Universidad Nacional Autónoma de México • Instituto de Investigaciones Sociales

The textuality of social sciences: articles or books

Ricardo Pozas Horcasitas*

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* Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales

El presente texto fue expuesto en el coloquio Las Revistas de Ciencias Sociales: Problemática y Perspectivas, organizado por el doctor Francisco Valdés Ugalde, entonces director de la Revista Mexicana de Sociología (RMS), y promovido por la directora del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS), la doctora Rosalba Casas Guerrero. Dicho coloquio se realizó para conmemorar el 70 aniversario de la fundación de la RMS.1

La RMS es la más antigua de las revistas institucionales de investigación en ciencias sociales en América Latina. Fue fundada en 1939, nueve años después de creado el IIS de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y 21 años antes de la creación de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales en la misma universidad.

En el proceso de institucionalización de las ciencias sociales en México, la revista transita a lo largo de 70 años por “las diferentes tradiciones y enfoques, que tienen una íntima relación, tanto en el desarrollo de la sociología en el mundo y en nuestro país, como por los rasgos que le imprimieron distintos directores del instituto a cargo de este medio académico”.2

La conmemoración de la RMS convocó a un conjunto de directores de varias de las más importantes revistas académicas en México. Este evento estuvo compuesto de distintas partes.3 En la correspondiente a Pasado, Presente y Perspectivas del Artículo Científico, cuatro directores de revistas expusieron y discutieron los criterios contemporáneos a partir de los cuales un texto adquiere el rango de artículo científico y es publicable en las distintas revistas académicas.4

En la sección Los Criterios de la Decisión Editorial,5 escritores y editores confrontaron perspectivas sobre la producción del texto científico, los límites y las posibilidades que los distintos formatos editoriales ofrecen para que la escritura de la experiencia cognitiva pueda ser transpuesta al texto impreso. Este evento puso por primera vez en el foro académico nacional el problema de la edición y la textualidad de las ciencias sociales, diálogo en el que los investigadores y los editores de las revistas académicas en México recapitularon sobre la producción del conocimiento, su escritura y su exposición pública.

Este trabajo fue presentado, en su versión de ponencia, en la sección Criterios de la Decisión Editorial, con todas las características que la verbalización de la escritura supone y la escenificación que implica su exposición en un acto público. Su temática busca recapitular las exigen-cias editoriales de las revistas académicas en las distintas etapas de la producción y la difusión del conocimiento sociológico. Indaga la paradoja existente entre dos sujetos sociales: el constructor del conocimiento y los horizontes que este proceso abre al investigador, y las exigencias de acotar la creatividad a los límites impuestos por los requisitos de la edición del conocimiento, tanto en el formato y la arquitectura del texto como en el contenido. Larga historia, llena de anécdotas y vicisitudes, entre el autor del texto y el editor, sujetos sociales cuya acción se realiza en el espacio de las instituciones académicas e intelectuales. La relación entre investigador y editor forma la trayectoria de la escritura socioló-gica, en la cual está inscrito el presente trabajo.

La escritura en las ciencias sociales

En ciencias sociales, la tradición en la exposición del conocimiento se ha construido a través de los libros. Éstos forman la secuencia textual que contiene las aportaciones más importantes y dan cuenta de los cambios en los paradigmas de los distintos campos de especialización. Los textos clásicos de las ciencias sociales se identifican con una teoría sobre la sociedad o un área específica de conocimiento. Constituyen el acervo que da forma al canon de cada una de las disciplinas de ese conjunto cognitivo que llamamos ciencias sociales.

Los libros de autor forman la textualidad principal de las disciplinas sociales. Entre éstos y sus autores se ha establecido una identidad indisoluble, amalgama de escritor y escritura que siempre se refiere a un campo específico sobre el conocimiento social y ha dado origen a las distintas especializaciones de la disciplina; a una teoría sobre la sociedad en su conjunto o la centralidad de uno de sus distintos contenidos o modalidades de interacción, individual o colectiva, por encima de las otras formas de acción social; o a una posición teórica que se plantea construir o negar la posibilidad de conocimiento de la sociedad como totalidad, por encima de la interacción de ésta y sus partes.

