Universidad Nacional Autónoma de México • Instituto de Investigaciones Sociales

v78n4r2María Cristina Bayón. La integración excluyente. Experiencias, discursos y representaciones de la pobreza urbana en México
(México: Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Sociales/Bonilla Artigas Editores, 2015), 178 pp.

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Reseñado por:
Mariano Perelman

Instituto Gino Germani, Universidad de Buenos Aires/Conicet

¿Qué es ser pobre? ¿Quiénes son los pobres? ¿Cómo viven? ¿Qué efectos tiene la pobreza sobre la integración social? ¿Es posible hablar de integración excluyente? ¿De qué manera se construyen otros desiguales en la ciudad? Estas interrogantes, no fáciles de responder y de diferentes niveles de análisis, son abordadas por María Cristina Bayón en este libro.

La pobreza, como la misma autora se encarga de mostrar, es un tema clásico de los estudios sociológicos. En los últimos años, sin embargo, las investigaciones sobre la temática han crecido notablemente. Esto se debe no sólo al crecimiento de la pobreza y de la desigualdad social en México y en el mundo (como sabemos, problemas sociales y problemas científicos no son lo mismo), sino también a la emergencia de un renovado campo (teórico-metodológico) de indagación.

El texto es sumamente rico y estimulante. Combina una detallada lectura de diversos autores y perspectivas, proponiendo y discutiendo teóricamente, con una contundente evidencia empírica que lo convierte en una lectura obligada para los que nos dedicamos al estudio de la pobreza y de las desigualdades urbanas. Está basado en un trabajo cualitativo de más de cinco años en un área de alta concentración de pobreza del oriente de la Ciudad de México: Chimalhuacán. La concentración espacial de desventajas que la caracterizan integra de forma excluyente a la población que allí vive.

Las narrativas son centrales en este estudio, y es a partir de éstas que la autora procura comprender la construcción social de la pobreza, así como explorar los mecanismos a través de los cuales las estructuras distribuyen poder y desventajas. Al mismo tiempo, estas narrativas le permiten desentrañar “cómo los individuos se ven a sí mismos en relación con otros y otorgan sentido a sus experiencias, constreñimientos y oportunidades” (24).

Recuperando tradiciones clásicas y actuales de la sociología (desde los postulados de Georg Simmel, C. Wright Mills, Pierre Bourdieu o Robert Castel, entre otros), el texto discute con ciertas corrientes actuales de pensamiento basadas en la visión neoliberal. Esta visión, nos dice la autora, se ha transformado en el discurso dominante sobre la pobreza con una matriz conservadora que la constituye como un problema individual y moral. Bayón, en contraste, plantea que “lejos de limitarse a una cuestión ‘técnica’, la definición de la pobreza es una construcción social que emerge en contextos socio-históricos y espaciales específicos” (17), lo que le permite comprender las dinámicas sociales y las relaciones de poder en el marco de procesos globales y en contextos específicos. De esta manera, el estudio aborda tanto los modos de acumulación como las subjetividades.

Pobreza es sin duda un concepto político y a la vez sociológico. Los temas que elegimos y el modo en que los tratamos son académicos y políticos a la vez (ver Benoit de L’Estoile, Federico G. Neiburg y Lygia Sigaud, 2005. Empires, Nations, and Natives: Anthropology and State-Making. Durham: Duke University Press). Y en esas aguas navega el texto. Como dice la antropóloga Claudia Fonseca (2005: “La clase social y su recusación etnográfica”. Etnografías Contemporáneas 1: 120), “es de fundamental importancia recordar que nuestras investigaciones (o por lo menos buena parte de ellas) están dirigidas simultáneamente hacia dos auditorios, el académico y el lego, de forma que las consideraciones intelectuales se confunden inevitablemente con inquietudes políticas […] en el encuentro con los sectores extra-académicos no siempre es fácil resistir la tentación de adherir a las actitudes típicas del sentido común que empobrecen la investigación”. Sin perder el rigor académico, el texto busca sensibilizar a los lectores y llamar la atención de los hacedores de las políticas contra la pobreza. De allí el objetivo del libro: “Desmontar mitos, estereotipos y estigmas sobre la pobreza y los pobres, explorando las relaciones entre las dimensiones materiales, relacionales y simbólicas; entre las desigualdades de trayectorias; de lugar y de clase; entre el espacio físico y el espacio social” (18).

Esta posición requiere marcar una cuestión central. Los “mitos” son constitutivos de la pobreza en tanto formas sociales de (re)producción de la misma. Los estigmas y los estereotipos están constituidos tanto por la dimensión material como por la dimensión simbólica. Los “mitos” y los “estereotipos” no son falsos, sino que en términos académicos o analíticos tienen un poder de verdad central en la constitución de la pobreza. Ahora bien, en términos políticos, es necesario desnaturalizar a la pobreza de esos mitos y estereotipos. En otros términos, el libro contribuye a desreificar, desmitificar y desestigmatizar a la pobreza y los pobres. Para ello propone considerar su carácter multidimensional y dinámico, así como los modos en que la sociedad se relaciona con la pobreza.

Su punto de partida es la existencia de desfavorecidos y privilegiados. Con ello busca dar cuenta de las personas dentro de una sociedad con privaciones y otras con privilegios. Los que sufren privaciones pueden devenir en pobres y éstos en “otros”. Es por ello que la autora se refiere a una integración excluyente, que es el título de la obra. Con esta idea pretende dar cuenta de formas de pertenencia social de los desfavorecidos que, antes que estar excluidos, están integrados de manera excluyente.

