tener otras posiciones gubernamentales en las administraciones del PLD 2004-2008 y 2008-2012.

Tras la retirada de Juan Bosch en 1994, se inicia la lucha interna por el poder, que enfrentará a “renovadores” y “oportunistas” partidarios de preservar los fines originarios del partido unos y del pragmatismo político otros, en la que vencerán estos últimos y recibirán a cambio la presidencia de la Cámara de Diputados por el apoyo prestado a Balaguer. También comienza aquí la competencia de liderazgos entre Leonel Fernández y Danilo Medina, ex presidente y presidente actual de la República Dominicana, respectivamente. En 2007, con la frase “Me venció el Estado”, Medina se retiró del escenario público resentido con su compañero de partido tras su derrota en las primarias internas, y acusando a Fernández de utilizar a su favor la maquinaria del Estado. Cinco años después, esa misma maquinaria estatal y el uso de los recursos públicos otrora denunciados fueron puestos a su servicio de la mano de Fernández para alcanzar la presidencia en 2012.14

Esas líneas políticas parecen difuminadas y el divisionismo responde en la actualidad a la identificación de clientelas y patrones en su acceso a la cúpula partidista. El poderoso Comité Político peledeísta está conformado por un grupo de escogidos que dirigen la maquinaria partidista y estatal: 14 son “leonelistas”, seis “danilistas” y cinco son catalogados como “neutrales”.15 Conocido como el “minigabinete”, todos sus miembros se desempeñan como funcionarios de alto rango, por lo que controlan la red de patronazgo de los niveles intermedios.

Un selecto grupo conforma a su vez el núcleo duro del Comité Político conocido como “la OTAN”; una especie de intelligentsia o “consejo de sabios” con gran poder en el control de los recursos del Estado e independencia económica. Este monopolio partidista y estatal ha llevado a sus detractores a desautorizar las condiciones de la competencia en el sistema de partidos dominicano, calificándolas de “dictadura constitucional de la corporación PLD”.16

El máximo órgano ejecutivo es un gueto de difícil acceso y de largas estancias. Las resistencias a abandonar este selecto grupo han provocado que la ampliación sea una opción más factible que la renovación de sus miembros. Un atrincheramiento que ejemplifica la pervivencia de las prácticas de cooptación propias de los partidos de notables.

Extender las mieles del poder más allá de este exclusivo círculo de confianza desata la guerra entre facciones. Las voces en el PLD no se exteriorizan al modo de sus oponentes perredeístas —que enarbolan sus diferencias en exhibición violenta del exceso de democracia interna—, sino de manera más silenciosa, en la que se solventan los equilibrios de poder entre clanes. Prueba de ello es el ataque a través de un libelo anónimo que en mayo de 2013 recorría los correos electrónicos del país con el título “El presidente Medina ante un grave peligro”, en el que se acusaba a compañeros del partido de abuso de poder, enriquecimiento ilícito y conspiración para entregar el poder a personas ajenas a la dirección.17 La presencia de hombres de confianza del ex presidente Leonel Fernández en el ejecutivo de Danilo Medina ha sido calificada por los analistas como “El gobierno de Danilo bajo el reinado de Leonel” (Ruiz, 2012) y recordaría a esa otra frase de “ser el árbitro cuando no se era el presidente” de épocas y caudillos pasados (Benito y Toribio 2013:1), pero también al pago por el apoyo brindado entre facciones.

El centralismo democrático boschista parece haber mutado en la etapa post caudillos a la autocracia del Comité Político bajo la dirección de líder carismático de turno. Militantes y dirigentes tratan de entrar en el grupo de confianza; hay un botín de cargos y contratos que despierta el recelo y la competencia entre las milicias que apoyan a los líderes. Las lealtades de ida y vuelta de los disidentes y su permanencia en las instituciones evidencian salidas estratégicas de los actores en busca de mejores opciones (rentseekers). La división bajo incentivos centrípetos caracteriza hoy la rivalidad entre “leonelistas” y “danilistas” y muestra la cara cooperativa del faccionalismo descrita por Boucek (2009). Ambas son facciones reclutadas con base en la lealtad personal al líder (client group factions) que cooperan para alcanzar el éxito electoral. Una cooperación que genera conflicto entre los sectarios de la facción que abraza las mieles del gobierno y la que controla el partido, pero que en ningún caso amenaza su integridad. En el gobierno de Danilo Medina (2012-2016), la vicepresidencia está en manos de Margarita Cedeño, esposa del ex presidente Leonel Fernández. Un ejemplo del canje y pago entre grupos por la coordinación electoral en 2012.18