La búsqueda de la centralidad teórica se ha producido en los procesos de afirmación y negación entre las epistemologías y las teorías, confrontación que es también el debate entre los teóricos que las sustentan. Estos diálogos han fijado en la memoria colectiva de las comunidades académicas los referentes de la identidad analítica y las filiaciones teóricas y metodológicas de las distintas escuelas de conocimiento.

El origen de la genealogía sociológica despierta en los sociólogos una actitud ambivalente y no todos piensan que la disciplina se inicia con Augusto Comte, pero pocos de ellos que hicieran una historia de la sociología podrían excluir al creador del nombre. El neologismo “sociología” aparece por primera vez en el cuarto volumen de su Curso de filosofía positiva.6 Comte crea esta nueva categoría analítica dentro de su sistema filosófico totalizante, categoría que comparte en lo particular los principios que rigen todo su sistema filosófico, como sucede en toda la epistemología deductiva.

El primer propósito de la sociología fue resolver el problema de la objetividad en el conocimiento social y lograr, con el conocimiento científico, la intervención en la realidad, con el fin de modificarla y dirigir las conductas hacia objetivos racionalmente preestablecidos, como lo hacía, según Comte, la física de su tiempo con la realidad natural; es ésta la razón por la que llamó a la sociología “física social”. El dominio racional de la sociedad ha sido la obsesión y la utopía de los que construyen el conocimiento sobre ella.

La objetividad, como problema fundador de la sociología, se mantiene vigente: no ha sido resuelto en 185 años, largo trecho en el que la sociología, como conocimiento específico y especializado, se diferenció de la filosofía. El tema de la objetividad ha dado lugar a cientos de artículos y libros y en torno a éste se han construido teorías, elaborado métodos y diseñado instrumentos de medición “cada vez más precisos”, pero el problema sigue ahí, dando origen a debates entre los distintos especialistas de las sociologías, para quienes queda claro que la objetividad es un problema que, si no se resuelve, “se vigila epistemológicamente”. De tiempo en tiempo, este problema constitutivo de la sociología es aparentemente resuelto cuando un grupo de sociólogos se vuelven militantes “de una versión del mundo” e ideologizan su conocimiento, negando la epistemología y volviéndola dogma.

Para la sociología, la objetividad sigue siendo un problema y está presente en el conjunto de criterios elaborados por los comités editoriales de las revistas académicas, criterios que se convierten en las condiciones necesarias para la valoración de los artículos propuestos por los autores y a partir de los cuales los textos tienen o no posibilidades de ser publicados en una determinada revista.

Los criterios de cientificidad que definen la línea editorial de cada una de las revistas académicas —explícitos o implícitos— cubren desde los requisitos que se consideran indispensables y miden la objetividad del conocimiento, hasta la construcción de un determinado tipo de evidencia empírica con la que se valida lo científico o no de un texto, pasando por la filiación teórica y la consistencia metodológica.

El conjunto de requisitos necesarios para aceptar un texto en una revista académica, con prestigio en un campo especializado del conocimiento, se vuelven criterios de filiación de los grupos académicos, normas que son custodiadas por los comités editoriales y los evaluadores escogidos por éstos para dictaminar los textos dentro de un universo de nombres identificados con la filiación teórica de la publicación y sus principios epistémicos, que no siempre son explícitos.

Como requisito de publicación en las revistas académicas, el problema de la objetividad es hoy —como lo fue ayer— resoluble por quienes las dirigen a través de la consistencia teórico-metodológica adscrita a un sistema analítico establecido, vigente y dominante en el grupo social académico que dirige la publicación y que le da identidad pública. En el mediano y largo plazo, la filiación teórica cerrada puede derivar en la reiteración analítica y temática, así como agotarse en la autorreferencialidad, hasta que la ruptura epistémica construye un cambio analítico y abre un nuevo campo de conocimiento en la especialización sociológica.

