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v76n3r1Ignacio Chávez de la Lama. La madre de todas las "huelgas". La UNAM en 1966. (México: Universidad Autónoma de Nuevo León, 2011), 176 pp.

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Reseñado por:
Marcos Cueva

Instituto de Investigaciones Sociales
Universidad Nacional Autónoma de México

El libro de Ignacio Chávez de la Lama, dedicado a reconstruir y esclarecer en tres capítulos ("Reforma y planificación universitarias", "La naturaleza del movimiento", "Los protagonistas") la huelga de 1966 en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), podría parecer anecdótico, sin serlo, y crear la impresión, como si fuera un texto "político", de que carece de visión sobre las funciones sustantivas de la Universidad, las académicas. Por esa aparente dimensión anecdótica, en la que se proporcionan con lujo de detalles nombres, apellidos y fechas, el libro podría ser tomado por una denuncia sobre lo ocurrido en la huelga que en 1966 provocó la renuncia del doctor Ignacio Chávez.

Sin embargo, las anteriores críticas no son en realidad muy justificadas: el texto no pretende ser teórico (es un texto de historia política), ni busca un discurso de "moral" sobre el deber ser de la Universidad. Tampoco se ciñe al tipo de anécdotas que se encuentran en textos que establecen la "cronología de los hechos". Una reseña del texto no puedeglosarlo, y sería erróneo entrar a debatir sobre los pormenores de esos nombres, apellidos y fechas.

Una reseña crítica no debe ser mal entendida: no se le puede pedir a un texto que haga lo que quien reseña quisiera que haga. La crítica sería en este caso descontextualización y procés d’intention, al prestarle al autor tal o cual intención, aunque no la tenga. En el libro es una ventaja que no haya un discurso sobre lo que debe ser la Universidad: lo suelen hacer quienes no le reconocen autonomía real a esta Máxima Casa de Estudios. Y de aquí parte el problema de fondo, también debatido en el prólogo que hizo el ex rector Jorge Carpizo. La Universidad no es primordialmente política, es académica, y como tal la defiende el autor, sin caer en la denuncia o la crítica carentes de elementos de prueba.

Kant escribía que el militar exige obedecer, el sacerdote, creer, y el comerciante, pagar. ¿Qué puede exigir un universitario, o qué se le puede pedir? La Universidad tiene por misión el saber, el conocimiento, el mismo que muy desafortunadamente es rechazado como si practicarlo fuera encerrarse en una torre de marfil. Chávez de la Lama muestra lo que sucede cuando el supuesto "realismo" —que permite la entrada de política y poder en todo— desplaza al saber: en vez de una autoridad que selle y garantice esta práctica del saber, ese "realismo" llama a considerar intereses —muchos de grupo, otros de ambiciones individuales— y a jugar con ellos al equilibrio. ¿Lo que es tal vez válido en política lo es en un espacio cuya función sustantiva no es política? En 1966, el rector Ignacio Chávez defendía mediante medidas concretas una autonomía del saber que pronto se vio sujeta a "crítica" por quienes, aparentemente "desde abajo", creían en nombre del antiautoritarismo que lo que contaba ante todo eran "los intereses"; luego entonces, "la política".

