Ismael Crespo, Antonio Garrido y Mario Riorda. La conquista del poder. Elecciones y campañas presidenciales en América Latina (Buenos Aires: La Crujía/Junta Nacional de Elecciones, 2008), 269 pp.
Reseñado por:
Carlos Ernesto Ichuta Nina
Instituto de Investigaciones Sociales
Universidad Nacional Autónoma de México
Publicado en 2008, este libro constituye sin duda uno de los primeros esfuerzos, si no el único, por ofrecer una explicación comparada de los procesos electorales tan analíticamente descuidados en la región.
En efecto, a decir de su prologuista, Daniel Zovato, y de los propios autores, el trabajo busca llenar un enorme vacío respecto al estudio de los procesos electorales, porque en lugar de análisis teóricamente propositivos, lo que predominaría en la región serían simples descripciones particularistas y reconstrucciones puramente periodísticas de cada proceso electoral, lo cual supondría una enorme contradicción con la regularidad electoral alcanzada en las últimas décadas, que incluso ha llevado a algunos estudiosos, entre ellos los autores, a hablar de un estado de consolidación de la democracia latinoamericana.
Aunque a partir de trabajos publicados en revistas como Derecho Electoral, de Costa Rica; Elecciones, de Perú; Mundo Electoral, de Panamá; Nuestra Huella, de Colombia; Opiniones y Análisis, de Bolivia, entre muchas otras, sería posible darles la razón a los autores acerca del vacío al cual se refieren, lo que realmente ocurriría en América Latina sería un desigual desarrollo de los estudios dedicados al análisis electoral, ya que en Brasil y México éstos no solamente han alcanzado un desarrollo comparativamente mayor, sino que tienden también a ser claramente propositivos, y constituyen una disciplina en ciernes muy bien encaminada. Evidencia de esto serían las revistas ALCEU y Opinião Publica, publicadas en Brasil, y Política y Gobierno, publicadas en México, por mencionar sólo las más conocidas.
Por lo tanto, el vacío al cual se referirían los autores de La conquista del poder no sería del todo sostenible, a menos que su aseveración tenga que ver con el sentido particular que ellos le asignan al tema electoral. Y quizás esto último tenga mayor razón, ya que Crespo, Garrido y Riorda no analizan el tema electoral en términos del estricto comportamiento de los votantes en el ámbito de la toma de decisiones electorales, sino en un sentido más amplio porque consideran: 1) el marco institucional electoral o las reglas del juego político que regirían las elecciones presidenciales; 2) la lucha competitiva de las élites, que se produciría en función de las reglas mencionadas; 3) la comunicación política, que se generaría en la competencia electoral a través de las cam-pañas electorales; 4) la competencia que se produciría entre las élites y cuya dinámica sería visible a través de las encuestas de intención de voto, y 5) la decisión de los electores, que derivaría de problemas de coordinación estratégica producidas entre ellos y entre las élites políticas. La relación de todos estos factores constituiría precisamente lo electoral, que dista significativamente de los tradicionales estudios electorales.
Es más, sólo a partir de la consideración de esos aspectos es posible el análisis del "comportamiento electoral" en términos comparativos, porque el marco general de la comparación lo constituiría el sistema electoral presidencial, característico de todos los países latinoamericanos, y la contrastación de casos se basaría en la particularidad de los sistemas electorales de cada país, los cuales se encontrarían ceñidos, sin embargo, a las variantes del sistema de mayoría. En este sentido, el enfoque comparativo del estudio es elemental, pues consiste en analizar diferencias considerando un marco general de similitudes.
El sistema electoral presidencialista que determinaría la competición unipersonal por el cargo presidencial se convierte de ese modo en el incentivo fundamental para las interacciones estratégicas entre las élites y entre los electores, considerando sobre todo las posibilidades de emergencia de líderes populistas con tendencias antisistema. Es decir, para los autores el sistema presidencial sería el gran factor que determinaría el comportamiento electoral de los partidos y los votantes, y los sistemas electorales adecuados al presidencialismo motivarían a las interacciones estratégicas entre esos mismos actores políticos, con base en el flujo informativo promovido por las campañas políticas y la intensidad de la competencia, definida a través de las encuestas de intención de voto.
En función de esa relación de factores, el estudio recupera viejos postulados de la llamada teoría de los efectos de los sistemas electorales, los cuales, según sus precursores (Douglas Rae y Maurice Duverger), tendrían efectos mecánicos y psicológicos sobre los votantes y sobre los partidos políticos. El efecto mecánico de los sistemas de mayoría consistiría en producir una competencia bipartidista, y el efecto psicológico, que reforzaría esta tendencia, consistiría en que en el largo plazo los votantes llegarían a darse cuenta de que su voto sería perdido si se lo siguieran dando a una tercera opción política.
Conocidas como las leyes sociológicas de Duverger, que a partir de sus propias leyes Giovanni Sartori buscó superar sin tener, sin embargo, mucho éxito, esos postulados corroboraban además las aportaciones de la longeva teoría de la elección social, para la cual el sistema de mayoría, que prácticamente equivaldría a la democracia, funcionaría sobre la discriminación de las minorías, ya que en su ordenamiento de preferencias dicho sistema obligaría al votante a hacer comparaciones binarias y producir la irrelevancia de una tercera alternativa. Sin embargo, la teoría de la elección social se elevó como una crítica a la teoría de la elección racional, la cual defendía más bien la idea de un votante egoísta, con base en el supuesto de que, según el cálculo de utilidades, las acciones del votante estaban orientadas por la obtención del máximo beneficio posible mediante la inversión del menor costo posible.