Las posiciones teóricas que sustentan la validez de los textos para ser incluidos o excluidos en las revistas especializadas identifican a las publicaciones y a los grupos de interés académico que se desarrollan en torno a ellas, en el universo global del mundo académico contemporáneo, acotando la diversidad analítica y temática de la producción científica, pero sobre todo limitando las posibilidades del debate interno en las publicaciones en torno a los problemas y la temática sociológica. En la historia intelectual y en la historiografía académica, las revistas son parte integral no sólo de la producción cultural de una época, sino de la manera en la cual los grupos productores del conocimiento se plantearon en su tiempo los problemas y sus posibles soluciones.

La sociología recorre el largo trecho de más de un siglo y medio de historia intelectual y de organización institucional de la academia en la que se ejerce esta disciplina, tiempo durante el cual se han construido sus diferentes contenidos teóricos, las innovaciones metodológicas que delimitan su objeto y las técnicas que lo miden y lo construyen como hecho social. La historia de las transformaciones teóricas, metodológicas y técnicas ha sido edificada en el interior de los campos disciplinarios a través de una relación dialogal y polémica entre los individuos que forman la genealogía de autores de la tradición sociológica. Este diálogo y diferenciación en torno a los problemas constitutivos de la disciplina se inició con sus fundadores: Max Weber, Georg Simmel, Émile Durkheim y Wilfredo Pareto, y en el diálogo dio forma a la especificidad de un campo de conocimiento que transformó las teorías sobre lo social en sociología.

La sociología es el conocimiento de la modernidad sobre lo social, es su reflexibilidad teórica, y surge como propuesta analítica diferenciada en uno de los periodos históricos más intensos de la modernización: el final del siglo XIX y principios del siglo XX. Como todo proceso de innovación en el conocimiento, la sociología es la correspondiente teórica de la transformación y el surgimiento de las nuevas formas de relación social que rebasaron la capacidad específica de análisis y explicación de las disciplinas existentes en ese periodo histórico de cambios acelerados: la historia, la psicología, la filosofía, la economía y la ciencia política, disciplinas del conocimiento con historias específicas que fueron sobrepasadas por la complejidad de la sociedad moderna y se volvieron las cinco fuentes del nuevo cauce cognitivo, frente a las cuales los fundadores de la sociología se deslindaron y sus herederos se siguen deslindando, como en el caso de Émile Durkheim, con la primera investigación sociológica sobre el suicidio como un hecho social.

El suicidio, uno de los primeros libros sociológicos, fue publicado en 1897. En éste, Durkheim analiza los índices de suicidio entre las poblaciones judías, católicas y protestantes. Este texto es también una de las primeras diferenciaciones entre la sociología, la psicología y la biología en el conocimiento del suicidio, considerado hasta entonces como un acto individual cuya explicación era del dominio de la psicología y la biología. Al estudiar el suicidio como un hecho social, construido sociológicamente a partir del análisis empírico de las tasas de suicidios en las tres poblaciones en varios países europeos preponderantemente católicos o protestantes, es uno de los trabajos pioneros de la sociología.

El deslinde analítico entre la investigación sociológica y las de las otras disciplinas sociales continuó, de manera implícita o explícita, en las investigaciones de los fundadores, consolidando a la sociología como una disciplina autónoma a partir de su especificidad analítica, en la que los distintos fenómenos de la vida social, en la acepción más amplia del término, pueden ser construidos por la sociología como hechos sociales. Cientos de artículos y libros continúan en la búsqueda de la línea divisoria, la convergencia y la complementación entre la sociología y las otras formas de producción de conocimiento de lo social y lo individual.