El libro se organiza en cuatro capítulos. El primero evidencia las transformaciones socioespaciales ocurridas en las últimas décadas que hacen que la pobreza adquiera un carácter más excluyente, historizando la pérdida de la capacidad integradora de la “ciudad de las clases populares”. Luego, se realiza una caracterización de la localidad estudiada, cuestión central porque “el contexto local resulta clave para entender los modos en que se vive, se piensa y se representa la pobreza y a los pobres en estos espacios” (51).

Los otros tres capítulos se centran en cada una de las dimensiones analizadas: la biográfica (capítulo 2), la espacial (capítulo 3) y la simbólica (capítulo 4). El segundo capítulo se focaliza en dar cuenta del proceso de acumulación de desventajas en las biografías de los residentes de estas áreas desfavorecidas. El análisis de las trayectorias de la pobreza permite a Bayón articular las experiencias individuales con las tramas sociales. En las biografías es posible apreciar múltiples desventajas que se van acumulando y retroalimentando (la experiencia durante la infancia, la educación, la cuestión habitacional, el trabajo, la migración, entre otras). Ello permite evidenciar que la pobreza no se limita al ingreso, que no es una situación estática ni mucho menos de “actitud” o una “cultura”. En ese capítulo la autora marca una distinción entre historias contadas e historias vividas. Ambas dimensiones permiten comprender el proceso subjetivo de producción de la pobreza. Las personas buscan dar coherencia y una explicación social a su situación actual y a su pasado. En este sentido, el estudio de los procesos vividos, contados y estructurales permite evitar caer en el esencialismo de que lo que las personas “dicen” es verdad. Antes bien, busca comprender el modo en que los actores experimentan los procesos de producción de la desigualdad. Esto es central porque, como se verá en el libro, el modo en que los propios pobres internalizan el discurso dominante permite entender, en parte, la aceptación y tolerancia a su situación social. A su vez, las trayectorias de los habitantes de Chimalhuacán muestran el modo en que dentro de los propios vecinos se producen procesos de diferenciación en el barrio.

En los relatos se puede apreciar el activo proceso de autoestigmatización, así como la estigmatización de los “otros” pobres. Si bien este último proceso constituye una forma de resistir o distanciarse del estigma, contribuye a reproducir el discurso culpabilizador y, por ende, la desigualdad.

El tercer capítulo remite a la dimensión espacial. El texto se centra en la geografía de la pobreza, mostrando cómo la concentración de desventajas se territorializa, es espacial: no sólo como parte de una carencia de bienes y servicios sino también como una construcción estigmatizante de los barrios. Así, los grupos “excluidos” lo están tanto social como espacialmente. Tanto es así, que para los propios habitantes la ciudad “está allá”. El “polvo”, la estética, o la falta de servicios son vistos por los residentes de estos espacios como una forma de construcción de “no ciudad”. Aquí la autora da cuenta del complejo proceso de la “falta” y del rol del Estado en esa producción de carencias. En el barrio escasean las oportunidades laborales. Y esas condiciones se entrecruzan con los procesos subjetivos de diferenciación que generan desconfianza entre los vecinos, lo que va en detrimento de la integración social. Aquí parece existir una hipótesis que diría que la organización popular mejoraría la vida de los pobladores. Pero, nos dice Bayón, la inseguridad y la desconfianza van en detrimento de ello. Esto, junto a la sabida estigmatización del barrio, hace que los que allí viven traten de diferenciarse de los vecinos marcando fronteras morales entre unos y otros. Para los entrevistados, los pobres, los peligrosos, son otros que hacen que se construyan generalizaciones sobre todo el barrio. A la vez, ello convive con la necesidad de construir redes de reciprocidad barrial que son sumamente necesarias en un espacio donde lo único que abunda son las privaciones.

La dimensión simbólica, una de la menos exploradas en los estudios sobre la pobreza, es objeto del cuarto capítulo. Las representaciones son centrales en tanto permiten comprender cómo es socialmente construida la idea de pobreza y apreciar la manera en que son caracterizados los pobres. Asimismo, permiten explorar cómo los diferentes discursos se van entrelazando y en el que participan tanto los pobres como los diversos grupos sociales, las instituciones, las políticas, los académicos, etcétera. El fino estudio que la autora realiza aquí va mostrando la existencia de representaciones en pugna. El modo en que las corrientes hegemónicas de los grupos dominantes (y de las políticas y algunos académicos) construye a los pobres como “vagos”, los (auto)culpabiliza, los estigmatiza, demoniza a los territorios de las periferias, puede ser repensado desde los propios pobres. Por un lado, lo reproducen (en ello radica la hegemonía), pero por el otro lado lo resignifican. Este último capítulo es central para pensar la dimensión política de las investigaciones, ya que muestra la construcción del “otro” y los efectos sociales que tiene sobre la integración social.

Retomando la noción de Castel sobre los umbrales de tolerancia, este libro provee herramientas para entender cómo los propios pobres construyen esa tolerancia, porque es una integración que se da en unos marcos de comportamiento específicos tolerados y tolerables por los sectores dominantes, así como por los desfavorecidos. El texto muestra no sólo una internalización sino también un proceso de producción subalternizada en la que se construyen integrados pero a la vez excluidos.

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