El libro tiene una tesis contundente: en 1966 se cerró sobre la unam una pinza en la cual actuaron los intereses de sectores de derecha e izquierda (más o menos radicales, en todo caso de los llamados "acelerados") para destronar cualquier autoridad que quisiera para la Universidad una autonomía real. La tesis sostiene que sectores del alemanismo y de la izquierda coincidieron cuando se trató de sacar a una autoridad para meter la política, no cualquiera, además: era la del activismo que en sus dos versiones (la porril contra la que alertaba José Franco Serrato, a la sazón abogado general de la unam, o la de agitación y propaganda del Partido Comunista Mexicano) consideraba que saber no importa; cuenta, para retomar a Kant, obedecer o desobedecer, creer o no creer, pagar o no pagar. Hasta la fecha, cuando se examina el pasado universitario reciente, impera el mito que oscurece el conocimiento y ni siquiera considera evidencias. Así, por más que parezca un libro de denuncia, de crítica o de política, el de Chávez de la Lama, el primero en abordar un asunto que tal vez algunos consideren preferible "no tocar", no es nada de lo enumerado: como texto académico, permite saber con toda certeza —porque están las evidencias, res ipsaloquitur— qué fuerzas confluyeron para paralizar, abierta o solapadamente, las funciones sustantivas de la unam. ¿La pieza clave en 1966? Lo que el autor llama "el consorcio izquierdo-alemanista". No es nueva la idea de que los extremos se tocan: faltaba decirlo y demostrarlo contra los mitos en boga. No están presentadas en realidad anécdotas: se colocan sobre la mesa pruebas, fruto de una larga y minuciosa investigación, incluyendo archivos (algunos hasta hoy desconocidos) y datos poco conocidos, y que no se ha sabido o no se ha querido buscar.

Dejemos al lector que vaya en busca de nombres, apellidos y fechas. En un espíritu que a su modo recoge también el prólogo de Jorge Carpizo, el libro expone en conclusiones la tesis central: "Los acontecimientos que pusieron fin al rectorado del doctor Ignacio Chávez en 1966 fueron producto de una lucha faccional por la Rectoría, que enfrent[ó] a los partidarios de la universidad política con los partidarios de la universidad académica" (p. 113), apoyados los primeros desde altas esferas extrauniversitarias. Desde el punto de vista metodológico, cabe preguntarse si no valía decir desde la introducción lo afirmado en la conclusión. En realidad, el libro gana en suspenso lo que parece perder en orden. Al no anteponer la tesis central, sino presentar primero los datos (irrefutables también), no deja lugar a dudas: no es entonces prejuicio ni estereotipo del autor contra ninguno de los participantes en ese "consorcio".

Tal vez quepa lamentar un poco que el autor no ponga más énfasis en los parecidos entre los integrantes de este mismo "consorcio": hay similitud en un discurso que cuestiona toda autoridad en nombre de "los principios", y lo hay en una práctica que en ambos casos no duda en recurrir a la violencia. Con todo, en lo que se refiere a este "método" —que presiona para lograr posiciones, como si la Universidad fuera un campo de batalla por el poder y nada más—, el autor encuentra en otro texto un buen comienzo de explicación, el de la llamada "alumnocracia", que calca sobre el campo del saber algo que es de la política, no del conocimiento que supone experiencia acumulada y, por ende, jerarquías, y graduaciones (en toda la extensión de la palabra): si el alumno "está abajo", luego entonces la autoridad "está arriba", y lo que está abajo tiene razón automática (es democrático lo que "está abajo"), como el de arriba está descalificado de entrada (es autoritario lo que "está arriba") y puede ser objeto de desafío o hasta ser transgredido, sin que sea necesario hacerse la menor pregunta, ni tener el menor saber.

Vale la pena reproducir, como lo hace el autor, los pasos de este "método" que pretende ser infalible: según Jesús Bravo Baquero, hay en el "método" la tendencia a considerar a la Universidad como una institución que debe tener un sentido de asistencia social, a manera de llenar expedientes para obtener el título sin necesariamente aprender; está la falsa idea de que la misión principal de la Universidad y los estudiantes es hacer política, léase politiquería, dentro y fuera de ella: existe la correspondiente tendencia a usar a los alumnos en una labor de oposición al gobierno, lo que genera una actitud a veces políticamente anarquista e irresponsable desde el punto de vista pedagógico; se produce la intromisión de partidos y grupos políticos en la vida interna de la Universidad; se usan la demagogia y la simulación como armas predilectas; se recurre finalmente a métodos de presión. La alumnocracia, aunque parezca gobierno de los alumnos, es el gobierno escondido de algunos adultos, que adulan a los alumnos cultivando la noción de supremacía de éstos en la vida de la Universidad y les obsequian concesiones en lo académico, para contar con su apoyo y dirigir o seguir dirigiendo pero sin dar la cara. Tal vez sea ésta una pista que Chávez de la Lama no explora lo suficiente (el supuesto es que los alumnos son democráticos, y cualquier otro es autoritario), aunque, insistamos, no es su propósito.