La dinámica relación entre la sociología y las otras disciplinas sociales ha hecho que, en más de una ocasión, se haya adscrito a autores de las otras formas de conocimiento de la sociedad la condición de sociólogo, aun en el extremo en que el autor nunca se haya identificado a sí mismo como tal, condición primaria de la identidad moderna entre el productor y el tipo de conocimiento que produce, conciencia de quien ejerce un tipo específico de saber. El caso más significativo es el de Karl Marx, quien se concebía a sí mismo como “filósofo y economista”, 7 jamás como sociólogo. La identificación entre el individuo y su trabajo es una identidad primigenia, una de las formas de la identidad social que da lugar a los individuos modernos y los colectivos diferenciados por la acción productora. Esta identidad derivó en la modernidad en el vínculo entre el constructor del conocimiento y su especialización, vínculo que está en la base de la división social y que es uno de los grandes temas de la sociología desde su inicio, como lo muestra el trabajo pionero de Émile Durkheim, La división social del trabajo, tesis doctoral publicada en 1893.8

Quienes retomaron a Marx como filósofo social y lo volvieron su único referente clásico para dar fundamento de verdad en sus argumentos explicativos de las funciones del Estado y la sociedad capitalista, construyeron esa diversidad interpretativa e ideología que se llamó marxismo, cosmovisión que fue parte del horizonte cultural e intelectual de la guerra fría y tuvo un peso significativo en la cultura mundial durante las décadas de los años sesenta y setenta. Dentro de la cosmovisión marxista hubo desde políticas culturales y científicas, propias de los regímenes totalitarios en las que el marxismo fue la ideología del Estado soviético y los Estados del bloque, hasta propuestas críticas y creativas que revisaban los fundamentos ideológicos de ese gran edificio cultural que llegó a abarcar desde la genética hasta el arte.

El marxismo como principio genérico fue el referente obligado de la identidad de las izquierdas del mundo; fungió como “el arma científica” de la militancia política que daba autoridad y fundamento de “objetividad y certeza” para la “transformación del mundo”. Esta posición mantuvo siempre una devaluación de la posición que busca resolver el problema de la autonomía necesaria para la producción del conocimiento social y de su batalla interminable por la objetividad y la independencia política de los que construyen el saber sobre la sociedad y sus formas de acción social. Por el contrario, “los marxistas” —y lo que ese referente identitario quiera decir— siempre sobrevaloraron “el compromiso ideológico de los científicos sociales” con los contenidos valorativos que dieron fundamento al análisis de la sociedad, pre-determinación cognitiva que tenía un sentido teleológico del cambio social.

La posición ideológica que dio sentido político utilitario a la construcción del conocimiento sobre la sociedad ha sido compartida por los políticos que militan en todas las cosmovisiones ideológico-políticas (marxistas, nacionalistas y neoliberales) que construyen con su argumentación generalizada el fundamento de sus intereses particulares de partido y de gobierno y que tienen la necesidad de apropiarse del conocimiento producido por las ciencias sociales para ideologizarlo y utilizarlo en su intervención social y sus políticas públicas, dando fundamento de cientificidad a la argumentación como recurso “objetivo y científico” que acredita la acción pública de intervención en las instituciones sociales y las formas de organización económica.

La reacción en contra de la ideologización marxista —que no del uso político de la textualidad sociológica— fue una de las causas del giro evaluador en las revistas académicas a partir de los años ochenta del siglo XX. Este giro volvía a plantear el problema de la objetividad de la prueba argumentativa y tendió a eliminar el peso, en la arquitectura del texto, de la lógica argumentativa sin comprobación empírica estadística, elemento probatorio por antonomasia que pesa en el conjunto y el tamaño del artículo académico, por las características mismas de concentración y síntesis de los agregados numéricos. Otros elementos que incidieron en la construcción del artículo académico fueron la ruptura de las culturas nacionales y la creciente integración al mundo global de la cultura y la ciencia, así como la remetropolización de las exigencias constructoras del saber, nueva centralidad cultural en la cual los journals americanos se vuelven los paradigmas en la construcción de la textualidad sociológica, tanto nacional como local.

Nombres y textos

Los nombres de los autores que forman el canon sociológico han dado origen a la genealogía de una tradición de conocimiento especializado. Ambos, textos y autores, títulos y nombres, constituyen los cimientos de una disciplina y condensan la diacronía de los libros que desemboca en las teorías que buscan la explicación del presente, reacomodando constantemente la jerarquía y el valor de los clásicos en cada uno de los periodos de la historia de la sociología.