El neocaciquismo democrático reformista

El liderazgo de Joaquín Balaguer ejemplifica el prototipo de caciquismo tradicional y el dominio de la vida política a través del entramado de relaciones sociales. Este padre de los desposeídos, conservador, paternalista, tradicionalista, autoritario, sagaz en el arte de comprar lealtades y controlar votos, definió e influyó en la política nacional durante más de cuatro décadas. El viejo caudillo contaba con una red de caciques provinciales leales a los que concedía el disfrute selectivo de bienes públicos y privados.19 Su resistencia a ceder el control de la maquinaria reformista lo mantuvo apegado al poder a pesar de su ceguera y avanzada edad. El viejo caudillo no admitía competencia y las aspiraciones de los posibles delfines fueron castigadas con la expulsión, la salida voluntaria o la retirada del apoyo en las urnas. Así sucedió con Francisco Augusto Lora, vicepresidente del partido, quien en 1970 fundó el Movimiento de Integración Democrática Antireeleccionista (MIDA), o en 1994, cuando Fernando Álvarez Bogaert fundó el partido Unión Democrática Cristiana (UDC), que apoyará al PRD en las elecciones de 1996, fecha en la que aplastó el liderazgo de Jacinto Peynado favoreciendo al candidato del PLD, Leonel Fernández, en el Frente Patriótico. Los que aspiraban lo hacían dejando clara su adhesión incondicional al líder primigenio:

[…] ni busco, ni espero, ni acepto que alrededor de mi persona se forme una de esas cosas a las que llaman tendencia. En el Partido Reformista no hay alas ni de izquierda ni de derecha, y no existe pugna por el poder ni por el liderato del partido, ya que todos reconocemos que existe un único líder.20

Y cuando las cosas pintaban mal, el perspicaz estratega Joaquín Balaguer forzaba la cooperación entre facciones ficticias. De esta manera, indujo la creación del Movimiento Nacional de la Juventud (MNJ) en 1970 y del Partido Nacional de Veteranos y Civiles (PNVC) en 1973, por si se complicaba su presencia en las urnas como candidato. La desaparición del viejo caudillo en 2002 dejó al Partido Reformista huérfano de un liderazgo aglutinador y exteriorizó el conflicto entre facciones y sus jefes políticos, que se agudiza con cada contienda electoral. Su condición de partido bisagra resulta atractiva para los juegos de alianza y las facciones buscan la mayor rentabilidad negociando por separado con los potenciales aliados.

En 2009, la renovación de los órganos partidarios fue motivo de agria disputa entre facciones y en lugar de una se celebraron tres accidentadas asambleas: la oficial, en la que se eligió presidente a Carlos Morales Troncoso, ausente de la reunión; una improvisada en la segunda planta de la sede reformista, a cargo de un grupo de dirigentes, y una paralela, en la que se proclamaba a Leonel Fernández “líder viviente de los balagueristas”. Aquellos que no vieron satisfechas sus aspiraciones optaron por el camino de la disidencia organizados bajo el nombre de Balagueristas Auténticos, Consenso Electoral y Corriente Balaguerista, bajo el liderazgo de Modesto Guzmán, Alexandra Izquierdo y Héctor Rodríguez Pimentel, respectivamente. Los tres fueron recompensados tras las elecciones de 2012: como director del Instituto Postal Dominicano el primero, secretaria de Estado sin cartera la segunda, y director del Instituto Dominicano de Recursos Hidráulicos el último, en la administración oficialista. Los tres cuentan con poder de nombramiento de los puestos administrativos bajo su responsabilidad.

La contienda presidencial de 2012 volvió a desatar la rivalidad y las desavenencias por la elección de compañero aliado. Mientras que la cúpula del PRSC optaba por la alianza con el PLD —en la que el presidente del partido, Carlos Morales Troncoso, es ministro de Relaciones Exteriores—, otro de los tradicionales jefes políticos del reformismo, Amable Aristy, optaba por dar su apoyo al PRD. Aunque este último fue expulsado, en febrero de 2013 el TSE declaró nula la decisión adoptada por el PRSC, que tuvo que readmitir a Aristy y a los 261 dirigentes que lo acompañaban.