¿Puede haber algo más en el origen del "consorcio"? Creemos que sí. Sucede en primer lugar que en la universidad pública de un país atrasado no es raro que el Estado reclute a futuros políticos-funcionarios, lo que convierte a esa misma universidad en el muy conocido "trampolín"; en el mismo país atrasado, una izquierda que no puede calar en ninguna clase social (porque no hay proletariado industrial, o porque no tiene influencia, por el atraso campesino, etcétera...), "compensa" esta notoria debilidad con la agitación estudiantil, entre vacía y proclive a ser usada también como "trampolín" (es la vieja creencia en el "carril izquierdo para rebasar"). Hay así una hipertrofia política en la Universidad que no corresponde a la vida real del país atrasado, aunque sí a las ambiciones de unos y otros. A este respecto, el autor incorpora anexos con documentos —en particular del Partido Comunista Mexicano—, varios inéditos, en los cuales el lector puede advertir que hay "lenguaje sin discurso": dicho de otro modo, activismo y adjetivaciones sin análisis ni de la Universidad ni del país real. A falta de sujetos sociales concretos, se apela a "masas".

Identificada la tesis, queda un ele-mento de suma importancia que el autor no desarrolla, aunque lo presenta de entrada: es justamente el problema de la masificación, frente al cual el rector Ignacio Chávez buscó una respuesta académica, que pasara por la planificación, que también es un saber, en este caso un "saber hacer". El fracaso del rector Chávez (cuya reforma es hasta hoy casi desconocida) en la búsqueda de academizar la unam y mantenerla como lo que es, una institución del saber, marca el comienzo de un fracaso de mayor gravedad, aunque no lo parezca: el error de quienes presionan desde la "simetría invertida" está en el uso de la masificación para la maniobra política, aprovechando que hay "material": la masa. Aquí, la dirección tomada ya es contraria a toda vocación por el conocimiento, puesto que esa masa, mientras menos sabe, más maniobrable es. A la larga, se abre el interrogante ante una política que, entrometida en una casa de estudios, la cree siempre disponible, aunque la agota y la desprecia en el saber que parece cosa de "idealistas", como si el saber no tuviera intereses propios. Así, desde mediados de la década de los años sesenta, en las condiciones de sobrepoblación escolar, falta de recursos y escasez de académicos capacitados que describe el autor en el primer capítulo, parece natural que la respuesta esté en la política. El resultado es la improvisación en el espacio académico que sobrevive como le es posible —a veces languideciendo— a esta concepción errónea del lugar de la Universidad, que siempre se debe a todos, menos, extrañamente, a sí misma.

El rector Chávez, luego de intentar el cambio académico desde 1961, fue lúcido como para ver qué sucedería si se imponía el activismo: "Si no me ayuda usted en esta ocasión", le decía en 1966 al presidente Gustavo Díaz Ordaz, "el año próximo tendrá usted una hoguera en cada una de las universidades de la República". No fue profecía, fue sentido común, y la hoguera se prendió no un año, pero sí dos años después.

A raíz de esa "madre de todas las huelgas" se quiso responder casi siempre a la necesidad de una reforma académica con medidas políticas que le cerraron el paso a aquélla. ¿Está por ello mejor la Universidad? El libro abre desde luego un interrogante sobre el estado actual y el futuro de la Universidad, al cabo de varias décadas de los más distintos activismos y las más diversas presiones, y de un apenas disimulado menosprecio por las funciones sustantivas y los intereses académicos.

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