La temporalidad de la teoría es siempre móvil; por esta razón, se incluyen o excluyen ciertas obras de la disciplina que adquieren la condición de clásicas y dan fundamento de universalidad en la explicación sociológica del presente. Todo nuevo replanteamiento teórico, que cambia el análisis de la realidad social y política, recupera uno o varios textos clásicos de la tradición sociológica, reacomodando el valor de los autores y las obras que forman el acervo en cada una de las especialidades de la sociología, textos que vuelven a considerarse como “los imprescindibles” en los distintos tiempos de la disciplina. Las obras clásicas de una disciplina forman el referente obligado en la identidad y en la comunicación de las comunidades académicas a través de los cuales establecen los límites que rigen la vigencia de sus paradigmas explicativos y construyen los nuevos lenguajes con que se incluye y excluye a los otros.

Los nuevos planteamientos teóricos que explican el cambio social contienen la selección de una o varias categorías que dan a la innovación analítica su raíz clásica, vinculando las nuevas teorías con la tradición sociológica. Los clásicos son también objetos del tiempo; a ellos se apela para fundamentar una necesidad explicativa del presente. En ciencias sociales, los clásicos son recursos de autoridad en todo análisis sólido del presente.

En muchos casos, la condición de un individuo o un grupo que milita en una ideología política que domina las prácticas institucionales de la vida académica transforma una obra clásica en un referente absoluto de verdad, construyendo la identidad cerrada de los miembros de un grupo en torno a una interpretación que convierte a sus lectores en seguidores de una versión dominante sobre textos.

Las posiciones interpretativas dadas por petición de principio reiteran una lectura acrítica que deforma la teoría y la vuelve una totalidad absoluta, transformando las categorías analíticas, que constituyen el andamiaje de toda teoría, en adjetivos de un discurso que estigmatiza la otredad. En el caso de la lectura cerrada, los textos adquieren la condición de referentes inapelables y aparecen como recursos que incluyen o excluyen a los otros, a los que tienen una versión distinta de las obras. Esta lectura autorreferencial e identitaria elimina la condición crítica de toda lectura, confrontación del sujeto lector con el texto, que está en la base de la creación del conocimiento analítico y, en el caso de la tradición sociológica, niega su condición de ser la construcción teórica de la modernidad. La libertad crítica es la condición política de la reflexión intelectual y académica sobre la sociedad, condición que supone la necesidad de diferenciar y relativizar los absolutos ideológicos.

Las posturas ideológicas frente a la teoría niegan el contenido abstracto y polivalente de los clásicos que fundan la identidad y la diferenciación de la sociología, lo que da origen a la tradición de este conocimiento disciplinario, con la cual la innovación conceptual y metodológica dialo-ga de manera abierta y cambiante.

La teoría es una totalidad abierta y dinámica y no un orden cerrado, deductivo e inapelable, cuyos clásicos se encuentran en los cimientos epistémicos y metodológicos de las categorías centrales que vertebran el sistema propuesto para la explicación de la sociedad. La teoría no es un principio de verdad, sino parte de una configuración analítica en la construcción histórica de la certeza, empíricamente verificable y probada con los instrumentos analíticos disponibles en un tiempo dado.

Los libros son unidades de sentido concebidas como un todo edificado por la lógica de la explicación que construye el análisis de los hechos sociales y políticos de manera analítica y coherente. La unidad de un texto está fundada en el método de exposición —diferente del método de investigación—, con el cual una teoría adquiere sentido desde su origen.

El primer vínculo de condensación simbólica del conocimiento sociológico es el que se establece entre el autor y la obra. En este proceso de condensación, hablar de El suicidio es hablar de Durkheim, decir Economía y sociedad es nombrar a Max Weber y referirse a la categoría de dependencia lleva implícitos los nombres de Fernando Enrique Cardozo y Enzo Faletto y su texto Dependencia y desarrollo en América Latina.