Precisamente, los efectos mecánicos y psicológicos de los sistemas electorales suponían la constitución de un votante cuyas decisiones electorales tendían a ser racionales y estratégicas. En función de ello, a partir de las aportaciones de Josep Colomer (Cómo votamos. Los sistemas electorales del mundo: pasado, presente y futuro. Barcelona: Gedisa, 2004), Gary Cox (La coordinación estratégica de los sistemas electorales del mundo. Hacer que los votos cuenten. Barcelona: Gedisa, 2004) y Rein Taagepera y Matthew Shugart (Seats & Votes. The Effects & Determinants of Electoral Systems. New Haven: Yale University Press, 1989), Crespo, García y Riorda plantean la existencia de votantes racionales en América Latina, aunque para completar el sentido de los efectos mecánicos y psicológicos añaden las interacciones estratégicas a partir de la propaganda política y las encuestas de intención de voto.
A partir de esas consideraciones, el voto por una tercera opción política, tan común en nuestros países, es considerado también por los autores como una decisión estratégica y racional, en la medida en que, desde su punto de vista, este tipo de voto buscaría minar las preferencias de la opción que encabezaría las encuestas. En este sentido, en contra de aquellas viejas y renovadas teorías acerca de los mínimos efectos de las encuestas sobre las decisiones de los votantes, para Crespo y compañía tendrían una importancia fundamental.
Igual importancia adquirirían las campañas electorales, lo cual también contradice las viejas y renovadas teorías acerca de la poca influencia de las campañas electorales sobre el comportamiento del votante y que a lo largo de casi ya un siglo no han po-
dido ser contrariadas. En cambio, para los autores de este libro las campañas tendrían una gran posibilidad de cambiar o afirmar las preferencias de los electores.
Tan llamativas conclusiones derivan de la estrategia metodológica que Crespo, García y Riorda eligen para explicar el comportamiento electoral latinoamericano, la cual consistiría en los modelos de juego adecuados a la teoría de la elección pública o de la elección racional; a partir de dichos modelos, ellos deducen así las probables interacciones estratégicas que se habrían producido al nivel de las élites, al nivel de los electores y entre ambos actores políticos en diferentes elecciones celebradas en distintos países de América Latina.
A partir de ese procedimiento, el estudio pasa revista a una serie de eventos electorales que se produjeron en el agitado ciclo electoral 2005-2006, en el cual se celebraron comicios en 13 de los 18 países latinoamericanos; considera también algunas elecciones históricas, incluso fundacionales o determinantes de los procesos de transición.
Así, el estudio resulta un interesante análisis comparativo. Sin embargo, para hacerse consistente, depende del supuesto de la volatilidad electoral, por considerarse una condición necesaria para la existencia de un voto racional y estratégico, ya que solamente un votante carente de compromisos, mínimamente informado y con la capacidad de hacer ordenamientos completos, comparativos y transitivos de sus preferencias electorales, estaría capacitado para tomar decisiones racionales. Considerando un contexto caracterizado por los tradicionalismos políticos, el persistente populismo, las profundas desigualdades y la acuciante pobreza, factores todos ellos que harían no menos importantes los clivajes sociales y la identificación político-partidaria, la idea de un votante racional latinoamericano, por no decir un votante egoísta, produce muchísimo ruido.
Precisamente, el mayor problema del estudio consiste en analizar el tema de las elecciones en la región con un instrumental teórico y metodológico estadounidense, merced a lo cual se dan a la tarea de aplicar forzadamente la teoría de la elección pública a una realidad tan compleja como la latinoamericana. De ahí que no resulte extraño que el libro se encuentre plagado (incluso abusivamente) de tecnicismos en inglés.
En efecto, a partir de procesos deductivos, el estudio no logra dar cuenta de la complejidad electoral latinoamericana, sino únicamente validar los postulados de la teoría económica de la democracia, y que en relación con el análisis del comportamiento electoral dio lugar a la constitución de la teoría racional del voto, cuya posterior revisión derivó precisamente en la teoría de la elección pública. Es más, bajo la lógica de la interacción estratégica, los modelos de juego fueron producidos y desarrollados exclusivamente por esta última teoría, que refrendó y defendió la idea de un votante proto-utilitario. De hecho, este último sentido parece justificar el propio título del libro: La conquista del poder.
Incluso las teorías de los efectos de los sistemas electorales y de la propaganda política, que hicieron posible la identificación de un modelo estadounidense de hacer campaña, adoptado en América Latina, a lo largo de la década de los noventa, corrobora la imposición de teorías estadounidenses a una caprichosa realidad indudablemente diferente.
En consecuencia, pese a las valiosas explicaciones comparativas de los autores, éstas dejan la impresión de ser muy limitadas e incompletas porque además de que tales explicaciones buscan justificar la existencia de un votante racional y estratégico en América Latina, curiosamente el estudio privilegia los casos argentino, chileno y mexicano, en los que varios estudiosos han "encontrado" precisamente evidencias de un voto estratégico mediante modelos de probabilidad y análisis experimentales adecuados a la teoría racional del voto. Pero estas explicaciones han sido criticadas por otros estudiosos orientados por las teorías sociológica y psicológica del voto, de origen también estadounidense, de acuerdo con las cuales se ha llegado a sostener la gran complejidad del tema electoral.