La atomización faccional de los dirigentes reformistas y su competencia centrífuga en las citas electorales ejemplifica la dinámica competitiva descrita por Boucek (2009), que permite la circulación de las élites y amplía las opciones de los votantes, quienes pudieron elegir en las elecciones de 2012 entre “reformistas con papá” o “reformistas con mamá”,21 pero también muestra el peligro de las políticas a la deriva y de los partidos sin rumbo. A pesar de que la competencia entre jefes políticos reformistas es feroz, no parece que esta guerra sin cuartel aniquile al partido, ya que los patronos han encontrado en las instituciones el nuevo brío para mantener a sus clientelas políticas: Carlos Morales Troncoso, canciller de Relaciones Exteriores en las administraciones del oficialismo, ha convertido la carrera consular y diplomática en un feudo reformista que pone en cuestión el uso eficiente de los recursos públicos, con misiones diplomáticas desorbitadas para un país de 10 millones de habitantes.22

En el otro extremo está Amable Aristy, tradicional cacique adiestrado en las formas balagueristas, atrincherado en la poderosa Liga Municipal Dominicana durante décadas y senador por la provincia de La Altagracia. Este amigo de los pobres, repartidor de pollos, salchichones y dinero en las campañas electorales, es un prominente empresario de la zona que controla empleos públicos y privados. Su círculo de influencia se ve reforzado a través de apéndices familiares como su hija Karina Aristy, alcaldesa del principal municipio de su provincia, o su sobrino Fidias Aristy, quien lo sustituyó al frente de la Liga Municipal Dominicana cuando vio imposibilitada su reelección. De este modo, el monopolio de prebendas derivadas del ejercicio del poder ha reconvertido al director, jefe de agencia pública o secretario gubernamental, en el nuevo señor feudal o neocacique. En esta batalla, algunos han optado por independizarse. Tal es el caso de Amílcar Romero, que fundó en 2006 el Partido Popular Reformista (PPR), y de Eduardo Estrella, quien creó el partido Dominicanos por el Cambio (DxC) en 2009, alegando irregularidades en la elección de Amable Aristy como candidato presidencial.

Conclusiones

Los estudios sobre vínculos entre ciudadanos y políticos han puesto el foco de atención en cómo compiten los partidos para explicar la mayor probabilidad de ofertar beneficios particularizados. Este enfoque retoma el papel decisivo e independiente de los actores políticos en la elección de estrategias —particularistas o de alcance universal— para la articulación de vínculos y, por lo tanto, en la creación de electorados para el patronazgo o para la autonomía burocrática (Warner, 2001). La aportación de este artículo radica en trasladar el foco de atención del “cómo compiten” al “por qué pelean” los actores, para evidenciar que también en el escenario interno, entre jefes y dirigentes medios prima la lealtad instrumental típica de las relaciones patrón-cliente en la que se intercambian bienes selectivos a cambio de apoyo. La dinámica faccional en la República Dominicana es un indicador del denominado “clientelismo de partido”, en el que se intercambia influencia partidista a cambio de apoyo político (Corzo, 2002). En la etapa de la consolidación democrática, el ejercicio del liderazgo parece seguir la senda del personalismo y el compadraz-go de épocas pasadas y las facciones siguen siendo la maquinaria poco burocratizada pero altamente informal que acompaña a los jefes políticos y sus clientelas.

Si los propios actores políticos son jugadores de veto en la promoción del servicio civil de carrera en el país, ya que la promesa de empleo público es una de las principales armas de movilización electoral, también lo son en el ámbito interno, donde las primarias resultan ser la manzana de la discordia partidista. Como apuntara Barbara Geddes (1991), el faccionalismo obstaculiza la probabilidad de que se introduzca el principio de mérito en el acceso y la permanencia en la administración pública, porque también para los jefes políticos el patronazgo es un arma para mantener y premiar la lealtad de sus sectarios. Un indicador de esta resistencia es la declaración de inconstitucionalidad de la Ley 286-04 de Primarias Internas Obligatorias en 2005, con la argumentación de que los partidos son organizaciones privadas que tienen derecho a determinar libremente cómo seleccionar a sus candidatos.23 Y es que las elecciones internas abiertas —o principio de mérito partidista— amenazan la competencia sesgada por la endogamia, la red clientelar, el compadrazgo y la militancia vegetativa (Hernández Valle, 2002).