La díada autor-libro está ligada a la formación del científico social y su proceso de socialización en un campo disciplinario. El estudiante va formándose y construyendo su identidad cognitiva a través de la asimilación de esta díada, aunque la mayoría de las veces su acercamiento a los libros es fraccionario, a través de fotocopias o de capítulos, y no de la lectura completa. La identidad formativa del científico social se refiere valorativamente a los libros de una disciplina, por lo que el libro es un referente de autoridad y se vuelve un elemento de identidad de los diferentes colectivos de científicos sociales.

En la formación del sociólogo, la percepción colectiva de que el conocimiento producido por la investigación de largo alcance se encuentra contenido en los libros y que éstos son la culminación de un prolongado periodo del trabajo científico hace que el libro contenga en sí una valoración positiva por encima del artículo. La valoración positiva del libro lo ha vuelto un fin en sí mismo, la culminación de una trayectoria de investigación y la confirmación del prestigio académico. El libro otorga autoridad y prestigio aunque tiene diferentes pesos en las distintas disciplinas de las ciencias sociales; hoy las antípodas son lo conciso y cambiante de la economía y lo más permanente y extenso de la historia.

En la secuencia de los grandes temas que sustentan los paradigmas interpretativos vigentes, los libros de autor dan contenido e identidad a los distintos grupos que sostienen propuestas interpretativas en una comunidad académica de una disciplina. Ligados a redes nacionales y globales, los miembros de una corriente analítica promueven la publicación de libros significativos que, en las batallas culturales por la hegemonía interpretativa, validan sus versiones y las replican en citas, referencias y reseñas, libros que son incluidos en la bibliografía considerada como necesaria en los cursos académicos, donde los grupos de una corriente teórica tienen poder e influencia.

El libro constituye el más importante referente de identidad académica de un individuo en una comunidad científica y las grandes editoriales construyen sus acervos y su imagen pública por medio de los títulos de los libros que forman su catálogo.

El sistema de evaluación académica vigente, tanto en el interior de las instituciones de investigación y docencia como en las instituciones estatales encargadas de la promoción de la investigación científica, está fundado en la productividad que se mide por el número de textos editados y no por las innovaciones en la creación de conocimiento frente a los problemas sociales existentes. El efecto no deseado de esta política científica institucional ha obligado al acotamiento creciente de las temáticas tratadas, estrategia de racionalidad y cálculo diseñada por el investigador, que cierra el campo de investigación y tiende a reiterar el conocimiento producido. La productividad no se mide hoy por la construcción innovadora en las temáticas de investigación, sino por la reiteración de los resultados producidos. Lo nuevo puede ser la ampliación de lo mismo, condición cuantitativa que acota los márgenes de la búsqueda cerrando el horizonte en el que está inserto todo hecho social y político específico.

La investigación social se encuentra siempre en la tensión producida por la especialización extrema y la exigencia del conocimiento particular de articularse al conjunto de procesos sociales amplios, en los cuales el peso de los procesos específicos adquiere el significado debido.

Producción de conocimiento y formato expositivo

Las políticas académicas vigentes han estimulado la producción de artículos en revistas arbitradas con normas estrictas en su formato, reglas editoriales que empiezan por los límites en la extensión en que debe ser presentado el original para ser considerado para su publicación. Estas reglas institucionales de evaluación y edición han tenido como consecuencia que la producción de libros elaborados en un largo plazo sea cada vez más costosa en ingresos y visibilidad para el investigador.

En la presentación de resultados de investigación, la tendencia actual es fraccionar el conocimiento y acotar en el artículo la producción científica, cuyo objetivo lo vuelve más eficiente en la respuesta a la presión de la evaluación institucionalizada del conocimiento cada vez más especializado. La exigencia de rapidez en la presentación de los resultados de investigación ha traído como consecuencia una creciente presión en contra de la producción del libro, como modalidad de exposición unitaria e integral de los resultados de un prolongado proceso de investigación.

La lectura completa del libro es cada vez menos productiva, por ser considerada poco eficiente y, en algunos casos, dispersa. La presión de la productividad ha derivado en la lectura rápida de textos concisos que mantengan al especialista actualizado y en el debate temático vigente en el mercado académico y de la consultoría. En el extremo, el lector especializado es cada vez más un lector de abstracts (que, después del título y el nombre del autor, son una de las exigencias del formato del artículo académico), como lo han demostrado las encuestas llevadas a cabo por la UNESCO entre los académicos en el mundo.

Tanto el libro como el artículo son unidades expositivas que poseen cualidades variables según el campo analítico que desarrollan, pero sobre todo, según el periodo histórico de la disciplina social en el que se producen los textos. En América Latina, las revistas académicas que han permanecido durante décadas —y que no fueron suprimidas por las dictaduras militares—, como la RMS, surgida en 1939,9 mantienen la característica original de un formato flexible que acepta la propuesta de artículos amplios. En esta revista el texto no es eliminado (en la primera instancia de revisión) porque se desborde del molde en el que, por su número de páginas, debe caber, sino por su contenido y su inconsistencia. En las revistas académicas de formato acotado, la solidez del texto presupone el tamaño del formato.

El formato extenso del artículo académico permitió —y en algunas revistas aún permite— desarrollar la tesis central haciendo referencia constante a la textualidad existente sobre el tema del trabajo, textualidad frente a la cual el artículo establece una doble relación: la dialogal, con la tradición del conocimiento específico que desarrolla el artículo que le precede o existe, y la propositiva, que desarrolla la tesis central del texto con la que se acredita en el campo científico e intelectual, así como en el mercado cultural de la producción científica. En esta modalidad escritural, la innovación o la continuidad dentro de un campo de especialización aparece explícita frente a la tradición establecida del conocimiento en la cual el texto se ubica. En el texto acotado, el diálogo con el conocimiento temático existente es un objetivo del artículo académico.

El formato amplio permitió una relación dialogal con la tradición del conocimiento existente. Esta relación implicaba referirse constantemente a los textos de la tradición de conocimiento dentro de la cual se ubica el artículo, referencia que no sólo se hacía explícita en el cuerpo del texto, sino también a través de las citas a pie de página, construyendo en el desarrollo de la tesis el debate con las posiciones en el interior de un campo científico dentro del cual se escribía, condición de lectura múltiple que condensaba en un artículo la textualidad que hacía explícita la relación con las otras posiciones diferentes a la del autor en una tradición de conocimiento. La evaluación del artículo científico tenía este requisito como prueba de solidez académica, condición de intertextualidad que la cita tipo Harvard ha eliminado junto con la condición de lectura múltiple, delimitando las posibilidades del contenido de los artículos por la extensión.

El formato amplio fue rebasado por las necesidades elaboradas en torno a la eficiencia cognitiva fundada en los lenguajes especializados de cada una de las ciencias sociales, lenguajes a partir de los cuales se construye el diálogo académico prioritariamente autorreferencial, en el que el referente común e identitario de las comunidades académicas de especialistas es el lenguaje crecientemente cifrado.

Las posibilidades del artículo académico de responder, dentro de un campo analítico, a la exigencia de las coyunturas sociales o políticas de una sociedad nacional, le permiten volverse el referente textual en una comunidad académica que responde a la demanda del conocimiento sociológico, tanto por el mundo académico como por los tomadores de decisiones.

Hoy el artículo académico posee por lo menos cuatro modalidades de publicación:

1. Como artículo con exigencias dadas las reglas del arbitraje de las revistas científicas. La primera característica es su especificidad espacial, un original de entre 30 y 35 cuartillas (entre 14 y 16 páginas impresas), lo que difícilmente puede convertirse en el capítulo de un libro.