La función socializadora y la profesionalización de las futuras élites dirigentes se ven también afectadas por el faccionalismo. La formación política en República Dominicana refleja el divisionismo caudillista: mientras que en el PRD los jefes políticos se atrincheran y rivalizan en recursos en torno al Instituto de Formación Política Peña Gómez, la Secretaría de Educación y Doctrina y el Centro de Estudios de Políticas Públicas,24 en el PLD el Instituto de Formación Política Juan Bosch convive con Funglode, think tank creado por el ex presidente Leonel Fernández que opera como una escuela de cuadros en la que se forman los altos cargos de designación de las administraciones peledeístas.25 En el PRSC, la Escuela Nacional de Formación Política convive con el Centro de Análisis de Políticas Públicas creado en 2007 por el diputado reformista Ito Bisonó. En el diagnóstico sobre el estado de la formación política en República Dominicana (AECID-PNUD, 2008), los responsables entrevistados identificaron como principales obstáculos la falta de coordinación entre programas y órganos formativos, así como el recelo a empoderar al contrario capacitando a futuros líderes cuya lealtad no corresponda con el jefe político de turno. La lealtad sectarista se impone a la lealtad partidista y la facción (inner circle) es la maquinaria que organiza las lealtades en círculos concéntricos similares a los descritos por Javier Auyero (1999) según la cercanía con el jefe político.

Este divisionismo dificulta el establecimiento de concepciones políticas unitarias o trabajo ideológico de los partidos y condiciona la actividad legislativa en diferentes aspectos:

1) La lucha faccional se traslada a las instituciones, provocando impasses, como sucedió con el bloqueo perredeísta a las iniciativas propias en la década de los ochenta.

2) El mandato de representación nacional se supedita a las instrucciones de los jefes políticos a sus sectarios, lo que popularmente se conoce como “bajar línea”.

3) Fomenta el personalismo legislativo en el trabajo parlamentario. Antes que colaborar con el compañero contrario, los diputados prefieren actuar en solitario. La actividad propositiva de los diputados dominicanos se realiza de manera individual, siendo minoritario el porcentaje de proposiciones presentadas por la bancada o grupo.

El uso neopatrimonialista de los recursos públicos y partidistas cual feudos privados de los políticos dominicanos se asemeja al descrito por Boucek al referirse al Partido de la Democracia Cristiana Italiana en la década de los ochenta: “faction leaders turned division of the spoiling to a fine art”.

Se adjudicaron los contratos de las construcciones públicas, especialmente de las oficinas de correos y autopistas, y en otras agencias y corporaciones del Estado como las cajas de ahorros, donde los nombramientos de alto rango fueron hechos estrictamente según la afiliación a las facciones (Boucek, 2009: 478).

La República Dominicana lideraba en 2012 la comparativa mundial en despilfarro en el gasto gubernamental, ocupaba la penúltima posición en favoritismo de los funcionarios del Gobierno y la posición 140 en desvíos de los fondos públicos entre las 142 naciones evaluadas (Foro Económico Mundial, 2012).

La escasez de recursos para la distribución pone a los patronos en una disyuntiva que exige creatividad. En el pasado, Francisco Peña Gómez optó por el popular “2x1” en el PRD: decisión salomónica por la que los candidatos a diputados de una circunscripción se repartían el escaño por periodos (dos años un candidato y el resto de la legislatura el otro candidato). En la etapa de la consolidación democrática, la tradicional renovación de cargos mediante decreto presidencial cada 27 de febrero (Día de la Independencia) y 16 de agosto (Día de la Restauración) ofrece una nueva posibilidad de alternarse en el acceso a los puestos públicos. Ambas son derivaciones autóctonas que se asemejan al viejo “sistema de turno pacífico” de la España de la Restauración del siglo XIX, época de esplendor de la política caciquil.

Este artículo aporta datos para la reflexión acerca de las dinámicas del conflicto partidista interno en contextos de debilidad institucional y laxitud del anclaje programático. La experiencia dominicana demuestra que el faccionalismo como estrategia frente a las discrepancias puede reforzar el proceso de institucionalización perversa. Para corroborar la validez de la tipología de Boucek (2009) en el contexto latinoamericano, se precisan nuevos estudios de caso y en perspectiva comparada que aporten evidencia acerca de las relaciones de conflicto intrapartidarias en condiciones de legitimidad clientelar en las vecinas democracias emergentes y explicar cómo asumen los costos e incentivos los actores políticos en otras democracias delegativas.

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