2. El artículo que es en sí un texto pero que forma parte de un proyecto intelectual de largo plazo de un investigador. Este texto que aparece como artículo es en sí una unidad temática, pero también es una parte de un todo, de un proyecto de largo plazo que culmina en un libro y del cual el artículo es un capítulo. En el caso de la sociología, estos textos han existido desde el origen de la disciplina y uno de los mejores ejemplos es la obra central de Georg Simmel Sociología: estudio sobre las formas de sociación10 (1908), compuesta por 10 capítulos y contenida en dos tomos de 808 páginas. Este libro contiene capítulos que aparecieron como artículos en las revistas alemanas de principios del siglo XX y que hoy serían impublicables.

En la actualidad son muy escasas las revistas académicas que puedan admitir estos trabajos; una de ellas es la RMS.

3. El artículo en su modalidad de texto de difusión, en el que el conocimiento académico se transforma en un texto de una revista de circulación amplia, que permite mantener la visibilidad del académico por medio de su participación en el debate público, que lo ubica como especialista en un tema. En la gran mayoría de los casos, el artículo de difusión, sustentado en un trabajo académico de investigación, pierde, por las exigencias editoriales, el desarrollo de los recursos analíticos y metodológicos explicitados en la construcción de la evidencia empírica, requisitos obligados en el texto académico. El texto de difusión tiene frente al artículo académico —del que puede haber partido— las limitaciones impuestas por las exigencias del lenguaje y de la arquitectura textual.

4. La participación del artículo académico en la modalidad de capítulo de libro colectivo. En este caso, el artículo académico de autor comparte con otros la condición de ser parte de un libro organizado en torno a una temática; el prestigio del editor del libro y el de los colaboradores son incluidos como imprescindibles en una compilación temática. En este tipo de compilaciones, el artículo posee, desde su primera edición en una revista académica, un valor en sí mismo, que en ocasiones lo convierte en clásico.

Uno de los primeros ejemplos significativos en la historia cultural en México de un libro armado con base en artículos de revistas fue publicado en Nueva York en 1966 por Alfred A. Knopf: Is The Mexican Revolution Dead? Este libro contiene dos artículos que marcaron desde el mundo académico la interpretación de la historia y la sociedad de su tiempo y fueron pioneros en el debate sobre la vigencia de la Revolución mexicana en un tiempo en el cual su legitimidad no era abiertamente cuestionada. Estos dos textos, que en su tiempo fueron polémicos, se mantuvieron vigentes y hoy son dos clásicos de la historiografía sobre la Revolución mexicana: el de Daniel Cosío Villegas, “La crisis de México”, aparecido en Cuadernos Americanos en el número de marzo-abril de 1947 (13 pp.), y el de Jesús Silva Herzog, “La Revolución mexicana es ya un hecho histórico”, publicado en Cuadernos Americanos en septiembre-octubre de 1949 (10 pp.). Ambos aparecieron como artículos en una de las revistas académicas de mayor prestigio en su tiempo. Hoy, a 100 años de la Revolución mexicana, una compilación de textos sobre la historia intelectual de ésta quedaría incompleta sin la inclusión de ambos artículos. Compilación de los mejores artículos escritos sobre la Revolución mexicana que no se hizo en el 2010, cuando se conmemoró el centenario del proceso social y político más importante del siglo XX mexicano.

Para concluir, considero que las características textuales del artículo y el libro responden a exigencias distintas de arquitectura textual. En sus modalidades se confirma la unidad de sentido sustentada por la calidad de la investigación científica del académico que los produce.

Grandes libros de la historia de la sociología iniciaron su largo recorrido como artículos académicos en una revista científica o se quedaron así, con un valor intrínseco e insuperable, como muchos de los artículos de Pierre Bourdieu aparecidos en la revista Actes de la Recherche en Sciences Sociales (1975-2002), o el legendario artículo de Émile Durkheim “La prohibition de l’inceste et ses origines”, de 70 páginas, aparecido en el número 1 de L’Année Sociologique (1898), texto tantas veces citado, compilado, olvidado y vuelto a descubrir, obra maestra de la creatividad y de la construcción de la prueba empírica, condiciones primigenias de la sociología.

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